jueves, 25 de mayo de 2017


EN DEBATE





“MIRANDO AL ASIA”

Mientras EEUU apuesta por continuar con el caos en el Medio Oriente para recrear sus multiples objetivos geopolíticos en la región, trata de entrar a hurtadillas por la puerta trasera de China ¿Podrá lograrlo?




Por Dany Smith
Qué le quedaría a los EEUU por intervenir en Asia? Me pregunto un viejo amigo mío mientras tomábamos un “Kahua” (café al estilo egipcio) a orillas del Nilo en un café del Cairo. Sin pensarlo mucho le señale, parte del extremo oriente especialmente en países como Myanmar y las poblaciones en la región periférica del sur de China continental y tal vez por qué no, Pakistán y más tarde la India. Obviamente que aquí Washington maneja otras estrategias para apoderarse de estas plazas. Imitando a sus mentores británicos, los norteamericanos tratan de influir cultural y comercialmente en estas zonas paupérrimas convenciéndolas de que su interferencia les traerá beneficios a largo plazo.

Sin dudas que las balas y las bombas no son la única vía para controlar a un país, como lo han venido haciendo en el norte de África y el Medio Oriente; no claro que no. 

Las misiones civiles enmascaradas como ONG humanitarias y el intercambio de estudiantes pasantes siguen siendo el caballo de Troya del Pentágono y sus colegas de la CIA que buscan por todos los medios, penetrar en estas sociedades para contra restar la influencia china y de ese modo redirigir las opiniones del público de sus naciones que luego guiarán las políticas de gobiernos débiles y poco estables.

La llamada “Birmania” hoy más conocida como Myanmar siempre fue un país pobre y que desde 1988, propiciado por los desmanejos financieros internos y las intromisiones de los organismos como el FMI y el Banco Mundial, terminaron con la estabilidad del país conllevando a la intervención del poder por las fuerzas armadas.

Myanmar estuvo durante años bajo la dirección de una dictadura militar que había tratado de ser aislada por las sanciones de Naciones Unidas encontrando en Pekín, la única mano tendida para que el país no quebrase. Eso es lo que había venido preocupando a Washington y no la existencia de un régimen represivo con el cual trataría en las sombras. Mientras que por una parte fomentaban el movimiento de “monjes budistas” contra el gobierno militar, las agencias de inteligencia tejían relaciones con sus colegas birmanos para tejer redes de cooperación contra la amenaza comunista. Como siempre, los norteamericanos buscaron las vías para filtrase en la sociedad regional para “promover la democracia” y apoyar a los políticos que bregaban por dicho sistema.

Como es su estilo, Washington se para del lado que calienta el sol y cuando los militares birmanos se volvieron impopulares, les comenzaron a socavar su poder.

Este enfrentamiento político interno, fue aprovechado por Washington y con argumentos como los derechos humanos y el medio ambiente penetró en Myanmar.

Para estos propósitos Myanmar es un campo fértil para operar. En el país existe una clara fragmentación étnica y religiosa que facilita el actuar estadounidense.  La pobreza es tan amplia y la corrupción tan galopante, que no hay forma de que EEUU no pueda justificar sus operaciones de mascarada y menos aún, infiltrarse con la connivencia de funcionarios corruptos. Pero lo que realmente importa al Departamento de Estado y a sus agencias es la situación estratégica donde se enclava el país asiático. Con una amplia costa al Golfo de Bengala, Myanmar tiene frontera con China y a su vez con otras plazas de interés como son Bangladesh, Bután y Nepal, éstos también con extensas fronteras con el sur de China.

Para Washington generar una estrategia de contención comercial contra China, sería una variante para detener su influencia sobre estos estados pobres ya que la opción militar es muy peligrosa. Pero ésta estrategia basada en el dinero y la promoción  de una contra cultura china no estaría dando los resultados esperados.

Y la desesperación de Washington por tratar de frenar estas influencias de Pekín, ha llegado a puntos que no podrían tener retorno. Se sabe que EEUU mantiene merodeando en el Mar Meridional de la China a una flota de ataque que la ONU jamás parece haber advertido. Sus tareas parecen muy claras y lejos están de promover alguna ayuda humanitaria o enseñanza sobre “democracia” y “libertades”.

