lunes, 4 de abril de 2016

EN DEBATE


AQUÍ Y ALLÁ, LOS 
MISMOS DE SIEMPRE

Cómo la historia argentina demuestra que el colonialismo británico y el imperialismo norteamericano son concepciones criminales que pueden resistirse




Por Charles. H. Slim y Javier B. Dal

La historia de finales del siglo XIX y de todo el siglo XX ha estado marcada por el Colonialismo y su versión más agresiva como es el imperialismo anglosajón. A pesar de que transitamos un nuevo milenio estos vicios de las relaciones políticas a nivel internacional no parecen haberse sanado y peor aún, han ido tomando diversas variantes metafórmicas para encubrir sus fines. Pero, aunque a muchos no les interesa la historia por suelen decir “son cosas del pasado que no sirven para nada”,  ella es muy importante en lo que hace a las relaciones políticas y mucho más cuando estas se llevan a cabo entre los estados nación, una entidad política que en los últimos veinticinco años ha venido siendo atacada en forma selectiva y puntual, desde los centros de poder mundial, buscando instalar una crisis perpetua en regiones estratégicamente importantes.

Para éstos centros, cada región implica un foco de interés y cada uno de ellos de una entidad y prelación de acuerdo a lo que se pretenda obtener. En ese plan, cuentan con instituciones con miles de empleados que, solventados con amplios recursos, se dedican a “pensar” cuándo, dónde y cómo será la próxima “conquista”. Claro que, para las personas de a pie que tienen trabajos normales, una familia y esperanzas de una vida mejor, están ajenos a estas elucubraciones que son, las que en el trasfondo de la política manejan el mundo. Y esas elucubraciones que implican variadas maniobras de manipulación no solamente están direccionadas a engañar al grueso de la población sino que terminan costando la vida de miles y millones de personas para satisfacer intereses disfrazados bajo algún argumento de conveniencia.

En la larga historia del Colonialismo, principales actores han sido las potencias europeas, cada una en su época y con los intereses que marcaban la tendencia, fueron quienes marcaron el camino de cómo se movería el mundo un siglo después. Bajo esta concepción es que, el imperio británico el siglo XIX –entre otros- concebía al zaqueo como una “empresa”, que fue justificado por todo tipo de argumentos que iba desde los políticos, los religiosos hasta los meramente racistas.  Simplemente, si la corona británica fijaba sus ojos sobre algún territorio o sitio que era rentable, era justo para su razonamiento que lo tomara sin reconocer nada a los nativos del lugar. Eso no quería decir que obraran como simples matones o ladrones armados, o al menos no lo hacían –y suelen hacer- con todos. El mejor ejemplo de ello fue sin dudas la colonización de la India donde para poder ejercer aquel poder tentacular desde Londres, los británicos supieron con mucho tiempo y estudio, manipular las diversidades culturales, étnicas y religiosas que más tarde acabarían en la división política y social entre una India “induísta” y el Pakistán “Islámico”.

Todos los medios son lícitos para cumplir sus fines y muestra ello puede verse en la “guerra del Opio” que los británicos provocaron contra la China imperial, principalmente por el control del gran negocio del tráfico de opio desde la India a China. El papel del imperio británico y de Francia en esas guerras del siglo XIX,  fue central y una de las consecuencias sociales causadas por la infiltración de éste poderoso alucinógeno, fue la creación de una gran población de adictos que a su vez conformó una interminable red de complicidades y corrupción entre los funcionarios del gobierno chino que, tentados por las abultadas ganancias, participaban del tráfico que provenía de la India.  Si usted advierte alguna similitud con lo que ocurre hoy con el narcotráfico a nivel global, no es mera coincidencia. Fue sin dudas, una de las primeras muestras del uso del “narcotráfico” como un arma de subversión con la cual dominar mentalmente al oponente. Esta implicancia británica fue decisiva para que unas décadas más tarde, tras años de abusos insoportables, se fomentaran los movimientos independentistas y anti occidentales que se vieron con la “rebelión de los Boxers” en 1912.

