VETERANOS DE AYER
“RIESGOS OPERATIVOS”
Cuáles fueron los peligros latentes a los que la fuerza “Alfil 1” estuvo expuesta en la guerra de 1991
Por Dany Smith (Contact to: DASMITHS@OUTLOOK.COM.UK)
Aunque han pasado años sin que los sucesivos gobiernos argentinos se
hayan hecho eco de la experiencia ganada por sus dotaciones navales en una de
las campañas militares más grandes del final del siglo XX, las experiencias de muchas jornadas en aquel
caluroso teatro de operaciones llueven a cántaro y como si volvieran a
revivirse tan claro como ayer, mirando a la distancia se puede ver la magnitud
de los peligros que se cernían mucho antes de que se desatara la conflagración.
Habíamos hablado mucho sobre las
operaciones navales que ejecutaron los dos navíos argentinos del grupo de
tareas 88 que surcaban las cálidas aguas del golfo que además de las minas
explosivas que pululaban por todo el sector, estaban infestadas de tiburones y
anguilas eléctricas.
Los
tripulantes del “ARA Alte Brown” y de la “ARA Spiro” conocieron en carne propia aquel clima tan
extremo como impredecible. Aquel calor
calentaba tanto la cubierta de vuelo de la Brown, que si hubieran andado
descalzados sus pies se habrían llagado como si se hubieran parado en una
sartén. En pocos minutos podía nublarse
y desatarse una tormenta que parecía transportarles a otros escenarios. Sin
dudas el clima fue uno de los componentes que pondría a prueba la maquinaria
naval y a sus elementos humanos entre ellos, a las tripulaciones de los helicópteros
Alouette III, que jugaron un papel vital para las tareas de vigilancia y
reconocimiento.
Está
claro que nadie (y entre ellos a los mandos de la Armada) valoraron los riesgos
extra que se cernían sobre las operaciones que debían realizar los tripulantes
de estos helicópteros embarcados de
origen francés, que no había que olvidar
tenían para ese momento treinta
años de antigüedad lo que ante la entidad de la guerra que luego se desataría, por
lo que operar con ellos para muchos era prácticamente
un acto de locura.
Alouette abordo del Alte Brown 1991 |
Como
recuerdan muchos de los que estuvieron en aquella travesía, cuando se hallaban
en el Mar Rojo, el riesgo se presentó sin aviso cuando uno de los Alouett III
que llevaban, se precipitó al mar.
A
primera vista, si te parabas en una cubierta de vuelo de alguno de todos los
barcos que operaban por ese entonces, habrías podido advertir el choque visual
que podía advertirse al ver un “Alouette III” de los argentinos que se cruzaba con un “UH-60-Black Hawk” o un
“CH-53-Sikorsky” o incluso con los
“Linx” británicos que trabajaron muy cerca de los argentinos. Obviamente más allá de las notorias características
de diseño que les diferenciaban, sus propósitos y objetivos distaban mucho de
lo que un “Alouette” podía soportar; uno de ellos era el factor climático.
Y es
que, al imprevisible y duro clima del golfo se agregaban los letales peligros
que la naturaleza albergaba en las aguas de aquel lugar. Ver desde el buque las
aguas en algunos sectores casi paradisiacas, con el insoportable calor a
cualquiera le hubiera dado ganas de arrojarse para nadar un rato; pero
estaba claro que no habían ido hasta allí por recreación y aunque hubieran
tenido la oportunidad de eso, jamás lo hubieran hecho. Es que además del peligro de las minas
magnéticas que poblaban las aguas y de las incursiones nocturnas de comandos
hombres rana iraquíes, estaban los tiburones y las anguilas que, pese a la poca
profundidad de las aguas son parte del
ecosistema de las aguas de la región.
Los
vuelos de los aparatos argentinos estuvieron expuestos a contingencias que
varios de sus colegas de otras armadas, incluso la de los EEUU y de los
británicos, debieron sufrir pese, a las
ventajas tecnológicas y protecciones de las que disponían. Incluso antes de que comenzaran las
hostilidades, los aparatos aéreos tanto helicópteros como aviones de combate,
transporte y de espionaje electrónico sufrieron las severidades climáticas de
la zona que terminaron en varios accidentes que
pusieron en un aprieto a los cuerpos de ingenieros y mantenimiento de
los mismos.
La
cantidad de accidentes de aviones de combate que se habían registrado en Arabia
Saudita y algunos otros acaecidos en las aguas del golfo cuando se adiestraban
con base en los Portaaviones, llevó a que el Comando de operaciones en Ryad
ordenara una inspección masiva de los aeródromos y bases aéreas donde se
destacaban los aviones para las operaciones militares, a fin de determinar si
los vientos con arena que arreciaban en la región estaban afectando los
mecanismos de los aparatos y si así era, adaptarlos para que pudieran vencer
estas dificultades.
un CH-53 operando junto a los argentinos 1990 |
Esto
también afectaba a los helicópteros aliados, especialmente en sus equipos y
sensores electrónicos, tanto de combate como de transporte habiéndose
registrado en los primeros días de la llegada de los primeros comandos aéreos, más de una decena de accidentes entre
los que se contaban helicópteros de
ataque “Apache” estadounidenses, tres “Sea Linx” y un “Puma” británicos, éste
último precipitado a finales de diciembre de 1990 a unas 4 millas al este de la
costa de Dammam, en Arabia Saudita. Las
estadísticas oficiales solo informan de 77 bajas por accidentes en las que se
engloban a las muertes por “fuego amigo”, pero reportes extraoficiales elevan
las cifras de bajas por accidentes a unos quinientos de los cuales, unos
doscientos treinta implicarían a tripulaciones de aeronaves siniestradas.