La presencia estadounidense ha creado varios incidentes con los chinos y eso no ha sido pasado por alto por Pekín. A las actividades de espionaje electrónico con aviones y drones hasta la operatividad clandestina de agentes dentro de la región, debe agregarse la notoria casualidad en la multiplicación de células del “ISIS” en Filipinas, por donde los norteamericanos también se hallan operando.


Si se observa un mapa del sur de Asia y vemos en perspectiva el real interés de EEUU en Myanmar, no quedan dudas de que, detrás de todos sus argumentos en pro-de la democracia y el desarrollo económico del país asiático solo le interesa obtener el control de ese importante sector, caracterizados por las extensas costas del Golfo de Bengala, que constituyen una entrada marítima directa sobre China. En ese sentido y por lo riesgoso de lo buscado, Washington prefiere actuar con guante de seda y tratar de comprarse a los paupérrimos pobladores (y por supuesto a sus corruptos funcionarios)  de esa región y como ha sido su estilo, asegurada una clase de dirigentes plenamente adictos a su política y obviamente, bien remunerados por su gentileza, poder construir una infraestructura en la cual, la presencia estadounidense será ineludible y muy seguramente materializada con una base militar en la misma puerta de servicio de China.

lunes, 22 de mayo de 2017


EN LA MIRA





“LA PUGNA”

Ha quedado en claro que más allá de algunos fenómenos como el Brexit o las crisis que se registran en América Latina, hay bajo cuerdas una lucha entre dos corrientes ideológicas irreconciliables




Por Charles H. Slim
Con cada día que pasa, se puede comprobar cabalmente que existe una lucha a brazo partido que excede a las naciones como típicos actores internacionales dentro del complejo mundo actual. Se sabe que desde la década de los ochentas (en el siglo XX) los grandes intereses políticos financieros que a su vez sustentan el gran aparato de la industria armamentística que genera billonarias cantidades de ganancias monetarias anuales y que benefician a pocas familias del globo, a su vez retroalimenta aquel circuito financiero internacional con centro en Wall Street en la ciudad de New York y “la city” de Londres las cuales también están manos de algunas familias. Como quien diría “todo queda en familia”.

Desde finales de los noventas vimos como de la mano de la propaganda mediática de la poderosa corporación anglosajona ligada a los oscuros intereses sionistas internacionales, impulsaron y justificaron la primera guerra del Golfo Pérsico que fue, el puntapié a todo lo que actualmente se viene desarrollando en el norte de África y el Medio Oriente. Aquel “nuevo orden mundial” que inauguró el presidente George H. Bush en su ponencia ante el Congreso en aquel 11 de septiembre de 1991, no nació de su voluntad o por el mérito propio; Bush al igual que sus predecesores y quienes le continuaron, son el muñeco parlante de los reales intereses que se esconden tras bambalinas. Incluso podemos asegurar que son los mismos que actualmente bregan por imponer engendros financieros como el TTIP y el CETA  que dejarían –entre otras- inoperantes los derechos del consumidor.

Hoy acudimos a un verdadero cisma o como reza nuestro encabezado, a una “pugna” entre dos posiciones irreductibles en las relaciones internacionales:  El Globalismo y el Nacionalismo.

El primero es sin dudas, el hijo de aquella globalización neoliberal que promocionaron e impulsaron desde finales de los setentas y comienzos de los ochentas las administraciones de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EEUU, protagonistas de los programas de privatización económica que derrumbaron los pilares del llamado “estado de bienestar” para abrirle el camino a la centralización del poder ejecutivo que solo se avocara a controlar pocos sectores del estado dejando las manos libres a la banca financiera para que supuestamente haga de engranaje para el desarrollo económico de la población que ya no contara con una intervención del estado para temas como la salud, el empleo, la educación y la seguridad social.

En este sentido aquella “globalización” fue el movimiento, un procedimiento no popular que nació desde la cúspide del poder con la finalidad última de tender redes globales de cooperación, de negocios y de ayudas mutuas pero,  solo para los contados sectores poderosos. La mejor muestra de la funcionalidad de esta globalización es sin dudas las coordinadas intervenciones de la OTAN (legalizadas por la ONU), que tras destruir la infraestructura de un país, les abre las puertas a las empresas y corporaciones occidentales que reconstruirán lo que sus compañeros militares han destruido.

Iraq es un ejemplo fallido de esto. A pesar de que estadounidenses y británicos demolieron puntillosamente la infraestructura del país y no contentos con ello, eliminaron a miles de sus funcionarios para reemplazarlos con colaboracionistas con misérrimos sueldos de 200 dólares mensuales, las inversiones no han sido las más prosperas para sus interesados, siendo una notoria causal de ello, la pertinaz resistencia armada y política que devino tras la invasión.

