EN DEBATE
“AQUÍ Y ALLÁ, LOS
MISMOS DE SIEMPRE”
Cómo la historia argentina demuestra que el colonialismo británico y el imperialismo norteamericano son concepciones criminales que pueden resistirse
Por Charles. H. Slim y Javier B. Dal
La historia de finales del siglo XIX y de todo el siglo XX ha estado
marcada por el Colonialismo y su versión más agresiva como es el imperialismo
anglosajón. A pesar de que transitamos un nuevo milenio estos vicios de las
relaciones políticas a nivel internacional no parecen haberse sanado y peor
aún, han ido tomando diversas variantes metafórmicas para encubrir sus fines.
Pero, aunque a muchos no les interesa la historia por suelen decir “son cosas
del pasado que no sirven para nada”,
ella es muy importante en lo que hace a las relaciones políticas y mucho
más cuando estas se llevan a cabo entre los estados nación, una entidad
política que en los últimos veinticinco años ha venido siendo atacada en forma
selectiva y puntual, desde los centros de poder mundial, buscando instalar una
crisis perpetua en regiones estratégicamente importantes.
Para
éstos centros, cada región implica un foco de interés y cada uno de ellos de
una entidad y prelación de acuerdo a lo que se pretenda obtener. En ese plan,
cuentan con instituciones con miles de empleados que, solventados con amplios
recursos, se dedican a “pensar” cuándo, dónde y cómo será la próxima
“conquista”. Claro que, para las personas de a pie que tienen trabajos normales,
una familia y esperanzas de una vida mejor, están ajenos a estas elucubraciones
que son, las que en el trasfondo de la política manejan el mundo. Y esas
elucubraciones que implican variadas maniobras de manipulación no solamente
están direccionadas a engañar al grueso de la población sino que terminan
costando la vida de miles y millones de personas para satisfacer intereses
disfrazados bajo algún argumento de conveniencia.
En
la larga historia del Colonialismo, principales actores han sido las potencias
europeas, cada una en su época y con los intereses que marcaban la tendencia,
fueron quienes marcaron el camino de cómo se movería el mundo un siglo después.
Bajo esta concepción es que, el imperio británico el siglo XIX –entre otros-
concebía al zaqueo como una “empresa”, que fue justificado por todo tipo de
argumentos que iba desde los políticos, los religiosos hasta los meramente
racistas. Simplemente, si la corona
británica fijaba sus ojos sobre algún territorio o sitio que era rentable, era
justo para su razonamiento que lo tomara sin reconocer nada a los nativos del
lugar. Eso no quería decir que obraran como simples matones o ladrones armados,
o al menos no lo hacían –y suelen hacer- con todos. El mejor ejemplo de
ello fue sin dudas la colonización de la India donde para poder ejercer aquel
poder tentacular desde Londres, los británicos supieron con mucho tiempo y
estudio, manipular las diversidades culturales, étnicas y religiosas que más
tarde acabarían en la división política y social entre una India “induísta” y
el Pakistán “Islámico”.
Todos
los medios son lícitos para cumplir sus fines y muestra ello puede verse en la
“guerra del Opio” que los británicos provocaron contra la China imperial,
principalmente por el control del gran negocio del tráfico de opio desde la
India a China. El papel del imperio británico y de Francia en esas guerras del
siglo XIX, fue central y una de las
consecuencias sociales causadas por la infiltración de éste poderoso
alucinógeno, fue la creación de una gran población de adictos que a su vez conformó
una interminable red de complicidades y corrupción entre los funcionarios del
gobierno chino que, tentados por las abultadas ganancias, participaban del
tráfico que provenía de la India. Si
usted advierte alguna similitud con lo que ocurre hoy con el narcotráfico a
nivel global, no es mera coincidencia. Fue sin dudas, una de las primeras
muestras del uso del “narcotráfico” como un arma de subversión con la cual
dominar mentalmente al oponente. Esta implicancia británica fue decisiva para
que unas décadas más tarde, tras años de abusos insoportables, se fomentaran
los movimientos independentistas y anti occidentales que se vieron con la
“rebelión de los Boxers” en 1912.
Como
se puede ver, los británicos desarrollaron en el tiempo una muy aceitada
estructura de colonialismo de la cual –y al contrario de los caracteres
culposos de los latinos- fueron perfeccionando hasta convertirla en una
institución casi sagrada que lleva el sello orgulloso del “Imperio Británico”.
Por supuesto que hoy, este se halla claramente ajustado a los avances
tecnológicos y las nuevas tendencias sociales que existen alrededor del globo.
