“¿HACIA LA DISOLUCION DEL ESTADO?”
Cuál es el rol del estado nación en la actualidad y en
particular en la Argentina. El eterno problema de un estado caro e ineficiente.
Por Javier B. Dal
Hablar hoy día de términos como
el “estado liberal”, “estado bienestar” o incluso del “estado nación” es un
anacronismo ya que la actual situación de convulsión internacional ninguno de
estos conceptos se adapta a esta realidad. La crisis creada por las políticas
aislamiento fundadas en la pandemia y el papel central de las trasnacionales
farmacéuticas occidentales para contenerla ha profundizado esta incertidumbre.
Es por ello que cabe cuestionarse ¿Qué es el estado en las actuales
circunstancias? O más precisamente y en lo que aquí nos importa ¿Qué es el
estado en la Argentina?
A simple vista lo primero que se nos viene a la
cabeza al hablar del estado es la “cosa pública”, una de las formas de
organización política más difundidas del estado conocida como república y que
desde hace tiempo en el marco de ambiciones de sectores internacionalistas por
la búsqueda de establecer un estado global, el concepto clásico del estado nación
ha entrado en crisis por -entre otras cuestiones- haberse difuminado las
fronteras entre lo publico y lo privado. Lo vemos con el estado norteamericano
el cual sujeta con mano de hierro áreas públicas estratégicas como la política
exterior y el Departamento del Tesoro dejando paso a la actividad privada en
muchas otras como la defensa y la inteligencia no por una cuestión de costos económicos
o de financiamiento sino más bien, para salvaguardar a ese estado público de
costos políticos.
En el caso argentino, hablar de estado en las
actuales circunstancias es hablar de uno que es único en el mundo y el que
llamamos “estado planero”. Aclaramos que el término “planero” es un
argentinismo que describe o hace alusión a los planes de ayuda que el estado a
lo largo de décadas de políticas demagógicas y de un falso igualitarismo a
miles de individuos que se hallan fuera del sistema. Estas políticas han
convertido la ayuda social con sello gubernamental en un cronicismo perpetuo
que ha terminado por generar masas generacionales de sujetos parasitarios que manejados
por organizaciones “ad hoc”, solo viven del subsidio del estado sin estar
obligados a dar una contra prestación por aquel. Este fenómeno autogenerado por
las diversas gestiones políticas en Buenos Aires, tienen especial raigambre en
todo el cono urbano bonaerense motivado por la importancia demográfica que
implica la influencia y captación de los bolsones poblacionales (asentamientos
y villas) a la hora de votar en las elecciones.
Con esto a la vista se hace claro que la sustentabilidad
de este estado de cosas es imposible.
Aquí hace setenta años atrás el Teniente Coronel
Juan Domingo Peron sembró las semillas del primer estado bienestar que tuvo su
hora propicia a la luz de la pos guerra cuando el mundo necesitaba del trigo y
las materias primas que el suelo argentino podía ofrecer a una Europa destruida
y hambrienta que necesitaba renacer de las cenizas. De ese estado ya no queda nada. Si bien Peron
y su primer gobierno volcaron parte de los recursos que se hallaban en las
arcas del estado para mejorar el área social y desarrollar una industria nacional
(como SOMISA y los Altos Hornos Zapla), los intentos posteriores por recrear
esa épica han sido totalmente infructuosos. Cada uno de los gobiernos
peronistas que lo precedieron desviaron la doctrina del partido a su mejor
conveniencia y el manejo de los fondos para beneficiar a sus propios sectores
que ya se fracturaban en izquierda y derecha con el consiguiente resultado
nefasto para el país. El abuso de estas políticas llevó a un cáncer que fue
carcomiendo a ese estado benefactor generando en fenómenos tales como la
hiperinflación y creciente marginalidad. Incluso para cuando el gobierno
radical llega al gobierno en 1983 ese estado ya no existía.
La pésima administración, la corrupción estructural
y la ideologización del estado fue llevando a la pérdida del horizonte en lo
referente al fin del estado como tal. Poco a poco ese estado elefanteaseo y
deforme del cual se servían miles de funcionarios y empleados de servicios públicos
ineficientes manejados por aquel (ENTEL, GAS DEL ESTADO, AGUAS SANITARIAS DE LA
NACION y otras) paso a expandirse aún más con el ingreso progresivo de una
renovada casta que bajo la legitimación del proceso democrático y arengando de
constante las culpas de todos los males a los procesos militares anteriores, convirtieron
al estado como el surtidor de beneficios, prebendas y puestos de trabajo para
pagar compromisos políticos y favores personales.
El transito de un “peronismo neoliberal” en la
década de los noventas pretendió achicar el estado disminuyendo sus
incumbencias fomentando para ello la privatización de varias empresas que al
final de cuentas, no solo no funcionó sino que amplió aún más los empleados a
sueldo de ese estado. Sumado a ello, la penetración de capitales del crimen
organizado internacional con las connivencias de éste pretendido “estado
neoliberal” sembró la semilla para la financiación con dineros negros.
La democracia fue y sigue siendo el caballito de
batalla de la casta política para escalar al poder y desde allí expoliar las
arcas del estado y para evitar responder ante sus propias ineficacias. De
izquierda pasando por el centro hasta la derecha se ha usado y abusado de los
recursos del estado para beneficios meramente partidocráticos llevando que al
presente no se sepa con certeza cuántos son los empleados que tiene el actual
estado argentino y ello se multiplica en las realidades del interior de sus 24
provincias. Incluso, no se sabe cuántos son en realidad los empleados administrativos
y políticos del Congreso de la nación que insume en costos de sueldos miles de
millones de pesos.