El
mayor número de incidentes se produjeron en momentos previos a las operaciones
que se iniciarían el 16 de enero y se centraron en las áreas del norte de
Arabia Saudita y en las zonas operacionales aéreas de las costas cercanas a la
frontera con Kuwait. Por supuesto que
todos estos incidentes fueron mantenidos en el más estricto secreto y solo se
hicieron público aquellos que no había sido posible ocultarlo a la vista de
muchos de los ocasionales testigos –mayormente militares- que pululaban
por la región.
En
la casuística no hubieron diferencias entre los sofisticados helicópteros
yanquis y los menos modernos aparatos británicos que incluso varios de ellos
habían participado en operaciones de la guerra de Malvinas en 1982. Pero a
pesar de que los argentinos tuvieron una modesta intervención material en las operaciones
“Escudo del Desierto” y la “Tormenta del Desierto”, pese a las limitaciones técnicas que
claramente acusaban, sus desempeños profesionales y dedicación advertidos por
los observadores del CENTIJ fueron remarcados en los informes de operaciones navales para estudios académicos.
No
olvidemos que otros ojos indiscretos se posaron con mucha atención sobre las
actividades de ambas dotaciones, que a solo unos kilómetros, operaban junto a
la primera línea naval encabezada por el navío clase “Iowa” USS “Wisconsin”. En realidad es muy difícil saber si estás
operaciones de inteligencia que llevaron adelante los británicos sobre los
inesperados aliados argentinos, fue advertida por el Comando central en Ryad o
incluso por los mismos argentinos. Si me
preguntaran a mí, creo que los primeros dejaron pasar estas travesuras inglesas
siempre que no perjudicaran las operaciones centrales. En lo que respecta a los
argentinos, es muy dudoso que se hubiesen percatado de ello.
Pero
volviendo a las operaciones aéreas de los aeronáuticos argentinos, se podía ver como con profesionalismo y con
una muy buena disposición, remontaban esas “peceras” que a la vista de muchos, eran un pasaje a la
muerte segura. A simple vista, no estaban preparados para moverse en
condiciones de abierta hostilidad. Para algunos pilotos veteranos
norteamericanos, ver volar esas cosas era como retrotraerse en el tiempo y
vaticinando lo que podía producirse si los combates se extendían a las
cercanías de esos buques. Solo había que hacer un pequeño ejercicio de
imaginación para pronosticar que pudo haber sucedido si uno de esos “Alouette
III” se hubiera topado con alguna lancha artillada iraquí o simplemente con una
unidad comando de los “Fedayin” que operaban encubiertamente tras las líneas.
En cualquiera de esos casos, las apuestas hubieran ido en contra de los
argentinos que con muy pocas probabilidades hubiesen podido escapar al fuego de
estas formaciones.
grupo de soldados iraquíes en 1991 |
Estas
posibilidades tan negativas con respecto a un encuentro como el citado, no van
en contra de las capacidades de los tripulantes de esos legendarios
helicópteros “Alouette III” sino del análisis de los elementos reales que se
hallaban presentes en aquel teatro, en donde la variedad de armas portátiles y
cañones medianos en posesión de los iraquíes, estaban más allá de la
imaginación de lo que los marinos argentinos pudieron haber experimentado con
anterioridad.
Incluso
los mismos norteamericanos se vieron sorprendidos por el poder de fuego que los
iraquíes demostraron aún, tras una semana de bestiales bombardeos sobre
supuestos puntos de mando y control que en teoría (y según las rondas de prensa
del Pentágono), desbarataría la red de defensa aérea que protegía las
principales ciudades de Iraq en especial, Bagdad.
Ni
hablemos de la amenaza de sistemas antiaéreos de baja altitud, especialmente
los portátiles los cuales el ejército de Iraq poseía con notable masividad
aunque los informes militares de la Coalición aliada, había desestimado su
importancia por no ser una amenaza contra sus aviones; pero ¿contra los
helicópteros? De eso se acordarían especialmente los británicos en varios desafortunados
encuentros donde sus helicópteros fueron pasto de los misiles “SA-7” de origen
soviético e incluso de sistemas ingleses como el “Blowpipe” muy usados por la
“Guardia Republicana”.
Ahora
bien, si vemos como un solo “SA-7” lanzado por un hombre que se hallaba
escondido en un pozo o en tras un montículo rocoso del desierto tumbaba al
suelo a helicópteros tan rudos como el “Puma” o un “Chinook”, podremos entender
que si estos aparatos argentinos que entre otras características, presentaba
nula protección contra fuego balístico de armas automáticas portátiles como
eran las AK-47, las ametralladoras RPD calibre 7,62mm, no hace falta aclarar
que habría sucedido si hubieran estado al alcance de las PK, cañones multitubo sistema “Gatling” o de las baterías
ZU-23. Para abatir a uno de estos “Alouette”
solo hubiera bastado el fuego reunido de dos hombres con regular puntería para
derribarlo.
Fue
sin dudas una fortuna que la guerra no se extendiera ya que, si los argentinos
se hubieran visto obligados a operar en medio de un terreno plagado de este
tipo de armas, la suerte de sus aparatos como la de sus tripulaciones hubiera
quedado sellada en el primer encuentro tan solo, con una pequeña patrulla de
ocho hombres armados con sus AK-47 y para
peor suerte, con algún lanzador de “SA-7”, la historia de la participación
argentina en el Golfo hubiera sido muy distinta.
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