Como se puede ver, los británicos desarrollaron en el tiempo una muy aceitada estructura de colonialismo de la cual –y al contrario de los caracteres culposos de los latinos- fueron perfeccionando hasta convertirla en una institución casi sagrada que lleva el sello orgulloso del “Imperio Británico”. Por supuesto que hoy, este se halla claramente ajustado a los avances tecnológicos y las nuevas tendencias sociales que existen alrededor del globo. Hoy por hoy, las tareas sucias y el derramamiento de sangre se suele tercerizar en agentes privados que ofertan sus servicios como si de una empresa de limpieza se tratase. Un ejemplo fue los miles de mercenarios “Gurkas” nepaleses que Londres envió en 1982 a Malvinas como carne de cañón.     
América del sur tuvo su cara a cara con aquel imperialismo británico del siglo XIX y en varios casos –sino en la mayoría de los casos-, sucumbió ante su poder.  Pero hubo un caso en particular que rompió la regla y que siempre se ha dejado de lado o más bien, no han querido ser muy difundido en las crónicas históricas por “santos y pecadores”.  Es el caso de la incipiente república Argentina allá por los inicios del siglo XIX, donde una pequeña y mestiza población bajo el dominio español, ya pensaba en la independencia  de la corona española. Pero obviamente, no todos los pobladores –menos aún los comerciantes- y menos aún los líderes políticos de aquel entonces estaban dispuestos a abandonar los beneficios, privilegios  y su lealtad con la madre patria, España.   

Por aquel entonces,  los habitantes del Río de la Plata veían muy lejanas las realidades de la política europea y seguramente, muy pocos eran los que estaban informados de los contubernios de la geopolítica del imperio británico, holandés, la Francia napoleónica y claro, la de la propia Madre Patria.  Ellos no estaban al tanto de la importancia que dichas tierras tenían para las coronas imperiales de la época y hasta donde podían llegar en sus ambiciosas campañas. Sin dudas, en esa época era casi imposible acceder a las noticias sobre lo que ocurría en lugares como la India, el Lejano Oriente o incluso en el mismo continente en las agitadas aguas del Caribe, puerta de entrada a la flota pirata.  Por aquel entonces, el control de los mares y los puertos estratégicos era una tarea titánica y muy peligrosa.

En Londres se habían determinado que el puerto de Buenos Aires del Virreinato del río de La Plata,  joya de la Corona española del rey Fernando V, sería el objetivo más importante para la flota de su real majestad que por ese entonces dominaba los mares del mundo.  Su principal interés, era el mercantil. Claramente alentados tras la derrota de la escuadra franco-española en la batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805 y en cierto modo, influenciados por las ideas del revolucionario venezolano Francisco de Miranda,  el primer ministro William Pitt  dio luz verde a una empresa ambiciosa: hacerse con las colonias españolas en América.  Era un momento de esplendor del imperio británico que extendía sus tentáculos en Asia con la “Compañía de las Indias”  con miras a adueñarse de la China imperial,  la adquisición de las posesiones coloniales holandesas del sur de África y con el control de Afganistán y lo que hoy es Birmania, los británicos veían que nada los podía parar. Pero lo que en realidad movilizaba a estas ambiciones empresas, era una crisis comercial que comenzaba a percibirse con la pronta abolición de la esclavitud (1807) que cortaría con la fuerza laboral sin costo de la cual los británicos y sus pares europeos, se habían valido para enriquecer sus imperios.

Obviamente que la campaña no se lanzó sin un tanteo previo. En las colonias, incluyendo a Buenos Aires, había espías y doble agentes que, en público juraban lealtad a España en secreto pasaban informes a los correos que tenían los británicos en la región y que luego partían desde Montevideo en buques piratas con destino a Londres.  Con todo esto y con algunos errados consejos, Sir Home Popham vaticino el éxito de la empresa sobre el Río de la Plata creyendo que no encontrarían oposición a su llegada.

El 24 de junio de 1806, una flota armada con bandera del imperio británico era avistada  por el capitán francés Santiago de Liniers, quien alerto a las autoridades españolas sobre la inminencia de la invasión. En pocas horas, las cascas rojas desembarcaba en Quilmes y avanzarían  sin Cuando esto llegó a los oídos del Virrey Sobremonte –Tal como lo habría hecho cualquiera de los actuales políticos nativos- huyó de Buenos Aires sin olvidar por supuesto, los caudales públicos que –según los españoles- fue para salvarlos de las garras inglesas. Pero, fue capturado en el trayecto y con él el botín que pretendía salvar. En ese momento los ingleses desembarcaron y ocuparon Buenos Aires sin ningún problema. A tal grado se acomodaron, que Beresford recibía constantes atenciones de los arribistas y obsecuentes del momento que, sin dudarlo, pasaron de la lealtad castiza a la de la “Casaca roja”.  De esta manera, comerciantes, políticos y arrastrados del momento, trataban de ganarse la confianza del general británico y su círculo de oficiales para que les recomendara con Londres; un precedente notable de lo que hoy se llama pragmatismo en la actual “clase política”.