Desde finales del siglo pasado y comienzos del
presente el estado ha sumado a esta sangría de recursos que salen de los incontables
impuestos que se cobran a sus ciudadanos una nueva masa de beneficiarios que surgidos
de la crisis del 2001. Las conocidas como las organizaciones sociales que, bajo
la máscara de prestar ayuda a los olvidados de la sociedad reclutando y conduciendo
ejércitos de desclasados, insumen del presupuesto nacional la pavorosa cifra
del 75% de los recursos tan solo para asistencia social.
El manejo de estos dineros queda a cargo de punteros
políticos quienes hacen la vez de un híbrido entre un funcionario político y un
representante popular que trabaja de forma paralela al estado (nacional,
provincial y municipal) con la intensión de mantener cautivo un bolsón de votos
para el partido que se halla gobernando. Tan poderosos se han vuelto estos
engendros politizados que pueden llegar a movilizarse para presionar a un
gobierno para que le paguen más subsidios.
Entre estos encontramos un sector que nacido de las
eternas crisis socio-económicas que por la demagogia política del llamado
“Kirchnerismo” también ha sido prácticamente institucionalizado como son las organizaciones
de “piqueteros” que dedicados a bloquear calles y rutas se sabe, carecen de
ideología y se alquilan al mejor postor. Miles de millones de pesos se destinan
anualmente a sostener estas infraestructuras paralelas al estado que para peor,
no presta ningún servicio al interés general de la nación.
¿Cuánto queda de ese presupuesto para la
infraestructura, el desarrollo real del estado y para la administración
razonable de un país federal tan grande como Argentina? La respuesta quedó bien
clara tras desatarse la pandemia de SARS-COV en marzo de 2019 dejando en
evidencia que ningún estamento del estado nacional y en especial el Ministerio
de salud de la nación, estaba al tanto del origen, las verdaderas implicancias
que este virus tenía y mucho menos, los entretelones geopolíticos que lo
rodeaban. Y allí no terminó todo. Cuando aquello se vino encima, no funcionaron
los controles ni las alertas estatales que debieron haber sellado las fronteras
¿Las razones? Falta de información por un abandono de la investigación científica
y de planificación estratégica; por la falta recursos económicos y materiales
que (en parte) se habían desviado por más de una década a sustentar a las
organizaciones sociales que manejan esa masa ingente y nada productiva de asistidos
crónicos que (sin educación ni perspectivas de progreso económico) ya han
echado raíces en el estado partidocratico.
Totalmente inerme y con recursos pésimamente distribuidos,
el estado nacional dejo en evidencia sus crasas falencias materiales al no
poder organizar ni ejecutar un plan de control sanitario en todo el AMBA (Gran
Buenos Aires) que es un área más allá del cono urbano que se agolpa en las
periferias de la capital. Allí se desplegó al ejército que por las visibles
carencias de equipos, transportes y vehículos para darle movilidad a las
operaciones, dejó en evidencia el estado paupérrimo (producto de la pésima administración
que implica una corrupción estructural) de una fuerza vital para la defensa de
los intereses de una nación. Con esto, se ve que el estado argentino además de
un peso propio para establecer negociaciones en el ámbito internacional, carece
como estado del monopolio de la fuerza y es claro que esta a merced de
cualquier clase de amenaza trasnacional.
Puertas adentro, vemos algo similar. Y pese a que
durante la era K se armaron en cada municipio de la provincia de Buenos Aires (la
más importante del país) cuerpos policiales paralelos a la policía bonaerense,
la inseguridad no mermó y por el contrario y a la par del rampante incremento
de la corrupción político-institucional, la inseguridad ha ido escalando de
forma alarmante.
No solo el descontrol y desmanejo de los recursos
monetarios es parte originador de este caos sino y lo peor, la descomposición
del sistema educativo y una atomización de los valores socio-familiares que
crea mayores rajaduras en una sociedad que de por sí se presenta anómica y sin
valores en común que para peor no confía en la administración de justicia. Los
argentinos debieran preguntarse ¿A quiénes conviene esto?
Quedando como un mero espectador bobo, un estado
nacional como el argentino, administrado por un gobierno disgregado y un
presidente sin autoridad (o más bien sin vocación o temor de impartirla), solo
es un cuenco vacio en el que solo retumban los discursos huecos como el aquel
que dice “el estado presente”. Del discurso a los hechos aquello quedo en
evidencia. La impotencia de no saber como actuar ante una situación tan
extraordinaria pero que era probable de que se desatara (si hubiera mantenido
una estructura de inteligencia estratégica), demostró el enanismo del gobierno compuesto
por funcionarios que nunca funcionaron,
que sumado a un estado desvencijado, dio como resultado una política de
improvisación que ha llegado a que en las postrimerías de las próximas elecciones
legislativas, las vacunas para conjurar esta pestilencia de laboratorio sea
usada como un logro de las políticas de un estado que ni siquiera podía
garantizar el transporte aéreo para ir a buscar las vacunas a los países que se
la ofrecían.
El replanteo de como recrear un estado acorde al
tamaño de un país como Argentina y de las actuales circunstancias sigue estando
guardado en el cajón de los recuerdos.
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