domingo, 6 de noviembre de 2022

 

“CAMBIOS NO CAMBIANTES”

Pese a que por un apretado margen Ignacio Lula Da Silva logró llegar a la presidencia de Brasil, los resultados lejos están de haber desbancado el liderazgo y la influencia política de Jair Bolsonaro. Ello alienta a los partidarios de Trump en los EEUU y a la vez autoengaña a los populistas argentinos

 

Por Charles H. Slim

Los resultados en las elecciones de Brasil que han encumbrado a un revindicado Lula Da Silva y que a su vez ha cortado las aspiraciones reelectivas del actual presidente Jair Bolsonaro, para muchos pareciera ser un cambio de época que viene a señalar -para bien o para mal- un aparente reposicionamiento estratégico en el cono sur. La importancia de Brasil como estado es gravitante y no hay otro entre sus vecinos que tenga un estado con el orden estructural y grado de competitividad que este a su par en la región y eso está más allá de las pueriles especulaciones sobre “derechas o izquierdas”. 

Claramente esta situación Argentina no puede ni siquiera imaginársela. Su actual situación institucional deja mucho que desear para ser considerado un estado competente y por lo que se ve, su clase política (gobernante y de oposición) no parecen ser la mejor opción para cambiar la situación. Más allá del presuroso y “espontaneo” viaje del presidente Alberto Fernández para saludar al ganador, eso no le da la paridad que en alguna época los río platenses llegaron a tener. Incluso se dice que el mismo Lula quedó sorprendido de ver al sonriente Fernández ya que, más allá de la efusividad que destaca al mandatario argento, ambos en lo político, hoy por hoy, no tienen muchos puntos de encuentro.

Para ser sinceros, ni Lula es un rabioso militante de izquierdas (que en algún momento pudo ser) ni Fernández es (ni fue jamás) el peronista que dice ser. Para describirles de una forma simpática este encuentro no hay mejor título al ver ese cuadro, que el de “dos picaros sinvergüenzas”, rememorando esa fabulosa película cómica de 1988 sobre dos estafadores interpretada por los magníficos actores Steve Martin y Michael Caine. 

Pero más allá de los nombres, la situación del Brasil en la región no verá alteraciones en lo que respecta a la macro economía y el impulso de las políticas comerciales con alcance internacional. A contrario de Argentina, los gobiernos brasileros trabajaron indistintamente de filiaciones políticas partidistas, por mantener en orden las cuentas, colocar los productos nacionales, estableciendo contactos y compromisos políticos en bloques competitivos con la finalidad de ampliar el acceso a mercados más amplios y exóticos como el asiático mediante su membrecía en el BRICS. Incluso vemos como la creciente presencia de inversiones y relaciones comerciales chinas ha catapultado las preocupaciones y movimientos del Departamento de Estado norteamericano que ha tratado infructuosamente de condicionar las políticas del gobierno de  Bolsonaro precisamente por la solidez institucional del estado.

En resumen de cuentas, el estado brasileño sigue en pie, es administrado más allá de la ideología del mandatario de turno y funciona con una aceptable normalidad.

Por el contrario, los argentinos durante tres décadas se han bamboleado de un lado a otro y sus políticas exteriores han quedado rehenes de los colores políticos que pasaron por su Casa Rosada. El hoy proclamado “estado presente” es solo un eslogan vacío. En lo comercial se quedaron atrás marcando el paso y por visiones miopes, prejuiciosas y cortoplacistas nunca se trazaron políticas y relaciones comerciales audaces como las que el estado brasilero estableció con Asia y Eurasia.

Si lo vemos desde el ángulo discursivo con contenido político (presuntamente opuesto al capitalismo liberal anglosajón), los Kichneristas de CFK podrían haber establecido con Rusia y China relaciones de preferencia; pero una cosa es lo que se dice ser y otra lo que se es ¿Cuál es la diferencia entonces con el Brasil? La primera es que no se personifica en el mandatario de turno, pero la más sustancial es que Argentina carece de infraestructuras estratégicas como son los puertos de aguas profundas, los aeropuertos e incluso la falta de desarrollo defensivo que además de la fuerza, es necesaria a los fines proveer seguridad a una cada vez más insegura realidad internacional. Pero lo peor, es que -como estado- no tiene un concepto propio de su política estratégica y ello se refiere a cómo quiere estar parado en el mundo. Y la conclusión es muy clara: A los gobiernos argentinos la camiseta les queda muy grande.

La competitividad del estado brasilero está por fuera de los mezquinos y contingentes intereses de un partido político determinado. Esto no significa que no haya corrupción en la vida pública del Brasil. La diferencia en el manejo del erario público es capital. Allí no se mezclan ni se confunden las temáticas del estado, sacando del presupuesto dineros de un área estratégica para tapar agujeros y reivindicaciones sociales. Hay contrafuegos institucionales que funcionan y -más allá de las denuncias contra sus instituciones- la estabilidad institucional y la seguridad jurídica (algo que en la Argentina no existe) en Brasil queda de manifiesto.

A pesar de que hay un fuerte enfrentamiento ideológico por la polaridad existente entre la corriente de derecha (con gran apoyo de las iglesias evangelistas y neosionistas) que sigue a Jair Bolsonaro y la que representa el ex mandatario Lula Da Silva que se ubica ideológicamente del otro lado y más allá del disgusto que los primeros sufrieron por el regreso de Lula al poder, los pilares estratégicos del estado siguen en pie y no se verán afectados.

En cuanto a lo que se ve de Argentina, el futuro inmediato no revela nada nuevo e incluso es seguro que será la reedición de lo mismo de los últimos veinte años.

En síntesis, el Brasil tiene un estado cimentado y en funcionamiento mientras que Argentina esta parado sobre barro y con una clase política atrasada en discursos antiquísimos y llevando aún al día de hoy, los muertos de su pasado a la rastra para generar empatías y votantes. Sin dudas que a Brasil con Lula o sin él, un país como Argentina con semejante tara además de no ser un socio fiable, es un lastre que frena su expansión comercial y es por eso que el Mercosur hace tiempo está muerto y enterrado.  

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