“CAMBIOS NO CAMBIANTES”
Pese a que por un apretado margen Ignacio Lula
Da Silva logró llegar a la presidencia de Brasil, los resultados lejos están de
haber desbancado el liderazgo y la influencia política de Jair Bolsonaro. Ello
alienta a los partidarios de Trump en los EEUU y a la vez autoengaña a los
populistas argentinos
Por Charles
H. Slim
Los resultados en las elecciones de Brasil que
han encumbrado a un revindicado Lula Da Silva y que a su vez ha cortado las
aspiraciones reelectivas del actual presidente Jair Bolsonaro, para muchos
pareciera ser un cambio de época que viene a señalar -para bien o para mal- un
aparente reposicionamiento estratégico en el cono sur. La importancia de Brasil
como estado es gravitante y no hay otro entre sus vecinos que tenga un estado
con el orden estructural y grado de competitividad que este a su par en la
región y eso está más allá de las pueriles especulaciones sobre “derechas o
izquierdas”.
Claramente esta
situación Argentina no puede ni siquiera imaginársela. Su actual situación
institucional deja mucho que desear para ser considerado un estado competente y
por lo que se ve, su clase política (gobernante y de oposición) no parecen ser
la mejor opción para cambiar la situación. Más allá del presuroso y
“espontaneo” viaje del presidente Alberto Fernández para saludar al ganador,
eso no le da la paridad que en alguna época los río platenses llegaron a tener.
Incluso se dice que el mismo Lula quedó sorprendido de ver al sonriente
Fernández ya que, más allá de la efusividad que destaca al mandatario argento,
ambos en lo político, hoy por hoy, no tienen muchos puntos de encuentro.
Para ser sinceros, ni
Lula es un rabioso militante de izquierdas (que en algún momento pudo ser) ni
Fernández es (ni fue jamás) el peronista que dice ser. Para describirles de una
forma simpática este encuentro no hay mejor título al ver ese cuadro, que el de
“dos picaros sinvergüenzas”, rememorando esa fabulosa película cómica de 1988 sobre
dos estafadores interpretada por los magníficos actores Steve Martin y Michael
Caine.
Pero más allá de los
nombres, la situación del Brasil en la región no verá alteraciones en lo que
respecta a la macro economía y el impulso de las políticas comerciales con
alcance internacional. A contrario de Argentina, los gobiernos brasileros
trabajaron indistintamente de filiaciones políticas partidistas, por mantener
en orden las cuentas, colocar los productos nacionales, estableciendo contactos
y compromisos políticos en bloques competitivos con la finalidad de ampliar el
acceso a mercados más amplios y exóticos como el asiático mediante su membrecía
en el BRICS. Incluso vemos como la creciente presencia de inversiones y
relaciones comerciales chinas ha catapultado las preocupaciones y movimientos del
Departamento de Estado norteamericano que ha tratado infructuosamente de
condicionar las políticas del gobierno de Bolsonaro precisamente por la solidez
institucional del estado.
En resumen de cuentas,
el estado brasileño sigue en pie, es administrado más allá de la ideología del
mandatario de turno y funciona con una aceptable normalidad.
Por el contrario, los
argentinos durante tres décadas se han bamboleado de un lado a otro y sus
políticas exteriores han quedado rehenes de los colores políticos que pasaron
por su Casa Rosada. El hoy proclamado “estado presente” es solo un eslogan
vacío. En lo comercial se quedaron atrás marcando el paso y por visiones
miopes, prejuiciosas y cortoplacistas nunca se trazaron políticas y relaciones
comerciales audaces como las que el estado brasilero estableció con Asia y
Eurasia.
Si lo vemos desde el
ángulo discursivo con contenido político (presuntamente opuesto al capitalismo
liberal anglosajón), los Kichneristas de CFK podrían haber establecido con
Rusia y China relaciones de preferencia; pero una cosa es lo que se dice ser y
otra lo que se es ¿Cuál es la diferencia entonces con el Brasil? La primera es
que no se personifica en el mandatario de turno, pero la más sustancial es que Argentina
carece de infraestructuras estratégicas como son los puertos de aguas
profundas, los aeropuertos e incluso la falta de desarrollo defensivo que
además de la fuerza, es necesaria a los fines proveer seguridad a una cada vez
más insegura realidad internacional. Pero lo peor, es que -como estado- no
tiene un concepto propio de su política estratégica y ello se refiere a cómo
quiere estar parado en el mundo. Y la conclusión es muy clara: A los gobiernos
argentinos la camiseta les queda muy grande.
La competitividad del
estado brasilero está por fuera de los mezquinos y contingentes intereses de un
partido político determinado. Esto no significa que no haya corrupción en la
vida pública del Brasil. La diferencia en el manejo del erario público es
capital. Allí no se mezclan ni se confunden las temáticas del estado, sacando
del presupuesto dineros de un área estratégica para tapar agujeros y
reivindicaciones sociales. Hay contrafuegos institucionales que funcionan y -más
allá de las denuncias contra sus instituciones- la estabilidad
institucional y la seguridad jurídica (algo que en la Argentina no existe) en
Brasil queda de manifiesto.
A pesar de que hay un
fuerte enfrentamiento ideológico por la polaridad existente entre la corriente
de derecha (con gran apoyo de las iglesias evangelistas y neosionistas) que
sigue a Jair Bolsonaro y la que representa el ex mandatario Lula Da Silva que
se ubica ideológicamente del otro lado y más allá del disgusto que los primeros
sufrieron por el regreso de Lula al poder, los pilares estratégicos del estado
siguen en pie y no se verán afectados.
En cuanto a lo que se
ve de Argentina, el futuro inmediato no revela nada nuevo e incluso es seguro
que será la reedición de lo mismo de los últimos veinte años.
En síntesis, el Brasil
tiene un estado cimentado y en funcionamiento mientras que Argentina esta
parado sobre barro y con una clase política atrasada en discursos antiquísimos
y llevando aún al día de hoy, los muertos de su pasado a la rastra para generar
empatías y votantes. Sin dudas que a Brasil con Lula o sin él, un país como
Argentina con semejante tara además de no ser un socio fiable, es un lastre que
frena su expansión comercial y es por eso que el Mercosur hace tiempo está
muerto y enterrado.
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