“MALVINAS
Y LA OTAN”
La
incumbencia que permitió a Gran Bretaña sobreponerse de una advertible derrota.
Por Charles H. Slim
Hace
40 años la república Argentina llevaba adelante la “Operación Rosario” (en
homenaje a la virgen del Rosario) con la finalidad de recuperar de la ocupación
británica las Islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Sur. Para la gran
mayoría, una gesta patriótica que le sigue haciendo sombra a la corrupta clase
partidocrática nacional y para otros el intento desesperado y doloso de una
junta militar por perpetrarse en el poder. Sin lugar a dudas y más allá de
estas posiciones, la guerra por Malvinas fue uno de los hechos trascendentales
en las postrimerías del siglo pasado y una bisagra en la historia contemporánea
argentina que marcaría a fuego no solo a la sociedad sino también al destino
del país.
El desenlace de la guerra en junio de 1982 conllevó al
regreso de elecciones para conformar un gobierno civil en el marco de la tan
proclamada democracia, hito que sin dudas fue usufructuado por la clase
política que aprovechando este episodio, se consolido en el poder hasta el
presente. Aquella conclusión quedó rubricada y condicionada con las gestiones
del gobierno de Menem mediante los infames “Tratados de Madrid” firmados entre
1989 y 1990 que son cadenas invisibles que mantienen en estado de coma el
reclamo de soberanía y al mismo tiempo condicionan un desarrollo plenamente
libre y autónomo.
Pero a pesar de la miseria política que represento
este aprovechamiento mezquino y circunstancial (del cual Margaret Thatcher hizo
expresa mención) esta gesta trascendió toda las barreras ideológicas y
generacionales pese a la fractura existente y los intentos de esa misma clase
política por desvirtuarla. Pero más allá de lo militar ¿Por qué se perdió esa
guerra?
Durante años y en especial durante el primer período
de la democracia encabezada por Raúl Alfonsín y su coordinadora de
filibusteros, todo lo vinculado a Malvinas fue férreamente censurado. De la
mano de un proceso político de desestructuración y paulatino desarme de las
Fuerzas Armadas, se ocultó no solo a sus combatientes (conscriptos y de los cuadros)
sino que se desinformo de forma descarada y cobarde sobre las implicancias que la
OTAN tuvo en el conflicto. Y la explicación era clara, no había que molestar a
quienes -desde Londres y Washington- de alguna manera les habían beneficiado.
Esto siempre fue un tabú en los medios nacionales que (como de costumbre) se mueven
al compás de lo “políticamente correcto”.
En aquel entonces la Argentina no solamente enfrentaba
al Reino Unidos sino también -a excepción de Italia e Irlanda- a toda la
CEE, a EEUU en fin, a la OTAN. No solamente cooperarían militarmente tras
bambalinas (proveyendo municiones, misiles e inteligencia) sino que darían su
apoyo político incondicional mediante la presión diplomática y la aplicación de
sanciones económicas sobre las importaciones como forma de generar la presión
interna. Pero no solo los miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE) se plegaron
a Londres sino todo el Commonwealth incluyendo a New Zelanda y Australia miembros
de “Five-Eyes Agency”, la agencia de inteligencia electrónica trans hemisférica
que durante el conflicto opero contra la Argentina.
Igualmente y pese a estos poderosos factores en favor
de los británicos el daño infringido a la Real Flota fue sin dudas superlativo.
Desde la mirada de la clase política y el
intelectualismo liberal anglófilo (algunos de ellos con sus culos muy cómodamente
sentados en EEUU), la derrota ya era un hecho esperable y la culpa de todo era
los militares e incluso acusando al entonces presidente el General Leopoldo
Galtieri de ser un borracho improvisado. Todo esto obviamente, al finalizar la
guerra y cuando los militares ya no estaban en el poder. Si bien a primera
vista (y tras la derrota) estas acusaciones surgieron muy convenientes, estas
argumentaciones son falsas dado que ni hubo improvisación ni Galtieri tomaba
alcohol.
