“LA ACCION ESTRATEGICA POR SOBRE LA PROPAGANDA”
Cómo la acción política de la administración Putin ayudo
a Rusia y a su gobierno a sobreponerse a la insidiosa propaganda occidental
Por Charles H.
Slim
Durante toda la segunda mitad del siglo XX hasta una década antes de finalizar el siglo XX, el denominado bloque del “mundo libre” (EEUU y la UE) basó sus políticas de contol hegemonico hemisferico en una gran propaganda política anti-comunista que con el paso de los años prosiguió convirtiéndose en una de carácter arabofoba y anti islámica que para comienzos de la segunda década de lo que va del siglo XXI, retomo aquella aversión esquizoide hacia el oriente eslavo nada más que esta vez para ser abiertamente anti-rusa.
Pese a que la elite político-financiera de Washington
se llenaban la boca discursando sobre la democracia y la libertad, su proceder en
política exterior siempre estuvo teñido de prejuicios oscurantistas y
estigmatizaciones direccionados a conquistar sus objetivos geopolíticos, entre
ellos Eurasia.
Esto ya se advierte desde que el gobierno de
Vladimir Putin tras estabilizar la política doméstica de una incipiente
Federación empezó establecer relaciones transhemisféricas con América Latina y
el Caribe, en especial desde 2006 con Venezuela y a posicionar a Rusia en los
grandes temas globales, en esos que Washington no quería que nadie (salvo sus
socios) tuvieran incumbencia. Para ello
Putin puso especial interés en reconstruir el músculo del estado, es decir sus
Fuerzas Armadas que tras la caída de la URSS y durante la administración de
Boris Yeltsin se habían deteriorado a tal punto que estuvieron por
desintegrarse. Esta empresa no estuvo exeptuada de trabas y desafíos (asunto
del submarino “Kursk” en 2000) que igualmente no detuvieron la planificación
trazada. De esa forma se reactivaron las usinas tecnológicas y científicas para
el desarrollo de una defensa moderna y acorde a las nuevas amenazas globales
que con el devenir de los años, dejó a Putin como un visionario a la vista de
los eventos que han ocurrido, demostrado con creces su eficacia militar y
política.
De esta manera los frenos puestos a los intentos
expansivos de la OTAN sobre el Mar Negro (incidente del USS “Donald Cook” en
abril de 2014), sobre Eurasia en 2014 y su entrada en Siria en 2015 para apoyar
a la república árabe de Siria para combatir el terrorismo, fueron vitales para
cambiar de forma radical el balance estratégico y geopolítico global. A partir
de allí Rusia comenzó a ser señalado por la intelectualidad anglosajona y sus
obsecuentes repetidores en sudamerica como el villano del nuevo escenario
internacional abandonando definitivamente aquella caricatura holliwoodense de
aliados que tantas películas pretendían mostrar desde la desintegración de la
Unión Soviética.
Los tiempos han cambiado y por suerte para Rusia,
también sus gobernantes. Aquel relato simplón y maniqueo de una Rusia
pos-soviética que se transformó en una democracia gracias a Washington hace
tiempo se acabo. Los orquestadores de está propaganda ya no cuentan con
personajes pintorescos (y convenientes) como Gorvachov y Yeltsin que (bajo los
auspicios de supuestos beneficios del libre mercado) abrieron las puertas a los
especuladores financieros de la banca neoyorkina para que asociados con los
grandes oligarcas rusos que se beneficiaban de las reformas aperturistas y el
desgobierno de Boris Yeltsin, convirtieran a Rusia en un garito del este
europeo.
Pero desde que Vladimir Putin llego en mayo del 2000
al poder administrador del Kremlin comienza una lenta y profunda reforma del
estado que llegará a consolidar un estado saneado, con mayor organización y
eficiencia a nuestros días. Entre tanto no se debe olvidar que por ese año EEUU
daba rienda suelta a sus ambiciosos planes desplegando los primeros pasos del
denominado “Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense”, un megalomano
emprendimiento ideado en 1997 por el sector de intelectuales del neocon y sus
socios sionistas que tenía como objetivo el apoderarse de los recursos
petroleros y rutas estratégicas de comercio de Asia Central y el Oriente Medio
siendo necesario para ello, destruir un listado de países árabes-islámicos. Fue
así como se ingenierizó una estrategia de penetración denominada como “lucha
contra el terrorismo” que además de servir de puerta para ingresar a estas
regiones y ejecutar estos planes, persigue un fin en si misma como es la de
perpetuar la guerra y el caos.
