viernes, 15 de enero de 2021

 

“OPERATION KICK ASS”

Las acusaciones de intento de Golpe de Estado contra Donald Trump no solo son increíbles sino buscan otra finalidad

Por Charles H. Slim

En enero pasado, cuando Donald Trump se dejo convencer por sus consejeros de la inteligencia sobre las bondades de asesinar al General iraní Qassem Soleimani y a sus socios iraquíes de las Milicias Populares “Hashd Al Shaabi” que combaten en Siria, seguramente se sintió en la cima del mundo al ver que estos personajes del bajo mundo de la inteligencia se congraciaban con su “magnanimidad y valor” para advertir a la República Islámica de Irán de que abandonara sus expectativas geopolíticas en la región (que incluyen su desarrollo nuclear).

Benjamin Netanyahu y la ultraderecha israelí también aplaudieron ese magnicidio[1] ya que en cierta medida, beneficiaría a los intereses israelíes.

Pero cuando las consecuencias de ese hecho fueron demasiado costosas para los EEUU y ello se volvió un urticante tema de discusión pública, esos consejeros se desentendieron de sus consejos y sus opositores que se habían replegado, se reorganizaron y volvieron a la carga. Lo mismo con el apoyo del Lobbie pro-israelí que había entrado en una fractura interna por las contrariedades que desataba Trump ante ciertos temas que pese beneficiar a Israel (Como fue la contradictoria e ilegal declaración oficial de Jerusalen Capital del estado judío), no les dejaba bien parados ante el público norteamericano.

A un año exactamente de aquellas jornadas, muchos de esos personajes parecen haberle dado la espalda e incluso podrían estar trabajando con las huestes de Biden para una salida oprobiosa de la Casa Blanca. Las manifestaciones que culminaron con la toma del Capitolio y la muerte de cuatro de esos ciudadanos el 6 de enero pasado, están siendo editadas a modo de un relato que salve la imagen del “Sistema” y justifique un “impeachment express” que destituya a Donald Trump de forma inmediata. Pero a pesar de que la prensa del Establishment trata de argumentar que “Trump ha destruido la democracia” o exageraciones semejantes, cierto es también que sus predecesores –en especial George W. Bush en 2000[2]- también llegaron al poder en circunstancias harto discutibles y que estos mismos medios han optado por olvidar.

El sistema electoral norteamericano está diseñado para el fraude y ello se advierte en que un candidato pese a obtener la mayoría de votos, ellos no serán quienes determinen su elección. Sin dudas esto no puede ser más que la demostración cabal de una democracia poco democrática.

Pero lo que estamos viendo ahora, es el intento despiadado de ajustar cuentas con ese despreciable Outsider de la política estadounidense que -según su razonamiento- les ha robado cuatro valiosos años y con ellos, el retraso de los planes por persistir en sus intentos por penetrar en Eurasia, similar política en el Mar Meridional de la China y en consolidar la hegemonía norteamericana en Oriente Medio mediante la propagación del caos y la inestabilidad en el mundo árabe-islámico.

Al frente de la cruzada están los medios conservadores y el amplio espectro de las Corporaciones de Medios quienes no escatiman en epítetos y argumentos que pinten a Donald Trump como un lunático que los EEUU han debido soportar. Esta imagen no se limita a los medios estadounidenses y de sus repetidoras en todo el continente. En países aliados al proyecto de la hegemonía militar, también se han puesto manos a la obra para sumar argumentos que centren las culpas de todos los males de América a una sola persona[3]. Los planteos y acusaciones que se ponen de manifiesto en estos medios son tan fantásticos que son dignos de convertir a Trump en un nuevo villano de los Comics de Marvel. Pero, no aclaran que éste mandatario no llegó por la ventana o por la gracia de los viejos políticos que se enquistan en Washington. Tampoco por la supuesta manipulación informática de los rusos que Hillary Clinton y su gente acusaron en su momento. Su gestión surgió de un hartazgo y la indignación de una buena parte de la población estadounidense ante los manejos y desmanejos de la crema político-financiera (indistintamente republicanos y demócratas) que enquistada en Washington, había convertido a EEUU en un ente vaciado de sus valores patrióticos originales al servicio de intereses ajenos a ellos.

