jueves, 22 de marzo de 2018

VETERANOS  DE AYER




“OTRO DOBLEZ DE LA TORMENTA DEL DESIERTO”

No terminan de emerger detalles de las implicancias de la Guerra del Golfo Pérsico de 1991




Por Dany Smith y Javier B. Dal
Si hay una historia que curiosamente el cine estadounidense se abstenido de contar con amplitud y sensacionalismo ha sido la primera guerra del Golfo Pérsico de 1991, y es que quien se encargue de escribir un guión aceptable para que EEUU caiga parado ante un público mundial muy descreído, habría que llamar a un especialista de los relatos y efectos especiales en las películas de ciencia ficción como Steven Spielberg, George Lucas o al inolvidable Paul Verhoeven.

Pese a la importancia que revistió en la historia contemporánea y las consecuencias que ella tuvo para una importante parte de la humanidad, los historiadores y cronistas de la época son bastantes reticentes en dar parte de la versión del otro lado de la trinchera y revelar ante los ánimos de las nuevas generaciones, lo que ha sido la campaña de la política exterior estadounidense y sus luctuosas consecuencias que vista a la distancia, no puede explicarse sin un fuerte contenido de abstracciones y muchas mentiras.

Como dijimos, muchas cosas nunca trascendieron y otras solo en parte. Fue una guerra muy bien vendida al público, la primera de marketing televisivo con comerciales y sponsors que combinaron los relatos de suspenso de los periodistas norteamericanos e imágenes estáticas, casi siempre, de algún avión en preparativos para salir desde portaaviones como el “USS Midway” o donde hubieran reporteros de las cadenas de TV (Como CNN en el Hotel Al Rasheed en Bagdad). Fue la primera guerra en vivo, con 24 horas al día de cobertura en la que no se mostro nada. Todo era un gran escenario con un gran decorado y detrás de él, lo que sucedía era mucho muy diferente.

Lo mismo el origen de este conflicto. La versión de la Casa Blanca sobre su sorpresa por el acto llevado a cabo por el malvado “dictador iraquí, solo fue una actuación del histrionismo de George H. Bush, experto en los engaños y juegos sucios tras décadas como jefe de la CIA. Muy seguro de que repetiría el paseo de Panamá un año antes, “Georgie” solo culmino la fase preparatoria de una crisis en la que Washington tuvo mucho que ver. En las penumbras de los salones donde se discutieron como se procedería contra Iraq, nada salió de una deliberación del momento o planes que allí se elaboraron, todo estaba meridianamente previsto, tal como lo han señalado algunos autores como George Friedman quién entre otras cosas señala en su libro “America`s Secret War”, solo vieron que era el momento oportuno para terminar con ese socio tan útil contra Irán.

Pero el desafío para actuar contra Iraq era complicado. Aunque los gobiernos de los países –salvo Irán- que rodeaban al país árabe podían colaborar amistosamente (o más bien interesadamente) con Washington, una campaña militar como la proyectada por la administración Bush no solo requería de mucha ayuda material sino lo más importante, una costosa financiación.  EEUU no iba a correr solo con los gastos y fue por ello que recordó que estaba Naciones Unidas, un organismo al que pocas veces obedeció pero esta vez sería útil para reclutar incautos.  Y aunque no logró poner las operaciones –que en realidad el Pentágono no quería- bajo un mandato de la ONU, fue suficiente para que se movilizara una cuantiosa fuerza que le sirvió para presionar y preparar lo que sería la fase bélica contra Iraq. Igualmente no todos los países que se alinearían detrás de Washington  pondrían dinero para las operaciones, sino algo mucho más valioso e impagable como era la vida y los recursos de cada uno de ellos.

