“EL
ESTADO DEL NO ESTADO”
¿A dónde va la Argentina con el actual estado
político?
Por Charles H.
Slim
Perdonaran ustedes el juego de palabras del título de
este artículo, pero es lo más descriptivo que hay para explicar lo que sucede
en la Argentina. Ante todo, esto no es un ataque unidireccional y
parcilizadamente político contra el actual gobierno del presidente Alberto
Fernández y Cia, no ciertamente no lo es. Aquí hay un vacío de poder en el
estado que viene gestándose desde hace casi cuarenta años a la fecha y ninguno
de quienes han gobernado (incluyendo a muchos de los actuales funcionarios) se
han ocupado del tema, volviéndose en el más estricto sentido de la palabra,
administradores de despojos en medio de un Chao regnat.
Sin dudas ya podemos advertir cual es la génesis del
problema existencial del estado nación argentino contemporáneo.
La Argentina es un país con un terreno
envidiosamente extenso y rico en diversidad de materias primas que se puede
extraer de él. Pese a ello, un pobre desarrollo tecnológico y la ausencia (o
más bien, desaprovechamiento) de inversiones hace que no los aproveche. Con todos
los climas y un extenso litoral marítimo que se proyecta hacia la Antártida, lo
posicionan con un privilegiado sitial estratégico en el Cono sur. Compuesta por provincias que por su tamaño -y
desarrollo burocrático de sus gobiernos- muy bien podrían ser países
independientes y pese a ello son deficitarios, es una primera muestra de que hay
una falla estructural en la administración y asignación de sus recursos.
Otros ven en este déficit la posibilidad de un
creciente regionalismo que fracturaría al estado nación en varias entidades. Esto
ha reavivado viejos fantasmas de secesión territorial de algunas de estas
provincias por considerarse discriminadas en el trato y en las políticas de
reparto de los recursos que recibe del estado federal.
Su cabeza administrativa general se ubica en la
ciudad Autónoma de Buenos Aires dentro de la provincia más importante del mismo
nombre. Desde el nacimiento de la república, esta ciudad fue estratégica para
controlar al interior y ello por el solo hecho de tener el puerto por donde
ingresaban las rentas y mercaderías del exterior. Pese a que pasaron 200 años
de aquellas épocas se sigue diciendo que “Dios atiende en Buenos Aires” como
una forma de graficar la aún subsistente centralidad administrativa y política
a la que al día de hoy se ven sometidos los argentinos dejando en evidencia al
mismo tiempo, la realidad de un federalismo bastante destartalado.
Desde hace cuarenta años el país viene siendo
sometido a todo tipo de experimentos políticos y alineamientos estériles que
han desembocado en la actual anomia y abulia social que no ofrece horizontes de
una perspectiva con previsibilidades de una mejora a mediano plazo. Aquí la
destrucción del estado no ha pasado por una guerra devastadora, una revolución
sangrienta o la persistente y blanda interferencia subversiva de operaciones
lanzadas desde Washington o de Londres (o al menos no aún).
Incluso no se hizo necesaria una guerra perpetua
(como se orquestan en Oriente Medio) para debilitar al estado nación argentino.
No para nada. Más allá de los condicionamientos que trajeron la derrota de la
guerra de Malvinas en 1982 (plasmados en los Acuerdos de Madrid I y II), el
actual estado de cosas en este país se lo deben a sus propios funcionarios y la
clase política que vive de las roscas, las dádivas y los negociados a costa del
erario y los puestos públicos que ocupan transitoriamente. Son los argentinos
quienes tienen que cuestionar ¿Quién los ha puesto allí? Pues han sido los
mismos argentinos que hoy resienten las políticas de sus gobernantes por lo que
deberían reevaluar un instante su parte como ciudadanos y bregar por un cambio
sustancial.
Hoy el estado argentino podría describirse como
deforme, es decir, no es ni pequeño ni grande o elefanteaseo como llegó a serlo
en la década de los ochentas; no diremos inexistente (porque minimamente
existe) pero esta al borde de ser uno fallido. En lo referente a su calidad
institucional para atender y proteger los intereses externos podemos asegurar
que aquella es paupérrima y prueba de ello es la imperdonable debilidad en el
área de la de defensa que tiene un trasfondo netamente político.
Simplemente no reviste la entidad, relevancia y
eficacia mínima requerida para ser tal, algo de lo cual ha dejado de ser una
percepción meramente local para ser confirmado de manera brutal por otros
gobiernos y funcionarios extranjeros. Algunas muestras de esto último son los
escándalos por la inoperancia del Mercosur por inquinas interminables (en
especial con Brasil y Ururguay), la nada clara política exterior, las
dificultades de Argentina para adquirir y transportar cargamentos de vacunas (por
carencias materiales estratégicas) o la falta de estrategias ante la reiterada
política británica de ignorar los reclamos por Malvinas, son un reflejo de esa
impotencia del estado argentino que en el último caso citado, se han traspolado
a un empoderamiento de las minúsculas e irrelevantes autoridades coloniales “Kelper”.
