domingo, 11 de abril de 2021

 

“EL ESTADO DEL NO ESTADO”

¿A dónde va la Argentina con el actual estado político?

Por Charles H. Slim

Perdonaran ustedes el juego de palabras del título de este artículo, pero es lo más descriptivo que hay para explicar lo que sucede en la Argentina. Ante todo, esto no es un ataque unidireccional y parcilizadamente político contra el actual gobierno del presidente Alberto Fernández y Cia, no ciertamente no lo es. Aquí hay un vacío de poder en el estado que viene gestándose desde hace casi cuarenta años a la fecha y ninguno de quienes han gobernado (incluyendo a muchos de los actuales funcionarios) se han ocupado del tema, volviéndose en el más estricto sentido de la palabra, administradores de despojos en medio de un Chao regnat.

Sin dudas ya podemos advertir cual es la génesis del problema existencial del estado nación argentino contemporáneo.

La Argentina es un país con un terreno envidiosamente extenso y rico en diversidad de materias primas que se puede extraer de él. Pese a ello, un pobre desarrollo tecnológico y la ausencia (o más bien, desaprovechamiento) de inversiones hace que no los aproveche. Con todos los climas y un extenso litoral marítimo que se proyecta hacia la Antártida, lo posicionan con un privilegiado sitial estratégico en el Cono sur.  Compuesta por provincias que por su tamaño -y desarrollo burocrático de sus gobiernos- muy bien podrían ser países independientes y pese a ello son deficitarios, es una primera muestra de que hay una falla estructural en la administración y asignación de sus recursos.

Otros ven en este déficit la posibilidad de un creciente regionalismo que fracturaría al estado nación en varias entidades. Esto ha reavivado viejos fantasmas de secesión territorial de algunas de estas provincias por considerarse discriminadas en el trato y en las políticas de reparto de los recursos que recibe del estado federal.

Su cabeza administrativa general se ubica en la ciudad Autónoma de Buenos Aires dentro de la provincia más importante del mismo nombre. Desde el nacimiento de la república, esta ciudad fue estratégica para controlar al interior y ello por el solo hecho de tener el puerto por donde ingresaban las rentas y mercaderías del exterior. Pese a que pasaron 200 años de aquellas épocas se sigue diciendo que “Dios atiende en Buenos Aires” como una forma de graficar la aún subsistente centralidad administrativa y política a la que al día de hoy se ven sometidos los argentinos dejando en evidencia al mismo tiempo, la realidad de un federalismo bastante destartalado.

Desde hace cuarenta años el país viene siendo sometido a todo tipo de experimentos políticos y alineamientos estériles que han desembocado en la actual anomia y abulia social que no ofrece horizontes de una perspectiva con previsibilidades de una mejora a mediano plazo. Aquí la destrucción del estado no ha pasado por una guerra devastadora, una revolución sangrienta o la persistente y blanda interferencia subversiva de operaciones lanzadas desde Washington o de Londres (o al menos no aún).

Incluso no se hizo necesaria una guerra perpetua (como se orquestan en Oriente Medio) para debilitar al estado nación argentino. No para nada. Más allá de los condicionamientos que trajeron la derrota de la guerra de Malvinas en 1982 (plasmados en los Acuerdos de Madrid I y II), el actual estado de cosas en este país se lo deben a sus propios funcionarios y la clase política que vive de las roscas, las dádivas y los negociados a costa del erario y los puestos públicos que ocupan transitoriamente. Son los argentinos quienes tienen que cuestionar ¿Quién los ha puesto allí? Pues han sido los mismos argentinos que hoy resienten las políticas de sus gobernantes por lo que deberían reevaluar un instante su parte como ciudadanos y bregar por un cambio sustancial.

Hoy el estado argentino podría describirse como deforme, es decir, no es ni pequeño ni grande o elefanteaseo como llegó a serlo en la década de los ochentas; no diremos inexistente (porque minimamente existe) pero esta al borde de ser uno fallido. En lo referente a su calidad institucional para atender y proteger los intereses externos podemos asegurar que aquella es paupérrima y prueba de ello es la imperdonable debilidad en el área de la de defensa que tiene un trasfondo netamente político.

Simplemente no reviste la entidad, relevancia y eficacia mínima requerida para ser tal, algo de lo cual ha dejado de ser una percepción meramente local para ser confirmado de manera brutal por otros gobiernos y funcionarios extranjeros. Algunas muestras de esto último son los escándalos por la inoperancia del Mercosur por inquinas interminables (en especial con Brasil y Ururguay), la nada clara política exterior, las dificultades de Argentina para adquirir y transportar cargamentos de vacunas (por carencias materiales estratégicas) o la falta de estrategias ante la reiterada política británica de ignorar los reclamos por Malvinas, son un reflejo de esa impotencia del estado argentino que en el último caso citado, se han traspolado a un empoderamiento de las minúsculas e irrelevantes autoridades coloniales “Kelper”.