El principal aportante financiero después de Kuwait sería Arabia Saudita, quien horrorizada por la posibilidad de que Saddam Hussein les cayera encima, no dudaron en aceptar todo lo que Washington puso ante sus ojos, entre algunas cuestiones, las supuestas fotos satelitales que la inteligencia estadounidense que supuestamente  mostraban una concentración en la frontera noreste de aproximadamente unos 140.000 soldados iraquíes y 1200 tanques, fueron inventos los cuales jamás existieron pero sirvieron para convencer al el rey Fahd Bin Abdulaziz de que EEUU debía protegerlos del “malvado Saddam”.

En si la campaña se pagaba sola, como comento algún funcionario del Departamento de Estado de aquel entonces. Uno de los principales gastos para movilizar todo un ejército ya estaba cubierto e incluso, estaba disponible en toda la región y nos referimos al combustible. Pero eso solo para los vehículos ¿Y qué había de toda la carga y el aprovisionamiento que debía movilizarse al frente? ¿Cuál sería la ruta de aprovisionamiento para que los planes del Pentágono pudieran ser viables? Estas cuestiones rompieron las cabezas de los estrategas militares hasta que hallaron la respuesta con el General William Gus Pagonis, un experto en logística quien además de brindar ésta solución a bajos costos, le dio el protagonismo central a la marina para encargarse de proveer la ruta de aprovisionamiento rápida, eficiente y continua en el Teatro de operaciones naval (NAVCENT). El problema no era surtirse de pertrechos, armas, municiones y suministros médicos (que estaban en bases como Diego García en el Índico), sino llevarlos intactos al frente.

Fue en ese sentido que Pagonis le ahorro al Pentágono y al Tesoro de los Estados Unidos varios cientos de millones de dólares ya que, empleando a las Armadas extranjeras que se unieron a la Coalición realizaron el trabajo que a su propia Armada pudo haberla saturado desviándola de sus funciones principales. Incluso si Saddam hubiera tomado la iniciativa atacando apenas fueron llegando las naves al golfo a comienzos del mes de septiembre de 1990, la guerra pudo haber tenido otro matiz y seguramente el mayor número de las bajas las hubieran puesto los aliados de los EEUU.

El papel de la Armada para integrar el desarrollo de los planes de batalla que se desarrollarían primordialmente en tierra, sería esencial no solo por el papel central de mantener en pie la línea logística ininterrumpida sino además, por el hecho de que el espacio aéreo sobre las aguas del golfo debían estar bien vigilados por los sofisticados sistemas AEGIS de las corbetas y fragatas más equipadas de la Armada aliada quienes a su vez, tenían que tener respaldo de fuego por otros grupos de tareas pertenecientes a otras Armadas que se avocaban a las tareas de vigilancia e interdicción.

Además la marina debía asegurar la seguridad de las aguas y los puertos del Golfo central a los fines de que todas esas cargas fluyeran ininterrumpidamente para circular rápida y libremente a los frentes terrestres que se estaban formando en el noreste de Arabia Saudita. Según los informes que contaba el Comando central (CENTCOM) al comienzo de la crisis los iraquíes tenían una capacidad de daño suficiente para haber obstaculizado el desarrollo de esta campaña. Es más, la historia naval estadounidense comenta en su sitio www.history.navy.mil  que la aviación iraquí que fue desplegada en Kuwait estaba a pocos minutos de los principales puertos sauditas y pudo haber tenido, entre otros objetivos, la iniciativa para bloquear el acceso del estrecho de Ormuz.

Algunos incluso especulan que si la aviación iraquí hubiera implementado las tácticas de los argentinos en la Bahía de San Carlos contra las británicos en 1982, las dificultades hubieran sido imprevistas y las bajas intolerables.  


Es por ello que, de no haberse desplegado todo el operativo naval en aquella zona, en la boca de entra del estrecho y que ayudo a los esfuerzos políticos para presionar a Bagdad, las posibilidades de una falla de seguridad para proteger a la ruta de convoyes, hubiera sido aprovechada por los iraquíes y quién sabe, por los iraníes quienes no simpatizaban con la molesta visita de los norteamericanos y británicos principalmente.

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