domingo, 27 de diciembre de 2020

 

“DESAFIOS GEOESTRATEGICOS”

Cuáles son los ejemplos que Argentina debería tener en cuenta para comenzar a delinear una geoestrategia propia que le permita desarrollar una geopolítica coherente ¿Hay probabilidades que pudiera lograr estas aspiraciones?

Por Charles H. Slim

El concepto de la “seguridad global” que se apoya en la existencia de las llamadas “amenazas globales” depende de las conveniencias de quien lo invoque. Para los gobiernos anglosajones y sus aliados de la OTAN se trata de una prerrogativa que se orienta contra aquellos países y regiones que no se alinean a sus políticas. Para ello criminalizar a los oponentes e imponer sanciones de carácter unilateral ha sido durante los últimos 28 años una táctica discursiva  que para justificar acciones hostiles, utiliza la Carta de Naciones Unidas como elemento legitimante y a su vez, de tapadera de sus verdaderas intensiones.

Las consecuencias de las supuestas empresas por la “democracia”, “la libertad” y la “defensa de los derechos humanos”, vistas a la distancia (casos de experiencias tales como Iraq, Libia, Yemen y los intentos desestabilizadores que se siguen sobre Siria y el Líbano), son claramente lapidarios y no permiten arribar a otra conclusión que la de un gran engaño. Quienes invocaron y aún siguen invocando este concepto son precisamente los creadores y principales responsables de las amenazas que sacuden a todo el mundo.

Hoy día el concepto ha dejado de ser exclusivamente occidental y puede ser legítimamente invocado por potencias orientales como cualquier otro país, que sin importar a que hemisferio pertenezca, pretendan hacer valer la defensa de su soberanía política con todo lo que ella implica. Curiosamente fue la política de intervencionismo militar norteamericano y de la cual participan los británicos, la que generó varias –algunas de ellas colaterales-  de las amenazas trasnacionales más peligrosas y latentes de la actualidad. Así “Al Qaeda” (La Base) creada allá por la CIA en 1979, “Osama Bin Ladem” reclutado por la CIA a mediados de la década de los ochenta, “ISIS” (Estado Islámico) ensamblado en 2013 y las diferentes subsidiarias que (con la cooperación de las monarquías del Golfo y Turquía) operan desde 2010 en todo el mundo árabe-islámico, son el producto de la ingeniería de las agencias de inteligencia anglosajones e israelíes destinadas a disgregar los estados de la región.

La creación de estos monstruos que se constituyeron en parte de las amenazas contemporáneas, son elementos sin los cuales, Washington y sus aliados no habrían logrado extenderse alrededor del globo como lo han hecho. Son el componente de las llamadas “guerras hibridas” y de operaciones de manipulación informativa, ensayadas tras experiencias en el Líbano y la sangrienta ocupación de Iraq. Precisamente, ello responde a una larga planificación devenida del estudio de filosofías y estrategias sin ningún valor democrático, direccionadas a la conquista  y el dominio absoluto de los recursos de los países objetivo (Leo Strauss; Rumsfeld/Cebrowski). Los teatros donde EEUU y la OTAN  aplican estas ingenierías subversivas son el Oriente Medio, el centro de Asia (Afganistán), el Mar Negro y el Mar de la China, cada uno de ellos adaptado a las circunstancias geopolíticas que le rodean.

En el Medio Oriente, la penetración comenzó con la forzada guerra contra Iraq de 1991 (dado que Bush no quiso aceptar ninguna negociación) y la consolidó George W. Bush (hijo) con la invasión de 2003 y los ocho años de brutal ocupación. Al retirarse parcialmente en 2011 como no podía controlar el caos que devino de esa aventura y la imparable corrupción de los mafiosos del partido “Dawa” que la Administración provisional de Paul Bremer había colocado en 2004, hizo que los cerebros del Departamento de Estado de Obama pusieran a rodar el embuste del “Estado Islámico”  que además de mantener el caos interno, crearía un “tapón sunita” entre Siria e Irán.

Menos suerte tuvieron con sus operaciones de colores contra los países que limitan con Rusia, especialmente contra Ucrania. Cuando por comienzos del 2014 el mismo Secretario de Estado John Kerry trataba de presionar diplomáticamente a Kiev para que se alejara de la influencia de Moscú, en febrero de ese año estalló la llamada “revolución de Maidan” en la cual quedaron en evidencia –a instancias de la Subsecretaria de Estado Victoria Nuland y el embajador de EEUU en Ucrania- la participación de elementos y mercenarios encubiertos de la OTAN. Pese a que lograron derrumbar al gobierno de Yarnucovich y colocar a un títere en Kiev, Bruselas no pudo apoderarse de la estratégica Península de Crimea ya que Vladimir Putin ordenó la inmediata intervención que frustró la adquisición de la fruta del postre. Desde entonces Washington viene imponiendo sanciones comerciales tratando de debilitar la administración de Sebastopol mientras que la flota estadounidense y sus aliados de la OTAN merodean el Mar Negro tratando de medir las fuerzas navales de la Federación rusa.

