domingo, 1 de agosto de 2021

 

“¿HACIA LA DISOLUCION DEL ESTADO?”

Cuál es el rol del estado nación en la actualidad y en particular en la Argentina. El eterno problema de un estado caro e ineficiente.

Por Javier B. Dal

Hablar hoy día de términos como el “estado liberal”, “estado bienestar” o incluso del “estado nación” es un anacronismo ya que la actual situación de convulsión internacional ninguno de estos conceptos se adapta a esta realidad. La crisis creada por las políticas aislamiento fundadas en la pandemia y el papel central de las trasnacionales farmacéuticas occidentales para contenerla ha profundizado esta incertidumbre. Es por ello que cabe cuestionarse ¿Qué es el estado en las actuales circunstancias? O más precisamente y en lo que aquí nos importa ¿Qué es el estado en la Argentina?

A simple vista lo primero que se nos viene a la cabeza al hablar del estado es la “cosa pública”, una de las formas de organización política más difundidas del estado conocida como república y que desde hace tiempo en el marco de ambiciones de sectores internacionalistas por la búsqueda de establecer un estado global, el concepto clásico del estado nación ha entrado en crisis por -entre otras cuestiones- haberse difuminado las fronteras entre lo publico y lo privado. Lo vemos con el estado norteamericano el cual sujeta con mano de hierro áreas públicas estratégicas como la política exterior y el Departamento del Tesoro dejando paso a la actividad privada en muchas otras como la defensa y la inteligencia no por una cuestión de costos económicos o de financiamiento sino más bien, para salvaguardar a ese estado público de costos políticos.

En el caso argentino, hablar de estado en las actuales circunstancias es hablar de uno que es único en el mundo y el que llamamos “estado planero”. Aclaramos que el término “planero” es un argentinismo que describe o hace alusión a los planes de ayuda que el estado a lo largo de décadas de políticas demagógicas y de un falso igualitarismo a miles de individuos que se hallan fuera del sistema. Estas políticas han convertido la ayuda social con sello gubernamental en un cronicismo perpetuo que ha terminado por generar masas generacionales de sujetos parasitarios que manejados por organizaciones “ad hoc”, solo viven del subsidio del estado sin estar obligados a dar una contra prestación por aquel. Este fenómeno autogenerado por las diversas gestiones políticas en Buenos Aires, tienen especial raigambre en todo el cono urbano bonaerense motivado por la importancia demográfica que implica la influencia y captación de los bolsones poblacionales (asentamientos y villas) a la hora de votar en las elecciones.

Con esto a la vista se hace claro que la sustentabilidad de este estado de cosas es imposible.

Aquí hace setenta años atrás el Teniente Coronel Juan Domingo Peron sembró las semillas del primer estado bienestar que tuvo su hora propicia a la luz de la pos guerra cuando el mundo necesitaba del trigo y las materias primas que el suelo argentino podía ofrecer a una Europa destruida y hambrienta que necesitaba renacer de las cenizas.  De ese estado ya no queda nada. Si bien Peron y su primer gobierno volcaron parte de los recursos que se hallaban en las arcas del estado para mejorar el área social y desarrollar una industria nacional (como SOMISA y los Altos Hornos Zapla), los intentos posteriores por recrear esa épica han sido totalmente infructuosos. Cada uno de los gobiernos peronistas que lo precedieron desviaron la doctrina del partido a su mejor conveniencia y el manejo de los fondos para beneficiar a sus propios sectores que ya se fracturaban en izquierda y derecha con el consiguiente resultado nefasto para el país. El abuso de estas políticas llevó a un cáncer que fue carcomiendo a ese estado benefactor generando en fenómenos tales como la hiperinflación y creciente marginalidad. Incluso para cuando el gobierno radical llega al gobierno en 1983 ese estado ya no existía.

La pésima administración, la corrupción estructural y la ideologización del estado fue llevando a la pérdida del horizonte en lo referente al fin del estado como tal. Poco a poco ese estado elefanteaseo y deforme del cual se servían miles de funcionarios y empleados de servicios públicos ineficientes manejados por aquel (ENTEL, GAS DEL ESTADO, AGUAS SANITARIAS DE LA NACION y otras) paso a expandirse aún más con el ingreso progresivo de una renovada casta que bajo la legitimación del proceso democrático y arengando de constante las culpas de todos los males a los procesos militares anteriores, convirtieron al estado como el surtidor de beneficios, prebendas y puestos de trabajo para pagar compromisos políticos y favores personales.

El transito de un “peronismo neoliberal” en la década de los noventas pretendió achicar el estado disminuyendo sus incumbencias fomentando para ello la privatización de varias empresas que al final de cuentas, no solo no funcionó sino que amplió aún más los empleados a sueldo de ese estado. Sumado a ello, la penetración de capitales del crimen organizado internacional con las connivencias de éste pretendido “estado neoliberal” sembró la semilla para la financiación con dineros negros.

La democracia fue y sigue siendo el caballito de batalla de la casta política para escalar al poder y desde allí expoliar las arcas del estado y para evitar responder ante sus propias ineficacias. De izquierda pasando por el centro hasta la derecha se ha usado y abusado de los recursos del estado para beneficios meramente partidocráticos llevando que al presente no se sepa con certeza cuántos son los empleados que tiene el actual estado argentino y ello se multiplica en las realidades del interior de sus 24 provincias. Incluso, no se sabe cuántos son en realidad los empleados administrativos y políticos del Congreso de la nación que insume en costos de sueldos miles de millones de pesos.

