VETERANOS DE AYER
“AQUEL EXTRAÑO
ACOMPAÑANTE DEL T.88”
Un supuesto episodio de pos guerra del Golfo Pérsico que demostraría el temor latente que Londres mantenía sobre la presencia argentina en aquel conflicto
Por Dany Smith (Contact to: DASMITHS@OUTLOOK.COM)
Era a mediados
del mes de abril de 1991 cuando la escuadra naval argentina que volvía de su participación
en la guerra del Golfo Pérsico, no advertía que desde lejos y muy discretamente
venían siendo observados por uno de los
“aliados” con quienes habían compartido tareas en aquella guerra. Con la mayor
discreción y sin menospreciar la capacidad demostrada por los marinos argentinos en aquella guerra, los
ojos británicos observaban con sigilo el regreso a casa de sus viejos rivales. Según informes “reservados” de la real
inteligencia naval que fueron ventilados en internet, estaban siendo seguidos
por el submarino británico HMS “Tireless” que obviamente no operaba por cuenta
propia. Habiendo pasado el ecuador, el destructor “ARA Alte Brown” y la corbeta
“ARA Spiro” navegaban a velocidad crucero sin las preocupaciones y lejos de los
nervios que habían soportado en aquellos meses en el duro Teatro de Operaciones
en Kuwait, sin advertir que habían entrado en zona de la jurisdicción de la
OTAN bajo el control de la base británica de la RAF que se halla en la isla
Ascensión.
Pese a que la guerra por Malvinas había terminado hacía casi una
década, extraoficialmente los británicos no tomaron con muy buen agrado la participación
argentina en el Golfo Pérsico. Aunque al principio menospreciaron la
posibilidad de que Argentina pudiera ofrecer algún aporte valorable a la misión, el
tiempo terminó demostrándoles que pese a la crisis interna que pasaban, sus
capacidades operativas terminaron siendo destacables. Eso llevaría a que tras
la finalización de la operación “Tormenta del Desierto”, los cerebros de Royal Navy tras sus informes
al Foreing Office, se decidiera echar un ojo más cerca a éstos
circunstanciales aliados. No se trataba
de una cuestión de sentimentalismos nacionalistas o de patriotismo –del cual
los británicos no hacen mucho caso-. Las objeciones, especialmente
provenidas de los sectores castrenses y del Ministerio de defensa de entonces,
se fundaban en que la inserción de Argentina en semejante contexto, podría
darle ínfulas y muy buen crédito a la vista de los norteamericanos. Otro de los
temores estaba en el posible acercamiento institucional entre las armadas norteamericana
y argentina que pudiera culminar con la adquisición de nuevos equipos y navíos
más modernos.
La guerra había terminado pero para los británicos, los argentinos
seguían siendo una seria preocupación para sus intereses en el extremo sur. Fue
tras el final de aquella contienda, que Londres reforzó su presencia naval y
aérea en las islas con el respaldo estratégico de la OTAN. A pesar de que
también el Foreing Office puso el
grito en el cielo cuando se entero que una fuerza naval argentina participaría
en las operaciones del Medio Oriente, la administración de George H. Bush por intermedio
del Departamento de Estado y el entonces jefe del Estado Mayor Conjunto General
Collin Powel, llamaron a la moderación de sus colegas británicos y a tolerar
las nuevas reglas de juego que se ponían en marcha. “Los argentinos ahora son
nuestros aliados…y deben ser tratados como tales” –habría dicho Powell a su
homologo británico- en una de las reuniones que se celebraron para la
coordinación de las operaciones en marcha. A contraparte de esta postura en la
que Washington buscaba solo, juntar cuantos aliados pudiera, Londres y en
especial el Ministerio de Defensa ante la realidad imperante, no dejarían pasar
la oportunidad para estudiar de cerca a los enemigos íntimos más dañinos de
finales de siglo.
Según varios informes que fueron calificados como “clasificados”
por el organismo de inteligencia que operaba en el teatro de operaciones y que
estaba dirigido y coordinado por cerebros estadounidenses, no dejaron pasar las
continuas maniobras de observación y de vigilancia indirecta que los británicos
realizaban por su cuenta sobre las dos unidades argentinas que se hallaban
desplegadas en el sur de aquel escenario.
En algunos pasajes de uno de estos
documentos se señala que mediante la observación con prismáticos de alto poder
se hubo estado controlando las tareas y movimientos del destructor “Alte.
Brown” y la corbeta “Spiro”. Como los norteamericanos controlaban las
comunicaciones y el sistema de vigilancia electrónica por satélite, fue
imposible para los británicos tratar de usar esos recursos para escudriñar impertinentemente
dentro de las naves argentinas. Fue por eso que debieron echar mano a las viejas herramientas del espionaje militar. Las
mismas se habrían realizado día y noche (con prismáticos NIGHT-SCOPE y señales
de luces) desde vuelos de helicópteros y desde buques como el hospital flotante
“HMS Argus” y el destructor “HMS Cardiff”, elaborando un informe pormenorizado que
sería entregado a Londres a finalizar la campaña. Precisamente, éste destructor que era de la
misma clase de los gloriosos “ARA Hércules” y “ARA Santísima Trinidad” había
sido parte en la guerra de Malvinas en 1982, operó muy cerca del grupo
argentino.
