jueves, 11 de agosto de 2016

NACIONAL



“ALTERNATIVAS GEOPOLITICAS”

Cuál será la agenda geopolítica que adoptara la Argentina ante la encrucijada global que se presenta actualmente




Por Charles H. Slim
Un país sin una agenda geopolítica es sin dudas, una quimera que no resiste ante la cruenta realidad que envuelve a la actual situación política global, que ya no discrimina entre aislacionistas, intervencionistas o cualquier otra denominación que se le quiera dar a las políticas de los países dentro del concierto mundial.  

Un país sin geopolítica y por ende sin una geoestrategia, es como una empresa sin objetivos comerciales. Sin más rodeos, un estado nación sin geopolítica es imposible de concebir.

Este aspecto de la realidad argentina ha venido siendo deliberadamente relegada desde los últimos 34 años, casualmente desde la asunción de los llamados gobiernos democráticos, que dicho sea de paso fueron –mal que les pese a los puritanos de la llamada “democracia”- sistemáticamente funcionales a los intereses de Washington y Londres.

En ese tono monocorde y sin variaciones, la república Argentina abandono sus pilares estratégicos en pos de una “democracia” que supuestamente cubriría todos los temas y las necesidades que hacen a la existencia política del ente nacional.  Cabe aclarar que dicho término era prácticamente desconocido en el vulgo político nacional y absolutamente ausente de los preceptos constitucionales. De esta manera y con el guión soplado desde Washington, la “república” como sistema de gobierno –y sus pilares- paso a ser reemplazada por el llamado “estilo democrático” que no era otro, que el particular sistema  de gobierno al estilo norteamericano.

De este modo, los intelectualoides y obsecuentes de la “Gran manzana” y auto proclamados partidarios del “mundo libre”, avalaron sin ruborizarse la inserción de esa “democracia” como un valor agregado digno de imitar.

Engañosamente y propiciado por la derrota militar en la guerra de Malvinas en 1982, la clase política que se había visto harto complicada en las épocas del llamado “Proceso de Reorganización nacional”, aprovechando éste nuevo marco  pudo lavarse la cara y usufructuar  la oportunidad que Washington planificó para toda la región.  Esto último debe quedar claro y es que Washington en la década de los sesentas y setentas fue quien, a la sombra del maquiabelico intelectual de su política exterior Henry Kissinger,  implemento la llamada “Doctrina de seguridad nacional” para todo el continente  y cuando ella  se volvió innecesaria –por el cambio de sus intereses geopolíticos- simplemente  impulso el derribo de las dictaduras que habían apoyado para instaurar, gobiernos genuflexos y timoratos.

El paso del tiempo ha demostrado que la llamada “democracia” no era tal y peor aún,  si lo era, pero estaba acondicionada y condicionada a los intereses políticos-financieros con centro en “Wall Street” de  New York y la Banca “Rothschild” londinense.  Entre aquellas últimas están, el desmonte de los objetivos geoestratégicos del país y el abandono de sus hipótesis de conflicto en forma definitiva ya que para los cerebros del momento –llámense Dante Caputo; Herman Gonzales;  Guido Di tella, Rafael Bielsa,  etc;- la Argentina era un país de paz; una frase muy prendida para el oído popular, pero nada realista para la peligrosa selva en la que hoy por hoy vivimos.

Para los círculos de políticos naif y sin sesos que han anidado en los cenáculos del poder argentino, se trata de una situación cómoda y conveniente. Cómoda porque, desde esa visión, no hay enemigos de los que preocuparse  y conveniente porque,  bajo esa mirada obtusa no hay necesidad de prepararse para luchar. 

Simplemente, el estado nacional pasó a ser un ente pasivo que, echado en el suelo del letargo político que los mismos políticos tendieron, solo tiene la opción de recibir lo poco bueno y lo mucho malo que las potencias extranjeras desearen volcar en el país.