Desde finales del siglo pasado y comienzos del presente el estado ha sumado a esta sangría de recursos que salen de los incontables impuestos que se cobran a sus ciudadanos una nueva masa de beneficiarios que surgidos de la crisis del 2001. Las conocidas como las organizaciones sociales que, bajo la máscara de prestar ayuda a los olvidados de la sociedad reclutando y conduciendo ejércitos de desclasados, insumen del presupuesto nacional la pavorosa cifra del 75% de los recursos tan solo para asistencia social.

El manejo de estos dineros queda a cargo de punteros políticos quienes hacen la vez de un híbrido entre un funcionario político y un representante popular que trabaja de forma paralela al estado (nacional, provincial y municipal) con la intensión de mantener cautivo un bolsón de votos para el partido que se halla gobernando. Tan poderosos se han vuelto estos engendros politizados que pueden llegar a movilizarse para presionar a un gobierno para que le paguen más subsidios.

Entre estos encontramos un sector que nacido de las eternas crisis socio-económicas que por la demagogia política del llamado “Kirchnerismo” también ha sido prácticamente institucionalizado como son las organizaciones de “piqueteros” que dedicados a bloquear calles y rutas se sabe, carecen de ideología y se alquilan al mejor postor. Miles de millones de pesos se destinan anualmente a sostener estas infraestructuras paralelas al estado que para peor, no presta ningún servicio al interés general de la nación.

¿Cuánto queda de ese presupuesto para la infraestructura, el desarrollo real del estado y para la administración razonable de un país federal tan grande como Argentina? La respuesta quedó bien clara tras desatarse la pandemia de SARS-COV en marzo de 2019 dejando en evidencia que ningún estamento del estado nacional y en especial el Ministerio de salud de la nación, estaba al tanto del origen, las verdaderas implicancias que este virus tenía y mucho menos, los entretelones geopolíticos que lo rodeaban. Y allí no terminó todo. Cuando aquello se vino encima, no funcionaron los controles ni las alertas estatales que debieron haber sellado las fronteras ¿Las razones? Falta de información por un abandono de la investigación científica y de planificación estratégica; por la falta recursos económicos y materiales que (en parte) se habían desviado por más de una década a sustentar a las organizaciones sociales que manejan esa masa ingente y nada productiva de asistidos crónicos que (sin educación ni perspectivas de progreso económico) ya han echado raíces en el estado partidocratico.

Totalmente inerme y con recursos pésimamente distribuidos, el estado nacional dejo en evidencia sus crasas falencias materiales al no poder organizar ni ejecutar un plan de control sanitario en todo el AMBA (Gran Buenos Aires) que es un área más allá del cono urbano que se agolpa en las periferias de la capital. Allí se desplegó al ejército que por las visibles carencias de equipos, transportes y vehículos para darle movilidad a las operaciones, dejó en evidencia el estado paupérrimo (producto de la pésima administración que implica una corrupción estructural) de una fuerza vital para la defensa de los intereses de una nación. Con esto, se ve que el estado argentino además de un peso propio para establecer negociaciones en el ámbito internacional, carece como estado del monopolio de la fuerza y es claro que esta a merced de cualquier clase de amenaza trasnacional.

Puertas adentro, vemos algo similar. Y pese a que durante la era K se armaron en cada municipio de la provincia de Buenos Aires (la más importante del país) cuerpos policiales paralelos a la policía bonaerense, la inseguridad no mermó y por el contrario y a la par del rampante incremento de la corrupción político-institucional, la inseguridad ha ido escalando de forma alarmante.

No solo el descontrol y desmanejo de los recursos monetarios es parte originador de este caos sino y lo peor, la descomposición del sistema educativo y una atomización de los valores socio-familiares que crea mayores rajaduras en una sociedad que de por sí se presenta anómica y sin valores en común que para peor no confía en la administración de justicia. Los argentinos debieran preguntarse ¿A quiénes conviene esto?

Quedando como un mero espectador bobo, un estado nacional como el argentino, administrado por un gobierno disgregado y un presidente sin autoridad (o más bien sin vocación o temor de impartirla), solo es un cuenco vacio en el que solo retumban los discursos huecos como el aquel que dice “el estado presente”. Del discurso a los hechos aquello quedo en evidencia. La impotencia de no saber como actuar ante una situación tan extraordinaria pero que era probable de que se desatara (si hubiera mantenido una estructura de inteligencia estratégica), demostró el enanismo del gobierno compuesto por funcionarios    que nunca funcionaron, que sumado a un estado desvencijado, dio como resultado una política de improvisación que ha llegado a que en las postrimerías de las próximas elecciones legislativas, las vacunas para conjurar esta pestilencia de laboratorio sea usada como un logro de las políticas de un estado que ni siquiera podía garantizar el transporte aéreo para ir a buscar las vacunas a los países que se la ofrecían.

El replanteo de como recrear un estado acorde al tamaño de un país como Argentina y de las actuales circunstancias sigue estando guardado en el cajón de los recuerdos.

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