Así es, en esta primera invasión, los leales a España no resistieron el ingreso de Beresford y su armada, a tal grado que solo fueron las mujeres las que, teniendo que darles de comer a los “casacas rojas”,  despotricaban contra sus maridos y lugareños por su repugnante cobardía.  Los ingleses se acomodaron en la ciudadela y tomaron posición en el puerto extendiendo su presencia por largos 46 días en los que, los agasajos y las fiestas de las familias influyentes no faltaban los altos oficiales británicos.  Esto era aborrecido por los pobladores que no gozaban de ningún tipo de privilegios. Era un sentimiento unísono entre los lugareños de qué los británicos eran “herejes invasores”.  Pero a pesar de tanta pleitesía y de su poderosa guarnición sabían que estaban muy lejos de Londres y cualquier refuerzo tardaría cuando menos cuatro meses.  Fue así que el 12 de agosto de 1806,  una fuerza armada  preparada  clandestinamente en Montevideo y conducida por el primer patriota,  Santiago de Liniers y Bremond logró derrotar a la guarnición inglesa que entre otras reacciones, logró arrancar el asombro de la prensa británica de la época y abrió el camino para la organización popular sin la tutela de España.  

Conscientes de que los británicos “volverían”, los patriotas como Liniers, Juna José Paso, Juan Martín Pueyrredón, Cornelio Saavedra, Joaquín Campana entre otros muchos otros, no se quedaron con los brazos cruzados y lejos de tirarse a dormir en los laureles, se prepararon para enfrentar lo que Londres planificó como una revancha aplastante, remitiendo al Río de la Plata una fuerza calculada en unos cien buques con bandera británica acarreando a unos doce mil hombres y unas cientos piezas de artillería, con la intensión de repetir la campaña  de año antes. Creyeron erróneamente, que hallarían el apoyo de una fracción de la población que avalaría su presencia y contrarestaría la posible y mal armada resistencia popular.  Pero la sorpresa fue fatal para Beresford, Gower y Whitelocke  y claro, para sus tropas cuando ingresando por las estrechas callejuelas de la primitiva ciudad porteña, se hallaron rodeados de unos 8.600 defensores armados que, coordinados con los vecinos, lanzaron sobre los aturdidos británicos fuego de mosquetes, agua y aceite hirviente, que concluyó con una rendición incondicional de las fuerzas del imperio más poderoso de entonces.

Diría el general John Whitelocke en su hora más oscura, cuando era interrogado ante la Cámara de los Comunes “lo visto en la campaña del Río de la Plata no tiene precedentes”; ciertamente que ello fue así, ya que había sido un golpe brutal al orgullo imperial de la Corona británica.

Treinta años más tarde, aprovechando información arrimada por Parish al Foreing Office  y aprovechando la insipiencia de la Confederación, los británicos y sus aliados EEUU,  se allegaron a las aguas de sur y tras agredir a la población autóctona de las islas Malvinas y tras destruir las defensas costeras de la Isla Soledad, hicieron pie en ellas con la intensión de reclamarlas para la Corona Británica.   Era demasiado lejos y había muchos problemas para que el gobierno de Juan Manuel de Rosas pudiera auxiliar a la guarnición, pero eso no hizo sino agudizar aun más la postura  del caudillo bonaerense con respecto a las pretensiones europeas. 

Y fue allí, unos años más tarde en 1845 cuando británicos y franceses, unidos en la mal sana pretensión de adueñarse del tránsito del Río Paraná, trataron de amenazar a la soberanía y al entonces representante de las relaciones exteriores de la Confederación, con un bloqueo al puerto de Buenos Aires. Con la férrea voluntad política de Rosas y la bravura del General Mansilla y sus hombres, la batalla de Obligado dio una nueva lección a los imperialistas que para ese entonces se hallaban unidos por el mismo interés y que como comentó el mismo brigadier general Juan Manual de Rosas  tras el sangriento epilogo de aquella batalla “aunque superados en número y armas, la resistencia presentada hizo que no se la llevasen de arriba los gringos”.


En 1982, las palabras de Rosas parecían resonar en los vientos fríos y húmedos del Atlántico sur, que recordando a los paisanos que defendieron las islas Malvinas con lo tuvieron y hasta donde sus fuerzas les respondieron, volvían a vivir en el coraje de los que se atrevieron a reclamar, aún al costo de su vida, lo que es de la Patria Argenta, sin que el paso del tiempo hubiera logrado borrar sus hazañas.  

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