EN LA MIRA
“LA PUGNA”
Ha quedado en claro que más allá de algunos fenómenos como el Brexit o las crisis que se registran en América Latina, hay bajo cuerdas una lucha entre dos corrientes ideológicas irreconciliables
Por
Charles H. Slim
Con cada día que
pasa, se puede comprobar cabalmente que existe una lucha a brazo partido que
excede a las naciones como típicos actores internacionales dentro del complejo
mundo actual. Se sabe que desde la década de los ochentas (en el siglo XX) los
grandes intereses políticos financieros que a su vez sustentan el gran aparato
de la industria armamentística que genera billonarias cantidades de ganancias
monetarias anuales y que benefician a pocas familias del globo, a su vez
retroalimenta aquel circuito financiero internacional con centro en Wall Street
en la ciudad de New York y “la city” de Londres las cuales también están manos
de algunas familias. Como quien diría “todo queda en familia”.
Desde
finales de los noventas vimos como de la mano de la propaganda mediática de la
poderosa corporación anglosajona ligada a los oscuros intereses sionistas
internacionales, impulsaron y justificaron la primera guerra del Golfo Pérsico
que fue, el puntapié a todo lo que actualmente se viene desarrollando en el
norte de África y el Medio Oriente. Aquel “nuevo orden mundial” que inauguró el
presidente George H. Bush en su ponencia ante el Congreso en aquel 11 de
septiembre de 1991, no nació de su voluntad o por el mérito propio; Bush al
igual que sus predecesores y quienes le continuaron, son el muñeco parlante de
los reales intereses que se esconden tras bambalinas. Incluso podemos asegurar
que son los mismos que actualmente bregan por imponer engendros financieros
como el TTIP y el CETA que dejarían –entre
otras- inoperantes los derechos del consumidor.
Hoy
acudimos a un verdadero cisma o como reza nuestro encabezado, a una “pugna”
entre dos posiciones irreductibles en las relaciones internacionales: El Globalismo y el Nacionalismo.
El
primero es sin dudas, el hijo de aquella globalización neoliberal que
promocionaron e impulsaron desde finales de los setentas y comienzos de los
ochentas las administraciones de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald
Reagan en EEUU, protagonistas de los programas de privatización económica que
derrumbaron los pilares del llamado “estado de bienestar” para abrirle el
camino a la centralización del poder ejecutivo que solo se avocara a controlar
pocos sectores del estado dejando las manos libres a la banca financiera para
que supuestamente haga de engranaje para el desarrollo económico de la
población que ya no contara con una intervención del estado para temas como la
salud, el empleo, la educación y la seguridad social.
En
este sentido aquella “globalización” fue el movimiento, un procedimiento no
popular que nació desde la cúspide del poder con la finalidad última de tender
redes globales de cooperación, de negocios y de ayudas mutuas pero, solo para los contados sectores poderosos. La
mejor muestra de la funcionalidad de esta globalización es sin dudas las coordinadas
intervenciones de la OTAN (legalizadas por la ONU), que tras destruir la infraestructura
de un país, les abre las puertas a las empresas y corporaciones occidentales
que reconstruirán lo que sus compañeros militares han destruido.
Iraq
es un ejemplo fallido de esto. A pesar de que estadounidenses y británicos
demolieron puntillosamente la infraestructura del país y no contentos con ello,
eliminaron a miles de sus funcionarios para reemplazarlos con colaboracionistas
con misérrimos sueldos de 200 dólares mensuales, las inversiones no han sido
las más prosperas para sus interesados, siendo una notoria causal de ello, la
pertinaz resistencia armada y política que devino tras la invasión.
Aunque
muchos globalistas quieran esconder este tipo de episodios, ellos forman parte
de la dinámica “globalista” –que claramente vinculada con el imperialismo- que
solo está diseñada por y para ciertos sectores y no para el beneficio común.