Aunque muchos globalistas quieran esconder este tipo de episodios, ellos forman parte de la dinámica “globalista” –que claramente vinculada con el imperialismo- que solo está diseñada por y para ciertos sectores y no para el beneficio común. Creyeron que convertirían a Iraq en el modelo de un oasis árabe para-estadounidense en medio de la Mesopotamia, algo que al no ver resultados óptimos, complicaron la situación con sus experimentos de la ingeniería insurreccional elaborados en los laboratorios de la CIA y aliados que parieron monstruos como “Al Qaeda”, “ISIS” y muy posiblemente a una docena de otras bandas que operan hoy en Siria.

En este último escenario, “los globalistas” más conocidos encarnados en Bush, Barak Obama, Hillary Clinton, John Mc Cain y la lista continua, pese a los intentos por destruir la nacionalidad siria, han hallado un inesperado obstáculo para lograr su misión y ese fue, Rusia que además de su poder militar, se ha plantado ante los foros internacionales en pro de una política “multilateral” de relaciones diplomáticas.

En este marco, el gobierno de Damasco logro soportar el suficiente tiempo al intento claro de derrocamiento de Bashar Al Assad, la desarticulación del sistema político controlado por el partido nacionalista B´aath y el despedazamiento territorial y confesional de la Siria que hoy conocemos, buscando además de los objetivos geopolíticos que beneficiarían a Tel Aviv, la creación de una multitud de zonas bajo control de grupos rivales que además de crear un magnifico mercado para los traficantes y los vendedores de armas, entorpecería muy convenientemente la estratégica “ruta de la seda” que tan buenos negocios le daría al comercio de Rusia, China y al mundo árabe islámico.

Otro elemento ineludible de éste Globalismo había venido siendo el unilateralismo estadounidense, herramienta política de Washington para implementar sus acciones de intervención militar que hoy vemos sigue siendo utilizada por la administración Trump.

A contrario de todas las predicciones y como reacción a estos intentos, el renacimiento de los nacionalismos es una realidad incontrastable que pese a la propaganda adversa que se lanza desde los medios hegemónicos en su contra, es la única vacuna contra farsa política globalista. En ese sentido, las continuas alegorías maliciosas que pretenden vincular este ideario al “fascismo”, al “nazismo” (filosofías europeas) y con términos como “dictadura” y “régimen”,  surgen a la vista de las nuevas generaciones pensantes como meras cortinas de humo que en realidad esconden el miedo de los sectores del poder global, a perder las prerrogativas y los negocios que giran en torno al montaje de ese Globalismo político financiero.

Hemos visto como hay ciertos nacionalismos que son tolerados por el Stablishment y otros que (caso de Irán, China, Rusia), convenientemente  son motivo del escarnio mediático. Hemos visto como el “ultranacionalismo” ucraniano, pese a su virulencia racista, ha venido siendo apañado desde occidente por su funcionalidad contra Rusia. 

Otro de los más protegidos por la Corporación mediática occidental es el “nacionalismo israelí”  insuflado de mesianismo religioso y político que bajo la denominación de “sionismo”, ha venido siendo el ideario de supremacía de una secula judía askenazi por sobre los derechos de los árabes y palestinos. Con abundantes antecedentes de un racismo recalcitrante y nocivo, este nacionalismo expansionista tiene en su haber todo tipo de crímenes y violaciones contra los derechos humanos desde la instalación de Israel hasta la actualidad.


Pero el nacionalismo real no es eso. El miedo que albergan los globalistas contra esta ideología está en el corte de los nexos políticos financieros que se entrelazan entre sectores de las bancas locales que culminan en los centros de poder anglosajones. 

Precisamente, un nacionalismo sano, bregara por una moneda soberana, políticas de beneficio común teniendo primordial interés sobre sus habitantes nativos, la regulación de los negocios foráneos mediante un gobierno respetable, un sistema jurídico sólido y probo, impermeable a los desmanejos e influencias corporativas externas que buscan imponer jurisdicciones extrañas que solo favorecen a sus intereses privados (CIADI). En fin, no permitir que se intoxique y corrompa a los habitantes de una nación con la única finalidad de llenar los bolsillos de pocos y ajenos.