HAY QUE HACER
Quien ocupe el gobierno después de diciembre solo tiene un objetivo
¿Podrá lograrlo sin fracasar en el proceso?
Por
Charles H. Slim
Mas allá del resultado que surja de las elecciones del próximo 22 de
octubre, habrá un gran cambio de época para la Argentina pero no como la gente
espera. Las cosas están peor de lo que el gobierno y la oposición se atreven a
contarle a la población, pero ambos tienen una preocupación por encima de las
necesidades de sus votantes: Sus propias necesidades.
El contexto
global que rodea a la actual situación del país es muy inestable. La guerra en
Europa, la que se está gestando en Transcaucasia entre Armenia y Azerbaiyán y la
que se ha desatado en Oriente Medio entre Palestina e Israel que llevará a
consecuencias inesperadas, pone una advertencia a la dirigencia política
argentina para tomar las responsabilidades que desde hace más de 40 años se han
ido abandonando.
Como verán
en el título, no es una pregunta sino una breve respuesta abarcativa a todas
las problemáticas estructurales y focalizadas dentro del mismo estado
convertido por la picardía de sus dirigencias políticas en caucus de amigos y
besamanos.
Hay mucho
para hacer, pero también muchas cosas más para deshacer. Y es que cada uno de
los gobiernos que han ido pasando a lo largo de estos últimos cuarenta años -sin
distinciones partidarias- han aportado su cuota de clientelismo, favoritismos
y venalidad que prácticamente han convertido al estado en una bolsa de trabajo
y oportunidades para un árbol familiar de funcionarios.
Para ello
se presenta otro gran dilema y que tocara sin dudas la fibra más íntima de la
idiosincrasia argenta y es que, hay mucho para hacer con muy poco. Sea quien
sea el nuevo gobierno, la devaluación y la desaceleración de la economía serán
consecuencias imposibles de eludir salvo, que se establezca desde cada uno de
los funcionarios en los altos puestos gubernamentales hasta el último escalafón
de la administración pública, una disciplina ejemplificadora en el gasto y el
comportamiento funcional. En realidad, se debería administrar con racionalidad
y disciplina, algo que deberá traducirse en reducir verdaderamente el gasto
público y en especial el político para redireccionarlo a donde siempre debió
haber estado: El desarrollo a mediano y largo plazo planificado.
Cuando se
establezca este paradigma, será muy diferente la visión de cada uno de quienes pretendan ejercer
cargos electivos. Meterse en política dejará de ser un negocio para los vivos. Las
expectativas que tenían los que aspiraban a cargos políticos, ilusionados por
exorbitantes sueldos, privilegios y prebendas deberían ser cosa del pasado. En
una nueva Argentina eso debería desaparecer ya que caso contrario, se hará
imposible reestablecer una normalidad durable.
Este hacer
deberá ser rápido y pese a ello, no dará resultados inmediatos. La podredumbre
existente en las estructuras del estado y en especial en todo lo que hace a la
burocracia parasitaria (Ministerios, secretarías, direcciones, delegaciones,
comisiones y etcetc) en cada uno de los poderes del estado- es profunda
y será cuestión de mucho carácter en los dirigentes que asuman la
administración de gobierno y de un real compromiso político y personal el perseverar
en el tiempo para despegar esa costra.
En resumen
de cuentas, el sistema político corrupto que ha imperado debería desaparecer si
en realidad se busca crear cambios.
Como se
dice por aquí, “somos hijos del rigor” y no hay otra manera para que los
argentinos caminen erguidos es que se les está constantemente controlando. Pero
aquí es donde surge otro problema ¿Quiénes van a ejercer ese control? Para
eliminar este cuestionamiento y hallar una solución descartemos de plano, a una
casta de políticos iluminados o bendecidos por alguna pertenencia religiosa y
mucho menos, a solucionadores externos que han demostrado más arrogancia que
sabiduría.
Tomando en
consideración que todos los espacios políticos que se presentan para pretender
gobernar el país están compuestos por elementos de esa vieja política, la tarea
se vuelve bastante difícil de concretar. Incluso si cada uno de los políticos
que vayan a ocupar los puestos del nuevo gobierno se sacrificaran en sus
ganancias personales y estuvieran prestos a (como dice el dicho) arremangarse
las mangas y agachar el lomo, recién allí comienza la lucha.
Claramente,
cualquiera de las tres opciones más cercanas a acceder al poder (Massa,
Bullrich o Milei), serán funcionales a la agenda globalista 2030 que nada tiene
que ver con las expectativas de mejoras nacionales, ni con las necesidades del
pueblo y mucho menos de los más desafortunados. Es decir, son funcionales a la
corrupción global angloestadounidense.
Reconstruir
un estado moderno e inteligente, independiente y soberano implica la necesaria
construcción de un área de defensa e inteligencia verdaderamente propio y
avocado a un estudio, seguimiento y planificación sin las influencias de
agencias externas (en especial del Departamento de Estado norteamericano y de
asesores y otros organismos como la CIA) que solo dan la información que y
cuando a sus gobiernos les convenga. De no apartarse de esto, el país seguirá
sometido a los juegos y las intrigas de las geopolíticas ajenas.
Para peor y
con lo que venimos viendo en Ucrania y lo que se ha desatado en Oriente Medio,
habrá mucho interés por parte de EEUU,
sus aliados atlantistas (incluido Israel) por imponer más restricciones basadas
en la paranoia y nuevos programas antiterroristas ya que a no dudarlo, se
producirán atentados que Washington y Tel Aviv, instalaran la paranoia acusando
con decidida seguridad a los “terroristas islámicos” (usando la odiosa
comparación entre Hamas e ISIS) y sus aliados rusos.
En esta nueva
era, más que administraciones obsecuentes a las políticas externas, la
Argentina necesita reconstruir un estado enfermo y a partir de allí, establecer
un camino de desarrollo que no podrá ser puesto en marcha sin un amplio plan
que contemple a todos los sectores sociales en donde cada uno de ellos -y en
la individualidad de cada ciudadano- se comprometan a trabajar en una sola
dirección y por el bien común. Caso contrario, seguiremos viendo gobiernos que
no respetan la constitución (y por ende los derechos del pueblo), fofos,
influenciables por la necesidad de dinero y por ende manipulables por agendas
externas de representaciones interesadas en insertar y desplegar sus geopolíticas
que no beneficiaran al país y con el peligro adicional de una guerra global en
proceso.