jueves, 31 de marzo de 2022

 

“MALVINAS Y LA OTAN”

La incumbencia que permitió a Gran Bretaña sobreponerse de una advertible derrota. 

 

Por Charles H. Slim 

Hace 40 años la república Argentina llevaba adelante la “Operación Rosario” (en homenaje a la virgen del Rosario) con la finalidad de recuperar de la ocupación británica las Islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Sur. Para la gran mayoría, una gesta patriótica que le sigue haciendo sombra a la corrupta clase partidocrática nacional y para otros el intento desesperado y doloso de una junta militar por perpetrarse en el poder. Sin lugar a dudas y más allá de estas posiciones, la guerra por Malvinas fue uno de los hechos trascendentales en las postrimerías del siglo pasado y una bisagra en la historia contemporánea argentina que marcaría a fuego no solo a la sociedad sino también al destino del país.

El desenlace de la guerra en junio de 1982 conllevó al regreso de elecciones para conformar un gobierno civil en el marco de la tan proclamada democracia, hito que sin dudas fue usufructuado por la clase política que aprovechando este episodio, se consolido en el poder hasta el presente. Aquella conclusión quedó rubricada y condicionada con las gestiones del gobierno de Menem mediante los infames “Tratados de Madrid” firmados entre 1989 y 1990 que son cadenas invisibles que mantienen en estado de coma el reclamo de soberanía y al mismo tiempo condicionan un desarrollo plenamente libre y autónomo.

Pero a pesar de la miseria política que represento este aprovechamiento mezquino y circunstancial (del cual Margaret Thatcher hizo expresa mención) esta gesta trascendió toda las barreras ideológicas y generacionales pese a la fractura existente y los intentos de esa misma clase política por desvirtuarla. Pero más allá de lo militar ¿Por qué se perdió esa guerra?

Durante años y en especial durante el primer período de la democracia encabezada por Raúl Alfonsín y su coordinadora de filibusteros, todo lo vinculado a Malvinas fue férreamente censurado. De la mano de un proceso político de desestructuración y paulatino desarme de las Fuerzas Armadas, se ocultó no solo a sus combatientes (conscriptos y de los cuadros) sino que se desinformo de forma descarada y cobarde sobre las implicancias que la OTAN tuvo en el conflicto. Y la explicación era clara, no había que molestar a quienes -desde Londres y Washington- de alguna manera les habían beneficiado. Esto siempre fue un tabú en los medios nacionales que (como de costumbre) se mueven al compás de lo “políticamente correcto”.

En aquel entonces la Argentina no solamente enfrentaba al Reino Unidos sino también -a excepción de Italia e Irlanda- a toda la CEE, a EEUU en fin, a la OTAN. No solamente cooperarían militarmente tras bambalinas (proveyendo municiones, misiles e inteligencia) sino que darían su apoyo político incondicional mediante la presión diplomática y la aplicación de sanciones económicas sobre las importaciones como forma de generar la presión interna. Pero no solo los miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE) se plegaron a Londres sino todo el Commonwealth incluyendo a New Zelanda y Australia miembros de “Five-Eyes Agency”, la agencia de inteligencia electrónica trans hemisférica que durante el conflicto opero contra la Argentina.

Igualmente y pese a estos poderosos factores en favor de los británicos el daño infringido a la Real Flota fue sin dudas superlativo.

Desde la mirada de la clase política y el intelectualismo liberal anglófilo (algunos de ellos con sus culos muy cómodamente sentados en EEUU), la derrota ya era un hecho esperable y la culpa de todo era los militares e incluso acusando al entonces presidente el General Leopoldo Galtieri de ser un borracho improvisado. Todo esto obviamente, al finalizar la guerra y cuando los militares ya no estaban en el poder. Si bien a primera vista (y tras la derrota) estas acusaciones surgieron muy convenientes, estas argumentaciones son falsas dado que ni hubo improvisación ni Galtieri tomaba alcohol.

