jueves, 12 de agosto de 2021

 

 

“EL PROBLEMA DE LA OPACIDAD”

Cómo la preocupación de la Representante de Naciones Unidas para Afganistán no es una preocupación sincera. Cuando morder la mano que te da de comer es un inconveniente

Por Charles H. Slim

La política exterior de los EEUU en estos últimos treinta años ha sido tan agresiva y dañina para la seguridad y la paz mundial que nadie, salvo en Washington y sus relatores de medios discutirían semejante diagnóstico. El doble rasero discursivo de su política externa se ha basado a lo largo de todo este tiempo en la apelación a los valores democráticos y la defensa de las libertades en otras latitudes. Hay un diálogo de sordos entre quienes siguen sosteniendo estos discursos con falsos argumentos y quienes han expuesto la realidad de los objetivos de quienes manejan la política exterior de Washington.

Las consecuencias de estas políticas están a la vista. Siria, Iraq, Libia y Afganistán son las más destacadas de esa injerencia con un saldo humanitario incalculable. También lo que sucede en Yemen donde Washington y más precisamente el Pentágono y la CIA colaboran con Arabia Saudita proporcionando material y equipos para tratar de tomar al país y así toda la península para controlar el estratégico paso marítimo por el Mar Rojo.

En cada uno de estos casos (directa o indirectamente) EEUU por medio de sus organizaciones máscara (como la “National Endowment for Democracy”) ha sido el propulsor del caos y del colapso de cada uno de estos países. Incluso, muchos de los actuales miembros del Congreso, el mismo Joe Biden y los cuadros de altos oficiales del Pentágono y de funcionarios de las agencias gubernamentales de inteligencia (que han pasado por las diferentes administraciones de la Casa Blanca) fueron parte en este proceso.

En la última semana de julio, las alegaciones de la representante especial   para Afganistán ante Naciones Unidas Deborah Lyons exponiendo una supuesta preocupación por el avance del Talibán tras la retirada de las tropas estadounidenses son parte de esta renovada inconsecuencia. En un comunicado de la representante de la UNAMA del 26 de julio pasado solo se habla de una preocupación poniendo en la escena solamente al Taliban y al gobierno colaboracionista como únicos responsables de la situación. Tal vez sus expresiones sean sinceras y limitadas por una estrecha visión prejuiciosa crítica de las costumbres afganas (referentes al trato de la mujer) que no tiene idea de lo que los estadounidenses y sus socios -incluyendo a Canadá- han estado haciendo. Si partimos del punto de que hace 20 años atrás la administración Bush-Cheney bajo la excusa que le dio el 11/S invadieron Afganistán para ir a cazar un fantasma llamado “Al Qaeda” que se ocultaba en cuevas liderado por un supuesto terrorista árabe llamado Osama Bin Ladem, ya advertimos la dudosa génesis de aquella. Esta agrupación que se traduce del árabe como “La Base” había sido creada a partir de un programa secreto de la CIA allá por 1978 en el marco de la convulsa situación de la “Guerra fría” siendo en aquel contexto, Bin Ladem un joven aventurero y millonario saudita quien, conocido de la familia Bush por los negocios que celebraba con la familia Ladem fue reclutado en los ochentas por aquella agencia para financiar las operaciones secretas contra la ocupación soviética.

Ver las consecuencias y solo una parte de ellas, vuelve a reeditar la hipocresía de funcionarios de Naciones Unidas quienes han venido siendo demasiado pasivos con las anormalidades que algunos de sus miembros han tratado y aún tratan de instaurar como normalidad. Cuando se ha sido escandalosamente selectivo con el tratamiento de algunos asuntos al momento de condenar agresiones y la comisión de actos contra la soberanía política de otros miembros del foro, poca autoridad moral puede invocarse para acreditar un poco de credibilidad.

Sumado a ello, Lyons no parece recordar (pese a que ya ha dejado de ser un secreto) que el Taliban fue el producto de un sustancial apoyo político, militar y de la inteligencia de Washington y que incluso en la retirada del mes pasado, se han detectado muchas inconsecuencias para con este relato. Si Lyons fuera una joven funcionaria que apenas entro en el servicio unos años atrás sería creíble su desconocimiento, pero ese no es el caso.

