VETERANOS DE AYER
“QUILOMBOS AJENOS”
Cuál era el marco geopolítico del Medio Oriente cuando el gobierno de Carlos Saúl Menem y Cia decidió participar en la guerra contra Iraq de 1991 ¿Estaban en conocimiento y a la altura de aquellas circunstancias?
Por
Charles H. Slim
Cuando el
gobierno de la Argentina se involucró en la guerra contra Iraq en 1991, no
tenían ni idea en la que se estaban metiendo; esto obviamente está referido a
los gobernantes y mandos militares de ese entonces que no midieron en ningún
momento las consecuencias de aventurarse en un conflicto como el que se desato
en aquel momento y huelga decirlo, no ha terminado.
La
ausencia de estudios e informes concienzudos sobre las raíces del conflicto,
las posiciones y los argumentos
políticos e históricos de las partes involucradas, demostraría ese aventurerismo
improvisado del cual se destacaba –y aún
continua destacándose- la planificación de los sucedáneos gobiernos
argentinos. Así como un sector del peronismo nacional mantenía una prosapia y
encendida simpatía por las causas árabes y algunos de sus más destacados
líderes, estaban (y continúan) los antagonistas situados en la vereda del
frente alineados a Israel y su relato victimizante.
Tanto unos
como otros, carecían de conocimiento acabado de las causas que decían apoyar y fuere por ignorancia o por interés,
recortaban a gusto las partes de la historia que mejor se acomodara a sus
discursos. De esta manera, aquellos que reivindicaban al egipcio Abdel Gamal Al
Nasser, al líder palestino Yasser Arafat o al libio Gadafy poco o nada conocían
de las diferencias y las particularidades existentes entre los gobiernos y
sociedades árabes más allá de las generalizaciones tan comunes entre los
argentinos.
Lo mismo
se aplica a los activistas y simpatizantes de Israel, quienes cerrándose en un
discurso mesiánico y engañoso tratando de ocultar sus propias miserias,
pretendían acusar de todo lo malo a los vecinos del estado implantado. En este
grupo se hallaban los pro estadounidenses o quienes se autodenominan como “liberales”,
un término que adorna muy bien pero que en realidad no dice nada.
Como ha
quedado bien en claro por esta época, es que nada de lo que se decía era tan
cierto como se suponía y existían aberraciones políticas en la región creadas deliberadamente
por la interferencia de Washington, que jamás fueron conocidas y estudiadas por
los responsables del área de exteriores y menos aún de la defensa argentina. A
la complejidad de las relaciones sociales dentro del mundo árabe islámico se
agregaba las inextricables ambigüedades
e inconfesables conexiones políticas dentro de este mundo que en apariencias mostraban
o decían una cosa pero en la realidad representaban otras. Allí de que, ni
todos los árabes son musulmanes ni todos los gobiernos de dicha región, tenían
un compromiso firme con la resistencia “árabe-islámica” nacida del llamado “conflicto
palestino-israelí”. Es más, varios de esos gobiernos trabajaban clandestina (y
hoy quedaron expuestos) y activamente contra los intereses de aquel compromiso
a tal punto de traicionar a sus propios hermanos.
La
política es el arte de hacer las cosas posible podría decirse, y aquí en el
Medio Oriente ese dicho se lleva a los extremos. Para ese entonces, la política
exterior de los EEUU y de sus aliados europeos dentro de la región era en
apariencias, moderada y de tratar solamente con los “árabes buenos” (como
solían distinguir algunos en Washington) encarnados en las petromonarquías del
Golfo Pérsico, la ambivalente monarquía del Rey Hussein de Jordania y los
gobiernos laicos como el entonces Iraq, Yemen y Egipto.
Este solo
es un somero bosquejo de las relaciones existentes allá desde la década de los
setentas hasta entrado finales del siglo XX. Dentro de este, existía un
entramado de relaciones secretas y subterráneas que se mantenían absolutamente
fuera del alcance de la opinión pública y aún más lejos de los medios
informativos que quisieran husmear en este campo. Y es que por aquel entonces y
con el trasfondo de la “guerra fría” y el cuco del “comunismo”, haber sacado a
la luz infidencias que hubieran complicado los objetivos estratégicos de Washington
en la región, sin dudas habría sido pagado con la vida o la cárcel demostrando
hasta donde llegaba la paranoia del autoproclamado “mundo libre”.
