lunes, 15 de julio de 2024

 

DEMOCRACIA EN ESTADO DE COMA

¿Cómo puede interpretarse el intento de magnicidio contra el candidato Donald Trump del sábado 13 de julio pasado?

 

Por Charles H. Slim

Se suponía que la inseguridad y el caos político reinaba en sociedades más allá del occidente anglosajón ya que, desde su perspectiva, estaba protegido por la tan proclamada democracia. Lo ocurrido en Pensilvania el 13 de julio, a pleno día y en medio de miles de personas en el mitin en el cual el candidato Donald Trump se presentaba, expone una realidad política doméstica altamente polarizada que desde hace tiempo los medios han tratado de tapar.

El intento de asesinato contra Donald Trump es un síntoma de claro deterioro de la institucionalidad, de una lucha intestina por el poder y el oscurantismo que reina en la pretendida democracia estadounidense. Pensilvania, uno de los estados donde se asentaron los colonos puritanos como lugar donde se produjo este intento criminal es una señal que no hay que obviar. La andanada de disparos con un fúsil semiautomático “AR-15” provenientes desde un cobertizo a unos 130 metros del palco pudo haberle arrancado la cabeza a Trump, con lo cual el tirador falló por causas que se determinaran en las investigaciones.

Inmediatamente y tras el ataque se supo que el tirador fue abatido por el servicio secreto siendo identificado a las pocas horas como Thomas Crooks, un joven de apenas 20 años de edad, sin antecedentes penales y con muy buenas calificaciones en Ciencias y Matemáticas. Si aceptamos la identidad de este atacante ¿Qué pudo llevarlo a semejante acción?, ¿Tal vez por el supuesto interés de Trump por detener la guerra en Ucrania?

Descartando que se haya tratado de un desequilibrado mental o de ser un drogadicto, pudo haber obrado por convicción propia o instigado a realizarlo y de ser éste último el caso ¿Quiénes y cómo lo manipularon?

Sobre cómo pudo posicionarse en ese cobertizo, las posibles respuestas pueden molestar a muchos.

En una mirada rápida sobre el desarrollo de los hechos podemos ver algunas cuestiones muy sugestivas. Primero no se entiende como el servicio secreto no haya tomado el control de todo el predio y revisado meticulosamente todas las estructuras circundantes. Tampoco porque sus agentes no ubicaron guardias ni tiradores en la parte superior del cobertizo en donde se aposto Crooks. Tampoco porque no se usaron drones para vigilar desde lo alto y tener un panorama más completo y en tiempo real del mitin. O el jefe de la custodia es un aficionado, o alguien sabía muy bien de antemano cuales eran los puntos ciegos en la seguridad. Lo cierto (y esto también es muy sugestivo), fue el mismo servicio secreto que tuvo eficacia para eliminar rápidamente a Crooks.

En cuanto a lo que hace al tirador, un joven brillante en matemáticas, sin aparentes antecedentes de violencia ni uso de armas pero adherente al Partido Republicano, son señas muy peculiares y hasta desconcertantes para que se trate de un asesino motivado políticamente. Mucho menos en la de un asesino profesional. Aún si le quitamos el halo de misterio y lo ponemos como un caso de un simple sujeto indignado con la personalidad de Trump que se levantó de su cama y tomo un fúsil “AR” como si fuera a cazar patos, tampoco se explica.

Es seguro que Trump y sus cercanos descartan la acción errática e impulsiva de un joven perturbado y mucho menos que haya sido planificado en el exterior como ya se ha tratado de argumentar por algunos periodistas y analistas lameculos de medios del hemisferio y particularmente en Argentina.

Trump no solo no nació ayer, él es estadounidense y como tal conoce muy bien la historia política de su país. Incluso fue su mordaz oposición a la elite oscurantista y sus negocios a costa de los simples ciudadanos lo que lo llevó a saltar a la arena de la vida pública. El asesinato del entonces presidente John F. Kennedy, luego su hermano RFK y la intentona de hacer lo mismo Ronald Reagan en 1980 son más que suficientes precedentes para saber que algo muy malo y siniestro se mueve por debajo del suelo de la política en Washington y que hoy le apuntan a él.

Sepamos que, si el tirador hubiera tenido éxito, las reacciones y el desarrollo de los acontecimientos posteriores hubieran sido muy diferentes. Trump estaría muerto, los políticos demócratas con Joe Biden, Nancy Pelosi, Barack Obama y los Clinton a la cabeza habrían montado una gran charada demostrando sus condolencias y un supuesto repudio e indignación dándole al occiso una cobertura mediática espectacular, pero en el fondo todos ellos estarían muy aliviados por este hecho ¿Por qué? Porque Trump no habría podido hablar más, finde la historia.

Quien más ganaría con esta súbita partida no solo serían los demócratas ya que Biden es un caballo viejo que para peor, ya no coordina en la realidad en la que se halla sino el llamado “estado profundo”, un estrato del poder real en los EEUU (dentro del cual se ubican la CIA y otra docena de agencias similares que seguramente a su vez están infiltradas) que no está para nada feliz con un tipo como Trump.

Es por ello que todo el gimoteo y la actuación de estos sectores para Trump son una farsa. Y en realidad no se equivoca ya que él mismo había dicho unos días atrás que Biden lo habría mandado a matar. Como sea que haya sido la trama para este intento, lo cierto es que ello ha engrandecido su épica personal con lo cual los demócratas y sus rivales dentro del partido republicano que se habrían sentido aliviados con otro final hoy se muerden la lengua para no quedar expuestos.

Igualmente Trump no debiera perder de vista que el bajo fondo que lo detesta y se haya incrustado en las estructuras del estado podría intentarlo otra vez aunque, con otra modalidad.

Para concluir no hay dudas que el asunto apesta y si hay libertad para investigar no habrá problemas para dilucidar las responsabilidades intelectuales ya que, como me dijo un viejo camarada “no hay misterios, solo encubrimientos”.

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