NACIONAL
“ALTERNATIVAS GEOPOLITICAS”
Cuál será la agenda geopolítica que adoptara la Argentina ante la encrucijada global que se presenta actualmente
Por
Charles H. Slim
Un país sin una agenda geopolítica es sin dudas, una quimera que no
resiste ante la cruenta realidad que envuelve a la actual situación política
global, que ya no discrimina entre aislacionistas, intervencionistas o
cualquier otra denominación que se le quiera dar a las políticas de los países
dentro del concierto mundial.
Un país
sin geopolítica y por ende sin una geoestrategia, es como una empresa sin
objetivos comerciales. Sin más rodeos, un estado nación sin geopolítica es
imposible de concebir.
Este
aspecto de la realidad argentina ha venido siendo deliberadamente relegada
desde los últimos 34 años, casualmente desde la asunción de los llamados
gobiernos democráticos, que dicho sea de paso fueron –mal que les pese a los
puritanos de la llamada “democracia”- sistemáticamente funcionales a los
intereses de Washington y Londres.
En
ese tono monocorde y sin variaciones, la república Argentina abandono sus
pilares estratégicos en pos de una “democracia” que supuestamente cubriría
todos los temas y las necesidades que hacen a la existencia política del ente
nacional. Cabe aclarar que dicho término
era prácticamente desconocido en el vulgo político nacional y absolutamente
ausente de los preceptos constitucionales. De esta manera y con el guión
soplado desde Washington, la “república” como sistema de gobierno –y sus
pilares- paso a ser reemplazada por el llamado “estilo democrático” que no
era otro, que el particular sistema de
gobierno al estilo norteamericano.
De
este modo, los intelectualoides y obsecuentes de la “Gran manzana” y auto
proclamados partidarios del “mundo libre”, avalaron sin ruborizarse la
inserción de esa “democracia” como un valor agregado digno de imitar.
Engañosamente
y propiciado por la derrota militar en la guerra de Malvinas en 1982, la clase
política que se había visto harto complicada en las épocas del llamado “Proceso
de Reorganización nacional”, aprovechando éste nuevo marco pudo lavarse la cara y usufructuar la oportunidad que Washington planificó para
toda la región. Esto último debe quedar
claro y es que Washington en la década de los sesentas y setentas fue quien, a
la sombra del maquiabelico intelectual de su política exterior Henry Kissinger,
implemento la llamada “Doctrina de
seguridad nacional” para todo el continente y cuando ella
se volvió innecesaria –por el cambio de sus intereses geopolíticos-
simplemente impulso el derribo de
las dictaduras que habían apoyado para instaurar, gobiernos genuflexos y timoratos.
El
paso del tiempo ha demostrado que la llamada “democracia” no era tal y peor
aún, si lo era, pero estaba acondicionada
y condicionada a los intereses políticos-financieros con centro en “Wall Street”
de New York y la Banca “Rothschild” londinense.
Entre aquellas últimas están, el
desmonte de los objetivos geoestratégicos del país y el abandono de sus
hipótesis de conflicto en forma definitiva ya que para los cerebros del momento
–llámense Dante Caputo; Herman Gonzales;
Guido Di tella, Rafael Bielsa, etc;- la Argentina era un país de paz; una
frase muy prendida para el oído popular, pero nada realista para la peligrosa selva
en la que hoy por hoy vivimos.
Para
los círculos de políticos naif y sin sesos que han anidado en los cenáculos del
poder argentino, se trata de una situación cómoda y conveniente. Cómoda porque,
desde esa visión, no hay enemigos de los que preocuparse y conveniente porque, bajo esa mirada obtusa no hay necesidad de
prepararse para luchar.
Simplemente, el estado nacional pasó a ser un ente
pasivo que, echado en el suelo del letargo político que los mismos políticos
tendieron, solo tiene la opción de recibir lo poco bueno y lo mucho malo que
las potencias extranjeras desearen volcar en el país.