Aquella
propaganda que incluso fue explotada hasta el cansancio por las peliculejas de
Hollywood en la que se veían a los
árabes (sin distinción de nacionalidades) poniendo bombas a los pobres
occidentales o a los atormentados judíos de Israel, enmascaraba una realidad
tan contradictoria como siniestra en la que las lealtades solo pasaban por el
dinero, los negocios sucios y claro, el poder. ¿Quién hubiera podido creer en
los años setentas o incluso en los ochentas que los sauditas mantenían contacto
con los supuestos enemigos israelíes? O incluso ¿Quién habría podido entender
que la CIA trabajaba codo a codo con algunas agencias de inteligencia árabes
quienes a su vez, tenían contacto con el odiado Mossad israelí?
Mucho
menos existía en la forma como lo pintaban en occidente, esa “lealtad
religiosa” que separaba con tanta claridad a los pueblos árabes islámicos de
una cultura occidental encarnada en los valores “democráticos” de los EEUU y la
entonces llamada “Europa libre”. Más allá de que caudillos árabes como Nasser,
Arafat y Gadafy instauraron gobiernos nacionalistas abiertamente
antiimperialistas, existían zonas grises por donde se movían los intereses
inconfesables que traicionaban a sus bases ideológicas que terminaban
traicionando a sus propios hermanos. Esto se vio con mayor profundidad con
Arabia Saudita, un ente monárquico creado por Gran Bretaña en el periodo de
entreguerras y que en la década de los setentas fue “él” aliado árabe contra el
comunismo y el nacionalismo árabe.
El caso de Kuwait no difiere mucho de su
vecino ya que nació en 1960 tras haberse descubierto los riquísimos yacimientos
petrolíferos del sur de Iraq para lo cual –y
estafa mediante- se creó una secesión territorial con una población nómada
que respondía a la corona británica.
Tras la
segunda guerra mundial, EEUU hereda estos amigos con los cuales desplegaría sus
diversos planes en la región. Acuerdos espurios, alianzas imposibles de creer y
encargos sangrientos marcaron las relaciones de Washington con todos los
actores de esta región (incluyendo a Israel por supuesto), como una forma de
mantener a la URSS fuera del escenario.
Con el
paso del tiempo muchas cosas fueron transparentándose y aquel halo de misterio
que muchos investigadores e historiadores
supieron rodear a sucesos impactantes de la época, tenían en el fondo
una explicación tan simple como humana. El caso del bombardeo israelí al
reactor nuclear iraquí de “Osirak” en 1981, supuso una acción brillante de las
FDI israelíes que –que desde la versión
fantástica para consumo público- logro burlar las defensas aéreas de
Jordania y Arabia Saudita, gracias en parte, a la pericia de los pilotos
hebreos. Pero en realidad, aquello pudo ser realizado gracias a la colaboración
de la monarquía hachemita que, trabajando en secreto con Washington, apago los
sistemas de radar y dejo pasar impunes a los aviones israelíes. De ese modo los
aviones F-16 A Netz y sus escoltas, pasaron sin problemas ida y vuelta sobre el
desierto saudita.
A pesar de
que la Casa real de Fahd se mostraba al mundo como el mediador en el conflicto
árabe-israelí y mantenía buenas relaciones con el Iraq de Saddam Hussein, su
servicio de inteligencia o mukhabarat colaboraba
en el más absoluto secreto con la CIA y éste a su vez interactuaba al mismo
tiempo con el Mossad israelí y con el “Iraqi Intelligence Service” (IIS) iraquí.
A la palestra y por aquellas fechas, el Departamento de Estado, el Pentágono y
por supuesto la CIA, empujaban al partido Baas iraquí para poner a raya a la
revolución islámica de Khomeini en Irán no porque representara una amenaza
ideológica para la geopolítica de EEUU y los árabes sunitas del golfo, sino por
la amenaza económica que representaba la capacidad de producción petrolera
iraní a los negocios de las compañías petroleras norteamericanas y británicas
asociados –casualmente- los corruptos
jeques de la península arábiga y también, para garantizar la estabilidad política
de Israel.