Así es como La Casa Blanca en sus diversos periodos
ha venido manejando su política exterior, tratando de liderar los asuntos
globales con el mero uso de la intriga, el chantaje y la fuerza militar. Los
ejemplos de ello sobran y podemos verlos desde hace setenta años hasta el
presente. Esto revela una gran falla en el discurso “democrático” de la
intelectualidad que ha sustentado y aún sustentan el liderazgo de los EEUU en
el concierto internacional. Incluso más, miles de palabras, libros y artículos
que se han dedicado para sustentar esa imagen idílica de potencia moral y
política que se cayó a pedazos tan pronto
terminó de asentarse el polvo de las Torres Gemelas en 2001 quedando definitivamente
sepultada con la sanción de leyes como la “Patriot Act”, las que incrementaron de forma desproporcionada el
presupuesto para financiar nuevos organismos de seguridad e inteligencia con
los cuales se implementaron las invasiones y ocupaciones que a su vez se
ejecutaron incontables casos de torturas, violaciones y muertes que dicho sea
de paso, no son para nada una anécdota histórica y los cuales desde hace un
tiempo están en la mira de la Corte Penal Internacional.
La dirigencia rusa y en particular el mismo Vladimir
Putin sabían que si permanecían sentados en los escombros de la otrora potencia
que habían sido en el pasado, la OTAN se extendería sin ningún limite. Fue así
que mediante una mística que mezclaba el orgullo nacional y los laureles miliares
de la era soviética se fue conformado un “culto de la victoria” que obra como
la ideología en la vida política de la nueva Rusia.
Hoy por hoy, tras la aparición de una pandemia que
ya ha quedo claro, no provino de un animalito exótico o de un mercado de comida
en Wuhan (y que algunos consideran como un “golpe de estado global”), el mundo
luce reconfigurado y los contenedores más importantes (entre ellos Rusia) están
a plena marcha y avanzando en sus asuntos estratégicos. En este contexto el
gobierno de Putin no flaqueo ante las presiones occidentales que (dirigidas
desde Washington) se imprimieron mediante sanciones comerciales tratando de
condicionar y retrasar los avances económicos de Rusia. Por el contrario, pese
a la adversidad y las operaciones mediáticas para desacreditar a su persona y a
su administración (entre las que se cuentan las provocaciones de Ucrania -coordinadas
por el Pentágono-, la cuestión Navalni, los intentos de crear una “revolución
de color” en Bielorusia y los improperios de Joe Biden) ante los ojos de sus
socios europeos (en especial con Alemania), Putin logró mantener a flote su
gobierno y lo principal, la confianza de socios con los cuales comparte los proyectos
estratégicos más importantes para Rusia como los vinculados a la concreción de
emprendimientos de desarrollo energético como es el gasoducto “Nord Stream 2”
que muy pronto y tal como lo anunció Putin la semana pasada, se interconectará
entre Rusia y Alemania.
También ha sabido manejar con inteligencia y astucia
las relaciones con su poderoso vecino de China con quien pese a compartir los
mismos enemigos estratégicos occidentales y las amenazas que estos plantan en
los limites de sus fronteras, cada uno pugna por extender sus influencias
político-comerciales a todo el continente. Igualmente ello no les enceguece y
no caen en las instigaciones que desde los medios occidentales se instalan al
conocimiento público tratando de minar las buenas y equilibradas relaciones
entre ambos.
Incluso durante el impacto creado en todo 2020 por
la difuminación del virus SARS-COVID-19 -ya que no ha sido un brote natural-,
los asuntos políticos y militares no se detuvieron; por el contrario, algunos
de estos grandes actores aprovecharon el confinamiento total para realizar sus
movimientos en regiones estratégicas con la esperanza de obtener un éxito
relámpago. El sorpresivo inicio de las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán
el 12 de Julio 2020 es un ejemplo de ello. Las reveladas gestiones clandestinas
de elementos del MI-6 británico con sede en Turquía para crear este chispazo -generado
por un ataque desconocido- dejó bien claro que en Washington (y sus socios
de la OTAN) no dormían, pero al poco tiempo les dejo ver que se equivocaron en
creer que Rusia no reaccionaría.