Ella no puede desconocer las denuncias de aberrantes violaciones a los derechos humanos de los civiles afganos (incluyendo a mujeres y niños) a manos de las tropas de la ISAF o de sus “grupos de mercenarios” (OGA acrónimo en inglés que refiere a “Otras Agencias Gubernamentales) y mucho menos, las que hablan de las masacres causadas en la población civil de muchas aldeas del interior por efecto de los indiscriminados bombardeos con sus famosos Drones. Las redadas nocturnas de grupos de enmascarados -como lo hacía el ISIS en Iraq- en hogares de aldeas del interior para secuestrar a hombres acusados de ser simpatizantes del Taliban o incluso asesinarlos en el acto, es otro de los crímenes que las ISAF han fomentado y encubierto durante mucho tiempo bajo el rótulo de la “lucha contra el terror”. Naciones Unidas no ha clamado con la debida convicción y energía por estas aberraciones que deberían ser un escándalo ante la “Comunidad internacional” (un término que no termina de aclarar cuál es su real alcance). Con ello queda a la vista la mirada sesgada y en cierto sentido cándida de Lyons, pero por el puesto que ocupa desconocer estos graves hechos no la excusan.

Durante los años que los norteamericanos y sus aliados de la OTAN informaban que estaban “combatiendo al terrorismo” la CIA -a la par que llevaba adelante sus operaciones de asesinatos selectivos- venía gestionado conversaciones secretas con el Taliban que se llevaron a cabo en una locación en Doha, Qatar para que aceptaran participar en el juego de las apariencias, en el cual la resistencia afgana no hostigara a sus tropas y a cambio, las ISAF no les hostigarían permitiendo el control de ciertos sectores del país. Los resultados de este intento de arreglo no llegaron a ninguna parte y los Taliban además de despreciar esta oferta, se lo dejaron bien en claro en el terreno.

Sin dudas la representante de UNAMA actúa de buena fe pero, suena muy inconsecuente que mientras hace reportes parciales sobre la violencia en el país, generada por una invasión, no ve que hay conciudadanos (canadienses) operando para la CIA entrenando grupos oscuros que comprobadamente realizan acciones que violan los derechos humanos y aportan más inseguridad de la que ya existe.

Washington quería lavarle la cara a esta guerra impopular y de algún modo se la quería quitar de encima sin claro, abandonar sus ambiciones geopolítica sobre el terreno. La vieja maña de sus socios británicos de “compra a tu enemigo” no funcionaba con los afganos, tal vez con los milicianos regulares o los “grupos de autodefensas” que no son competidores para expertos en la guerra como los Taliban. Cuando se dieron cuenta de ello, la CIA quiso emplazarlos como lo hace la mafia creyendo que aquellos se horrorizarían por los asesinatos de varios de sus jefes, pero no fue así. Quienes terminaron perdiendo en esta pulseada violenta fueron los mismos norteamericanos quienes con el avance de las hostilidades ya no podían proteger ni a sus propios jefes de campo de la CIA.

Hoy la situación parece haber cambiado de forma radical y a pesar de que EEUU ha retirado a sus tropas regulares eso no significa que haya abandonado sus planes. Solo ha transformado su estrategia y ha puesto su empresa táctica en manos de una constelación de milicias “proxies” y equipos especiales de la CIA (como las fuerza Khost, KSF de Kandahar, las NDS-04 en Kunar, la CTPT compuesta por unos 5000 asesinos encubiertos y la farsa del “ISIS-Afganistán” compuesto por mercenarios trasladados desde Iraq y Siria con la coordinación de agentes israelíes), y agencias aliadas con la intención de convertir el escenario convencional de ocupación por uno eminentemente de guerra sucia lo que de por sí, está preanunciando la profundización y extensión de la violencia terrorista sobre toda la población civil afgana y de la pakistaní próxima a la frontera.