“NUEVAS
PERSPECTIVAS”
Hace tiempo que
EEUU ha dejado su sitial de poder hegemonico pero ¿Cómo se situará de ahora en
más con la nueva realidad política en Rusia?
Por Charles H. Slim
El resultado del referendum para las reformas
constitucionales llevado a cabo en Rusia el 1° de julio pasado fue contundente,
Vladimir Putin podrá estar avocado en los temas de estado de la Federación rusa
hasta el 2036. Para los partidarios del mandatario es la reafirmación de un
liderazgo carismático y la garantía de una continuidad en las políticas de
estado de una nación que busca un papel protagonico en Eurasia y el mundo. Para
sus detractores internos y los rusofobos de occidente en general, esto
significa la consagración in eternum de
un nuevo zarismo encabezado por un autocrata.
Pero más allá de éstas posiciones tendenciosas y que
obviamente no puede estar exentas de emoción y prejuicio, la reforma comporta
un importante ito para la política rusa que trata de ayornarse a las nuevas y
cambiantes circunstancias internacionales que requieren de sus gobernantes una
constante gimnasia política que debe ir acorde a la construcción de un estado
dinámico y sólido.
Vladimir Putin y sus partidarios han entendido ya
hace tiempo que no solo los misiles y las bombas nucleares son una amenaza para
la seguridad de la soberanía nacional. Además de las tretas y los juegos sucios
ejecutados por las agencias de inteligencia occidentales (valiéndose de grupos
terroristas y mafias regionales del Caucaso) hemos estado viendo como en las
dos últimas décadas, a la par de la globalización económico financiera se ha
usado como herramientas de extorsión y presión a los organismos internacionales
públicos y otros privados (especialmente ONGs) como extensiones subrepticias de
las políticas de estado de EEUU y aliados de la UE.
Pese a ello, Rusia logro sobreponerse a ese intento
de cooptación por parte de poderosos oligarcas que ligados a financístas en
Wall Street trataron de controlar aquel endeble estado de cosas apenas colapso
la Unión Soviética y Putin tuvo mucho que ver en eso.
Pero a pesar de esta situación, al día de hoy Washington
es consciente de la importancia y la influencia que tiene la Federación rusa en
el espectro internacional. En realidad desde 2011 en Washington ya sabían o más
bien preveían que Rusia era un actor que no podían ignorar y que incluso crecería
en forma paulatina ganando con ello, una influencia geopolítica nada
despreciable. Fue en esas circunstancias y en aquel año que llevaron adelante arduas
tratativas secretas que se extenderían hasta mediados del 2012 en las cuales
discutieron las injerencias de cada uno con miras a repartirse su influencia
sobre el Oriente Medio.
En apariencias existía la propuesta de una política
conciliatoria y de moderación de un Barack Obama quien presuntamente (y por su
condición de negro y demócrata), representaba la superación de la oscura administración
precedente, acercando a su vez a la administración de Vladimir Putin para hacerle
una propuesta de un acuerdo épico y duradero tendiente a superar la crisis que
se había desatado en torno a Siria.
Por supuesto, de forma paralela y al amparo de estas
conversaciones, EEUU (por intermedio de la Secretario de estado Hillary
Clinton), Gran Bretaña y Francia, con la cooperación de Arabia Saudita y Qatar
llevaban adelante (mediante el empleo de agrupaciones mercenarias seudo
yihadistas –Al Qaeda entre otras
subsidiarias-) el ambicioso plan por desmontar los estados árabes laicos del
norte de África que los medios occidentales presentaron con espectacularidad como
una “Primavera Árabe” tratando al mismo tiempo extenderla sobre Siria.
Las consecuencias de este acostumbrado doble rasero de
la política estadounidense han sido miles de sirios muertos, miles de lisiados
y millones de desplazados, en síntesis, una catástrofe humanitaria de la cual por
supuesto no quisieron hacerse cargo y que termino por acusar recibo a la Unión
Europea con las oleadas de inmigrantes que cruzan el Mediterráneo para tratar
de hallar la paz que esos mismos países les arrebataron.
