viernes, 11 de junio de 2021

 

“LA ACCION ESTRATEGICA POR SOBRE LA PROPAGANDA”

Cómo la acción política de la administración Putin ayudo a Rusia y a su gobierno a sobreponerse a la insidiosa propaganda occidental

 

Por Charles H. Slim

Durante toda la segunda mitad del siglo XX hasta una década antes de finalizar el siglo XX, el denominado bloque del “mundo libre” (EEUU y la UE) basó sus políticas de contol hegemonico hemisferico en una gran propaganda política anti-comunista que con el paso de los años prosiguió convirtiéndose en una de carácter arabofoba y anti islámica que para comienzos de la segunda década de lo que va del siglo XXI, retomo aquella aversión esquizoide hacia el oriente eslavo nada más que esta vez para ser abiertamente anti-rusa.

Pese a que la elite político-financiera de Washington se llenaban la boca discursando sobre la democracia y la libertad, su proceder en política exterior siempre estuvo teñido de prejuicios oscurantistas y estigmatizaciones direccionados a conquistar sus objetivos geopolíticos, entre ellos Eurasia.

Esto ya se advierte desde que el gobierno de Vladimir Putin tras estabilizar la política doméstica de una incipiente Federación empezó establecer relaciones transhemisféricas con América Latina y el Caribe, en especial desde 2006 con Venezuela y a posicionar a Rusia en los grandes temas globales, en esos que Washington no quería que nadie (salvo sus socios) tuvieran incumbencia.  Para ello Putin puso especial interés en reconstruir el músculo del estado, es decir sus Fuerzas Armadas que tras la caída de la URSS y durante la administración de Boris Yeltsin se habían deteriorado a tal punto que estuvieron por desintegrarse. Esta empresa no estuvo exeptuada de trabas y desafíos (asunto del submarino “Kursk” en 2000) que igualmente no detuvieron la planificación trazada. De esa forma se reactivaron las usinas tecnológicas y científicas para el desarrollo de una defensa moderna y acorde a las nuevas amenazas globales que con el devenir de los años, dejó a Putin como un visionario a la vista de los eventos que han ocurrido, demostrado con creces su eficacia militar y política.

De esta manera los frenos puestos a los intentos expansivos de la OTAN sobre el Mar Negro (incidente del USS “Donald Cook” en abril de 2014), sobre Eurasia en 2014 y su entrada en Siria en 2015 para apoyar a la república árabe de Siria para combatir el terrorismo, fueron vitales para cambiar de forma radical el balance estratégico y geopolítico global. A partir de allí Rusia comenzó a ser señalado por la intelectualidad anglosajona y sus obsecuentes repetidores en sudamerica como el villano del nuevo escenario internacional abandonando definitivamente aquella caricatura holliwoodense de aliados que tantas películas pretendían mostrar desde la desintegración de la Unión Soviética.

Los tiempos han cambiado y por suerte para Rusia, también sus gobernantes. Aquel relato simplón y maniqueo de una Rusia pos-soviética que se transformó en una democracia gracias a Washington hace tiempo se acabo. Los orquestadores de está propaganda ya no cuentan con personajes pintorescos (y convenientes) como Gorvachov y Yeltsin que (bajo los auspicios de supuestos beneficios del libre mercado) abrieron las puertas a los especuladores financieros de la banca neoyorkina para que asociados con los grandes oligarcas rusos que se beneficiaban de las reformas aperturistas y el desgobierno de Boris Yeltsin, convirtieran a Rusia en un garito del este europeo.

Pero desde que Vladimir Putin llego en mayo del 2000 al poder administrador del Kremlin comienza una lenta y profunda reforma del estado que llegará a consolidar un estado saneado, con mayor organización y eficiencia a nuestros días. Entre tanto no se debe olvidar que por ese año EEUU daba rienda suelta a sus ambiciosos planes desplegando los primeros pasos del denominado “Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense”, un megalomano emprendimiento ideado en 1997 por el sector de intelectuales del neocon y sus socios sionistas que tenía como objetivo el apoderarse de los recursos petroleros y rutas estratégicas de comercio de Asia Central y el Oriente Medio siendo necesario para ello, destruir un listado de países árabes-islámicos. Fue así como se ingenierizó una estrategia de penetración denominada como “lucha contra el terrorismo” que además de servir de puerta para ingresar a estas regiones y ejecutar estos planes, persigue un fin en si misma como es la de perpetuar la guerra y el caos.

