“LA
CULPA NO ES DE LA DEMOCRACIA”
El
por qué esta forma de vida política no es la mejor alternativa de organización
política como tanto se ha vendido
Por Pepe Beru
Desde
finales de la segunda guerra mundial y tras el enfrentamiento bipolar
este-oeste que culminó con el colapso del bloque comunista en 1991, el uso de
la palabra democracia como cliché de todo tipo de argumentos y excusas de los
discursos provenientes de las administraciones en Washington han desvalorizado
el término a niveles tales que se hace necesario hacer una separación entre lo
que significa la palabra y su real aplicación en la realidad política
contemporánea.
Su uso ha sido sin dudas exagerado y los ejemplos más
bizarros de ello lo vimos con la extinta “República Democrática de Alemania” que
bajo la égida de la URSS estaba sustentada en un estado policial o la
“República Democrática del Congo” donde la represión gubernamental ha mostrado
niveles de crueldad y arbitrariedad que poco se condicen con una democracia. O
que decir de la India, la mayor democracia del mundo (por razones demográficas)
que aún mantiene las rispideces religiosas (entre musulmanes e hindúes), un alto
índice de pobreza enmarcado en un sistema de castas que no solo condiciona de
por vida a quien nazca en una determinada familia sino que además, mantiene a
la mujer en situaciones que debieran exaltar en queja a las feministas
occidentales.
Pero estos no son los peores ejemplares de esta
contradicción entre realidad y democracia. Están aquellos que usando todo tipo
de artilugios y sobre la base de poderosas estructuras de medios y propaganda
disfrazan un sistema político altamente corrupto y elitista con el glamoroso
cartel de democracia. Aquí la justicia es otra pata estratégica de este sistema
y como se viene comprobando desde hace mucho tiempo, funciona al compás de la
administración política que gobierna.
Ciertamente, no es culpa de la democracia sino más bien
de quienes se han apropiado de ella para justificar las más torcidas agendas geopolíticas
y sus nefastas consecuencias que la humanidad ha visto desde finales del siglo
pasado y que siguen teniendo impacto en el presente. No es casual que quienes
durante la guerra fría se autodenominaron los lideres “del mundo libre” fueron
hasta la primera parte del siglo XX los imperialistas y colonialistas que
arrasaron naciones sin importarles las libertades de esos pueblos.
La democracia como tal es un estilo de vida que ha
sido llevado a la categoría de una forma de gobierno que no tiene nada que ver
con la originaria concepción griega del término. Si bien su etimología proviene
de las palabras Demos “pueblo” y Kratia “gobierno” que daría a
entender algo así como el gobierno del pueblo, su materialización en la
realidad política antigua y mucho menos la moderna es incomprobable. Ni hablar
de la llamada “democracia directa” que supone un estado asambleario en donde el
pueblo toma decisiones de forma colectiva. Incluso quienes ejercían el gobierno
bajo esta forma, solo estaban legitimados a participar de ella los “hombres
libres” quedando fuera de esta categoría las mujeres, los esclavos y los
bárbaros. Así fue pues y con el correr del tiempo que se creó la representación
(nacida del Teatro Griego en el Siglo V), una vestidura para que el pueblo
gobierne a través de ciertos sujetos a título de representantes.
Pero con el correr del tiempo estos representantes
fueron perdiendo el espíritu del estilo primigenio que representaban y poco a
poco se fueron convirtiendo en cuentapropistas de sus propios y ajenos
intereses. Al paso del tiempo las facciones se fueron complejizando hasta
llegar a conformarse los llamados partidos que quizá tuvieron su mejor ejemplo
en los jacobinos y los girondinos durante la Revolución francesa. Así los
partidos políticos se apoderaron de la representatividad hasta tal punto que se
creyeron la encarnación de dicho mandato popular. Dejaron de lado su obligación
de intermediar entre lo mandado por el pueblo y el manejo de la nación. Una
prueba más de que el hombre es débil a sus instintos y por ende fácilmente
corrompible.
