lunes, 5 de noviembre de 2018


VETERANOS DE AYER


“DOS DIAS EN BAGDAD”

La crónica ligera y anónima de un aventurero italiano durante el inicio de la invasión a Iraq en 2003


Por Pepe Beru
Corría el mes de marzo de 2003 y el Medio Oriente estaba a punto de estallar en una nueva conflagración encabezada por EEUU y sus aliados, solo que esta vez no se quedarían del otro lado de las fronteras kuwaitíes y sauditas; las órdenes para las tropas norteamericanas eran precisas: invadir a Iraq y derrocar al gobierno de Saddam Hussein. Fue así como dio comienzo a una guerra que para muchos, aun no culmina.

Es un capítulo de la vida política norteamericana que los neoconservadores y sus historiadores a sueldo quisieran borrar con una goma mágica pero, la sangre no solo no puede borrarse sino que es muy difícil de limpiar. Aún no se ha blanqueado el alcance real de las arbitrariedades y los crímenes que los invasores cometieron desde que desembarcaron en el país árabe y mucho menos, su responsabilidad en el sostenimiento de un gobierno colaboracionista como el de Nouri Al Maliki y sus sucesores que realizaron (y continúan realizando) los trabajos sucios que los mismos estadounidenses y sus colegas británicos no querían llevar a cabo.

No hay como los testimonios en primera persona de quienes presenciaron parte de aquella historia de terror. Este es el relato de quien llamaremos Genaro H. un joven traductor de idioma árabe y arqueólogo por afición de origen italiano quien movido por su avidez investigativa, viajo desde Italia a Egipto y de allí a Iraq en momentos que todo estaba muy caliente. 
Preocupado por las reliquias arqueológicas de Babilonia y en especial por los jardines colgantes, Genaro quería ir a estudiar cual era la situación de aquella reserva milenaria que ya había sido en 1991 blanco de los ataques aéreos de los aviones estadounidenses y británicos. Era evidente que, ante la compleja situación en ese momento su presencia en Iraq no estaría exenta del peligro mismo de un ataque inminente de la coalición sino también de una estrecha vigilancia por el temible servicio de inteligencia iraquí.

Sin pensar en nada de eso, Genaro tomo su mochila y su cámara “Nikkon D 1” que había comprado una año antes en Roma y se embarcó en El Cairo para en pocas horas tocar tierra en Aman, Jordania y así llegar definitivamente a Iraq.

Al llegar al aeropuerto “Saddam Hussein” de Bagdad, la presencia militar era indisimulable aunque, sin causar la misma tensión e incomodidad que se podía ver en otros países occidentales o africanos donde matones uniformados (o vestidos de civil) te sacaban de una fila y a tirones y cachiporrazos te llevaban a un cuarto aledaño para interrogar. Más allá de las aburridas y cancinas versiones de los medios occidentales sobre la supuesta torpeza de los árabes en estos temas y de la brutalidad con la que se conducían, con lo que respectaba a los iraquíes ello no concordaba.

Aquel joven recuerda diciendo: a pesar de la amenaza inminente de los estadounidenses y sus aliados, la gente en Iraq sigue su vida y las fuerzas militares que merodean en las calles y carreteras se muestran alertas pero gentiles; para un momento después agregar No hay esa psicosis que ves en los carabinieri de mi país o policías de otros países europeos que ya señalan a alguien como sospechoso por su forma de vestir; aquí es muy diferente.

Genaro pretendía obtener el permiso del gobierno para llegar a Babilonia y tomar fotos y apuntes sobre el estado de las ruinas del zigurat de “Ur”, los jardines colgantes y las asombrosas obras sobre relieve que representan las hazañas del Gran Nabucodonosor II entre otras edificaciones del lugar. Para ello debía ir al centro de Bagdad y tramitar su visado ante las autoridades locales las cuales a su vez notificarían al Ministerio de interior que se encargaba de los asuntos de  seguridad interior. Como su propósito en la visita no escondía nada raro ni era parte de algún equipo al servicio de agencias de inteligencia que estaba colando agentes europeos o árabes de países aliados para sabotear instalaciones, no tuvo temor de que se le indagara e incluso acompañara en su periplo.