Así es como La Casa Blanca en sus diversos periodos ha venido manejando su política exterior, tratando de liderar los asuntos globales con el mero uso de la intriga, el chantaje y la fuerza militar. Los ejemplos de ello sobran y podemos verlos desde hace setenta años hasta el presente. Esto revela una gran falla en el discurso “democrático” de la intelectualidad que ha sustentado y aún sustentan el liderazgo de los EEUU en el concierto internacional. Incluso más, miles de palabras, libros y artículos que se han dedicado para sustentar esa imagen idílica de potencia moral y política que se cayó a pedazos tan pronto terminó de asentarse el polvo de las Torres Gemelas en 2001 quedando definitivamente sepultada con la sanción de leyes como la “Patriot Act”, las que  incrementaron de forma desproporcionada el presupuesto para financiar nuevos organismos de seguridad e inteligencia con los cuales se implementaron las invasiones y ocupaciones que a su vez se ejecutaron incontables casos de torturas, violaciones y muertes que dicho sea de paso, no son para nada una anécdota histórica y los cuales desde hace un tiempo están en la mira de la Corte Penal Internacional.

La dirigencia rusa y en particular el mismo Vladimir Putin sabían que si permanecían sentados en los escombros de la otrora potencia que habían sido en el pasado, la OTAN se extendería sin ningún limite. Fue así que mediante una mística que mezclaba el orgullo nacional y los laureles miliares de la era soviética se fue conformado un “culto de la victoria” que obra como la ideología en la vida política de la nueva Rusia.

Hoy por hoy, tras la aparición de una pandemia que ya ha quedo claro, no provino de un animalito exótico o de un mercado de comida en Wuhan (y que algunos consideran como un “golpe de estado global”), el mundo luce reconfigurado y los contenedores más importantes (entre ellos Rusia) están a plena marcha y avanzando en sus asuntos estratégicos. En este contexto el gobierno de Putin no flaqueo ante las presiones occidentales que (dirigidas desde Washington) se imprimieron mediante sanciones comerciales tratando de condicionar y retrasar los avances económicos de Rusia. Por el contrario, pese a la adversidad y las operaciones mediáticas para desacreditar a su persona y a su administración (entre las que se cuentan las provocaciones de Ucrania -coordinadas por el Pentágono-, la cuestión Navalni, los intentos de crear una “revolución de color” en Bielorusia y los improperios de Joe Biden) ante los ojos de sus socios europeos (en especial con Alemania), Putin logró mantener a flote su gobierno y lo principal, la confianza de socios con los cuales comparte los proyectos estratégicos más importantes para Rusia como los vinculados a la concreción de emprendimientos de desarrollo energético como es el gasoducto “Nord Stream 2” que muy pronto y tal como lo anunció Putin la semana pasada, se interconectará entre Rusia y Alemania.

También ha sabido manejar con inteligencia y astucia las relaciones con su poderoso vecino de China con quien pese a compartir los mismos enemigos estratégicos occidentales y las amenazas que estos plantan en los limites de sus fronteras, cada uno pugna por extender sus influencias político-comerciales a todo el continente. Igualmente ello no les enceguece y no caen en las instigaciones que desde los medios occidentales se instalan al conocimiento público tratando de minar las buenas y equilibradas relaciones entre ambos.

Incluso durante el impacto creado en todo 2020 por la difuminación del virus SARS-COVID-19 -ya que no ha sido un brote natural-, los asuntos políticos y militares no se detuvieron; por el contrario, algunos de estos grandes actores aprovecharon el confinamiento total para realizar sus movimientos en regiones estratégicas con la esperanza de obtener un éxito relámpago. El sorpresivo inicio de las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán el 12 de Julio 2020 es un ejemplo de ello. Las reveladas gestiones clandestinas de elementos del MI-6 británico con sede en Turquía para crear este chispazo -generado por un ataque desconocido- dejó bien claro que en Washington (y sus socios de la OTAN) no dormían, pero al poco tiempo les dejo ver que se equivocaron en creer que Rusia no reaccionaría.