Creyeron que convertirían a Iraq en el modelo de un oasis árabe
para-estadounidense en medio de la Mesopotamia, algo que al no ver resultados
óptimos, complicaron la situación con sus experimentos de la ingeniería insurreccional
elaborados en los laboratorios de la CIA y aliados que parieron monstruos como
“Al Qaeda”, “ISIS” y muy posiblemente a una docena de otras bandas que operan
hoy en Siria.
En
este último escenario, “los globalistas” más conocidos encarnados en Bush, Barak
Obama, Hillary Clinton, John Mc Cain y la lista continua, pese a los intentos
por destruir la nacionalidad siria, han hallado un inesperado obstáculo para lograr
su misión y ese fue, Rusia que además de su poder militar, se ha plantado ante
los foros internacionales en pro de una política “multilateral” de relaciones
diplomáticas.
En
este marco, el gobierno de Damasco logro soportar el suficiente tiempo al
intento claro de derrocamiento de Bashar Al Assad, la desarticulación del
sistema político controlado por el partido nacionalista B´aath y el
despedazamiento territorial y confesional de la Siria que hoy conocemos,
buscando además de los objetivos geopolíticos que beneficiarían a Tel Aviv, la
creación de una multitud de zonas bajo control de grupos rivales que además de
crear un magnifico mercado para los traficantes y los vendedores de armas,
entorpecería muy convenientemente la estratégica “ruta de la seda” que tan
buenos negocios le daría al comercio de Rusia, China y al mundo árabe islámico.
Otro
elemento ineludible de éste Globalismo había venido siendo el unilateralismo
estadounidense, herramienta política de Washington para implementar sus
acciones de intervención militar que hoy vemos sigue siendo utilizada por la
administración Trump.
A
contrario de todas las predicciones y como reacción a estos intentos, el
renacimiento de los nacionalismos es una realidad incontrastable que pese a la
propaganda adversa que se lanza desde los medios hegemónicos en su contra, es
la única vacuna contra farsa política globalista. En ese sentido, las continuas
alegorías maliciosas que pretenden vincular este ideario al “fascismo”, al
“nazismo” (filosofías europeas) y con términos como “dictadura” y “régimen”, surgen a la vista de las nuevas generaciones
pensantes como meras cortinas de humo que en realidad esconden el miedo de los
sectores del poder global, a perder las prerrogativas y los negocios que giran
en torno al montaje de ese Globalismo político financiero.
Hemos
visto como hay ciertos nacionalismos que son tolerados por el Stablishment y
otros que (caso de Irán, China, Rusia), convenientemente son motivo del escarnio mediático. Hemos visto
como el “ultranacionalismo” ucraniano, pese a su virulencia racista, ha venido
siendo apañado desde occidente por su funcionalidad contra Rusia.
Otro de los
más protegidos por la Corporación mediática occidental es el “nacionalismo
israelí” insuflado de mesianismo
religioso y político que bajo la denominación de “sionismo”, ha venido siendo el
ideario de supremacía de una secula judía askenazi por sobre los derechos de
los árabes y palestinos. Con abundantes antecedentes de un racismo
recalcitrante y nocivo, este nacionalismo expansionista tiene en su haber todo
tipo de crímenes y violaciones contra los derechos humanos desde la instalación
de Israel hasta la actualidad.
Pero
el nacionalismo real no es eso. El miedo que albergan los globalistas contra
esta ideología está en el corte de los nexos políticos financieros que se
entrelazan entre sectores de las bancas locales que culminan en los centros de
poder anglosajones.
Precisamente, un nacionalismo sano, bregara por una moneda
soberana, políticas de beneficio común teniendo primordial interés sobre sus
habitantes nativos, la regulación de los negocios foráneos mediante un gobierno
respetable, un sistema jurídico sólido y probo, impermeable a los desmanejos e
influencias corporativas externas que buscan imponer jurisdicciones extrañas
que solo favorecen a sus intereses privados (CIADI). En fin, no permitir que se
intoxique y corrompa a los habitantes de una nación con la única finalidad de
llenar los bolsillos de pocos y ajenos.