Hoy por hoy, las tareas sucias y el derramamiento de sangre se suele tercerizar
en agentes privados que ofertan sus servicios como si de una empresa de
limpieza se tratase. Un ejemplo fue los miles de mercenarios “Gurkas” nepaleses
que Londres envió en 1982 a Malvinas como carne de cañón.
América
del sur tuvo su cara a cara con aquel imperialismo británico del siglo XIX y en
varios casos –sino en la mayoría de los casos-, sucumbió ante su
poder. Pero hubo un caso en particular
que rompió la regla y que siempre se ha dejado de lado o más bien, no han
querido ser muy difundido en las crónicas históricas por “santos y
pecadores”. Es el caso de la incipiente
república Argentina allá por los inicios del siglo XIX, donde una pequeña y
mestiza población bajo el dominio español, ya pensaba en la independencia de la corona española. Pero obviamente, no
todos los pobladores –menos aún los comerciantes- y menos aún los
líderes políticos de aquel entonces estaban dispuestos a abandonar los
beneficios, privilegios y su lealtad con
la madre patria, España.
Por
aquel entonces, los habitantes del Río
de la Plata veían muy lejanas las realidades de la política europea y
seguramente, muy pocos eran los que estaban informados de los contubernios de
la geopolítica del imperio británico, holandés, la Francia napoleónica y claro,
la de la propia Madre Patria. Ellos no
estaban al tanto de la importancia que dichas tierras tenían para las coronas
imperiales de la época y hasta donde podían llegar en sus ambiciosas campañas.
Sin dudas, en esa época era casi imposible acceder a las noticias sobre lo que
ocurría en lugares como la India, el Lejano Oriente o incluso en el mismo
continente en las agitadas aguas del Caribe, puerta de entrada a la flota
pirata. Por aquel entonces, el control
de los mares y los puertos estratégicos era una tarea titánica y muy peligrosa.
En
Londres se habían determinado que el puerto de Buenos Aires del Virreinato del
río de La Plata, joya de la Corona
española del rey Fernando V, sería el objetivo más importante para la flota de
su real majestad que por ese entonces dominaba los mares del mundo. Su principal interés, era el mercantil. Claramente
alentados tras la derrota de la escuadra franco-española en la batalla de
Trafalgar el 21 de octubre de 1805 y en cierto modo, influenciados por las
ideas del revolucionario venezolano Francisco de Miranda, el primer ministro William Pitt dio luz verde a una empresa ambiciosa:
hacerse con las colonias españolas en América.
Era un momento de esplendor del imperio británico que extendía sus
tentáculos en Asia con la “Compañía de las Indias” con miras a adueñarse de la China imperial, la adquisición de las posesiones coloniales
holandesas del sur de África y con el control de Afganistán y lo que hoy es
Birmania, los británicos veían que nada los podía parar. Pero lo que en
realidad movilizaba a estas ambiciones empresas, era una crisis comercial que
comenzaba a percibirse con la pronta abolición de la esclavitud (1807) que
cortaría con la fuerza laboral sin costo de la cual los británicos y sus pares
europeos, se habían valido para enriquecer sus imperios.
Obviamente
que la campaña no se lanzó sin un tanteo previo. En las colonias, incluyendo a
Buenos Aires, había espías y doble agentes que, en público juraban lealtad a
España en secreto pasaban informes a los correos que tenían los británicos en
la región y que luego partían desde Montevideo en buques piratas con destino a
Londres. Con todo esto y con algunos
errados consejos, Sir Home Popham vaticino el éxito de la empresa sobre el Río
de la Plata creyendo que no encontrarían oposición a su llegada.
El
24 de junio de 1806, una flota armada con bandera del imperio británico era
avistada por el capitán francés Santiago
de Liniers, quien alerto a las autoridades españolas sobre la inminencia de la
invasión. En pocas horas, las cascas rojas desembarcaba en Quilmes y
avanzarían sin Cuando esto llegó a los
oídos del Virrey Sobremonte –Tal como lo habría hecho cualquiera de los
actuales políticos nativos- huyó de Buenos Aires sin olvidar por supuesto,
los caudales públicos que –según los españoles- fue para salvarlos de
las garras inglesas. Pero, fue capturado en el trayecto y con él el botín que
pretendía salvar. En ese momento los ingleses desembarcaron y ocuparon Buenos
Aires sin ningún problema. A tal grado se acomodaron, que Beresford recibía
constantes atenciones de los arribistas y obsecuentes del momento que, sin
dudarlo, pasaron de la lealtad castiza a la de la “Casaca roja”. De esta manera, comerciantes, políticos y
arrastrados del momento, trataban de ganarse la confianza del general británico
y su círculo de oficiales para que les recomendara con Londres; un precedente notable
de lo que hoy se llama pragmatismo en la actual “clase política”.
