“¿GUERRA CIVIL EN CIERNES?”
La sorda lucha por el poder entre “Jacksonianos” y
los “liberales internacionalistas” en Washington se está reproduciendo peligrosamente
en una sociedad convulsionada
Por
Charles H. Slim
La
inestabilidad social y política ha dejado de ser una cosa de los países
tercermundistas o subdesarrollados para hoy verse muy claro que también son
problemas que se manifiestan en los centros del poder global. Los EEUU hace
tiempo que ha dejado de ser el modelo a seguir y ello se debe en parte a su muy
discutible transparencia política y electoral. Sin dudas promocionar la
democracia cuando la brutalidad policíaca es una regla común y el zaqueo a
otras naciones punta de fusil es parte de su política exterior, es algo filosóficamente
muy discutible de sostener.
Los
representantes electos, han convertido a la política (y en particular a la alta
política) en un negocio para beneficio propio y a la nación como el vehículo
para concretarlo. Bajo estas circunstancias queda claro que el interés general
importa poco siendo la frase más común para aquellos profesionales de la
representación política “al diablo los intereses de la nación”. Era de esperar
que la confianza fuera mermando de forma paulatina.
Fue
aquella desconfianza popular la que colocó a un “Outsider” como Donald Trump (a
quien muchos consideran como un Jacksoniano) en la Casa Blanca desatando una
acusada molestia en el mundo de la política estadounidense. A partir de allí,
las presiones desde medios alineados a la “familia política” que se ubica en el
liberalismo expansionista (Jeffersonianos) de Washington hizo de Trump el
blanco de todo tipo de golpes bajos y mofas sin obtener por cierto, algún
efecto en el ánimo del mandatario.
A
la par de esas operaciones de medios, la oposición política demócrata no ha
perdido el tiempo y sin ningún escrúpulo ha buscado todas las formas por
desbancarle. Pero el pueblo estadounidense no confía en esta oposición y no ve en
estas maniobras otra finalidad más que la de bucar oportunidades para obtener
réditos en pro de sus propios intereses.
Asimismo,
detrás de estas maniobras políticas públicas existen movimientos telúricos
dentro de la Comunidad de inteligencia que demuestran fracturas y desacuerdos
de algunos sectores, interesados (con el apoyo de algunos militares del
Pentágono) por derrocar al actual presidente.
La
crisis socio política atraviesa todos los niveles y estamentos de la vida
norteamericana y las agencias federales de inteligencia son parte de ella. Sumado
a ello, la agitación social que ya se venía gestando por décadas de desigualdades,
que detonó por los abusos policiales que sacudieron las calles (caso George
Floyd), el incremento de la desocupación (que afecta puestos de empleo en
centros de comercio y la industria) y un confinamiento sanitario que se ha
vuelto insoportable para buena parte de la población, complica seriamante la
existencia de Trump.
En
lo referente a la administración sanitaria de la pandemia, es un problema que
sigue latente ya que no ha sido resuelto por los gobernadores de cada uno de los
estados de la Unión y la misma administración federal liderada por un
presidente que reiteradas veces y cuando lo conviene menoesprecia el peligro y la
importancia de cuidarse en la pandemia. Precisamente, muchos sospechan que
Trump podría usar la excusa del COVID para anular o al menos suspender las
elecciones de noviembre, lo que agrega más encono de aquellos que quieren
desplazarle.
La
última oportunidad que se ha presentado a la oposición es el contagio de COVID
19 que sufrió Trump para lo cual recibió un tratamiento farmacológico que
habría alterado su –ya de por sí- estado
mental, sugiriendo así al publico norteamericano ¿Es capaz el presidente Trump
de seguir liderando los destinos de la Unión? Una de sus principales rivales
políticas como lo es la presidente de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi,
no ha tenido ningún problema en señalar que el presidente esta desconectado de
la realidad y para ello ha sugerido que debe evaluarse su condición mental.
Cuando
se informó que Trump de 74 años de edad se había infectado, sus rivales
políticos sin dudas especularon que podía llegar a sufrir las consecuencias
letales por ser un sujeto de riesgo. Pero, lejos de esas esperanzas Donald
Trump en pocos días –al contrario de las
especificaciones médicas- y tras recibir aquel tratamiento farmacológico, inmediatamente comenzó a realizar por Twitter comentarios
contradictorios y muy ácidos que provocaron especulaciones sobre su estabilidad
psicológica.