Ante esto, tenemos a una Rusia que tiene intereses
estratégicos en Siria de cara al Mediterraneo y entendiendo que la amenaza de
ese terrorismo pre elaborado y sustentado por las agencias de inteligencia, podía
migrar a sus fronteras, hizo su movida
logrando un efecto inesperado y al mismo tiempo contraproducente a los planes
de Washington y París.
Al día presente Washington no puede ignorar la influencia
de Rusia como un actor relevante y preponderante con quien debe negociar en
igualdad de condiciones si pretende avanzar en ciertas regiones del planeta
¿Acaso esto se debe al respeto o la condescendencia de Washington con sus
adversarios en Moscú? No obviamente no.
EEUU necesita tanto de la hegemonía geopolítica como
la existencia de un nemesis que justifique trabajar por consolidar aquella. Hay
detrás de ésta política un fabuloso y conocido negocio ligado a la política
exterior y en especial a la política de defensa que se vincula directamente a
la industria armamentistica estadounidense y de la Europa occidental. Obviamente
que Rusia juega su parte en este esquema y hasta se podría asegurar que gustosamente
coopera para mantener dicho Status Quo pero, ello no quita que también tenga en
progreso una agenda propia.
Los EEUU de hoy no son la potencia que fue en épocas
de la “Guerra fría” y mucho menos de como evoluciono tras su final a comienzos
de los años noventas hasta el comienzo del siglo XXI. Pese a la potencialidad
que heredo de la carrera armamentística con la Unión Soviética y que le
proporciono un poderío militar desproporcionado
y aplastante, su empleo por las administraciones subsiguientes fue
desmedidamente arbitrario y producto de ello desgasto su capital político e
imágen dentro del concierto internacional.
Por el contrario la Federación rusa administrada por
Vladimir Putin, desde su llegada al Kremlin fue creciendo en forma lenta pero
continuada y pese a las dificultades internas en parte creadas por las
sanciones impuestas desde occidente, no descuido en un solo momento sus
intereses geopolíticos y estratégicos, ambicionados desde la caída del muro en
1989 por Washington y la OTAN. No caben dudas de que la paciencia de Putin dio
sus frutos y ello puede verse desde varios ángulos.
Si lo vemos desde el lado de sus adversarios (y en
particular de los pro-estadounidenses argentinos), su sola mención ya
produce rechazos y una catarata de
improperios que salen más bien de la impotencia y de la mediocridad que
disfrazan detrás de adherencias ideológicas con muy floridas
autodenominaciones como “liberales”,
“demócratas” o “republicanos”, que dicho sea de paso, son los mismos que
aplaudieron las brutalidades que EEUU y sus aliados han ejecutado en los
últimos treinta años hasta el presente.
Además de demostrar que son (como se dice en
Argentina) “más papistas que el Papa”, con estos comentarios quedan expuestos
la pequeñez típica de los mediocres y la inocultable envidia de muchos
políticos que sueñan despiertos por poder tener solo una pizca de la audacia e
inteligencia de Putin.
Si lo vemos desde el punto de vista de la misma
Federación rusa y de los logros que ha sabido conseguir de la mano de este
liderazgo político, la cimentación de un peso geopolítico innegable se hubo
concretado el 1 de febrero de 2019 cuando Vladimir Putin presento ante la
opinión pública el desarrollo de nuevas e inimaginables armas estratégicas que demostró
el trabajo que había venido gestándose durante su periodo y que dejaron boquiabiertos a los estrategas
del Pentágono y muy preocupados a los personeros del Departamento de Estado.
Ante esta nueva realidad, pese a que en Washington
mantuvieron un silencio sordo, en la sombra de sus despachos los principales
cerebros de planificación tomaron real conciencia que ya no podían jugar al
gato y al ratón como lo habían estado haciendo desde comienzo del milenio con
países pequeños y arrasados.