Así como hizo que Vladimir Putin tomara una pronta intervención en lo que estaba sucediendo (y que muchos calcularon mal sobre sus reales intensiones), le dio a Rusia un papel protagonico en el abordaje y la distensión del conflicto sacando de la escena a los miembros de la OTAN que impostarían por los medios una preocupación por las consecuencias humanitarias ante una posible escalada regional, algo que en realidad estaban buscando para saltar a la arena. Ese mal cálculo además ayudo involuntariamente a que Azerbaiyán arrollará a las tropas armenias y recuperase el enclave de Nogorno Karabaj y otros territorios que habían sido anexados por los armenios (tal como Israel anexó los territorios ocupados palestinos) algo que actualmente es motivo de una profunda crisis existencial para Armenia como estado.

Durante los años que duró el conflicto entre ambos y mucho más desde finales del siglo XX, occidente y sus usinas de propaganda (incluyendo a Israel) usaron a los armenios y su trágica historia como el estereotipo de los “buenos y perseguidos cristianos” del caúcaso rodeados por naciones islámicas hostiles y una Rusia ortodoxa que seguía manteniendo el espíritu hegemonista de la URSS. Obviamente, una imagen deformada y coloreada para el consumo de los lectores incautos en occidente ya que, los armenios aprovechando las circunstancias del momento se habían apropiado por la fuerza de territorios de sus vecinos azeríes obligándolos a abandonar sus propiedades y desplazarse a campamentos de refugiados. Ni los armenios eran los buenos de la película, ni las intensiones de Occidente fueron sinceras en sus aparentes preocupaciones por las consecuencias humanitarias, la descripción del conflicto y mucho menos en lo que respecta al marco circunstancial en el que se desató.

En este marco Turquía -un rival épico de Rusia- aprovechó para realizar sus movimientos con veladas expectativas de imponer su propia geopolítica “pan islamista turcomana” los cuales por cierto, se vieron limitados por la inmediata reacción e intervención de Rusia que impidió que Erdogan alentara una escalada regional.

Como sea, Rusia terminó por establecer un Status Quo en la región mediante maratónicas gestiones diplomáticas y negociaciones para estructurar el buen entendimiento con Armenia y Azerbaiyán y al mismo tiempo entre ambos. Como primera medida, Moscu pisó el terreno estableciendo refuerzos militares -y sin dudas de inteligencia- que impedirán cualquier nueva aventura futura o misteriosa provocación -mediante alguna operación de Falsa Bandera- destinada a reiniciar las hostilidades. Para Moscu preservar la paz y cortar de gajo cualquier intento desestabilizador tiene una gran importancia en vistas de asegurar no solo la paz en su frontera caucásica sino, cuidar el estratégico y muy lucrativo negocio energético junto a Bakú algo que Ankara pretendía acaparar. Sobre ello la Unión Europea que necesita del abastecimiento del gas ruso y del azerí (por el gasoducto Transadriático), prefiere que sea Rusia quien controle la situación en el terreno antes que la Turquía de Erdogan.

En similar postura se mostro Vladimir Putin con la crisis desatada en Palestina tras los intentos de Tel Aviv por arrebatar las propiedades de familias árabes palestinas del barrio Sheikh Jarrah para entregárselas a los colonos ultraderechistas. Cuando Israel se exedió en su respuesta y trato de silenciar las denuncias del representante de Hamas atacando el edificio donde estaban las oficinas de medios en Gaza, el gobierno ruso fue claro y contundente al emplazar a Tel Aviv a detener los bombardeos sobre Gaza y fue así como Netanyahu no tuvo otra alternativa que suspender sus anunciados planes de invadir la Franja.

¿De dónde proviene ese poder de persuasión de Rusia? Sin dudas que de años de gestionar un crecimiento paciente, perseverante y continuado que ayudó a recuperar las bases del poder real que se perdió con el desmoronamiento de la URSS en 1991 y que Vladimir Putin fue reconstruyendo ayudando a poner la Federación rusa y al este europeo en la mesa -a pesar de Washington y Londres- de las grandes decisiones políticas internacionales.