sábado, 4 de julio de 2020



“NUEVAS PERSPECTIVAS”
Hace tiempo que EEUU ha dejado su sitial de poder hegemonico pero ¿Cómo se situará de ahora en más con la nueva realidad política en Rusia?

Por Charles H. Slim

El resultado del referendum para las reformas constitucionales llevado a cabo en Rusia el 1° de julio pasado fue contundente, Vladimir Putin podrá estar avocado en los temas de estado de la Federación rusa hasta el 2036. Para los partidarios del mandatario es la reafirmación de un liderazgo carismático y la garantía de una continuidad en las políticas de estado de una nación que busca un papel protagonico en Eurasia y el mundo. Para sus detractores internos y los rusofobos de occidente en general, esto significa la consagración in eternum de un nuevo zarismo encabezado por un autocrata.

Pero más allá de éstas posiciones tendenciosas y que obviamente no puede estar exentas de emoción y prejuicio, la reforma comporta un importante ito para la política rusa que trata de ayornarse a las nuevas y cambiantes circunstancias internacionales que requieren de sus gobernantes una constante gimnasia política que debe ir acorde a la construcción de un estado dinámico y sólido.  

Vladimir Putin y sus partidarios han entendido ya hace tiempo que no solo los misiles y las bombas nucleares son una amenaza para la seguridad de la soberanía nacional. Además de las tretas y los juegos sucios ejecutados por las agencias de inteligencia occidentales (valiéndose de grupos terroristas y mafias regionales del Caucaso) hemos estado viendo como en las dos últimas décadas, a la par de la globalización económico financiera se ha usado como herramientas de extorsión y presión a los organismos internacionales públicos y otros privados (especialmente ONGs) como extensiones subrepticias de las políticas de estado de EEUU y aliados de la UE.

Pese a ello, Rusia logro sobreponerse a ese intento de cooptación por parte de poderosos oligarcas que ligados a financístas en Wall Street trataron de controlar aquel endeble estado de cosas apenas colapso la Unión Soviética y Putin tuvo mucho que ver en eso.

Pero a pesar de esta situación, al día de hoy Washington es consciente de la importancia y la influencia que tiene la Federación rusa en el espectro internacional. En realidad desde 2011 en Washington ya sabían o más bien preveían que Rusia era un actor que no podían ignorar y que incluso crecería en forma paulatina ganando con ello, una influencia geopolítica nada despreciable. Fue en esas circunstancias y en aquel año que llevaron adelante arduas tratativas secretas que se extenderían hasta mediados del 2012 en las cuales discutieron las injerencias de cada uno con miras a repartirse su influencia sobre el Oriente Medio.

En apariencias existía la propuesta de una política conciliatoria y de moderación de un Barack Obama quien presuntamente (y por su condición de negro y demócrata), representaba la superación de la oscura administración precedente, acercando a su vez a la administración de Vladimir Putin para hacerle una propuesta de un acuerdo épico y duradero tendiente a superar la crisis que se había desatado en torno a Siria.

Por supuesto, de forma paralela y al amparo de estas conversaciones, EEUU (por intermedio de la Secretario de estado Hillary Clinton), Gran Bretaña y Francia, con la cooperación de Arabia Saudita y Qatar llevaban adelante (mediante el empleo de agrupaciones mercenarias seudo yihadistas –Al Qaeda entre otras subsidiarias-) el ambicioso plan por desmontar los estados árabes laicos del norte de África que los medios occidentales presentaron con espectacularidad como una “Primavera Árabe” tratando al mismo tiempo extenderla  sobre Siria.

Las consecuencias de este acostumbrado doble rasero de la política estadounidense han sido miles de sirios muertos, miles de lisiados y millones de desplazados, en síntesis, una catástrofe humanitaria de la cual por supuesto no quisieron hacerse cargo y que termino por acusar recibo a la Unión Europea con las oleadas de inmigrantes que cruzan el Mediterráneo para tratar de hallar la paz que esos mismos países les arrebataron.

Ante esto, tenemos a una Rusia que tiene intereses estratégicos en Siria de cara al Mediterraneo y entendiendo que la amenaza de ese terrorismo pre elaborado y sustentado por las agencias de inteligencia, podía migrar a sus fronteras,  hizo su movida logrando un efecto inesperado y al mismo tiempo contraproducente a los planes de Washington y París.

Al día presente Washington no puede ignorar la influencia de Rusia como un actor relevante y preponderante con quien debe negociar en igualdad de condiciones si pretende avanzar en ciertas regiones del planeta ¿Acaso esto se debe al respeto o la condescendencia de Washington con sus adversarios en Moscú? No obviamente no.

EEUU necesita tanto de la hegemonía geopolítica como la existencia de un nemesis que justifique trabajar por consolidar aquella. Hay detrás de ésta política un fabuloso y conocido negocio ligado a la política exterior y en especial a la política de defensa que se vincula directamente a la industria armamentistica estadounidense y de la Europa occidental. Obviamente que Rusia juega su parte en este esquema y hasta se podría asegurar que gustosamente coopera para mantener dicho Status Quo pero, ello no quita que también tenga en progreso una agenda propia.

Los EEUU de hoy no son la potencia que fue en épocas de la “Guerra fría” y mucho menos de como evoluciono tras su final a comienzos de los años noventas hasta el comienzo del siglo XXI. Pese a la potencialidad que heredo de la carrera armamentística con la Unión Soviética y que le proporciono un poderío militar  desproporcionado y aplastante, su empleo por las administraciones subsiguientes fue desmedidamente arbitrario y producto de ello desgasto su capital político e imágen dentro del concierto internacional.

Por el contrario la Federación rusa administrada por Vladimir Putin, desde su llegada al Kremlin fue creciendo en forma lenta pero continuada y pese a las dificultades internas en parte creadas por las sanciones impuestas desde occidente, no descuido en un solo momento sus intereses geopolíticos y estratégicos, ambicionados desde la caída del muro en 1989 por Washington y la OTAN. No caben dudas de que la paciencia de Putin dio sus frutos y ello puede verse desde varios ángulos.

Si lo vemos desde el lado de sus adversarios (y en particular de los pro-estadounidenses argentinos), su sola mención ya produce  rechazos y una catarata de improperios que salen más bien de la impotencia y de la mediocridad que disfrazan detrás de adherencias ideológicas con muy floridas autodenominaciones  como “liberales”, “demócratas” o “republicanos”, que dicho sea de paso, son los mismos que aplaudieron las brutalidades que EEUU y sus aliados han ejecutado en los últimos treinta años hasta el presente.

Además de demostrar que son (como se dice en Argentina) “más papistas que el Papa”, con estos comentarios quedan expuestos la pequeñez típica de los mediocres y la inocultable envidia de muchos políticos que sueñan despiertos por poder tener solo una pizca de la audacia e inteligencia de Putin.

Si lo vemos desde el punto de vista de la misma Federación rusa y de los logros que ha sabido conseguir de la mano de este liderazgo político, la cimentación de un peso geopolítico innegable se hubo concretado el 1 de febrero de 2019 cuando Vladimir Putin presento ante la opinión pública el desarrollo de nuevas e inimaginables armas estratégicas que demostró el trabajo que había venido gestándose durante su periodo  y que dejaron boquiabiertos a los estrategas del Pentágono y muy preocupados a los personeros del Departamento de Estado.

Ante esta nueva realidad, pese a que en Washington mantuvieron un silencio sordo, en la sombra de sus despachos los principales cerebros de planificación tomaron real conciencia que ya no podían jugar al gato y al ratón como lo habían estado haciendo desde comienzo del milenio con países pequeños y arrasados.

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