Así como hizo que Vladimir Putin tomara una pronta
intervención en lo que estaba sucediendo (y que muchos calcularon mal sobre sus
reales intensiones), le dio a Rusia un papel protagonico en el abordaje y la
distensión del conflicto sacando de la escena a los miembros de la OTAN que
impostarían por los medios una preocupación por las consecuencias humanitarias
ante una posible escalada regional, algo que en realidad estaban buscando para
saltar a la arena. Ese mal cálculo además ayudo involuntariamente a que
Azerbaiyán arrollará a las tropas armenias y recuperase el enclave de Nogorno
Karabaj y otros territorios que habían sido anexados por los armenios (tal como
Israel anexó los territorios ocupados palestinos) algo que actualmente es
motivo de una profunda crisis existencial para Armenia como estado.
Durante los años que duró el conflicto entre ambos y
mucho más desde finales del siglo XX, occidente y sus usinas de propaganda
(incluyendo a Israel) usaron a los armenios y su trágica historia como el
estereotipo de los “buenos y perseguidos cristianos” del caúcaso rodeados por
naciones islámicas hostiles y una Rusia ortodoxa que seguía manteniendo el espíritu
hegemonista de la URSS. Obviamente, una imagen deformada y coloreada para el
consumo de los lectores incautos en occidente ya que, los armenios aprovechando
las circunstancias del momento se habían apropiado por la fuerza de territorios
de sus vecinos azeríes obligándolos a abandonar sus propiedades y desplazarse a
campamentos de refugiados. Ni los armenios eran los buenos de la película, ni
las intensiones de Occidente fueron sinceras en sus aparentes preocupaciones
por las consecuencias humanitarias, la descripción del conflicto y mucho menos
en lo que respecta al marco circunstancial en el que se desató.
En este marco Turquía -un rival épico de Rusia-
aprovechó para realizar sus movimientos con veladas expectativas de imponer su
propia geopolítica “pan islamista turcomana” los cuales por cierto, se vieron
limitados por la inmediata reacción e intervención de Rusia que impidió que
Erdogan alentara una escalada regional.
Como sea, Rusia terminó por establecer un Status Quo
en la región mediante maratónicas gestiones diplomáticas y negociaciones para
estructurar el buen entendimiento con Armenia y Azerbaiyán y al mismo tiempo
entre ambos. Como primera medida, Moscu pisó el terreno estableciendo refuerzos
militares -y sin dudas de inteligencia- que impedirán cualquier nueva aventura
futura o misteriosa provocación -mediante alguna operación de Falsa Bandera-
destinada a reiniciar las hostilidades. Para Moscu preservar la paz y
cortar de gajo cualquier intento desestabilizador tiene una gran importancia en
vistas de asegurar no solo la paz en su frontera caucásica sino, cuidar el
estratégico y muy lucrativo negocio energético junto a Bakú algo que Ankara
pretendía acaparar. Sobre ello la Unión Europea que necesita del abastecimiento
del gas ruso y del azerí (por el gasoducto Transadriático), prefiere que sea
Rusia quien controle la situación en el terreno antes que la Turquía de
Erdogan.
En similar postura se mostro Vladimir Putin con la
crisis desatada en Palestina tras los intentos de Tel Aviv por arrebatar las
propiedades de familias árabes palestinas del barrio Sheikh Jarrah para
entregárselas a los colonos ultraderechistas. Cuando Israel se exedió en su
respuesta y trato de silenciar las denuncias del representante de Hamas atacando
el edificio donde estaban las oficinas de medios en Gaza, el gobierno ruso fue
claro y contundente al emplazar a Tel Aviv a detener los bombardeos sobre Gaza
y fue así como Netanyahu no tuvo otra alternativa que suspender sus anunciados planes
de invadir la Franja.
¿De dónde proviene ese poder de persuasión de Rusia?
Sin dudas que de años de gestionar un crecimiento paciente, perseverante y
continuado que ayudó a recuperar las bases del poder real que se perdió con el
desmoronamiento de la URSS en 1991 y que Vladimir Putin fue reconstruyendo ayudando
a poner la Federación rusa y al este europeo en la mesa -a pesar de
Washington y Londres- de las grandes decisiones políticas internacionales.