Terminado con los trámites y agotado por el trajín, tras preguntar a un taxista “dónde podría darse un baño y descansar” aquel se ofreció a llevarlo a un pequeño hotel no muy lejos del palacio presidencial y allí se alquiló un modesto cuarto en el segundo piso de aquel adusto pero sólido edificio para descansar y salir en la mañana hacia la provincia de Babilonia. Disimuladamente pero a la vista, quedaron afuera dos agentes de la mutkhabarat cerciorándose que ingresara al edificio.

Pero no pasarían dieciséis horas tan solo de que había llegado a Bagdad, para que de repente en medio de la noche cuando se hallaba sumido en un profundo sueño y casi sin esperarlo, comenzó a escuchar entre dormido el incesante ulular de sirenas acompañadas de tableteo de potentes disparos antiaéreos que retumbaban por toda la ciudad.  Apenas comenzó a tratar de entender lo que estaba sucediendo, cuando repentinamente... una brutal explosión a unas calles de donde se encontraba arrojó a Genaro de su cama de aquel pequeño hotelucho del barrio de Karrada en Bagdad donde se había alojado apenas tres horas antes. Aturdido por el golpe y el polvillo por aquella explosión que además de dejarle ese ensordecedor zumbido en los oídos, había  cortado la energía eléctrica, lo dejo unos segundos eternos en un limbo consciente y hasta embriagador; Genaro se quedó tendido unos segundos inmóvil en el piso preguntándose ¿Qué, acaso estoy teniendo un sueño? Rápidamente se dio cuenta que algo sucedía y tan pronto se quiso asomar por la ventana de su segundo piso otra brutal explosión a pocas calles lo lanzó hacia atrás…el infierno se había hecho real. Genaro no sabía que los misiles crucero estadounidenses estaban lloviendo sobre Bagdad.

Tan pronto como pudo y dejando la mitad de su ropa, y con su cámara tan solo corrió hacia la calle con la vana intensión de escapar de ese lugar. Al ver que ello era peor de lo que imaginaba volvió adentro para refugiarse en el sótano del hotel junto a la familia que lo alquilaba. Los estampidos de las bombas eran infernales y hacían que todo temblara. El dueño con una asombrosa calma lo trataba de distraer diciéndole que pronto terminaría todo. La madrugada fue fatal y de ello nunca se olvida. Al salir el sol los bombardeos cesaron (solo por unas horas)  y Genaro tomo su mochila a medio llenar para salir cuanto antes de allí. Y fue así que logró que un parroquiano que salía con su camioneta cargada de bártulos, lo llevara entreverado entre bolsas, alfombras y cajas, hasta la frontera jordana. Por el camino y semitapado entre las alfombras, tomo crudas postales de los daños causados por los bombardeos retratando entre algunos de ellos, mezquitas y cuadras enteras barridas por los estadounidenses. Cuerpos de personas y pedazos de otros regados en los escombros que obstruían las calles, hacía imposible sostener el lente; el paisaje era dantesco y él era testigo privilegiado de ello. Las calles pese al caos, eran transitables y bajo su cámara para taparse y recostar su cabeza. Sin darse cuenta, se había dormido en el trayecto y por fortuna al no haber nadie en la valla de seguridad iraquí logro cruzar inadvertido en las narices de la policía fronteriza jordana. Fue su anónimo salvador quien lo despertó para que pudiera bajar y cuando lo hizo, pudo ver allá a lo lejos detrás del horizonte en el lado iraquí, las fumarolas de humo negro que testimoniaban la brutalidad de la guerra.  Y se dijo para sí “Adiós Iraq, tal vez algún día vuelva”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario