domingo, 15 de septiembre de 2019




MIL AÑOS DE PUTIN
Admiración y fastidio son los sentimientos que despierta el mandatario ruso alrededor del mundo, incluso dentro de los Estados Unidos las opiniones están polarizadas ¿Estamos ante un estadista formidable o un astuto líder con intensiones desconocidas?

Por Charles H. Slim
Cuando la URSS se desmoronó en 1991, los especialistas del Departamento de Estado que asesoraban a James Baker e incluso los analistas del Pentágono de aquel entonces coincidieron en que Rusia no se levantaría jamás de las ruinas de aquel estado soviético que había colapsado por la profunda corrupción burocrática y su ineficacia ante la crisis económica que amenazó con causar una hambruna en las puertas del siglo XXI.

El mismo James Baker estaba complacido con los esfuerzos políticos y los resultados obtenidos a instancias de un Mijail Gorbachev que tras desperdigar la llamada “Perestroika” para reformar una economía dirigista y colapsada, una vez logrado el objetivo de sacudir desde adentro las estructuras de un estado cimentado en barro,  dejaría de servir para el proceso de transición que estaría por venir. Sin dudas que Gorbachev se dejó seducir por los cantos de sirena de los burócratas norteamericanos y pronto cayo en cuentas de ello.

Pese a que por estas latitudes los medios, que no sin más que corporaciones al servicio de quien pague mejor, siguen cantando loas a ese proceso, en realidad todo aquello fue un gran embuste. La Perestroika resulto ser un desastre para la economía rusa y fue sin dudas el “virus” (o más bien el Caballo de Troya) inoculado para que se desarticulara la ya endeble infraestructura de aquel gigantesco estado soviético. El premio por ello para Gorbachev fue el otorgamiento del Premio Nobel, un apretón de manos y un entusiasta “Thank´s” telefónico de George H. Bush pero todo eso significaba, “Aquí tienes lo tuyo, así que córrete de nuestro camino”.

Más allá del relato naif y hasta infantil que por aquel entonces difundían los medios occidentales –y que cancinamente aún repiten los medios y académicos argentinos- que hablaban del fin de la era de las sospechas, la desconfianza y de la guerra fría que mantuvo al mundo en vilo durante casi todo el siglo XX, donde supuestamente “Rusia pasaba a ser aliada y amiga de EEUU”, Washington lejos de guardar sus planes de expansión geoestratégica sobre los territorios de aquella ex Unión de repúblicas soviéticas, los acelero con miras  de entrar por la puerta de Asia Central. Al mismo tiempo respiraron aliviados cuando vieron que Boris Yeltsin, aquel político advenedizo que supo aprovechar las revueltas dentro del PC, sería el interlocutor en el Kremlin. Con él en el poder, en Washington estaban seguros que Rusia no levantaría cabeza.

Pero la aparición y ascenso de un desconocido funcionario salido del mundo de la inteligencia del estado soviético (KGB), cambiaría esas expectativas y pasarían años hasta que los norteamericanos se dieran cuenta de que habían subestimado su capacidad e inteligencia. Aquel delgado y corto hombre de aspecto gris que acompañaba a Yeltsin durante su gobierno, sería la clave de una nueva era para Rusia.  Vladimir Vladimirovich Putin quien fue presidente del Comité de Relaciones Exteriores de San Petersburgo y Jefe de la FSB recibe el poder de un Boris Yeltsin enfermo y con serios problemas de bebida, que no había logrado controlar el caos interior (especialmente con Chechenia) y mucho menos, repensar las relaciones de la Federación rusa ante el mundo.

Putin se hizo cargo de la gobernanza de un estado calamitoso y a punto de implosionar, que requería decisiones firmes y duras.

Es el mismo que logro imponer el orden y la ley en una Rusia sumida en la anomia que estaba en manos de oligarcas y de mafias que explotaban las carencias sociales por la crisis interior que vivía el país. También logró controlar las actividades terroristas chechenas y retomar los valores rusos como parte de un nuevo estado, devolviéndoles a los ciudadanos aquel orgullo de pertenecer a una nación. Pero lo que más descolocó a los estadounidenses fue la reconstrucción de una geopolítica rusa propia con una ambiciosa agenda internacional que, apoyándose en el ejercicio del derecho de veto en el Consejo de Seguridad rivalizaría con el unilateralismo que George H. Bush anuncio en 1991 como el “Nuevo Orden Mundial” y que a la vista de lo ocurrido en el Golfo Pérsico (guerra contra Iraq) parecía imposible de contraponer.  Para el Establishment estadounidense eso fue fatal.

Putin fue cauto hasta mediados de 2006 y a partir de allí con paciencia, lento pero sin pausa fue trabajando en reconstruir y fortalecer sus fuerzas armadas (en especial el Ejército y la Armada acuciadas por la baja moral y el abandono material), necesarias y estratégicas para una diplomacia sustancial ante el unilateralismo de puño de hierro con guante de seda que al amparo de operaciones de engaño como son las “revoluciones de colores” ejecutaba Washington.

El ascenso en 2008 de Dimitri Medvedev no detuvo este progreso y fue por ello que desde occidente se especulaba de la independencia de criterio de éste mandatario.

Fue así que a instancias de actos de gobierno y decisiones claramente audaces, reactivo la industria armamentística nacional, el desarrollo tecnológico y científico encarado a mejorar el campo aeroespacial y del desarrollo de misiles estratégicos que mostraría sus frutos más categóricos en marzo de 2018. Impulso el saneamiento de un estado carcomido por la corrupción y puso reglas claras a la reconstrucción del sector empresarial dejando en claro que ya no haría lo que ellos querían.
Putin reconstruyo el tejido social y estableció un nuevo paradigma de autoridad como basamento del nuevo estado.

A la par de esto, se fue configurando una diplomacia exterior firme y coherente que representada por el canciller Sergei Lavrov fue cimentando una geopolítica revitalizada y decidida a darle a Rusia un papel protagónico en los temas centrales de la región Euroasiática y más allá. Mientras EEUU estaba absorta en sus guerras en Iraq y Afganistán creyendo que obteniendo victorias que nunca llegarían, entraría por la puerta trasera, Rusia cultivaba y estrechaba sus relaciones diplomáticas con sus vecinos del Centro de Asia. Las expectativas estadounidenses de penetrar por el centro asiático, como lo vemos hoy,  fue un mal cálculo (muy errado) que aún siguen lamentando.

Putin estableció importantes relaciones con China con quién (pese a la competencia que existe por un sitial de preponderancia en Eurasia) comparten objetivos regionales en común en pos de sus intereses, han firmado varios acuerdos bilaterales que van desde la cooperación comercial, seguridad, defensa y de desarrollo energético con importantes proyectos en desarrollo y otros aún por concretar en esta área.  

En 2002 Putin firma con Bush la reducción de sus arsenales nucleares estratégicos algo que no hace mucho –gracias a Trump a instancias del sector neocon- termino yéndose  por el inodoro. Pero en ese entonces, al mismo tiempo que se acordaba esta reducción de misiles de estas características, la administración de Bush-Cheney a instancia de Bruselas prosiguió con los planes de extender la influencia de la OTAN hasta las fronteras rusas pero sin considerar las capacidades de reacción de la nueva Rusia y mucho menos de adelantar las capacidades políticas de las administraciones de Putin y Medvedev. Henry Kissinger ya lo había advertido tras una entrevista al referirse al mandatario ruso, como un mandatario con una personalidad poco común.

Entre tanto Putin extendió sus lazos más allá del atlántico constituyendo ello una movida revolucionaria en el campo diplomático y la apuesta a tejer una nueva geopolítica, estableciendo nuevos y duraderos lazos con América Latina y en particular con Venezuela que pese a los avatares y los cambios que se están dando en la región, aún perviven y se siguen desarrollando a la sombra de las continuas amenazas de EEUU y la OTAN. La ayuda naval remitida en 2017 para rescatar al submarino argentino hundido en el Atlántico sur fue muy reconocida y valorada por las familias de los tripulantes, pero desdeñada por un gobierno argentino subordinado a Londres.

En lo referente al Medio Oriente su agenda fue sin dudas la que más fastidio a Washington y a sus socios, entre ellos Israel y Arabia Saudita quienes prefieren (por costumbre y conveniencias) seguir ligados a la geopolítica de EEUU. Mientras éstos últimos conspiraban junto a Francia y Gran Bretaña para destruir a la república árabe de Siria y convertirla en un estado fallido como lo hicieron con Libia en 2011, Putin estrecho las relaciones con Damasco y cuando intentaron amedrentarlo con la utilización de armas químicas intentando culpar a Bashar Al Assad -en ataques de Falsa Bandera- e incluso  atacando a legaciones y funcionarios consulares rusos en Damasco, profundizó su apoyo con el involucramiento en la lucha por expulsar a las milicias de mercenarios (reclutados por la CIA y el MIT turco) que estaban siendo remitidas desde bases de adiestramiento en Turquía y Jordania.

También maniobro con prudencia y sagacidad ante las provocaciones (planificadas por la Casa Blanca) para involucrar a Rusia en un enfrentamiento directo con Turquía y distraerlo de las acciones en Siria. El derribo del avión “SU-24” en noviembre de 2015 fue en ese sentido, la carnada para provocar a Moscú. Pero Putin entendió la señal y lejos de reaccionar logro que el mismo mandatario turco tuviera que pedir disculpas públicas por ese ataque, llevando a que los planes de Obama se vinieran al suelo. Aquello supuso un error estratégico que Washington quiso cobrarle a Erdogan tratando de quitarlo del medio con el intento de golpe de estado de julio de 2016.

Incluso, la actual estabilidad lograda en la mayor parte de Siria es debida a Vladimir Putin y las fuerzas rusas que lograron desalojar de las ciudades más importantes a grupos armados como “Jabbat Al Nusra”, “Al Qaeda” y “Estado Islámico” para empujarlos hacia el desierto.

Ello implicó desbaratar las redes secretas y células que las agencias de inteligencia occidentales (con la complicidad de otras regionales como las sauditas, turcas e israelíes) habían montado para sostener la operatividad de éstas bandas armadas. Sin dudas, fue la muestra de una firme decisión y determinación política por cortar de raíz el origen de ésta agresión que ponía en riesgo un interés estratégico como es la presencia y permanencia de la base naval en Latakia.

A la par de esto, la fluida relación con Irán y el establecimiento de varios acuerdos bilaterales en el campo de la defensa, alivio la presión que EEUU desde hace décadas –y por presiones del Lobbie por israelí- viene imprimiendo sobre el país islámico al cual Moscú, además de apoyar la decisión iraní de suspender parcialmente el cumplimiento del acuerdo por la cuestión nuclear –abandonado por Donald Trump-, en una muestra de confianza mutua le proveyó sistemas de misiles antiaéreos S-300, algo que fastidio a Tel Aviv.

Otro logro fue la decisión de resolver de un golpe el “nudo gordiano” que representaba la situación de Crimea, un acierto estratégico y político magistral de Putin. En Ucrania tras el golpe de 2014 (urdido a la sombra del Departamento de Estado y la embajada norteamericana en Kiev), los esfuerzos de la OTAN por infiltrar la inestabilidad social en el este del país mediante agitadores, células de mercenarios y asesinos para crear confusión entre la población del Donbass fue conjurado por la incondicional asistencia de Rusia que no dejaría que a la zaga de estas operaciones negras y fomento del terror, la OTAN entrara en Ucrania.

También ha tenido y viene teniendo un papel decisivo en conflictos regionales en el sur de Asia en particular entre la India y Pakistán con quienes Rusia ha entablado relaciones simultáneas de variada índole  llegando a poder jugar en algún momento el papel de mediador en la crisis conflictiva por la región de Cachemira. Incluso más, el gobierno de la India trató de usar ésta relación –especialmente motivada por acuerdos multimillonarios- para que Moscú juegue a favor de la posición de Nueva Delhi en dicho conflicto algo que Moscú ha dejado en claro que no aceptara.

En definitiva,  pese a las tiranteces internas entre “tradicionalistas” y “progresistas” y las presiones que recibe de occidente, Putin demuestra que ha sido y sigue siendo exitoso en gobernar un país tan extenso como Rusia y claramente ambicioso por convertirse en el líder de los países que tratan de ser presionados por el unilateralismo estadounidense, dándoles la alternativa de unirse a una geopolítica de un multilateralismo más flexible, multifacético y participativo que aquella otra que el tiempo ha demostrado con creces que es una versión moderna de la metáfora del “garrote y la zanahoria”.

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