Tras aquella violenta jornada del 6 de enero, el FBI ha comenzado una investigación para determinar las implicancias  de toda índole en estas manifestaciones y para prevenir la producción de nuevos posibles eventos de violencia que los grupos supremacistas blancos y los círculos de la ultra derecha estarían preparando para boicotear la asunción de Biden-Harris. Según un informe del FBI de 2006 ya advertía la “infiltración” de miembros de las agrupaciones supremacistas en cuerpos policiales y agencias gubernamentales que exponen la vulnerabilidad al sabotaje y a episodios de abusos con vinculaciones raciales. Esto último surge muy conveniente a los fines de tratar de deslindar las responsabilidades y limpiar la imagen político institucional de los EEUU por oprobiosos casos como el de George Floyd y de muchos otros ciudadanos que por ser de un color diferente, fueron asesinados en la vía pública. Muchos se preguntan ¿Cuántos otros ciudadanos habrían sido asesinados por fuerzas gubernamentales en recintos cerrados?  Estos casos de flagrantes violaciones a los derechos humanos no comenzaron con Donald Trump, solo basta señalar como horrorosos antecedentes la deleznable infraestructura del terror montada por George W. Bush y Dick Cheney para “combatir el terrorismo” que cierto vale aclarar, nunca apunto a combatir estos grupos extremistas domésticos (DVE)[4].

Por lo pronto el Establishment comenzó por silenciar al “molesto mandatario” quitándole el derecho a usar el Twitter y cualquier otra red social, una medida que vuelve a demostrar que significado y alcance tiene la democracia para Washington.

Al mismo tiempo organismos y asociaciones de derechos civiles han comenzado a pedir informes sobre lo que habría ocurrido previo y a posterior a darse comienzo con estas revueltas en el Capitolio en algunos casos, tratando de determinar la complicidad o la incitación del presidente en el desarrollo del asalto al Capitolio.

El caso de la La Ley de Libertad de Información (FOIA)[5] es uno de ellos por medio del cual se pretende determinar mediante un registro documental de lo que el gobierno sabía y no sabía u ocultaba de lo que estaba por ocurrir. Como lo señalan varias fuentes que se fundan en  publicaciones  de medios como The Washington post, Trump habría incitado a los “mafiosos” a que se dirigieran al Capitolio para que lo tomaran por asalto, aunque otras fuentes aseguran que ello no es cierto y que se adulteraron los dichos del mandatario. Según algunas fuentes ya se han redactado más de 75 solicitudes FOIA para requerir informes a varias Agencias Federales del gobierno. Entre algunas de las informaciones que se estarían requiriendo está cuál fue la determinación y quiénes la impartieron para que tardíamente interviniera la Guardia Nacional en torno al Capitolio. Ello demostraría que se le permitió a la “turba” que pudiera pasar sin obstáculos hacía el edificio cuando el cordón policial no tenía la capacidad de contenerlos.

Se ha criticado de forma continua que durante la gestión de Trump se habían restringido varias fuentes de información que debían estar a disposición de cualquier ciudadano que quisiera conocer. Para los defensores de FOIA Trump arengó y permitió que esta turba tomara el Capitolio algo que es secundado por la línea editorial de los medios pero, en realidad el problema interno de los EEUU es mucho más profundo y estructural que este episodio.

Sin dudas se montará un gran circo que disfrazará lo ocurrido y la justicia caerá con todo su peso contra los manifestantes de aquel día pero una pregunta quedará sin responder ¿Hasta cuándo se esconderán los reales problemas que movilizaron a estos manifestantes? Y otra sería ¿Acaso el Sistema cree que son los únicos manifestantes que están en desacuerdo con el Status Quo que Biden intentará revitalizar?

 

 

 



[2] Se dio cuando la Suprema Corte de los EEUU se negó a intervenir en el pedido un nuevo conteo de votos en el Estado de Florida gobernado por Jeff Bush quien consagró como ganador al candidato republicano, su hermano George W. Bush.

[3] Esto es lo que se vió en publicaciones australianas como en el “The West Australian” que llegó al paroxismo de comparar a Trump con Hitler.

[4] Terminología que significa aparece en el Informe del FBI

[5] Ley de Libertad de Información que permite a los ciudadanos solicitar por medio de formularios preestablecidos, información sobre actos llevados adelante por agencias federales y del poder ejecutivo.

lunes, 11 de enero de 2021

 

“REGIÓN LIBERADA”

Qué antecedentes y significancia tiene la penetración de la OTAN en America Latina y su desembarco en Colombia ¿Peligra la soberanía de los estados?

