sábado, 1 de octubre de 2022

 

“VOLVIENDO A 1989”

Muchas veces las señales externas son ignoradas por ser demasiado obvias. Alberto Fernández tiene algunas similitudes fisonómicas y circunstanciales con el presidente radical Raúl Alfonsín y aunque el marco general es muy diferente ¿Puede tener similar destino su mandato?

Por Javier B. Dal

Si alguien no cree que es posible viajar en el tiempo, vengan a la Argentina y verán que ello no solo es posible sino, una realidad en la psique colectiva de su sociedad. Esto no significa que sean tradicionalistas o fieles cultores de sus raíces; claramente no es eso. Parece más una tara que un sincero arraigo a valores nacionales. Con un presidente tan ignorante que se atrevió a decir que los “argentinos descendimos de los barcos que venimos de Europa”, queda clarísimo que no hay un ápice de amor a la historia de su propio país y mucho menos un respeto a los valores que lo fundaron.

Cuando los habitantes de un país ignoran sus raíces y su historia no hay dudas que irán errantes a cualquier parte. La realidad política lo está evidenciando con un gobierno amorfo que es una mescolanza de posiciones ideológicas y valorativas que chocan entre sí por antagonismos irreconciliables. En este sentido, sectores de la derecha y la izquierda peronista conviven con el denominado “progresismo”, un enjuague producto del Nuevo Orden Mundial importado de EEUU y Europa, que alienta la disolución de la familia tradicional con aborto libre, el fomento de la ideología LGTB y como última novedad de esta macabra ideología que lleva solo a la degradación, la esterilización de adolescentes (de 16 años) promovida desde el estado ¿A dónde creen que lleva estas políticas antidesarrollistas? Además de la degradación, a la desaparición de la Argentina.

Según el artículo 2 de la Constitución nacional la Iglesia Católica presupone la base moral de la nación pero eso hace tiempo que no se refleja en la realidad. La crisis aquí reverbera en la misma consciencia de cada argentino y las preguntas son ¿Quiénes reemplazaran estos valores?, ¿Seguirá siendo el Catolicismo la religión más influyente en el vida de los argentinos o, hace tiempo que ha dejado de serlo?

Pero el argentino parece anestesiado y no toma consciencia de esta tétrica realidad. Su indignación y preocupación pasa por y solo por el dinero que tiene en sus bolsillos. El miedo vive en ellos. Eso es lo que se ve con los argentinos quienes vuelven a revivir la misma atmósfera de constante crisis económica y zozobra social enmarcada en una hiperinflación que el gobierno ya no puede ocultar.

En medio de esto, un país que se halla bajo la administración tutelar del FMI que se verifica con la supervisión del británico Ben Kelmanson quien como en la gestión de Menem, revisará y controlará el cumplimiento del plan acordado en especial como se administra y gasta el presupuesto nacional evidenciando una completa sumisión financiera que se extiende a todas las demás áreas del estado. A la par, una economía descontrolada con alzas de precios incesantes, una moneda que ya prácticamente no vale nada y un sistema cambiario con cuatro dólares diferenciados en el mercado que revelan una especulación Esto deja sin comentarios y sin argumentos a los partidarios del gobierno que con bombos y platillos se presentan como “nacionales y populares”.

Con el discurso de no poner en riesgo a la democracia tanto la casta política como los medios tratan de tapar esta realidad y ello incluye la impunidad de todos aquellos que tienen causas vinculadas a la corrupción. Hay una gran disparidad entre lo que viven estos sectores del poder con la realidad de la gente común. La desconexión es tan grosera y abismal que justifica con creces la anomia que existe en la sociedad.

Por ejemplo, el estado nacional es decir el que representa el presidente Alberto Fernández es totalmente ineficaz y ha puesto en evidencia esta falencia al no querer atender (por falta de valor político) graves problemas que hacen a su jurisdicción. El incremento de las acciones “mapuches” en la Patagonia, el descontrol de la pesca furtiva en los mares del sur, el desguace de la industria naviera tanto comercial como de guerra (y la defensa en general) y la seguridad interior muy atrás del crecimiento del narcotráfico y de todo lo que ello trae consigo no hace más que reafirmar esto.

Cualquier observador parado en las calles de Buenos Aires notara que existe un estado de ebullición y pre insurreccionalidad que se dirige a una muy bien determinada capa social en la que se ubican los políticos, sus soportes financieros y obviamente, los medios concentrados que necesitan del negocio denominado “la grieta” y que engañosamente fraccionan en dos bandos. “Los Kirchneristas” y los “Macristas” que solo atiende a un reduccionismo engañoso que tapa una realidad más compleja.

En un sentido general, ambos son parte de lo mismo y por ello, principales responsables de la realidad actual. Las supuestas antinomias no lo son en realidad ya que, ambos se necesitan para subsistir en el escenario político nacional y es por eso que les es funcional generar esa atmosfera nebulosa -que los medios potencian- que sofoca y atemoriza con la siempre amenazante incertidumbre al ya carácter hipocondríaco argento.

Hoy los argentinos están parados sobre un volcán, tal como lo estaban en 1989 en las postrimerías de un gobierno radical sin oxígeno. Obviamente las circunstancias externas que imperan no son las mismas pero eso no significa que sean más leves. Alberto Fernández es un presidente de un país en el marco de una guerra que está tomando dimensiones globales y su propia torpeza discursiva lo ha metido en la selva de contrariedades y sofismas de la cual no puede salir.

Es como Raúl Alfonsín en 1989, un presidente confundido, cansado y lo peor de todo, sin el control de la situación. Pero aún lo más grave de todo esto es que sus propios cuadros políticos lo han llevado a este panorama de total descontrol hasta el punto de recibir insultos y descalificaciones e incluso llegar a describirlo como el “presidente pintado”. Sin dudas que a diferencia de Alfonsín posee un carácter de mayor resistencia e impermeabilidad a este tipo de presiones psicológicas que sin dudas habrían sacado de quicio al viejo mandatario radical.   

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