Nancy
Pelosi no desaprovecho la oportunidad y puso este comportamiento en el centro
de la discusión pública, llamando a crear una Comisión de revisión para evaluar
la viabilidad para que el presidente pueda seguir en su puesto y para el caso
de no estar en condiciones, ser destituido ¿Quién lo reemplazaría? Obviamente
el santurrón de Mike Pence quien recordemos, cuenta con la base de apoyo de los
conservadores y los lobistas pro-israelies de Congreso.
Y
mientras las intrigas en la Casa Blanca no tienen fin, en el interior las cosas
se recalientan a niveles impensados. Se sabe que en varios estados la situación
de la pandemia de COVID 19 ha puesto en jaque sus distritos y ha obligado en
alguno de ellos a un estricto confinamiento bajo una vigilancia marcial que
encendió la ira de los constitucionalistas más extremistas quienes, apoyados
por los comentarios de Trump, reprochan a sus gobernadores ¿Por qué no podemos
circular libremente si ello es una garantía constitucional?
Ha
sido por estos comentarios y por algunas relaciones que la oposición acusa a Trump de simpatizar con las milicias
supremacistas del sur.
De
este modo, las expresiones de ciudadanos que se oponen a estas políticas
gubernamentales han pasado a ser calificadas por la justicia como parte de una
“retorica antigubernamental” lo que pone en evidencia dos situaciones
preocupantes para las libertades civiles: El gobierno vigila a sus ciudadanos y
para ello invade su intimidad, demostrando que la democracia en casa es un
adorno fuera de moda.
De
este modo, las críticas de ciudadanos comunes se han mezclado con las
discusiones entre miembros de grupos extremistas para llevar adelante acciones
más decididas contra el gobierno.
Uno
de estos casos se ven en Michigan, donde la oposición al confinamiento ha
tomado formatos extremos. En este estado y en varios otros estados del sur
existen organizaciones para-militares (Movimiento Boogaloo) vinculadas a la
ideología supremacista y patriótica que se opone a las políticas del gobierno
federal y en particular al manejo que hace de los destinos de la Unión. Una de
ellas la “Wolverine Watchmen” que habría estado detrás de un intento de golpe
institucional contra la gobernación de Michigan que fue desbaratado por las
autoridades federales.
Aparentemente,
este grupo de insurgentes había planeado el secuestro y posterior asesinato de
la gobernadora Gretchen Whitmer con la finalidad de desatar una escalada de
violencia que desembocaría en una guerra civil. Para algunos mal pensados, esto
huele muy sospechoso ya que la sola publicación de esto ya victimiza a una
gobernadora que se sabe, no tolera al
presidente Trump.
Aunque
ello causa sorpresa a los ojos externos, para los estadounidenses estos grupos
insurgentes ultraderechistas son una realidad que viene creciendo desde
comienzos de los años noventas y que en los últimos años han incrementado sus
operaciones bajo el principal argumento de la desconfianza hacia el poder
central acusado de desvirtuar los principios de la Constitución.
Aunque
la sustentación financiera de estas milicias proviene de sus miembros, hay
sospechas de que estarían recibiendo apoyo encubierto de sectores de la
inteligencia (como activos), algo que siembra la consternación entre los
burócratas de Washington.
Si
más rodeos, se trata de terrorismo interno (aunque ello molesta al Departamento
de Estado) y claramente el término, no tiene ninguna vinculación con el
extremismo islámico como lo han ligado de continuo y de forma deliberada –para justificar intervenciones sobre otras
naciones- los Medios masivos en los
EEUU y del occidente europeo. Estas milicias han demostrado que no tienen
escrúpulos en usar la táctica del terror para lograr sus fines políticos aún si
deben matar a sus propios conciudadanos. La voladura del edificio del FBI en
Oklahoma en 1995 es la prueba de ello. Lo que sucedió en Michigan puede ser la
muestra de algo que abarque a todo EEUU.
Sin
lugar a dudas, el FBI logro desbaratar una operación terrorista domestica pero
ello no significa que haya conjurado el descontento y la militancia que apoyan
esas ideas entre las que se cuentan la secesión. Más de un centenar de estas
milicias entre las que revisten veteranos de Afganistán e Iraq, esperan en la
sombra para intentarlo cuando las condiciones sean propicias. Con éste problema
sin resolver y considerando como se ha
manipulado desde el 2001 el término terrorismo, muchos deberían preguntarse
¿Quién debiera intervenir en los EEUU para combatir este terrorismo con
finalidad secesionista?