Tampoco hubo suerte en fabricar crímenes mediáticos, como fueron los casos de envenenamiento de Skripal y Navalny, usando agentes químicos para endilgarselos sin pruebas al FSB ruso y ello se debió a que Rusia ha invertido con paciencia en el desarrollo de medios informativos alternativos que contrapesen los bulos y las operaciones de intoxicación informativa de la Corporación de medios anglosajones.

En el caso del extremo Oriente, tanto EEUU como la OTAN no han logrado amedrentar a Corea del Norte que tras estudiar las consecuencias de la intervención contra Iraq por haberse sometido a los chantajes de EEUU, ha optado por redoblar la apuesta y demostrar que antes que abandonar su sistema político y la soberanía de sus desarrollos,  peleara hasta el último hombre. Tampoco ha podido controlar los espacios marítimos chinos pese a que desde hace años vienen articulando alianzas y colaboraciones con gobiernos de países vecinos a la China continental. También aquí, el éxito chino radica (además de la cooperación y de políticas más activas con sus vecinos) en la inversión sostenida en desarrollo técnico-científico en la defensa que se plasma en un estado potente con una armada disuasoria a la altura de las amenazas provenientes de occidente.

Pero hay otro escenario geopolítico de particular trascendencia que requiere de este concepto y que deberá tener preponderancia para las próximas décadas y ese es el Atlántico sur y el acceso a la Antártida. En este escenario Argentina debería cambiar su geoestrategia de no intervención y mero espectador que la ha llevado a perder el control paulatino de toda esa zona. Pero antes deberá establecer una visión estratégica, reconstruirse internamente y avanzar  con un objetivo planificado y tomar real conciencia de la posición geopolítica que pretende ocupar, pero ¿Eso es posible?

Desde el final de la guerra de Malvinas en 1982 el país pasó a una faz pasiva que daría nacimiento a una nueva etapa política que no estaría excenta de crisis política y económica que termino dejando al país totalmente inmovilizado, abandonando –además de sus instituciones- las prioridades estratégicas que tiene como estado. Así, los avances en el campo nuclear, de los misiles y de la industria militar se perdieron por erróneas concepciones de como proyectarse dentro del concierto internacional. Sumado a ello, la entrega de soberanía estratégica mediante los Tratados de Madrid de 1990 dio entre otros el control del despliegue militar a Londres. Con ello, la degradación irremisible de sus materiales para mantener una política de defensa medianamente sustentable, debilitó aún más al país. Sobre esto último cabe recordar que la mayor parte del material militar que componía a las FFAA (en especial la Armada) era de origen británico y estadounidense algo que condicionó y sigue condicionando aún más la reconstrucción de una defensa efectiva y propia.

De esta forma, la clase política que mayoritariamente había cerrado la boca durante  los regímenes militares (como lo hizo el mismo Raúl Alfonsín y el Partido Radical), prestó su apoyo inconsciente a esta disgregación que comenzó contra las instituciones de las Fuerzas Armadas y se perpetuó en las décadas siguientes pero que hoy, en nombre de un “progresismo” que no significa nada políticamente sustancial, se extiende a todos los ámbitos de la vida nacional. Es en este sentido que aquel peronismo primigenio nacido del Teniente Gral Juan Domingo Perón quien fundo el “soberanismo” que dio contenido nacionalista y desarrollista a un país que por comienzos del siglo XX  era agro exportador y con una población mayormente pobre, analfabeta y pusilánime controlada por unas cuantas familias patricias con magnificas y directas relaciones con Londres, hoy ya no queda rastros.

El abandono de ese soberanismo (tras la derrota de 1982) además del libre movimiento y control sobre sus aguas, le ha valido (además del control efectivo del mar) perder billonarias sumas de dinero en cuotas de pesca y el acceso a su legítimo derecho de exploración y explotación de los mares del sur. Esto es algo que ningún gobierno desde 1983 hasta el presente ha querido reconocer y mucho menos han planteado de alguna forma planificada rectificar. Bajo argumentos ciertamente baladí y hasta infantiles, los gobiernos pasatistas de la Casa Rosada han optado por invertir recursos y tiempo en los conflictos partidarios intestinos, la queja y el asistencialismo,  abandonando las altas responsabilidades que un estado nación tiene con sus intereses estratégicos.

