domingo, 26 de febrero de 2023

 

“FRENO AL IMPERIALISMO”

Los recursos para disfrazar la injerencia de Washington y Bruselas en Ucrania ya no alcanzan y la intención de Joe Biden y su administración por mantener la guerra podría costarle más caro de lo que creyó y para peor, las presiones internas para detenerla crecen cada día

 

Por Charles H. Slim

Los cadáveres desperdigados de unos quince hombres con uniformes del regimiento de infantería ucraniana (AFU), quedaban como mudo testimonio del avance ruso en uno de los sectores liberados de Artemovsk (que Kiev llama Bakmut). Un gigantesco cráter en el suelo evidencia el poder inmisericorde de la artillería pesada de 203mm. A simple vista solo son cadáveres de simples soldados ucranianos que pelearon por su patria pero revisando en sus pertenencias y en señas particulares, otra era la información que arrojaban cada uno de esos desgraciados.

Todos ellos eran extranjeros, en su mayor parte británicos y estadounidenses; ahora bien ¿Quién los convoco a este teatro de operaciones?, ¿Vinieron por su cuenta como lo pintan los medios occidentales o eran elementos irregulares tácticos de la OTAN? Como sea, son una muestra simbólica de lo que se está peleando en esta guerra y quienes son los principales interesados en perpetuarla.

Sin el flujo de armas y apoyo financiero que mana del colectivo occidental la guerra hace tiempo que habría terminado.

En realidad, hace mucho que Moscú, los sectores comprometidos de la política y los países que conocen el real trasfondo del inicio de esta guerra saben de estas injerencias. Washington y Bruselas siempre han estado allí, instigando y presionando para que los sucesivos títeres colocados por la CIA tras el golpe de 2014 desataran una guerra total contra esos despreciables ucranianos de habla rusa del Donbass. Esa fue la condición para que Zelensky abandonara la promesa de negociaciones con Rusia y adopte su actual papel.

En realidad Ucrania ya había sido invadida después de la implosión de la URSS en diciembre de 1991. No hay que olvidar como ese país industrial, exportador de energía, el granero de la Europa eslava tras aquel evento comenzó a degradarse de forma paulatina y con ello, el ingreso de “asesores financieros” estadounidenses quienes bajo la excusa de auxiliarlos de la deuda, de los problemas sistémicos de una economía arruinada, ONG´s y organismos de crédito como el FMI literalmente terminaron por esquilmarla. Gracias a esa influencia Washington pudo penetrar en la región y desplegar a conveniencia y discreción sus tácticas subversivas como fue la revolución naranja del 2004. Cuando Viktor Yarnucovich en 2013 quiso darle un corte a este círculo vicioso y optó por acercarse aún más a Rusia, comenzó nuevamente la agitación desde la embajada estadounidense en Kiev que (utilizando a los ultranacionalistas del Pradvi Sektor) culminó con el golpe en febrero de 2014 instaurando un sistema que se apoya sobre instituciones estratégicas (inteligencia, fuerzas armadas y comunicaciones) bajo la completa influencia de Washington, Londres y Bruselas.

Estas maniobras son bien conocidas en América Latina y en especial en Argentina donde allá por 1982 en momentos que enfrentaba a Gran Bretaña en la guerra por las islas Malvinas, los organismos internacionales -con la cooperación de sectores internos de la política y la intelectualidad- y la OTAN (con EEUU a la cabeza) dieron su respaldo a Londres. A partir de allí y hasta el presente el país yace sumido en el subdesarrollo, la dependencia y la atomización socio-política que solo beneficia a gobiernos demagógicos que terminan sirviendo a las burocracias financieras internacionales como el FMI.

Tanto Argentina como Ucrania, en su personalidad de estados nación son como dos cobayos de laboratorio en manos de sus experimentadores. Ambos desde hace mucho tiempo, que han sido infectados por el consumismo liberal haciendo evidente que la cura solo puede ser muy dolorosa.

Pero claro, el caso de Ucrania es notablemente mucho más grave y se halla en una etapa en la cual a más destrucción sus “amigos” pretenderán cínicamente ganar con su reconstrucción.

Ciertamente, como esos cadáveres en Artemovsk, Ucrania como estado solo era una apariencia ya que desde entonces no eran los ucranianos quienes controlaban su destino y mucho menos sus gobiernos. El ascenso del cómico askenazi al poder no fue otra cosa que otra consecuencia de ese estado putrefacto de cosas. Por supuesto no se debe ignorar la mala fe demostrada por la UE y en particular por mandatarios como Francois Hollande y Angela Merkel por jugar el juego de conveniencia de Washington por dilatar sin término y maliciosamente el acatamiento de los Acuerdos de Minsk mientras Kiev (bajo el asesoramiento de estadounidenses y británicos) acopiaba armas, adoctrinamiento y hombres para la guerra. Todo eso obviamente se tradujo en millones y millones de dólares que fueron a financiar esto y claro, a los bolsillos del mismo Volodymir Zelensky y otros funcionarios corruptos del estado, una deuda que cargar sobre las espaldas de las generaciones venideras.

No olvidemos que la inteligencia rusa logro hacerse de información que revelaba una planificada ofensiva masiva de las fuerzas ucranianas sobre el Donbass para marzo del 2022. Con este panorama ¿Por qué Rusia se iba a quedar de brazos cruzados?

Desde esta perspectiva (que en occidente esta censurada), la guerra es la consecuencia ineludible de las históricas ambiciones angloestadounidenses mediante la OTAN. En este sentido la administración de Biden contaba con que las sanciones financieras (terrorismo financiero) que no son otra cosa que un robo de los activos rusos en bancos de occidente y la voladura de los gasoductos Nord Stream I y II, iban a entorpecer las operaciones militares rusas y hacer retroceder políticamente a Vladimir Putin. Como estamos viendo fue un cálculo errado y más allá de que Washington le saca provecho económico a esta guerra, lo hace a costa de sus aliados europeos y de los pobres ucranianos de a pie que están a merced de un régimen ultranacionalista que pretende sobrevivir a costa de cualquier precio.

Pero a pesar de los beneficios económicos que Joe Biden y la industria armamentística vienen embolsando y el beneplácito del sequito de neoconservadores (a izquierda y derecha) que apoyan la continuidad de la guerra, esto podría terminar implosionando en su contra y los EEUU simplemente se vendría abajo. Cada día que pasa son más los republicanos que están preocupados por esta posibilidad y es que a la vista de los fracasos del pasado (Iraq, Somalia, Libia, Afganistán), el temor es muy real. El riesgo de una escalada está a la vuelta de la esquina mientras Washington trata de contener a China.

Hasta el momento los ucranianos han sido la carne de cañón y pese a que han recibido (en parte) armamento para intentar frenar a los rusos, ya no están quedando hombres para formar batallones en pie y eso lleva a formular una muy incómoda pregunta ¿Deberán entrar en escena sus muchachos del 101º Aerotransportado, o lo harán primero los canadienses y los británicos? Cualquiera sea alguna de estas opciones Washington y sus socios de la OTAN deberán cruzar los dedos ya que sin escudos humanos ucranianos para ocultarse de la crudeza de las garras del oso, deberán hacer frente a un ejército ruso curtido y que apenas esta utilizando el 10% de su capacidad total.

 

 

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