Así
es, en esta primera invasión, los leales a España no resistieron el ingreso de
Beresford y su armada, a tal grado que solo fueron las mujeres las que,
teniendo que darles de comer a los “casacas rojas”, despotricaban contra sus maridos y lugareños
por su repugnante cobardía. Los ingleses
se acomodaron en la ciudadela y tomaron posición en el puerto extendiendo su
presencia por largos 46 días en los que, los agasajos y las fiestas de las
familias influyentes no faltaban los altos oficiales británicos. Esto era aborrecido por los pobladores que no
gozaban de ningún tipo de privilegios. Era un sentimiento unísono entre los
lugareños de qué los británicos eran “herejes invasores”. Pero a pesar de tanta pleitesía y de su
poderosa guarnición sabían que estaban muy lejos de Londres y cualquier
refuerzo tardaría cuando menos cuatro meses. Fue así que el 12 de agosto de 1806, una fuerza armada preparada clandestinamente en Montevideo y conducida por
el primer patriota, Santiago de Liniers
y Bremond logró derrotar a la guarnición inglesa que entre otras reacciones,
logró arrancar el asombro de la prensa británica de la época y abrió el camino
para la organización popular sin la tutela de España.
Conscientes
de que los británicos “volverían”, los patriotas como Liniers, Juna José Paso,
Juan Martín Pueyrredón, Cornelio Saavedra, Joaquín Campana entre otros muchos
otros, no se quedaron con los brazos cruzados y lejos de tirarse a dormir en
los laureles, se prepararon para enfrentar lo que Londres planificó como una
revancha aplastante, remitiendo al Río de la Plata una fuerza calculada en unos
cien buques con bandera británica acarreando a unos doce mil hombres y unas
cientos piezas de artillería, con la intensión de repetir la campaña de año antes. Creyeron erróneamente, que
hallarían el apoyo de una fracción de la población que avalaría su presencia y
contrarestaría la posible y mal armada resistencia popular. Pero la sorpresa fue fatal para Beresford,
Gower y Whitelocke y claro, para sus tropas
cuando ingresando por las estrechas callejuelas de la primitiva ciudad porteña,
se hallaron rodeados de unos 8.600 defensores armados que, coordinados con los
vecinos, lanzaron sobre los aturdidos británicos fuego de mosquetes, agua y
aceite hirviente, que concluyó con una rendición incondicional de las fuerzas
del imperio más poderoso de entonces.
Diría
el general John Whitelocke en su hora más oscura, cuando era interrogado ante
la Cámara de los Comunes “lo visto en la campaña del Río de la Plata no
tiene precedentes”; ciertamente que ello fue así, ya que había sido un
golpe brutal al orgullo imperial de la Corona británica.
Treinta
años más tarde, aprovechando información arrimada por Parish al Foreing Office y aprovechando la insipiencia de la
Confederación, los británicos y sus aliados EEUU, se allegaron a las aguas de sur y tras
agredir a la población autóctona de las islas Malvinas y tras destruir las
defensas costeras de la Isla Soledad, hicieron pie en ellas con la intensión de
reclamarlas para la Corona Británica. Era
demasiado lejos y había muchos problemas para que el gobierno de Juan Manuel de
Rosas pudiera auxiliar a la guarnición, pero eso no hizo sino agudizar aun más
la postura del caudillo bonaerense con
respecto a las pretensiones europeas.
Y fue allí, unos años más tarde en 1845
cuando británicos y franceses, unidos en la mal sana pretensión de adueñarse
del tránsito del Río Paraná, trataron de amenazar a la soberanía y al entonces
representante de las relaciones exteriores de la Confederación, con un bloqueo
al puerto de Buenos Aires. Con la férrea voluntad política de Rosas y la
bravura del General Mansilla y sus hombres, la batalla de Obligado dio una
nueva lección a los imperialistas que para ese entonces se hallaban unidos por
el mismo interés y que como comentó el mismo brigadier general Juan Manual de
Rosas tras el sangriento epilogo de
aquella batalla “aunque superados en número y armas, la resistencia
presentada hizo que no se la llevasen de arriba los gringos”.
En
1982, las palabras de Rosas parecían resonar en los vientos fríos y húmedos del
Atlántico sur, que recordando a los paisanos que defendieron las islas Malvinas
con lo tuvieron y hasta donde sus fuerzas les respondieron, volvían a vivir en
el coraje de los que se atrevieron a reclamar, aún al costo de su vida, lo que
es de la Patria Argenta, sin que el paso del tiempo hubiera logrado borrar sus hazañas.
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