Pero las indagaciones sobre las actividades de los argentinos y de
su material naval, fueron más allá de las aguas del Golfo y según continuaba el
informe, era parte de éstas operaciones, que un submarino siguiera en detalle
la travesía que realizarían para la vuelta. Algunas versiones agregaban que los
comandantes de la Royal Navy en “WhiteHall” no estaban muy de acuerdo con esta
operación y que de no haber una orden firmada por la propio ministro (John
Major), había que insistir con su innecesariedad. Pero las ordenes políticas del Foreing
Office parecieron imponerse por sobre las cautelas de los altos oficiales
navales.
Según esta versión, la operación británica tenía que pasar
inadvertida tanto para los argentinos como para los EEUU ya que si eran
descubiertos podría causar un incidente diplomático dándole argumentos a Buenos
Aires para apelar a la mediación de Washington y una posible reactivación del
tan molesto y ácido tema de la soberanía que
a esa altura el gobierno de Menem ya había congelado con los llamados
acuerdos de Madrid firmados entre julio de 1989 y febrero de 1990 que se
complementaria con el –muy poco conocido- acuerdo firmado el 11 de
diciembre de 1990 nominado como el “Acuerdo de Londres”. Era por esta delicada circunstancia que sus
movimientos deberían ser tan sigilosos como discretos.
Cuando entraran a aguas de países de la OTAN debían mantenerse
fuera del alcance de sus sonares y no despertar sospechas ya que ni los
norteamericanos y menos aún la OTAN estaba al tanto de estas pesquisas. De esta forma el submarino “HMS Tireless” que
se encontraba en reparaciones en Gibraltar fue asignado a la tarea de
interceptar a los objetivos argentinos en las proximidades de las islas
Canarias y desde allí seguirlos hasta su llegada a Puerto Belgrano en la
Argentina. Sobre la nave que persiguió a
la escuadra argenta, surgen algunos contrasentidos ya que otros informes de
inteligencia de la época señalaban que el submarino que se hallaba presente a
la fecha en la ruta de las naves argentinas y que fue detectado tras el cruce
del ecuador era el “HMS Superb” que se
hallaba operando al norte de la isla de Ascensión a unas 6 millas de “English
Bay”.
El reporte de un helicóptero “Sea Linx” de la Royal Navy con base
en Ascensión, dio cuenta que el 11 de abril de 1991 cuando patrullaba por las
aguas del norte de la isla habría avistado a uno de los buques argentinos que
preparaba su derrota hacía puertos brasileros, presumiblemente Fortaleza o Natan.
Continuando con este reporte, la tripulación del helicóptero ni los mandos en
la base de la RAF de la isla, estaban al tanto del seguimiento que se estaba
haciendo. Aunque el hecho es bastante
dificultoso por la distancia que se asegura el contacto visual, lo cierto es
que en esos momentos un submarino británico ya estaba siguiendo con mucha
cautela y a una distancia prudente al convoy.
Según revelan otras fuentes, el desarrollo de la operación solo
estaba en conocimiento del capitán del submarino, el Comodoro Christopher Craig
y el entonces responsable del Foreing Office Douglas Hurd, quienes solo
mantuvieron contactos informativos mediante reportes escritos a sobre cerrado y
las conclusiones volcadas en el informe. Sobre los pormenores de éste, las
fuentes dieron a conocer algunos de los puntos que involucraba la tarea de
seguimiento a los argentinos. Se trataba de un cuestionario que tenía puntos desde
la identificación de tripulantes que habían participado en la guerra de
Malvinas hasta la evaluación del desempeño de las tripulaciones, estado de sus
equipos, armamento, pericia sobre sus tareas, grado de profesionalismo y ánimo
advertible calificándolo con una tabla numérica del 1 al 5; estado de sus
helicópteros embarcados y posibles modificaciones advertibles; ¿Qué armas
portaban y si tenía misiles, origen, tipo, clase, y detalles de su apariencia
física?; estado de su electrónica y contramedidas; sistemas de radar y posibles
mejoras en general etc, etc, etc.
Una última observación a lo que planteaba esta operación y según lo
indicó la fuente que filtró esta información, el objetivo último y más
trascendente de esta “Task Force” habría sido conocer si la Armada argentina
mantenía alguna capacidad ofensiva o posibles perspectivas de que pudiera
amenazar a sus instalaciones militares en Malvinas, Georgias y Sandwichs del
sur.
Para algunas fuentes, la decisión tomada por los británicos fue
impulsada por una obvia necesidad de testear o quizás mejor dicho, de verificar
directamente y sin intermediarios el estado operativo de su enemigo sudamericano
que sorpresivamente había pasado a ser un estrecho colaborador de Washington. Aunque
su curiosidad pudo haberse satisfecho con un pedido de informe a sus colegas
norteamericanos sabían que era muy posible que solo le informaran pormenores
que no tenían la mínima importancia para “Asuntos exteriores”. Para la
mentalidad inglesa, el gobierno de Menem y su aparente vuelco hacia la OTAN
supuso que los argentinos se traían algo bajo la manga y así era, querían
cerciorarse de que se trataba.
Este raro episodio de espionaje en momentos que justamente se
derrumbaba la URSS y con ella, todo aquel escenario de la guerra fría que se
caracterizo precisamente en décadas que insumieron incontables recursos
destinados al espionaje y contraespionaje, fue enterrado y mantenido bajo el más absoluto secreto en los
polvorientos archivos de la Real Inteligencia Naval que luego de 25 años,
vinieron a salir a la superficie por mera casualidad o tal vez, por la el
accionar de manos impertinentes que ha ayudado a desclasificar miles de
documentos que hoy pululan por el internet.