VETERANOS DE AYER
“OTRO DOBLEZ DE LA TORMENTA DEL DESIERTO”
No terminan de emerger detalles de las implicancias de la Guerra del Golfo Pérsico de 1991
Por Dany Smith y Javier B. Dal
Si hay una historia
que curiosamente el cine estadounidense se abstenido de contar con amplitud y
sensacionalismo ha sido la primera guerra del Golfo Pérsico de 1991, y es que
quien se encargue de escribir un guión aceptable para que EEUU caiga parado
ante un público mundial muy descreído, habría que llamar a un especialista de
los relatos y efectos especiales en las películas de ciencia ficción como
Steven Spielberg, George Lucas o al inolvidable Paul Verhoeven.
Pese a la importancia que revistió en la historia contemporánea y
las consecuencias que ella tuvo para una importante parte de la humanidad, los
historiadores y
cronistas de la época son bastantes reticentes en dar parte de la versión del
otro lado de la trinchera y revelar ante los ánimos de las nuevas generaciones,
lo que ha sido la campaña de la política exterior estadounidense y sus
luctuosas consecuencias que vista a la distancia, no puede explicarse sin un
fuerte contenido de abstracciones y muchas mentiras.
Como dijimos, muchas cosas nunca trascendieron y otras solo en
parte. Fue una guerra muy bien vendida al público, la primera de marketing
televisivo con comerciales y sponsors que combinaron los relatos de suspenso de
los periodistas norteamericanos e imágenes estáticas, casi siempre, de algún
avión en preparativos para salir desde portaaviones como el “USS Midway” o
donde hubieran reporteros de las cadenas de TV (Como CNN en el Hotel Al Rasheed
en Bagdad). Fue la primera guerra en vivo, con 24 horas al día de cobertura en
la que no se mostro nada. Todo era un gran escenario con un gran decorado y
detrás de él, lo que sucedía era mucho muy diferente.
Lo mismo el origen de este conflicto. La versión de la Casa Blanca
sobre su sorpresa por el acto llevado a cabo por el malvado “dictador iraquí,
solo fue una actuación del histrionismo de George H. Bush, experto en los
engaños y juegos sucios tras décadas como jefe de la CIA. Muy seguro de que
repetiría el paseo de Panamá un año antes, “Georgie” solo culmino la fase
preparatoria de una crisis en la que Washington tuvo mucho que ver. En las
penumbras de los salones donde se discutieron como se procedería contra Iraq,
nada salió de una deliberación del momento o planes que allí se elaboraron,
todo estaba meridianamente previsto, tal como lo han señalado algunos autores
como George Friedman quién entre otras cosas señala en su libro “America`s
Secret War”, solo vieron que era el momento oportuno para terminar con ese
socio tan útil contra Irán.
Pero el desafío para actuar contra Iraq era complicado. Aunque los gobiernos
de los países –salvo Irán- que rodeaban al país árabe podían colaborar
amistosamente (o más bien interesadamente) con Washington, una campaña militar
como la proyectada por la administración Bush no solo requería de mucha ayuda
material sino lo más importante, una costosa financiación. EEUU no iba a correr solo con los gastos y
fue por ello que recordó que estaba Naciones Unidas, un organismo al que pocas
veces obedeció pero esta vez sería útil para reclutar incautos. Y aunque no logró poner las operaciones –que
en realidad el Pentágono no quería- bajo un mandato de la ONU, fue
suficiente para que se movilizara una cuantiosa fuerza que le sirvió para
presionar y preparar lo que sería la fase bélica contra Iraq. Igualmente no
todos los países que se alinearían detrás de Washington pondrían dinero para las operaciones, sino
algo mucho más valioso e impagable como era la vida y los recursos de cada uno
de ellos.