Para peor, esta (la democracia) ha sido aprehendida de
forma indebida y caprichosa por los actores políticos de la modernidad, usando
y abusando del término a diestra y siniestra conforme la conveniencia
acompañase. Así es como vimos a los EEUU quien, como potencia emergente de la
segunda guerra mundial sobre la base de su propio entendimiento y a la fuerza, con
el paso de las décadas -y aprovechando las circunstancias geopolíticas- ha
hecho del término otro argumento vacío de contenido como otro de sus asuntos
(junto a los derechos humanos) para desplegar su política exterior
caracterizada por prácticas que han creado consecuencias que nada tienen de
democráticas.
Para los partidarios de la Democracia se trata de la
mejor alternativa en la constelación de los sistemas de gobiernos existentes. Pese
a que gozan del derecho a promoverla al mismo tiempo censuran y muchas veces de
manera violenta a quienes no comparten su adherencia; aquí tenemos otra clara
inconsecuencia de estos “demócratas” quienes en realidad son liberales con
expectativas de claro trasfondo económico que curiosamente se nutre de medio
anti democráticos. Los demócratas británicos como Winston Churchill (adorado
por los anglófilos argentinos) no fueron a la India para blandir las libertades
ni la igualdad en una sociedad de castas, pero ciertamente llenaron las arcas
del imperio a costa de millares de muertos.
Ciertamente, las interpretaciones que se hacen de esta
forma son tan variadas como los países que la adoptan. El ejercicio del
sufragio en procedimientos cada vez más discutibles es la base de un sistema
democrático algo que no basta para denominar a un gobierno como democrático. Sobre
esa idea y abusando de lo que el término significa es que desde mitad del siglo
pasado y en particular en los últimos treinta años al presente, las elites
políticas de países que se han autoproclamado como los modelos universales de
esta forma, han ido muy lejos en la manipulación del término.
A la saga de la excusa “democrática” han estado interviniendo
subrepticiamente en la realidad gobiernos de otros países para removerlos subterráneamente
o directa y violentamente causando consecuentemente la desgracia en miles de familias
y el desplazamiento de otros cientos de miles (como en los países de América
Latina y del sudeste de Asia y más contemporáneamente en Asia con Iraq, Siria, Libia
y Afganistán).
Estos procederes enmascarados detrás de políticos
prolijamente vestidos con costosos trajes y corbata hablando con muecas
sonrientes en coloridas conferencias de prensa entusiastamente difundidas por
el Conglomerado de medios ha pretendido ilustrar lo que sería una democracia de
cara al público, pero lo que realmente representan es solo una mera caricatura
o más bien la máscara de otra forma de gobernar que más bien debería llamarse
“plutocracia” es decir, “el gobierno de los ricos” que por medio del actual sistema
financiero occidental (Wall Street y la
City Londinense) se apoya y sustenta en la apropiación y control de los
recursos ajenos conllevando a la miseria de millones de personas. Este mismo
sistema es el que se halla en una profunda crisis que amenaza su propia
existencia.
Pese a que estas consecuencias al día de hoy son
inocultables y siguen marcando la realidad conflictiva en las que aún se
desenvuelven las sociedades afectadas, perdura aún una intensión de borrarlas o
reinterpretarlas para desplazar las responsabilidades de los involucrados y
terminar con los cuestionamientos históricos a los cuales no escaparían.
Por como vemos que avanza la virtualidad digital y el
cada vez más omnipresente regir de la Inteligencia Artificial (IA) en los
procedimientos gubernamentales, no hay duda que esta apariencia engañosa que
las elites occidentales han bautizado con el nombre de democracia pasará a ser
parte de éste nuevo paradigma en el cual y ya sin eufemismos se podrá decir que
vivimos en una democracia virtual en la cual será más fácil de manipular a los
representados.