Y fue en ese sentido, que en vez de usufructuar la experiencia de la guerra de 1982 para  mejorar a futuro la fase geoestratégica y defensiva,  sus FFAA cayeron en el abandono propiciada por una clase política que ayudo sin dudas a su paulatino desguace.

Sumidos en esa soporífera mediocridad, la población argentina paso décadas de atraso y entreguismo sin pausa. Asunción de deudas ilegitimas, explotaciones de recursos por compañías extranjeras  y negociados para inversiones para obras que no se hicieron nunca, son solo algunos de los antecedentes de  esa falta de una guía política clara desde el estado. Con persistente insistencia, cada uno de los gobiernos que han transitado en estos últimos 34 años –incluyendo también a los revolucionarios K- erraron en interpretar cuales eran los intereses del país o más bien, abandonaron deliberadamente bregar por ellos.  Y es que, la tarea es demasiado pesada y peligrosa para una clase política conformista, corrupta y adicta a lo que se señala desde afuera.  Mientras llegaran las inversiones monetarias en forma de créditos que a su vez se transformaron en deuda para la posteridad, los personeros ( y personeras) del momento, miraron para otro lado y solo propendieron a crear industrias mediocres de lavarropas y cocinas,  abandonando el desarrollo de industrias automotrices, del acero o de punta como la aeronáutica y espacial que tuvo como señera cuna a la provincia de Córdoba.

Pero esos intereses no eran buenos para los argentinos –les sugirieron desde Washington- por ello y para su seguridad, “entréguenlo  a nuestros expertos del Pentágono y a cambio les daremos el acceso al primer mundo”, le dijo el embajador estadounidense Terence Todman al entonces canciller del gobierno de Menem Herman Gonzales mientras involucraban al país en una guerra en el Medio Oriente a cambio de nada.

Como se pudo ver, primaron los intereses de una potencia que entre otras cuestiones, abandono y traicionó a la Argentina cuando en 1982 en plena vigencia del Tratado de Asistencia Reciproca TIAR que obligaba a respaldar a un país americano ante la agresión proveniente de otro continente y mientras el gobierno de Ronald Reagan jugaba al “intermediario imparcial”, el Pentágono bajo cuerda proporcionaba toda la asistencia disponible para que el Reino Unido no perdiera la guerra.

Pero las estafas anglosajonas no comenzaron en 1982 ni en 1945 con la dicotómica situación “Braden o Perón”; no, todo viene desde los inicios del país en el siglo XIX cuando el norte tuvo en claro que el sur, no debería acceder al desarrollo cualitativo que da el conocimiento científico y tecnológico.  Su papel debería reducirse a ser solo un granero y nada más. Si habría un polo industrial tolerable, sería en Brasil y con límites bien marcados. Acorde con los intereses británicos las pampas argentinas deben ser el reservorio verde para satisfacer sus necesidades de trigo, ganado, madera y recursos energéticos. Fue por ello que los británicos tendieron tan fabulosas redes ferroviarias en Argentina, para poder sacar por sus puertos aquellos bienes.

Es por ello, que Argentina no debe desarrollar una idea propia de geopolítica y menos aún de defensa estratégica.

En este sentido, cualquier aspiración de construir un poder militar disuasorio y autóctono acorde a los invalorables y variados intereses geoestratégicos  que presenta el triangulo territorial del sur, fue paulatinamente postergado gracias y en parte, a las profundas divisiones dentro de la sociedad política argentina. Si los argentinos tomaban conciencia de aquello, deberían pasar a estructurar una planificación defensiva acorde,  lo que llevaría al desarrollo de industrias especializadas que requerirían de mano de obra calificada que a su vez, crearía un sistema de educación altamente tecnificado y en constante cambio.

De esta manera, las industrias navieras, aeronáutica y de tecnología para sus implementos, terminaría en pocas décadas con el gran problema de la dependencia tecnológica que en las últimas décadas se han visto caracterizadas en la recepción de rezagos y todo tipo de chatarras que a los estadounidenses no les sirve.

