sábado, 20 de abril de 2019


VETERANOS DE AYER



“ALGUNOS ASPECTOS GRISES DE LA GUERRA DEL GOLFO”

Deformaciones y desinformaciones sobre los factores, las circunstancias y las incumbencias que llevaron a la guerra del Golfo Pérsico en 1991


Por Charles H. Slim
Aunque hayan pasado décadas de aquellas nefastas horas de guerra, las consecuencias de todo aquello siguen retumbando no solo en la vida cotidiana de los mismos iraquíes que actualmente sufren por efecto de las consecuencias de aquella conflagración, sino también de todos los que han estado involucrados en las agresiones lanzadas tanto en 1991 como la perpetrada en 2003. La crisis que inicio todo esto, enmarcada en la anexión del emirato de Kuwait en agosto de 1990 por una vieja rencilla territorial heredada de las épocas del imperio británico, termino afectando sin lugar a dudas a la república Argentina.

En aquel entonces, el gobierno de Menem pese a simularlo, no estaba a la altura de aquellas circunstancias. Era evidente que más allá del decorado escenográfico y las formas al estilo norteamericano, no había manera que un estado con una crisis galopante y sincrónica pretendiera ejercer como el polo de poder del cono sur en una impostada postura de igualdad con Washington; pensar ello aún  hoy, es una total estupidez.  El gabinete de Menem no solo ignoraba su propia posición geopolítica y estratégica –tan incierta como la actual- dentro del concierto mundial sino que ni siquiera estaba al tanto de la real historia político y diplomático que vinculo a Iraq y Kuwait bajo la influencia imperial de Gran Bretaña y la Turquía Otomana.

No existe excusa aceptable para explicar aquello y aunque la hubiera, nada reparara el daño causado. Algunos cálculos conservadores señalaron que más de 200.000 iraquíes resultaron muertos[1] por aquella guerra lo cual acusa una aterradora magnitud en el empleo de la fuerza bélica, dejando en claro que nada de “preservación de la paz” tuvo la intervención argentina. 
Pese a que los analistas políticos y militares argentinos debieron haber interpretado el cuadro completo y sus posibles consecuencias, ello no parece haber ocurrido. Igualmente y pese a la peligrosidad que se confirmaría con creces un tiempo después, se sostuvo una participación que por las circunstancias y el tiempo en que se llevó adelante, no hubo dudas de que se trató de una decisión más vinculada a una oportunidad política estadual que a un supuesto (y largamente alegado) interés por la legalidad internacional.

Muchos son quienes han realizado estudios e investigaciones sobre la crisis que se desató el 2 de agosto de 1990 y la guerra iniciada el 16 de enero de 1991, y particularmente quienes con mayor detalle han realizado análisis sobre este conflicto han sido las Fuerzas Armadas de otros países de la región. Particularmente los brasileros (pese a su histórica alianza con EEUU) y los chilenos (Obsecuentes subalternos de Londres) han producido muchos informes académicos sobre la naturaleza de la crisis y cuáles fueron los verdaderos objetivos detrás de lo que terminaría siendo una guerra abierta de alcance regional y que tras el programado desenlace de la invasión de 2003 (propiciada por la Resol. 1441) actualmente tiene impacto internacional.  Según un estudio de un Memorial del Ejército de Chile, describe algunos de los puntos medulares que desato la crisis de 1990 y su evolución a la guerra abierta de 1991[2] señalando con claridad la naturaleza del conflicto.

Uno de los análisis se centra en la participación de la Armada Argentina que acusa una notoria envidia institucional que en realidad oculta la pregunta de ¿Cómo lo hicieron? Una pregunta que apuntaba a tratar de explicar cómo quedaba resto material para que la Armada casi desguazada pudiera operar en un teatro de operaciones bélico de ultramar.

Al momento de esbozar un desarrollo sobre el conflicto en sí, tanto chilenos como brasileros coinciden en que había otras incumbencias de interés por detrás de la supuesta y demencial decisión de Saddam Hussein que desde el relato mediático occidental, desafió a la comunidad internacional. Algunas de ellas refieren a intereses políticos, otros económicos y muchos otros geoestratégicos tanto regionales como internacionales. El particular marco en el que se produjeron los eventos desde el 2 de agosto de 1990 al 16 de enero de 1991 explica el desenlace. 

Si algo dejo en evidencia la campaña liderada por los EEUU fue la crisis del sistema de seguridad internacional que sin dudas, se vio propiciado por la implosión de la URSS que para esos momentos, además de abandonar la asistencia militar y estratégica a Iraq (profusa en la guerra fría) perdido –en parte por la inoperancia de Gorbachov- su capacidad de contrapesar decisiones políticas y militares como la tomada por Washington[3]. A la sazón queda claro que la idea de la intervención, no fue una determinación nacida en el ámbito del Consejo de Seguridad sino más bien, salió de una decisión del mismo presidente George H.  Bush de –aprovechando la invasión iraquí- poner en marcha la planificación de una política estratégica que ya se venía estudiando con mucho interés basada en la doctrina intervencionista mediante una guerra preventiva que muchos erróneamente adjudican a su hijo George W. Bush.