Y
fue en ese sentido, que en vez de usufructuar la experiencia de la guerra de
1982 para mejorar a futuro la fase geoestratégica
y defensiva, sus FFAA cayeron en el
abandono propiciada por una clase política que ayudo sin dudas a su paulatino
desguace.
Sumidos
en esa soporífera mediocridad, la población argentina paso décadas de atraso y
entreguismo sin pausa. Asunción de deudas ilegitimas, explotaciones de recursos
por compañías extranjeras y negociados
para inversiones para obras que no se hicieron nunca, son solo algunos de los
antecedentes de esa falta de una guía
política clara desde el estado. Con persistente insistencia, cada uno de los
gobiernos que han transitado en estos últimos 34 años –incluyendo también a
los revolucionarios K- erraron en interpretar cuales eran los intereses del
país o más bien, abandonaron deliberadamente bregar por ellos. Y es que, la tarea es demasiado pesada y
peligrosa para una clase política conformista, corrupta y adicta a lo que se
señala desde afuera. Mientras llegaran
las inversiones monetarias en forma de créditos que a su vez se transformaron
en deuda para la posteridad, los personeros ( y personeras) del momento,
miraron para otro lado y solo propendieron a crear industrias mediocres de
lavarropas y cocinas, abandonando el
desarrollo de industrias automotrices, del acero o de punta como la aeronáutica
y espacial que tuvo como señera cuna a la provincia de Córdoba.
Pero
esos intereses no eran buenos para los argentinos –les sugirieron desde
Washington- por ello y para su seguridad, “entréguenlo a nuestros expertos del Pentágono y a cambio
les daremos el acceso al primer mundo”, le dijo el embajador estadounidense Terence
Todman al entonces canciller del gobierno de Menem Herman Gonzales mientras
involucraban al país en una guerra en el Medio Oriente a cambio de nada.
Como
se pudo ver, primaron los intereses de una potencia que entre otras cuestiones,
abandono y traicionó a la Argentina cuando en 1982 en plena vigencia del
Tratado de Asistencia Reciproca TIAR que obligaba a respaldar a un país
americano ante la agresión proveniente de otro continente y mientras el
gobierno de Ronald Reagan jugaba al “intermediario imparcial”, el Pentágono
bajo cuerda proporcionaba toda la asistencia disponible para que el Reino Unido
no perdiera la guerra.
Pero
las estafas anglosajonas no comenzaron en 1982 ni en 1945 con la dicotómica
situación “Braden o Perón”; no, todo viene desde los inicios del país en el
siglo XIX cuando el norte tuvo en claro que el sur, no debería acceder al
desarrollo cualitativo que da el conocimiento científico y tecnológico. Su papel debería reducirse a ser solo un
granero y nada más. Si habría un polo industrial tolerable, sería en Brasil y
con límites bien marcados. Acorde con los intereses británicos las pampas
argentinas deben ser el reservorio verde para satisfacer sus necesidades de
trigo, ganado, madera y recursos energéticos. Fue por ello que los británicos
tendieron tan fabulosas redes ferroviarias en Argentina, para poder sacar por
sus puertos aquellos bienes.
Es
por ello, que Argentina no debe desarrollar una idea propia de geopolítica y
menos aún de defensa estratégica.
En
este sentido, cualquier aspiración de construir un poder militar disuasorio y
autóctono acorde a los invalorables y variados intereses geoestratégicos que presenta el triangulo territorial del
sur, fue paulatinamente postergado gracias y en parte, a las profundas
divisiones dentro de la sociedad política argentina. Si los argentinos tomaban
conciencia de aquello, deberían pasar a estructurar una planificación defensiva
acorde, lo que llevaría al desarrollo de
industrias especializadas que requerirían de mano de obra calificada que a su
vez, crearía un sistema de educación altamente tecnificado y en constante
cambio.
De
esta manera, las industrias navieras, aeronáutica y de tecnología para sus implementos,
terminaría en pocas décadas con el gran problema de la dependencia tecnológica
que en las últimas décadas se han visto caracterizadas en la recepción de
rezagos y todo tipo de chatarras que a los estadounidenses no les sirve.