Al día de hoy y acorde con la actual realidad global, las diferencias ideológicas entre izquierdas y derechas son inexistentes y solo son patomimas utilizadas por los dirigentes políticos como meras alegorías sin sentido que unos y otros usan para tratar -a los ojos de la opinión publica- de desacreditarse mutuamente. Muestras de estas patéticas formas de pensar las vemos cuando algunos periodistas, intelectuales e influyentes informadores de medios insignes, para tratar de fundar sus criticas usan arquetipos línguisticos de la guerra fría tratando de presentar a los “EEUU y la UE” como los buenos y a “Rusia, China y países islámicos como Irán” -con una acostumbrada aversión al Islam- como los malos, una irreverencia maniquea que actualmente se traspoló al origen de las vacunas contra el COVID-19 que de acuerdo a quienes sean sus fabricantes, afirman (sin pruebas acabadas y con una notoria malicia) de que son “veneno” o “no sirven para nada”. Ello además de la sintonía ideológica con los intereses anglófilos (entreverados por el sionismo), demuestra el atraso y el anacronismo que estanca el pensamiento político argentino, sustentado en estos falsos contendores (simulando enfrentamientos) que ya han quedado en evidencia, ser caras de la misma moneda. Tanto unos como otros, terminan negociando con Washington.

Pero sabemos que muchos de los políticos más experimentados y con años dentro del escenario de la cosa pública son conscientes de esta falacia y solo se mueven al son de la correntada política del momento. Miren si no al ex mandatario y gobernador de la provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde quien en los noventas fue el vice del corrupto gobierno de Carlos Menem, hoy pareciera posicionarse como un líder de la decencia, un peronista “moderado” contra los peronistas seudo-izquierdistas de Cristina Fernández de Kirchner. Pero todo eso es un gran montaje escénico y parte de los medios ayudan a mantener esa ilusión. En cierto sentido, los políticos argentinos y sus lideres sociales se comportan como los neoconservadores estadounidenses quienes poco les importa ser demócratas o republicanos siempre que cualquiera de estas opciones los coloque en el centro del poder.

Pero esta analogía es exageradamente extravagante ya que más bien podriamos catalogar a estas elites argentas como simplemente oportunistas y parasitarias ya que carecen de objetivos estratégicos previamente planificados sin más aspiraciones ni objetivos, que la conquista del poder para satisfacer necesidades y ambiciones propias e inmediatas. En este sentido el asistencialismo (que tuvo su origen en la caja PAN del gobierno de Alfonsín) se convirtió en una política de estado que hoy lleva a que, tras años de dádivas y victimismo social, se hayan formado ejércitos de piqueteros y desocupados transgeneracionales quienes sin rodeos y organizados por cuadros de dirigentes sociales (altamente profesionalizados) presionan en las calles por el aumento de sus subsidios.

A contracara de esto, hay una gran parte de la población que vive de su trabajo (que no cobran del estado y pagan sus impuestos) se ve en la desazón y la desesperanza producto de una crisis económica inédita y de la presión impositiva insoportable enmarcada en la calamidad de una pandemia de la cual ningún -vale dejarlo en claro- “experto” (incluyendo la OMS) ha sabido prevenir o explicar como se ha ido propagando, pero mucho menos, junto a los estados quiere investigar de dónde surgió realmente.

En última instancia esta situación del estado de no estado la vemos en la continua desinteligencia y las contradicciones que se han visto entre el estado federal y las jurisdicciones provinciales y de estas a su vez con sus correspondientes municipios cuando tratan de articular políticas de seguridad (reflejadas en el enfrentamiento entre el Ministro de Seguridad bonaerense y su homologa federal) y sanitarias dentro del territorio nacional. A la sazón de ello, el oficialismo para tratar de tapar su falta de autoridad apela a la perorata del federalismo y el progresismo como una forma de tapar su impericia y falta de carácter para hacer cumplir sus mandatos.

Puertas adentro del mismo partido de gobierno, los tironeos entre los “moderados” del presidente Alberto Fernández y los “extremos” de  La Campora subordinados a la vicepresidente Cristina Fernández, causan más fisuras a la ya precaria convivencia entre peronistas y kirchneristas.

En medio de esto y fuera del tratamiento mediático, va creciendo la pugna entre un sector retrogrado del peronismo denominado “K” (representado por La Campora) que presuntamente trata de establecer nexos con Oriente (Rusia y China) y otro que se autoproclama “democrático y liberal” que, pese a la máscara de un supuesto republicanismo se apoyan o más bien anhelan hacerlo, en una ambiciosa planificación global que no casualmente encabeza el actual mandatario en La Casa Blanca y que tiene su correlato en Gran Bretaña con el BREXIT y que se ha potenciado con la ambiciosa agenda últimamente anunciada por Boris Johnson enfocada a trabajar por retomar su sitial de potencia global, obviamente secundando a EEUU. Ante esta realidad imperante ¿Qué hace o hará el estado argentino?, ¿Podrá hacer algo?