Por Charles H. Slim

Los últimos acontecimientos que se han registrado en el centro del poder imperial (El Capitolio de los EEUU), demuestran que la lucha por el poder está atomizada a tal punto, que podría dar lugar a nuevos e imprevistos escenarios que debilitarán o al menos retrasaran los planes globalistas de la administración demócrata Biden-Harris.  

Dentro de esos lineamientos internacionalistas se halla el definitivo control del Caribe y Sudamérica con especial objetivo a Venezuela, algo que se comprueba con aquel acuerdo firmado en 2013 por el entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos que se concretó con el efectivo desembarco de la OTAN a mediados de 2018 y que trajo como inmediatas consecuencias los intentos fallidos por derribar al gobierno de Nicolás Maduro Moros.

Más allá de las increíbles justificaciones del gobierno de Santos para permitir ingresar a la organización atlántica (“como compartir información sobre el crimen organizado y el narcotráfico”), su presencia tiene la finalidad de absorber a la región para evitar que los estados caribeños establezcan relaciones multilaterales libres y amplias con Rusia y China. Y aunque Santos solo obró como la máscara de Washington y sus aliados, la decisión de ingresar a Colombia como un “colaborador” de segunda de la OTAN, se fundó en las determinantes políticas de acercamiento y cooperación entre Caracas y Moscú que fueron impulsadas por el entonces presidente Hugo César Chavez a comienzos del 2000.

Pero la presencia de la OTAN no es nueva en el continente. Desde mediados de 1982 se dieron dos eventos que vislumbrarían el momento oportuno para entrar al continente. En marzo de ese año se llevaron a cabo las primeras maniobras navales de la OTAN en aguas del Golfo de México denominadas Safe Pass 82 bajo la excusa del peligro del “intervencionismo” soviético materializdo en la Cuba Castrista. El segundo evento se dio cuando la Argentina perdió la guerra por recuperar las islas Malvinas, Sandwiches y Georgias del sur, Londres vio abierto el camino para fortificar las islas y establecer allí instalaciones con propósitos que excedían la supuesta contención de alguna amenaza de la Argentina. Incluso cabe recordarlo, durante la guerra la OTAN colaboro de forma discreta (proporcionando inteligencia satelital) con Londres para que pudiera sobreponerse a un colapso de su Task Force ante los intrépidos pilotos argentinos.

Sabido es que Gran Bretaña es uno de los miembros de la OTAN y tras el final de aquella guerra tuvo la excusa y oportunidad de ampliar el mapa de influencia y el control estratégico del Atlántico sur. Fue de ese modo que la organización instaló una de sus bases estratégicas de inteligencia hemisférica sita en la base aérea de Mount Pleasant. Allí donde funciona la Unidad Conjunta de Comunicaciones -Joint Communications Unit (JCU)-  se instaló una antena del Sistema Automatizado de espionaje de alcance global ECHELON que se intercomunica con una red de inteligencia electrónica de la denominada agrupación “Cinco ojos” (compuesta por los servicios de inteligencia de Australia, Canadá, New Zeland, Reino Unido y los EEUU) que cubre todo el hemisferio.

Como antecedente del alcance y misión de este sistema de espionaje electrónico masivo fue el escándalo que se registro por finales de la década de los ochentas (1988) cuando se reveló por un artículo publicado por el investigador Duncan Campbell, que los gobiernos anglosajones espiaban de forma indiscriminada y sin objetivos clarosa todos sus ciudadanos sin permiso alguno. Aquello causó una oleada de indignación popular en la Unión Europea que fue convenientemente morigerada por los medios estadounidenses. 

A cargo de estas actividades invasivas estaban (y siguen estando) la inteligencia electrónica de Government Communications Headquarters (GCHQ) británico y sus colegas estadounidenses de la National Security Agency (NSA) quienes mantienen junto a las Malvinas un estratégico eje de redes de escucha con bases en las islas de Ascensión en el Atlántico y Diego García en el Indico que entre otras funcionalidades tuvo la de ser parte en las operaciones para la invasión de Afganistán en noviembre de 2001 de Iraq en marzo de 2003.