Muchas señales que en aquellos momentos nadie advirtió, dejaban en claro que el supuesto interés de la Casa Blanca por la legalidad internacional y los derechos humanos de los habitantes en el golfo escondía otros objetivos ya predeterminados.  La necesidad de deshacerse de un problemático Saddam Hussein que ya no revestía interés en apoyar por su inutilidad ante los rápidos cambios geopolíticos en Asia, el interés de Israel por desmantelar a cualquier costo a Iraq como potencia árabe regional (que podía alcanzar la capacidad nuclear) y sin dudas el interés de Washington –apoyado por los lobbies proisraelíes del Congreso- por ingresar al Golfo Pérsico para establecer bases militares permanentes en Arabia Saudita lo que supondría, el blanqueo de una estrecha, larga y oscura relación con Riad  que venía desde hacía décadas.

El argumento de que la crisis desatada el 2 de agosto tomo por sorpresa al mundo, es una verdad a medias. Tal como lo hemos señalado, Washington ya venía planificando un cambio de régimen en Bagdad y estaba al tanto de las incidencias ríspidas entre Kuwait y Bagdad de las cuales, tuvo preponderante injerencia –materializadas por la CIA-  para que se desatara el peor de los finales.  Así lo dejo en claro la controvertida entrevista de la embajadora April Glaspie con Sadam Hussein el 25 de julio de 1990[4] que dejó mal parado ante la opinión pública al mismo Departamento de Estado de James Baker.

Como se podrá advertir, Buenos Aires en aquellos momentos no analizó o no advirtió aquel complejo trasfondo que se escondía por detrás de la escenificada preocupación de la administración republicana de George H. Bush. Tampoco advirtió o peor aún ignoró el largo entuerto entre Iraq y Kuwait el cual –pese al impas por la amenaza iraní- seguía vigente. 

Aunque cueste entenderlo el control del petróleo no era en aquel momento el objetivo principal de Washington sino, una excusa más para generar una de las movilizaciones militares más importantes (y costosas) que culmino con el conflicto más destructivo de finales del siglo XX. A la distancia, se advierte que todo estaba previsto incluso desde antes de finalizar el conflicto con Irán (agosto de 1988), algo que a Saddam Hussein le quedó claro cuando pese al cese al fuego y la aceptación de la resolución 598 del Consejo General de Naciones Unidas la flota estadounidense no se retiró del Golfo la cual recordemos una de sus unidades, derribo un avión comercial iraní con 290 pasajeros el 3 de julio de 1988.

Otros factores que meritaron “rescindir el contrato” con Iraq, estaban basados en aspectos netamente comerciales y financieros que por gestiones impulsadas por  Bagdad dentro del grupo de la OPEP, amenazaban fastidiar el lucrativo y estratégico negocio del petróleo con pretensiones y reclamaciones que tanto los kuwaitíes, sauditas y estadounidenses no toleraban oír. Una de ellos fue la propuesta de Bagdad por adoptar  nuevos parámetros para comerciar y de dejar al dólar como moneda de cambio para el negocio del crudo algo de lo cual, Saddam seguiría insistiendo hasta su derrocamiento. Ello causo pánico en los sauditas quienes además de ser por aquel entonces los principales de EEUU en el negocio, estaban sujetos por aquel entonces, a acuerdos secretos vinculados a programas de inteligencia y las operaciones militares (Black Ops) occidentales en la región.

Sin dudas que el sistema de seguridad internacional fallo, pero ello fue concertado deliberadamente entre EEUU y su anterior contendor bipolar. En lo que hizo al papel de Naciones Unidas para tratar de preservar la paz claramente fue un fracaso rotundo ya que el mismo  secretario general de entonces Javier Perez de Cuellar se hizo a un costado de la crisis no solo reconociendo que “había en desarrollo una guerra” sino también,  dejando que la infraestructura militar estadounidense apoyada por una coalición Ad Hoc que intervino por conveniencias diversas, se hiciera cargo de las acciones sin control del organismo internacional.

El papel de Cuellar en aquellas horas fue tan nulo que llego a reconocer públicamente que “Esta no es una guerra de la ONU. No hay cascos azules ni bandera de la ONU y yo estoy informando del desarrollo de la contienda tan solo por los informes públicos de los aliados”[5].

A la distancia y de los elementos que hemos visto, la campaña sobre Iraq estaba predeterminada a terminar en una guerra, que además no estuvo controlada por la ONU. Al mismo tiempo, el gobierno argentino de entonces le quedó muy claro cuando pasadas las primeras horas del inicio de las hostilidad  se conoció la magnitud de lo que estaba ocurriendo y seriamente preocupados por la presencia de su misión naval dentro del Teatro de Operaciones, apresuraron la sanción de una ley que justificara su participación activa en lo que para ese momento era una guerra ya que según algunas fuentes anónimas de ese momento, auguraban la posibilidad de alguna baja en la misión.


[1] LEIVA, Leandro, Apunten a Bagdad. El Nuevo Orden Mundial al Desnudo. Ed. Agora, 1991. ISBN: 9509553-09-3
[3] GILPIN, Robert, “Hegemonic War and International Change”. War and Change in World Politics. (Cambridge: Cambridge  University Press, 1981, pp. 186-210.
[4] RED VOLTAIRE.org. “Provocaciones y pretextos para la invasión iraquí a Kuwait”. Por Ilía Krimniak. Publicado el 8 de agosto de 2010. https://www.voltairenet.org/article166674.html 
[5] EL PAÍS.com. “Pérez de Cuéllar: Esta no es la guerra de la ONU, pero es legal”. Por Javier Valenzuela. Publicado el 9 de febrero de 1991. https://elpais.com/diario/1991/02/09/internacional/666054024_850215.html

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