DEMOCRACIA EN ESTADO DE COMA
¿Cómo puede interpretarse el intento de magnicidio contra el candidato
Donald Trump del sábado 13 de julio pasado?
Por
Charles H. Slim
Se suponía que la inseguridad y el caos político reinaba en sociedades más allá del occidente anglosajón ya que, desde su perspectiva, estaba protegido por la tan proclamada democracia. Lo ocurrido en Pensilvania el 13 de julio, a pleno día y en medio de miles de personas en el mitin en el cual el candidato Donald Trump se presentaba, expone una realidad política doméstica altamente polarizada que desde hace tiempo los medios han tratado de tapar.
El intento
de asesinato contra Donald Trump es un síntoma de claro deterioro de la
institucionalidad, de una lucha intestina por el poder y el oscurantismo que
reina en la pretendida democracia estadounidense. Pensilvania, uno de los
estados donde se asentaron los colonos puritanos como lugar donde se produjo
este intento criminal es una señal que no hay que obviar. La andanada de
disparos con un fúsil semiautomático “AR-15” provenientes desde un cobertizo a
unos 130 metros del palco pudo haberle arrancado la cabeza a Trump, con lo cual
el tirador falló por causas que se determinaran en las investigaciones.
Inmediatamente
y tras el ataque se supo que el tirador fue abatido por el servicio secreto
siendo identificado a las pocas horas como Thomas Crooks, un joven de apenas 20
años de edad, sin antecedentes penales y con muy buenas calificaciones en
Ciencias y Matemáticas. Si aceptamos la identidad de este atacante ¿Qué pudo
llevarlo a semejante acción?, ¿Tal vez por el supuesto interés de Trump por
detener la guerra en Ucrania?
Descartando
que se haya tratado de un desequilibrado mental o de ser un drogadicto, pudo
haber obrado por convicción propia o instigado a realizarlo y de ser éste
último el caso ¿Quiénes y cómo lo manipularon?
Sobre cómo
pudo posicionarse en ese cobertizo, las posibles respuestas pueden molestar a
muchos.
En una
mirada rápida sobre el desarrollo de los hechos podemos ver algunas cuestiones
muy sugestivas. Primero no se entiende como el servicio secreto no haya tomado
el control de todo el predio y revisado meticulosamente todas las estructuras
circundantes. Tampoco porque sus agentes no ubicaron guardias ni tiradores en
la parte superior del cobertizo en donde se aposto Crooks. Tampoco porque no se
usaron drones para vigilar desde lo alto y tener un panorama más completo y en
tiempo real del mitin. O el jefe de la custodia es un aficionado, o alguien
sabía muy bien de antemano cuales eran los puntos ciegos en la seguridad. Lo
cierto (y esto también es muy sugestivo), fue el mismo servicio secreto que tuvo
eficacia para eliminar rápidamente a Crooks.
En cuanto a
lo que hace al tirador, un joven brillante en matemáticas, sin aparentes
antecedentes de violencia ni uso de armas pero adherente al Partido Republicano,
son señas muy peculiares y hasta desconcertantes para que se trate de un
asesino motivado políticamente. Mucho menos en la de un asesino profesional. Aún
si le quitamos el halo de misterio y lo ponemos como un caso de un simple
sujeto indignado con la personalidad de Trump que se levantó de su cama y tomo
un fúsil “AR” como si fuera a cazar patos, tampoco se explica.
Es seguro
que Trump y sus cercanos descartan la acción errática e impulsiva de un joven
perturbado y mucho menos que haya sido planificado en el exterior como ya se ha
tratado de argumentar por algunos periodistas y analistas lameculos de medios del
hemisferio y particularmente en Argentina.
Trump no solo
no nació ayer, él es estadounidense y como tal conoce muy bien la historia
política de su país. Incluso fue su mordaz oposición a la elite oscurantista y
sus negocios a costa de los simples ciudadanos lo que lo llevó a saltar a la
arena de la vida pública. El asesinato del entonces presidente John F. Kennedy,
luego su hermano RFK y la intentona de hacer lo mismo Ronald Reagan en 1980 son
más que suficientes precedentes para saber que algo muy malo y siniestro se
mueve por debajo del suelo de la política en Washington y que hoy le apuntan a
él.
Sepamos que,
si el tirador hubiera tenido éxito, las reacciones y el desarrollo de los
acontecimientos posteriores hubieran sido muy diferentes. Trump estaría muerto,
los políticos demócratas con Joe Biden, Nancy Pelosi, Barack Obama y los Clinton
a la cabeza habrían montado una gran charada demostrando sus condolencias y un
supuesto repudio e indignación dándole al occiso una cobertura mediática
espectacular, pero en el fondo todos ellos estarían muy aliviados por este
hecho ¿Por qué? Porque Trump no habría podido hablar más, finde la historia.
Quien más
ganaría con esta súbita partida no solo serían los demócratas ya que Biden es
un caballo viejo que para peor, ya no coordina en la realidad en la que se
halla sino el llamado “estado profundo”, un estrato del poder real en los EEUU (dentro
del cual se ubican la CIA y otra docena de agencias similares que seguramente a
su vez están infiltradas) que no está para nada feliz con un tipo como Trump.
Es por ello
que todo el gimoteo y la actuación de estos sectores para Trump son una farsa.
Y en realidad no se equivoca ya que él mismo había dicho unos días atrás que
Biden lo habría mandado a matar. Como sea que haya sido la trama para este
intento, lo cierto es que ello ha engrandecido su épica personal con lo cual
los demócratas y sus rivales dentro del partido republicano que se habrían
sentido aliviados con otro final hoy se muerden la lengua para no quedar
expuestos.
Igualmente
Trump no debiera perder de vista que el bajo fondo que lo detesta y se haya
incrustado en las estructuras del estado podría intentarlo otra vez aunque, con
otra modalidad.
Para
concluir no hay dudas que el asunto apesta y si hay libertad para investigar no
habrá problemas para dilucidar las responsabilidades intelectuales ya que, como
me dijo un viejo camarada “no hay misterios, solo encubrimientos”.