Han creído que con cerrar los ojos, desaparecerá la ocupación de facto del archipiélago del sur, el dominio de las aguas antárticas o que, sumiéndose a las políticas de Washington o con vehementes quejas ante los foros internacionales, sensibilizaran a los británicos. Pareciera que olvidan los precedentes y la historia contemporánea e incluso,  no conocer como funciona la política exterior de los anglosajones. Durante años y especialmente con el gobierno de Carlos Menem, la inteligencia militar estadounidense tenía su oficina en el Edificio Libertador (sede del Ministerio de Defensa) y al mismo tiempo, el MI-6 británico (con su base en la embajada) recopilaba información de las altas esferas de gobierno gracias a sus fuentes a sueldo que mantenía entre la misma comunidad política (indistintamente de radicales o peronistas) y de varios periodistas porteños.   

Aquel alineamiento automático de Menem no significó que Washington y mucho menos Londres, detuvieran sus actividades intrusivas. Incluso más. Como se ha sabido desde la base británica-OTAN de “Mount Pleasant” en Malvinas se llevan adelante constantes operaciones de espionaje electrónico sobre las comunicaciones sobre todo el territorio argentino sin que Buenos Aires haya podido hacer algo por impedirlo.

Este solo es uno de los ejemplos de las amenazas globales con las que Argentina convive desde hace 38 años y que se le recordó que penden sobre su cabeza con el hundimiento del submarino “ARA San Juan” y la desaparición de sus 44 tripulantes. Actualmente la OTAN ya ocupa una base física en el continente, puntualmente en Colombia desde donde junto a los EEUU opera para desestabilizar a Venezuela.

El espionaje electrónico es una realidad incluso dentro de los miembros de la OTAN (impulsados por Washington), un asunto gravísimo que ha sucitado escándalos diplomáticos que debieron quedar en la nada para no afectar la imagen de la organización atlántica ante la opinión pública. Ello deja de manifiesto que ningún reparo tendrá EEUU y el Reino Unido en interceptar y escudriñar las comunicaciones de Argentina y todo Sudamerica si ello le reporta un interés estratégico.  Son acciones que vulneran la confidencialidad de los actos del estado y persiguen ilegalmente, estar un paso delante de sus planificaciones de gobierno pero también, controlar que es lo que piensan sus habitantes ¿Qué clase de contramedidas cuenta la Argentina para protegerse de esto? Lamentablemente ninguna.

El problema argentino es mucho más profundo y va mucho más allá de estas acciones ya que, al igual que el Líbano, es un país manejado por sus enemigos externos y son estos quienes lo mantendrán de constante dividido mediante crisis sociales (destruyendo la clase media), políticas (faccionamiento y las grietas), financieras (carencia de moneda, fugas de capital, corridas cambiarias, presupuestos insostenibles)  y económicas (perdida del poder adquisitivo y la inflación) que los mantenga dependientes. Es por eso que se suele hablar de la “libanización” o “balcanización” de la nación Argentina. Preguntarnos hoy día si el país puede delinear políticas para defenderse de estas acciones es casi una inconsecuencia.

Si a ello le sumamos un estado de total indefensión podríamos asegurar que desde esas diminutas islas del Atlántico sur Londres monitorea como un “panóptico” a toda la sociedad argentina ¿Hasta cuándo los políticos argentinos harán como si no pasara nada? Lamentablemente ellos no harán nada para cambiar el Status Quo, ese que fue parido por la firma de los Tratados del 15 de febrero de 1990 por los cuales Carlos Menem y Felipe Domingo Cavallo, entregaron a Londres el control de las administraciones de servicios, la banca (que incluye la reserva de oro) y la defensa. Sobre esto último, los argentinos deberán tomar conciencia que están viviendo en un país administrado por funcionarios argentinos (estado) pero prácticamente rentado a Gran Bretaña y hasta tanto ello no cambie, no habrá estabilidad ni mucho menos, gobiernos verdaderamente soberanos.

El desafío de Argentina será en desarrollarse pero con una mentalidad nueva y sana para cohesionar una nación, basada en el esfuerzo sostenido, la disciplina y constancia tendiente al interés general algo de para lo cual, deberá reflejarse en una nueva casta dirigencial ajena a la actual y su podrida estructura, ligada a los negociados, la impunidad y la corrupción.  Siendo más realistas y en vista de la “generosa” donación rusa de vacunas SPUTNIK, creemos que el actual gobierno argentino se guarda bajo la manga el inicio de una alianza estratégica con Rusia que podría constar en el establecimiento de una de sus bases navales en la Patagonia. El futuro de cara a la década que se inicia, de no comenzar a construir un nuevo paradigma sea de una u otra forma, parece poco promisorio.

 

 

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