Al día de hoy y acorde con la actual realidad
global, las diferencias ideológicas entre izquierdas y derechas son
inexistentes y solo son patomimas utilizadas por los dirigentes políticos como
meras alegorías sin sentido que unos y otros usan para tratar -a los ojos de
la opinión publica- de desacreditarse mutuamente. Muestras de estas
patéticas formas de pensar las vemos cuando algunos periodistas, intelectuales
e influyentes informadores de medios insignes, para tratar de fundar sus
criticas usan arquetipos línguisticos de la guerra fría tratando de presentar a
los “EEUU y la UE” como los buenos y a “Rusia, China y países islámicos como
Irán” -con una acostumbrada aversión al Islam- como los malos, una
irreverencia maniquea que actualmente se traspoló al origen de las vacunas
contra el COVID-19 que de acuerdo a quienes sean sus fabricantes, afirman (sin
pruebas acabadas y con una notoria malicia) de que son “veneno” o “no sirven
para nada”. Ello además de la sintonía ideológica con los intereses anglófilos
(entreverados por el sionismo), demuestra el atraso y el anacronismo que
estanca el pensamiento político argentino, sustentado en estos falsos
contendores (simulando enfrentamientos) que ya han quedado en evidencia, ser
caras de la misma moneda. Tanto unos como otros, terminan negociando con
Washington.
Pero sabemos que muchos de los políticos más
experimentados y con años dentro del escenario de la cosa pública son
conscientes de esta falacia y solo se mueven al son de la correntada política del
momento. Miren si no al ex mandatario y gobernador de la provincia de Buenos
Aires Eduardo Duhalde quien en los noventas fue el vice del corrupto gobierno
de Carlos Menem, hoy pareciera posicionarse como un líder de la decencia, un
peronista “moderado” contra los peronistas seudo-izquierdistas de Cristina
Fernández de Kirchner. Pero todo eso es un gran montaje escénico y parte de los
medios ayudan a mantener esa ilusión. En cierto sentido, los políticos argentinos
y sus lideres sociales se comportan como los neoconservadores estadounidenses
quienes poco les importa ser demócratas o republicanos siempre que cualquiera
de estas opciones los coloque en el centro del poder.
Pero esta analogía es exageradamente extravagante ya
que más bien podriamos catalogar a estas elites argentas como simplemente
oportunistas y parasitarias ya que carecen de objetivos estratégicos
previamente planificados sin más aspiraciones ni objetivos, que la conquista
del poder para satisfacer necesidades y ambiciones propias e inmediatas. En
este sentido el asistencialismo (que tuvo su origen en la caja PAN del gobierno
de Alfonsín) se convirtió en una política de estado que hoy lleva a que, tras
años de dádivas y victimismo social, se hayan formado ejércitos de piqueteros y
desocupados transgeneracionales quienes sin rodeos y organizados por cuadros de
dirigentes sociales (altamente profesionalizados) presionan en las calles por
el aumento de sus subsidios.
A contracara de esto, hay una gran parte de la
población que vive de su trabajo (que no cobran del estado y pagan sus
impuestos) se ve en la desazón y la desesperanza producto de una crisis
económica inédita y de la presión impositiva insoportable enmarcada en la
calamidad de una pandemia de la cual ningún -vale dejarlo en claro- “experto”
(incluyendo la OMS) ha sabido prevenir o explicar como se ha ido propagando,
pero mucho menos, junto a los estados quiere investigar de dónde surgió
realmente.
En última instancia esta situación del estado de no
estado la vemos en la continua desinteligencia y las contradicciones que se han
visto entre el estado federal y las jurisdicciones provinciales y de estas a su
vez con sus correspondientes municipios cuando tratan de articular políticas de
seguridad (reflejadas en el enfrentamiento entre el Ministro de Seguridad
bonaerense y su homologa federal) y sanitarias dentro del territorio nacional.
A la sazón de ello, el oficialismo para tratar de tapar su falta de autoridad
apela a la perorata del federalismo y el progresismo como una forma de tapar su
impericia y falta de carácter para hacer cumplir sus mandatos.
Puertas adentro del mismo partido de gobierno, los
tironeos entre los “moderados” del presidente Alberto Fernández y los
“extremos” de La Campora subordinados a
la vicepresidente Cristina Fernández, causan más fisuras a la ya precaria
convivencia entre peronistas y kirchneristas.
En medio de esto y fuera del tratamiento mediático,
va creciendo la pugna entre un sector retrogrado del peronismo denominado “K”
(representado por La Campora) que presuntamente trata de establecer nexos con
Oriente (Rusia y China) y otro que se autoproclama “democrático y liberal” que,
pese a la máscara de un supuesto republicanismo se apoyan o más bien anhelan
hacerlo, en una ambiciosa planificación global que no casualmente encabeza el
actual mandatario en La Casa Blanca y que tiene su correlato en Gran Bretaña
con el BREXIT y que se ha potenciado con la ambiciosa agenda últimamente
anunciada por Boris Johnson enfocada a trabajar por retomar su sitial de
potencia global, obviamente secundando a EEUU. Ante esta realidad imperante
¿Qué hace o hará el estado argentino?, ¿Podrá hacer algo?