El principal aportante financiero después de Kuwait sería Arabia
Saudita, quien horrorizada por la posibilidad de que Saddam Hussein les cayera
encima, no dudaron en aceptar todo lo que Washington puso ante sus ojos, entre
algunas cuestiones, las supuestas fotos satelitales que la inteligencia estadounidense
que supuestamente mostraban una
concentración en la frontera noreste de aproximadamente unos 140.000 soldados
iraquíes y 1200 tanques, fueron inventos los cuales jamás existieron pero
sirvieron para convencer al el rey Fahd Bin Abdulaziz de que EEUU debía
protegerlos del “malvado Saddam”.
En si la campaña se pagaba sola, como comento algún funcionario del
Departamento de Estado de aquel entonces. Uno de los principales gastos para
movilizar todo un ejército ya estaba cubierto e incluso, estaba disponible en
toda la región y nos referimos al combustible. Pero eso solo para los vehículos
¿Y qué había de toda la carga y el aprovisionamiento que debía movilizarse al
frente? ¿Cuál sería la ruta de aprovisionamiento para que los planes del
Pentágono pudieran ser viables? Estas cuestiones rompieron las cabezas de los
estrategas militares hasta que hallaron la respuesta con el General William Gus
Pagonis, un experto en logística quien además de brindar ésta solución a bajos
costos, le dio el protagonismo central a la marina para encargarse de proveer
la ruta de aprovisionamiento rápida, eficiente y continua en el Teatro de
operaciones naval (NAVCENT). El problema no era surtirse de pertrechos, armas,
municiones y suministros médicos (que estaban en bases como Diego García en el
Índico), sino llevarlos intactos al frente.
Fue en ese sentido que Pagonis le ahorro al Pentágono y al Tesoro
de los Estados Unidos varios cientos de millones de dólares ya que, empleando a
las Armadas extranjeras que se unieron a la Coalición realizaron el trabajo que
a su propia Armada pudo haberla saturado desviándola de sus funciones
principales. Incluso si Saddam hubiera tomado la iniciativa atacando apenas fueron
llegando las naves al golfo a comienzos del mes de septiembre de 1990, la
guerra pudo haber tenido otro matiz y seguramente el mayor número de las bajas
las hubieran puesto los aliados de los EEUU.
El papel de la Armada para integrar el desarrollo de los planes de
batalla que se desarrollarían primordialmente en tierra, sería esencial no solo
por el papel central de mantener en pie la línea logística ininterrumpida sino
además, por el hecho de que el espacio aéreo sobre las aguas del golfo debían
estar bien vigilados por los sofisticados sistemas AEGIS de las corbetas
y fragatas más equipadas de la Armada aliada quienes a su vez, tenían que tener
respaldo de fuego por otros grupos de tareas pertenecientes a otras Armadas que
se avocaban a las tareas de vigilancia e interdicción.
Además la marina debía asegurar la seguridad de las aguas y los
puertos del Golfo central a los fines de que todas esas cargas fluyeran
ininterrumpidamente para circular rápida y libremente a los frentes terrestres
que se estaban formando en el noreste de Arabia Saudita. Según los informes que
contaba el Comando central (CENTCOM) al comienzo de la crisis los iraquíes
tenían una capacidad de daño suficiente para haber obstaculizado el desarrollo
de esta campaña. Es más, la historia naval estadounidense comenta en su sitio www.history.navy.mil que la aviación iraquí que
fue desplegada en Kuwait estaba a pocos minutos de los principales puertos
sauditas y pudo haber tenido, entre otros objetivos, la iniciativa para
bloquear el acceso del estrecho de Ormuz.
Algunos incluso especulan que si la aviación iraquí hubiera
implementado las tácticas de los argentinos en la Bahía de San Carlos contra
las británicos en 1982, las dificultades hubieran sido imprevistas y las bajas
intolerables.
Es por ello que, de no haberse desplegado todo el operativo naval
en aquella zona, en la boca de entra del estrecho y que ayudo a los esfuerzos
políticos para presionar a Bagdad, las posibilidades de una falla de seguridad
para proteger a la ruta de convoyes, hubiera sido aprovechada por los iraquíes
y quién sabe, por los iraníes quienes no simpatizaban con la molesta visita de
los norteamericanos y británicos principalmente.
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