Todo era
muy difícil de explicar y nadie podría haberlo creído en esos momentos.
Recuerden que mientras Tel Aviv cancelaba el progreso nuclear iraquí,
Washington estrechaba lazos con Bagdad de cara a encargarle el tema iraní.
Incluso para cuando Israel invade el Líbano en junio de 1982 (días antes de que
Argentina se rindiera en Malvinas), el
Consejo del
Comando Revolucionario de Iraq presentó a Teherán una propuesta de
alto al fuego para retirar sus tropas y dirigir los esfuerzos contra la
agresión sionista. En ese momento en Washington creyeron que sus planes se
vendrían abajo y buscaron la manera de mantener a Iraq en el frente de batalla
contra Irán a como fuera y como primera medida lo sacaron de la lista negra de
los países que apoyaban al terrorismo permitiendo que Bagdad obtuviera un
crédito por 300 millones de dólares de la Commodity
Credit Corporation (CCC) de la Secretaría de Agricultura de los EEUU, con
el cual compraría granos y en caso de que Bagdad no pagase sus deudas por la
compras, Washington respondería.
En tanto,
las relaciones entre la CIA y la IIS de Saddam eran inmejorables, pero ello no
era obstáculo para que al mismo tiempo aquella agencia no cortara sus lazos con
los israelíes y los mukhabarat de las
monarquías del golfo (en especial con Arabia Saudita) que en esos momentos apoyaban
entusiastamente a Iraq. Para 1984 las relaciones con Iraq eran tan estrechas y
positivas que la CIA obtenía valiosa información del armamento soviético que
nutría los arsenales iraquíes e incluso cooperaban con el entrenamiento de
células terroristas (con la cooperación saudita y paquistaní) que luego operaban
en Afganistán, Irán y el Líbano.
Como contraprestación,
Washington además de catalogar a Iraq como “aliado regional”, facilito a través
de la CIA el acceso a las armas de destrucción masiva, entre las cuales se
hallaban los agentes químicos “Sarín”, “Tabún” y “Cloro” que (además de usarlas
contra los kurdos) servirían para frenar a los iraníes y que luego quince años
después George W. Bush bajo falsos argumentos esgrimiría como justificación
para invadir Iraq en 2003.
A todo
ello y mientras la opinión pública se comía el relato oficial que los medios le
vendía una lucha de los “buenos árabes” contra los “malos chiitas iraníes”, los
israelíes metían la uña llevando adelante operaciones multimillonarias en
contrabando de armas tanto para Iraq como para Irán.
Además de obtener muy
buenas ganancias, Tel Aviv se quería asegurar que ambas partes extendieran la
contienda y se dañaran mutuamente. En el mismo plan estaba la CIA y fue en esas
circunstancias que en 1985 se produjo el escándalo “Irán-Contras” que revelo el
doble rasero de la política exterior norteamericana que involucró al Cnel
Oliver North, dejando expuesto a la opinión pública, el involucramiento de
oficiales militares y de inteligencia estadounidenses en la venta de armas a nada
menos que a Irán.
Cuando se
desato la crisis entre Iraq y Kuwait en agosto de 1990, EEUU estaba tanto del
lado iraquí como de los kuwaitíes; incluso estuvo atento y manipulo el
conflicto existente entre las partes por los campos petroleros de Rumaillah. Mientras
a Saddam le susurraban al oído que los desagradecidos kuwaitíes le estaban robando el petróleo del
sur, otra delegación de la agencia le mostraba al jeque Al Sabah supuestas
fotos aéreas que mostraban actividades iraquíes en su territorio. Como se ve, Washington
jugo con ambas partes y se encargó de que las tratativas de Jeddah fracasaran
propiciando la crisis que se desataría el 2 de agosto de 1990. Ahora bien
¿Acaso alguien en Buenos Aires y más precisamente dentro de la Casa Rosada conocía
algo de todo esto por aquel entonces?