Como suele suceder con las miradas efectista y
superficiales de los medios, atender a las consecuencias sin abordar las causas
de ellas ha sido una de las constantes inconsecuencias que ha llevado a estos
juicios ligeros en la historia.
Detrás de la recuperación de las islas del atlántico
sur hubo toda una ingeniería político-diplomática entretejida y muy bien
pensada. También y ello no suele tomarse en cuenta, existía una realidad
geopolítica marcada por una bipolaridad hemisférica que se conocía como “guerra
fría” y que condicionaba a todos los estados. En aquellos momentos la realidad
de una amenaza nuclear pendía sobre el mundo como la espada de Damocles. En ese
entonces, las naciones ubicadas geográficamente al occidente del mapa debían
alinearse a los EEUU y la OTAN y quienes estaban al oriente quedaban bajo el
ejido de la URSS y el Pacto de Varsovia. Argentina se mantuvo obediente a este
diagrama y por ello sus FFAA -junto a las de toda la región- hacían la
voluntad del Pentágono y del Departamento de Estado.
Si bien la Argentina representaba una de las FFAA más
importantes de la región (Sudamérica) no formaba parte de la OTAN obviamente
porque a Washington no le interesaba su membrecía aunque ello no significaba
que no le sirviera. Para Washington y la OTAN los gobiernos militares latinoamericanos
fueron peones en aquel tablero y como tales, sacrificables en el momento que
mejor convenga. Es por eso que no habría sido nada extraño que tras el
incumplimiento del Tratado de Asistencia Recíproca TIAR (que significó el apoyo
de EEUU al Reino Unido) el mismo Secretario de Estado norteamericano Alexander
Haig le haya dicho a un desconcertado canciller Nicanor Costa Méndez “nada
personal, así son las cosas amigo”.
Si Argentina no ejecutaba un acto de reclamación
efectiva (algo más que una simple protesta), el paso del tiempo le daría al
Reino Unido una usucapión (adquisición por prescripción) que aunque ilegítima
(por haber surgido de la usurpación de 1833) le habría bastado para rechazar
cualquier clase de reclamo político y diplomático posterior ante las instancias
internacionales incluso alegando que su posesión fue adquirida por el carácter
de “terra nullius” de las islas. La acción de recuperar temporalmente la
posesión de las islas (durante los 74 días que duró la guerra) ha dejado en
claro que la ocupación británica no ha sido pacifica ni tolerada por el estado argentino.
En cuanto a las incumbencias de la OTAN en la guerra,
fueron más allá del mentado “apoyo moral” a Londres. Las mismas se vieron reflejadas en la
provisión de la cobertura necesaria para que Gran Bretaña pudiera sostener y
proteger el extenso tren logístico que representó mover su Task Force a un
teatro insular a más de 8000 millas ¿Motivos para este apoyo incondicional? La previsión
de una importancia estratégica preconcebida del Atlántico sur en el siglo
venidero. Eso lo podemos ver hoy con el control absoluto de las aguas
navegables argentinas por parte de Gran Bretaña y la OTAN con base en las islas
en detrimento de la soberanía política y económica argentina.
Quizá sea una verdad irrefutable que el gobierno
militar argentino y el mismo General Galtieri hayan pecado de crédulos al
esperar que Washington les iba a tender una mano contra Londres, pero hay algo
que es cierto y que se mantenido muy callado es como desde los estamentos en
Washington se les arengó para que emprendieran esta campaña. Si lo hicieron para
que los argentinos (como dice un dicho) “pisaran el palo” y deshacerse de la
junta militar que ya no les era útil o porque apoyaban sinceramente una posible
solución negociada (a través de la CIA) con Londres sobre una soberanía
compartida sobre las islas del Atlántico sur, es algo que quedará en la
anécdota pero si una cosa es cierta, hoy, aquellos que sucedieron a quienes
palmeaban la espalda del “General majestuoso” (como le decían a Galtieri en
Washington) son quienes han gestado las intervenciones, guerras y que como la
actual existente entre Rusia y Ucrania, involucran intereses que importan en
último sentido a la OTAN.