Como suele suceder con las miradas efectista y superficiales de los medios, atender a las consecuencias sin abordar las causas de ellas ha sido una de las constantes inconsecuencias que ha llevado a estos juicios ligeros en la historia.

Detrás de la recuperación de las islas del atlántico sur hubo toda una ingeniería político-diplomática entretejida y muy bien pensada. También y ello no suele tomarse en cuenta, existía una realidad geopolítica marcada por una bipolaridad hemisférica que se conocía como “guerra fría” y que condicionaba a todos los estados. En aquellos momentos la realidad de una amenaza nuclear pendía sobre el mundo como la espada de Damocles. En ese entonces, las naciones ubicadas geográficamente al occidente del mapa debían alinearse a los EEUU y la OTAN y quienes estaban al oriente quedaban bajo el ejido de la URSS y el Pacto de Varsovia. Argentina se mantuvo obediente a este diagrama y por ello sus FFAA -junto a las de toda la región- hacían la voluntad del Pentágono y del Departamento de Estado.

Si bien la Argentina representaba una de las FFAA más importantes de la región (Sudamérica) no formaba parte de la OTAN obviamente porque a Washington no le interesaba su membrecía aunque ello no significaba que no le sirviera. Para Washington y la OTAN los gobiernos militares latinoamericanos fueron peones en aquel tablero y como tales, sacrificables en el momento que mejor convenga. Es por eso que no habría sido nada extraño que tras el incumplimiento del Tratado de Asistencia Recíproca TIAR (que significó el apoyo de EEUU al Reino Unido) el mismo Secretario de Estado norteamericano Alexander Haig le haya dicho a un desconcertado canciller Nicanor Costa Méndez “nada personal, así son las cosas amigo”.

Si Argentina no ejecutaba un acto de reclamación efectiva (algo más que una simple protesta), el paso del tiempo le daría al Reino Unido una usucapión (adquisición por prescripción) que aunque ilegítima (por haber surgido de la usurpación de 1833) le habría bastado para rechazar cualquier clase de reclamo político y diplomático posterior ante las instancias internacionales incluso alegando que su posesión fue adquirida por el carácter de “terra nullius” de las islas. La acción de recuperar temporalmente la posesión de las islas (durante los 74 días que duró la guerra) ha dejado en claro que la ocupación británica no ha sido pacifica ni tolerada por el estado argentino.

En cuanto a las incumbencias de la OTAN en la guerra, fueron más allá del mentado “apoyo moral” a Londres.  Las mismas se vieron reflejadas en la provisión de la cobertura necesaria para que Gran Bretaña pudiera sostener y proteger el extenso tren logístico que representó mover su Task Force a un teatro insular a más de 8000 millas ¿Motivos para este apoyo incondicional? La previsión de una importancia estratégica preconcebida del Atlántico sur en el siglo venidero. Eso lo podemos ver hoy con el control absoluto de las aguas navegables argentinas por parte de Gran Bretaña y la OTAN con base en las islas en detrimento de la soberanía política y económica argentina.

Quizá sea una verdad irrefutable que el gobierno militar argentino y el mismo General Galtieri hayan pecado de crédulos al esperar que Washington les iba a tender una mano contra Londres, pero hay algo que es cierto y que se mantenido muy callado es como desde los estamentos en Washington se les arengó para que emprendieran esta campaña. Si lo hicieron para que los argentinos (como dice un dicho) “pisaran el palo” y deshacerse de la junta militar que ya no les era útil o porque apoyaban sinceramente una posible solución negociada (a través de la CIA) con Londres sobre una soberanía compartida sobre las islas del Atlántico sur, es algo que quedará en la anécdota pero si una cosa es cierta, hoy, aquellos que sucedieron a quienes palmeaban la espalda del “General majestuoso” (como le decían a Galtieri en Washington) son quienes han gestado las intervenciones, guerras y que como la actual existente entre Rusia y Ucrania, involucran intereses que importan en último sentido a la OTAN.

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