ESTADO
EN DESCOMPOSICION
¿Qué tan democrático es un estado militarista, colonialista y racista
basado sobre una teología supremacista?
Marbuti
Kalaf
La tan promocionada “democracia del Medio Oriente” va dando cabal muestra de su real naturaleza con una realidad de contrastes obscenos en la que los derechos humanos y la libertad es solo para una clase, una etnia y una religión bien determinada.
Las sociedades tienen los líderes y gobiernos que les representan y Benjamín
Netanyahu sin dudas, representa muy bien a los israelíes. Israel como estado
implantado mediante el terrorismo y el apoyo político-diplomático de Londres y
sostenido desde 1948 por los EEUU no es el epitome de ningún milagro y todas
las arbitrariedades que ha venido cometiendo ni siquiera podrían ser ocultadas
por la inteligencia artificial.
La causa palestina ya retumba en las paredes y los pasillos del Capitolio
estadounidense demostrando que el Lobie pro-israelí ya no puede ocultar las
iniquidades del estado al que defienden.
¿Puede ser democrático un régimen que invade y ocupa territorios ajenos
o amenaza de muerte o directamente asesina a quienes se ponen en su contra? La
fallecida cantante irlandesa Sidney O´Connor quien se convirtió al Islam, antes
de morir recordó cuando el actual ministro de seguridad israelí Itamar Ben Gvir
junto a su grupo de extremistas la amenazo a ella y a todos sus músicos de
muerte si tocaba en 1997 en un concierto que se llevaría a cabo en Jerusalem, o
de las continuas incursiones de colonos judíos contra la mezquita “Al Aqsa”
clamando por su destrucción, o de las continuas profanaciones de cementerios
islámicos o directamente, de los crímenes sin justicia y cometidos con total
impunidad como fue el asesinato de la periodista Shaeerin Abu Akleh.
Desde hace meses que la sociedad israelí que no es otra cosa que un
mosaico de ciudadanías extrañas a la Palestina histórica, se halla inmersa en
un tironeo intestino que va profundizando las divisiones políticas por el
control de un estado y un sistema mal concebido.
Esa pelea entre dos facciones del judaísmo (Askenazis y Sefaradies) es
la pesadilla hecha realidad para los sionistas quienes durante todo lo que va
de la existencia del estado se esforzaron por sostenerlo y presentarlo como un
monolito sagrado bajo una supuesta protección divina.
El formato democrático con el que suele presentarse en occidente de
esta implantación del nacionalismo judío, es un engañoso espejismo que ha
servido para tratar de legitimar una situación política ilegal y anacrónica que
se materializa en la ocupación y detestables usurpaciones, violaciones
sistemáticas que a diario se cometen contra los derechos humanos de la
población palestina que ya lleva décadas de ese martirio.
La compulsa que sacude a los israelíes solo les importa a ellos y a los
sionistas diseminados alrededor del globo, pero especialmente a los que viven
en EEUU, la Europa occidental y algunos países de Sudamérica. No hay otro motivo
que haga que los medios de occidente le den la importancia que no tiene. Es una
lucha de poder entre ellos y como es de esperar no incluye a los palestinos
quienes para unos y otros (de los israelíes), siguen siendo una molestia que los
sionistas en general -sin distinción de derechas ni izquierdas- quisieran
exterminar.
No hay que dejarse engañar. Mientras hay protestas contra el intento de
Netanyahu y sus compañeros supremacistas judíos de la extrema derecha religiosa
por cortarle los pies a su Corte de Justicia, los palestinos no reconocen esa
jurisdicción y no lo hacen porque no reciben los beneficios de esa
“administración de justicia” y siguen siendo asediados en Gaza, Cizjordania y
violentados impunemente por los colonos judíos que son acomodados en
asentamientos que van contra la ley internacional.
La llamada democracia israelí es un gran embuste muy semejante a los
calcos de sus benefactores occidentales caracterizados por la corrupción y la
desigualdad.
Es por eso que lo que pasa en Israel puede verse desde dos ángulos muy
diferentes. Si lo vemos desde el prisma de los medios occidentales, histórica y
claramente influenciados por los intereses que sostienen a esa entidad política,
vemos que hacen un predicamento de esta lucha entre los judíos demócratas y los
judíos “duros” de la extrema derecha que pretenden cercenar uno de los poderes
en un sistema militarizado disfrazado de democracia que fue implantado en 1948 con
engaños, fuego y sangre.
Como se ve, los términos y las palabras son bien cuidadas. La
brutalidad que ejerce este estado y sus ciudadanos contra los árabes-palestinos
es suavizado con excusas y manipulaciones argumentativas que ya no engañan a
nadie. En vez de llamar las cosas por su nombre, los medios occidentales
notoriamente bajo la hegemonía pro-israelí han sido la lavadora de cara de sus
criminalidades.
Si lo vemos desde el lado árabe-islámico y también desde los cristianos
palestinos que sufren las mismas injusticias de las fuerzas sionistas, se trata
de una pelea por el poder entre judíos que buscan seguir, cada uno a su modo,
perpetrando la ocupación por medios más sigilosos y moderados contra otros que
no les importa esconder sus metodologías ni sus intenciones.
Mientras las familias palestinas deben vivir bajo el terror de las
fuerzas ocupantes y la de sus colonos implantados en territorios robados, los
israelíes, quienes la mayoría tienen un pie en América o Europa, gozan de total
impunidad para violar los derechos humanos, usurpar inmuebles, terrenos y
territorios palestinos para hacerlos propios.
Debe quedar bien claro que mientras los medios hacen una novela
dramática sobre los riesgos que corre la democracia israelí. El verdadero drama
pasa por una población palestina sojuzgada y que hace más de setena años ve
como la ocupación brutal, racista y que hoy toma un color de supremacísmo
religioso descarado, le roba el futuro a cada generación que nace.
Mientras los medios de occidente pintan esta mascarada, los palestinos
no ven otra alternativa que continuar resistiendo por todos los medios los
intentos de erradicación que el invasor trata de llevar adelante mediante su
campaña de apropiaciones y guerra demográfica.