La mejor excusa para frenar cualquier tipo de avance tecnológico y científico que podía darse desde el área de la defensa, fue frenado por la clase partidocratica que brega por sus propios intereses y no los del común de la sociedad; menos aún por una potencialidad nacional. Y es que bajo su auto adjudicada imprescindibilidad, los principales partidos políticos argentinos, se antepusieron a cualquier otro interés que no sea el de ellos y de sus adherentes, creando divisiones sociales que persisten hasta nuestros días. Quien no esté dentro de sus formaciones, no pertenece al “club” y son apartados con el simple slogan “no es del palo”.

A tono con esa inconfesable mentalidad segregacionista,  se manejo la política exterior en la cual,  con la dirección de una clase patricia pro-europea y con especial predilección a lo británico que a lo largo del siglo XX se extendió a lo estadounidense,  las relaciones exteriores de la Argentina se reservaron con especial interés a los países europeos, despreciando a las demás realidades foráneas  por el simple hecho de que “no compartían la cultura y religión “ punto de vista que, escondía sin lugar a dudas, una  vil discriminación racial que paradójicamente llegó de aquella Europa de “blanquitos y civilizados”.   

Hace apenas diez años era impensado trabar relaciones de intereses comunes con Rusia, China o naciones árabes-islámicas. Tan solo hacer un ademán sobre posibles acuerdos para compra-venta de equipos  militares a dichos países era tachada como una “propuesta inviable”. Proponer semejantes intensiones hubiera sido desdeñado bajo argumentos oscurantistas y estigmatizantes que convenían a los centros de poder del norte.

Con esta manera de pensar, los objetivos del país solo quedaban relegados a seguir siendo un simple proveedor de mercancías, materias primas para la elaboración de productos finales en aquellas plazas extranjeras sin miras de llegar a ser tratado como un socio de peso. De este modo, el modelo agro-exportador que parió a la clase burguesa nacional pro-británica de comienzos del siglo XX, fue poco a poco, dejando paso a un empresariado más diversificado pero, sin dejar aquella línea europeísta y con una mayor dependencia financiera de las reglas estadounidenses. Y a final de cuentas, primo el interés particular –económica y financiero- de los sectores por encima del nacional.

El siglo XX fue para la política externa argentina, una caracterizada por la cordialidad y la neutralidad ante los conflictos externos, salvo por el conflicto reivindicativo de las islas  Malvinas en donde quedo claro, quienes eran los amigos y quienes los enemigos. También muy influenciada por las políticas estadounidenses –salvo periodos conflictivos- lo que se traspoló al campo de la industria y de la defensa, que la volvieron dependiente de lo que le sobraba a las Fuerzas Armadas norteamericanas e incluso británicas. Hablar de autodeterminación política y del impulso de un desarrollo industrial y científico propio causaría las consecuencias que  se vieron con el segundo gobierno de Perón o más cerca en el tiempo, con la cancelación del “Proyecto Cóndor”.


Actualmente y más allá de las simpatías del gobierno actual hacia Washington y los peligrosos compromisos que está adquiriendo con Tel Aviv,  tiene un mayor margen de maniobra para establecer nexos más profundos y serios con Rusia, China y los países asiáticos.  Es probable que se haya aprendido de la historia y que las relaciones estaduales entre los países e incluso bloques, no pasan por las semejanzas meramente externas o presumidamente de origen como se hubieron venido viendo, especialmente durante los últimos 34 años. Los intereses de un país no suelen coincidir con los de otros –incluso entre vecinos- y es en la búsqueda de esos mismos intereses,  que la Argentina debe entablar relaciones convenientes con países y bloques emergentes, para el definitivo y continuado desarrollo industrial propio sin los acostumbrados condicionamientos políticos y financieros a los que, precisamente le someten los que sus políticos consideran como “amigos”.  

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