sábado, 29 de julio de 2023

 

ESTADO

EN DESCOMPOSICION

¿Qué tan democrático es un estado militarista, colonialista y racista basado sobre una teología supremacista?

Marbuti Kalaf

La tan promocionada “democracia del Medio Oriente” va dando cabal muestra de su real naturaleza con una realidad de contrastes obscenos en la que los derechos humanos y la libertad es solo para una clase, una etnia y una religión bien determinada.

Las sociedades tienen los líderes y gobiernos que les representan y Benjamín Netanyahu sin dudas, representa muy bien a los israelíes. Israel como estado implantado mediante el terrorismo y el apoyo político-diplomático de Londres y sostenido desde 1948 por los EEUU no es el epitome de ningún milagro y todas las arbitrariedades que ha venido cometiendo ni siquiera podrían ser ocultadas por la inteligencia artificial.

La causa palestina ya retumba en las paredes y los pasillos del Capitolio estadounidense demostrando que el Lobie pro-israelí ya no puede ocultar las iniquidades del estado al que defienden.

¿Puede ser democrático un régimen que invade y ocupa territorios ajenos o amenaza de muerte o directamente asesina a quienes se ponen en su contra? La fallecida cantante irlandesa Sidney O´Connor quien se convirtió al Islam, antes de morir recordó cuando el actual ministro de seguridad israelí Itamar Ben Gvir junto a su grupo de extremistas la amenazo a ella y a todos sus músicos de muerte si tocaba en 1997 en un concierto que se llevaría a cabo en Jerusalem, o de las continuas incursiones de colonos judíos contra la mezquita “Al Aqsa” clamando por su destrucción, o de las continuas profanaciones de cementerios islámicos o directamente, de los crímenes sin justicia y cometidos con total impunidad como fue el asesinato de la periodista Shaeerin Abu Akleh.     

Desde hace meses que la sociedad israelí que no es otra cosa que un mosaico de ciudadanías extrañas a la Palestina histórica, se halla inmersa en un tironeo intestino que va profundizando las divisiones políticas por el control de un estado y un sistema mal concebido.

Esa pelea entre dos facciones del judaísmo (Askenazis y Sefaradies) es la pesadilla hecha realidad para los sionistas quienes durante todo lo que va de la existencia del estado se esforzaron por sostenerlo y presentarlo como un monolito sagrado bajo una supuesta protección divina.

El formato democrático con el que suele presentarse en occidente de esta implantación del nacionalismo judío, es un engañoso espejismo que ha servido para tratar de legitimar una situación política ilegal y anacrónica que se materializa en la ocupación y detestables usurpaciones, violaciones sistemáticas que a diario se cometen contra los derechos humanos de la población palestina que ya lleva décadas de ese martirio.

La compulsa que sacude a los israelíes solo les importa a ellos y a los sionistas diseminados alrededor del globo, pero especialmente a los que viven en EEUU, la Europa occidental y algunos países de Sudamérica. No hay otro motivo que haga que los medios de occidente le den la importancia que no tiene. Es una lucha de poder entre ellos y como es de esperar no incluye a los palestinos quienes para unos y otros (de los israelíes), siguen siendo una molestia que los sionistas en general -sin distinción de derechas ni izquierdas- quisieran exterminar.

No hay que dejarse engañar. Mientras hay protestas contra el intento de Netanyahu y sus compañeros supremacistas judíos de la extrema derecha religiosa por cortarle los pies a su Corte de Justicia, los palestinos no reconocen esa jurisdicción y no lo hacen porque no reciben los beneficios de esa “administración de justicia” y siguen siendo asediados en Gaza, Cizjordania y violentados impunemente por los colonos judíos que son acomodados en asentamientos que van contra la ley internacional.

La llamada democracia israelí es un gran embuste muy semejante a los calcos de sus benefactores occidentales caracterizados por la corrupción y la desigualdad.

Es por eso que lo que pasa en Israel puede verse desde dos ángulos muy diferentes. Si lo vemos desde el prisma de los medios occidentales, histórica y claramente influenciados por los intereses que sostienen a esa entidad política, vemos que hacen un predicamento de esta lucha entre los judíos demócratas y los judíos “duros” de la extrema derecha que pretenden cercenar uno de los poderes en un sistema militarizado disfrazado de democracia que fue implantado en 1948 con engaños, fuego y sangre.

Como se ve, los términos y las palabras son bien cuidadas. La brutalidad que ejerce este estado y sus ciudadanos contra los árabes-palestinos es suavizado con excusas y manipulaciones argumentativas que ya no engañan a nadie. En vez de llamar las cosas por su nombre, los medios occidentales notoriamente bajo la hegemonía pro-israelí han sido la lavadora de cara de sus criminalidades.

Si lo vemos desde el lado árabe-islámico y también desde los cristianos palestinos que sufren las mismas injusticias de las fuerzas sionistas, se trata de una pelea por el poder entre judíos que buscan seguir, cada uno a su modo, perpetrando la ocupación por medios más sigilosos y moderados contra otros que no les importa esconder sus metodologías ni sus intenciones.

Mientras las familias palestinas deben vivir bajo el terror de las fuerzas ocupantes y la de sus colonos implantados en territorios robados, los israelíes, quienes la mayoría tienen un pie en América o Europa, gozan de total impunidad para violar los derechos humanos, usurpar inmuebles, terrenos y territorios palestinos para hacerlos propios.

Debe quedar bien claro que mientras los medios hacen una novela dramática sobre los riesgos que corre la democracia israelí. El verdadero drama pasa por una población palestina sojuzgada y que hace más de setena años ve como la ocupación brutal, racista y que hoy toma un color de supremacísmo religioso descarado, le roba el futuro a cada generación que nace.

Mientras los medios de occidente pintan esta mascarada, los palestinos no ven otra alternativa que continuar resistiendo por todos los medios los intentos de erradicación que el invasor trata de llevar adelante mediante su campaña de apropiaciones y guerra demográfica.

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