La
mejor excusa para frenar cualquier tipo de avance tecnológico y científico que
podía darse desde el área de la defensa, fue frenado por la clase
partidocratica que brega por sus propios intereses y no los del común de la
sociedad; menos aún por una potencialidad nacional. Y es que bajo su auto adjudicada
imprescindibilidad, los principales partidos políticos argentinos, se
antepusieron a cualquier otro interés que no sea el de ellos y de sus
adherentes, creando divisiones sociales que persisten hasta nuestros días.
Quien no esté dentro de sus formaciones, no pertenece al “club” y son apartados
con el simple slogan “no es del palo”.
A
tono con esa inconfesable mentalidad segregacionista, se manejo la política exterior en la
cual, con la dirección de una clase
patricia pro-europea y con especial predilección a lo británico que a lo largo
del siglo XX se extendió a lo estadounidense,
las relaciones exteriores de la Argentina se reservaron con especial
interés a los países europeos, despreciando a las demás realidades foráneas por el simple hecho de que “no compartían la
cultura y religión “ punto de vista que, escondía sin lugar a dudas, una vil discriminación racial que paradójicamente
llegó de aquella Europa de “blanquitos y civilizados”.
Hace
apenas diez años era impensado trabar relaciones de intereses comunes con
Rusia, China o naciones árabes-islámicas. Tan solo hacer un ademán sobre
posibles acuerdos para compra-venta de equipos
militares a dichos países era tachada como una “propuesta inviable”. Proponer
semejantes intensiones hubiera sido desdeñado bajo argumentos oscurantistas y
estigmatizantes que convenían a los centros de poder del norte.
Con
esta manera de pensar, los objetivos del país solo quedaban relegados a seguir
siendo un simple proveedor de mercancías, materias primas para la elaboración de
productos finales en aquellas plazas extranjeras sin miras de llegar a ser
tratado como un socio de peso. De este modo, el modelo agro-exportador que
parió a la clase burguesa nacional pro-británica de comienzos del siglo XX, fue
poco a poco, dejando paso a un empresariado más diversificado pero, sin dejar aquella
línea europeísta y con una mayor dependencia financiera de las reglas
estadounidenses. Y a final de cuentas, primo el interés particular –económica
y financiero- de los sectores por encima del nacional.
El
siglo XX fue para la política externa argentina, una caracterizada por la
cordialidad y la neutralidad ante los conflictos externos, salvo por el
conflicto reivindicativo de las islas Malvinas en donde quedo claro, quienes eran
los amigos y quienes los enemigos. También muy influenciada por las políticas
estadounidenses –salvo periodos conflictivos- lo que se traspoló al
campo de la industria y de la defensa, que la volvieron dependiente de lo que
le sobraba a las Fuerzas Armadas norteamericanas e incluso británicas. Hablar
de autodeterminación política y del impulso de un desarrollo industrial y
científico propio causaría las consecuencias que se vieron con el segundo gobierno de Perón o
más cerca en el tiempo, con la cancelación del “Proyecto Cóndor”.
Actualmente
y más allá de las simpatías del gobierno actual hacia Washington y los
peligrosos compromisos que está adquiriendo con Tel Aviv, tiene un mayor margen de maniobra para
establecer nexos más profundos y serios con Rusia, China y los países
asiáticos. Es probable que se haya
aprendido de la historia y que las relaciones estaduales entre los países e
incluso bloques, no pasan por las semejanzas meramente externas o
presumidamente de origen como se hubieron venido viendo, especialmente durante
los últimos 34 años. Los intereses de un país no suelen coincidir con los de
otros –incluso entre vecinos- y es en la búsqueda de esos mismos
intereses, que la Argentina debe entablar
relaciones convenientes con países y bloques emergentes, para el definitivo y
continuado desarrollo industrial propio sin los acostumbrados condicionamientos
políticos y financieros a los que, precisamente le someten los que sus
políticos consideran como “amigos”.