Durante años las actividades de la organización se vieron encubiertas por la desinformación y la ridiculización que impulsaban desde Londres y que los medios acataban al pie de la letra. Las informaciones oficiales y los trascendidos era que solo había un destacamento militar británico para garantizar la seguridad de las islas ante otro posible intento argentino. En tanto, desde las instalaciones de Mount Pleasant y en coordinación de la Navy Intelligence Division (NID) se llevaron adelante operaciones de interceptación y escucha de las comunicaciones del continente sin que las autoridades civiles y militares argentinas se dieran cuenta de ello.

Cuando el gobierno de Carlos Menem decidió en 1990 alinearse a la aventura en el Golfo Pérsico que desemboco en la calamitosa guerra contra Iraq, se suponía que la Argentina pasaría a ser considerada como un socio extra OTAN, algo que jamás ocurrió. Tal como lo fueron los argumentos para involucrar a su país en aquella contienda, las expectativas de Buenos Aires de convertirse en parte de la Alianza atlántica por esta participación dejo entrever la candidez política y credulidad de aquel gobierno. Incluso esa pretensión no era posible de concretarse en la realidad dado que el país no se hallaba ni se halla aún al presente, en las condiciones de poder aspirar a un posicionamiento (aunque segundón) de esa clase.

Sumado a ello, los gobiernos argentinos y mucho menos sus ciudadanos sabían que los británicos y la OTAN estaban usando su espacio para lanzar operaciones de inteligencia, contrainteligencia  y ataque contra objetivos en terceros países calificados de “terroristas” enmarcados en las actividades de la “Homelad Security”, un oscuro departamento de la inteligencia creado por Washington y costeado por insondables presupuestos tras el 11 de Septiembre de 2001.

A partir de aquel entonces y bajo aquel argumento, el rastreo, escucha y grabación de las comunicaciones telefónicas, electrónicas y digitales por el internet fue el inicio de una realidad encubierta a costa del derecho a la intimidad y la confidencialidad de los actos del gobierno argentino y de todos sus ciudadanos implicando sin dudas a todo el continente. La silenciosa guerra cibernética de satélites, Drones espía y salas comando desde donde se monitorean las redes de internet de un país, es una realidad a la cual la Argentina se halla inmersa pero que –por acuerdos secretos- se encuentra lejos de poder contrarestar.

Actualmente Argentina no es un objetivo a considerar ya que no representa una amenaza a las políticas de la Organización atlántica y mucho menos a los despliegues militares de Londres en la región. Si es una plataforma geográfica de colaboración estratégica para las agencias gubernamentales anglosajonas que encuentran muy fácil operar en un país donde reina el caos político, la nulidad institucional y una corrupción administrativa que no tiene limites.

En lo que respecta a la relación de Buenos Aires con la OTAN es inexistente e innecesaria ya que –a diferencia de Colombia- para los cerebros en Bruselas, Argentina no posee una infraestructura militar propia de sofisticación útil y menos aún, un peso geopolítico propio que pueda aportar una colaboración cualificada para los objetivos que se buscan en el Atlántico sur. Si necesitan de esa colaboración tienen a los británicos en Mount Pleasant y a los chilenos de la FACH en Punta Arenas.

Caso diferente es el Caribe y Venezuela en particular, donde existe un proceso político que además de oponerse a la hegemonía político-comercial y militar anglosajona, se ha convertido en una opción política –que además de desplazar a las ambiciones de Cuba- es digna de emular sin por supuesto, correr los riesgos de ser blanco de agresiones solapadas desde Washington.  Este mismo proceso además, ha demostrado tener una trascendencia hemisférica de peso que lo ha llevado a establecer nexos de cooperación con la Federación rusa, China e Irán que preocupan de sobremanera a los intereses occidentales.

Es por ello y más allá de las complicaciones del gobierno de Maduro en política domestica, el sostenimiento y profundización de una geopolítica audaz que se apoya en una estrategia de contrapeso para limitar las acciones intervencionistas de Washington y la OTAN, le dará chances a que el proceso Bolivariano pueda sobrevivir  e ir progresando con el tiempo. Además, tras la clara exposición de la profunda crisis política que transita los EEUU, la región y en especial Venezuela tienen la oportunidad de ir aflojando las cadenas que desde el norte y con la ayuda de sus socios de la OTAN han tendido en rededor de toda la región.