“POR QUÉ RUSIA NO ES EL AGRESOR”
Ante la repetitiva y torcida versión atlantista
sobre lo que ocurre en Ucrania, no es cansino volver a encuadrar en su justo
termino la historia y las circunstancias que precedieron el inicio de este
conflicto
Por Charles
H. Slim
Como se suele decir, “la primera impresión es la que cuenta” y ello ha sido muy bien aprovechado desde el final de la segunda gran guerra por las ingeniosas editoriales y la propaganda de los medios angloestadounidenses al momento de comentar y relatar hechos cruciales de la historia.
Siempre listos y
dispuestos, estos medios han jugado el rol de certificadores de la verdad
oficial de los gobiernos en Washington, algo que en los últimos tiempos ha
entrado en crisis y ello, por haber sido pilladas en sus manipulaciones e
intoxicaciones informativas llevándolas a perder la credibilidad de los
lectores.
Despejando todo el humo
generado por esa propaganda anglosajona destinada a desfigurar la realidad de
los hechos, se podrá ver que gran parte de la historia que se ha contado en
torno al asunto Rusia, sus gobiernos y su evolución política han estado
deliberadamente alteradas por dicha continua y costosa propaganda rusófoba inspirada
en gran parte por una rancia animadversión (que existe desde el siglo XIX) de
origen británico.
En lo que hoy vemos en
Ucrania hay una larga cadena de consecuencias originadas en factores causales
que llevan directa e indirectamente a las injerencias de EEUU y sus socios de
la OTAN posibilitadas en gran parte, por adeptos sectores políticos ucranianos
quienes hoy con un cómico de capirote como Volodymyr Zelensky a la cabeza de un
régimen nacionalista integrista, llenan sus bóvedas privadas con el dinero de impuestos
de los estadounidenses y europeos.
Haciendo un poco de
historia, veremos que anteriormente este maniqueísmo rusofobo ya estaba presente.
Cuando se habla de la crisis de los misiles de 1962 se suele olvidar que
aquella reacción de la URSS fue impulsada por la colocación por la OTAN en 1959
de misiles nucleares “Júpiter”, (PGM 17) “Thor” y “(SM 62) Snark” de alcance
intermedio en territorio turco que estarían a pocos minutos de Moscú. Por tres
años el Kremlin trató infructuosamente de negociar por las vías del teléfono
rojo el desalojo de esa amenaza. Obviamente eso nunca fue publicado. Cuando
Nikita Kruschev mostro su resolución a empardar a Washington recién allí los
estadounidenses atendieron el teléfono. Pese a ello, la historia occidental
cuenta muy sesgadamente toda aquella circunstancialidad que la compone.
La década de los
noventas bajo el gobierno de Boris Yeltsin la Federación estaba sumida en el
caos, un caos que la OTAN explotaba (mediante el MI6) apoyando de todas las
formas a los independentistas e islamistas chechenos (Ichkeria).
Cuando Obama junto a
sus socios británicos y franceses pusieron a rodar la farsa de las “primaveras
árabes” echando mano (como estrategia) de la demonización de ciertos gobiernos
árabes y la manipulación de los medios, tuvo un éxito parcial hasta que sus
planes colapsaron definitivamente en Siria gracias al apoyo de Rusia. Desde ese
momento Vladimir Putin y Rusia pasaron a ser la bestia negra para occidente y
sus medios se esmeraron en reflejarlo.
Lo mismo ha tratado de
hacerse con la actual situación en Ucrania. Como primer señalamiento hay que
dejar en claro que la guerra no empezó el 22 de febrero del 2022 sino tras el
golpe de estado de febrero de 2014 y que llego al punto cúlmine ante una
planeada ofensiva de Kiev para marzo del 2022. Pero las operaciones contra
Rusia vienen desde hace más de ocho años. Aquellas vinieron acompañadas del
fomento y empleo masivo (y como parte de una guerra híbrida) de vectores
agresivos e ilegales como son la producción y tráfico de drogas sintéticas (sales
y Mefedrona) coordinado por el SBU y la CIA con destino a Rusia. La mecánica
buscada era -además de envenenar a la juventud rusa- proveer de
financiamiento como lo hicieron en los ochentas con la conocida como
“Irán-Contras” ¿Recuerda quiénes eran los involucrados?
Pero incluso, la
instigación y los preparativos para ello se fueron gestando mucho antes del
golpe. En la Conferencia de Seguridad celebrada en Münich en 2007, Vladimir
Putin denunció las maniobras y las injerencias de la OTAN en torno a las
fronteras de la Federación. Putin no se había equivocado y en agosto de 2008 Georgia
que estaba conducida por un viejo socio de la CIA (con ansias de ingresar a la
OTAN), trató de anexarse Osetia del sur. Eso paro en seco los planes de
Bruselas y solo rodo la cabeza de Mijeíl Saakashvili a quien Washington dejo
solo.
Pero desde que Barack Obama
llega en 2009 a La Casa Blanca puso en la tarea de reactivar las operaciones al
Secretario de Estado John Kerry y éste a su vez a su agente operativa de campo,
Victoria Nuland (esposa del sionista Robert Kagan) quien con total desparpajo y
acompañada de elementos de la embajada repartían por las calles de Kiev bolsas
de pan a los transeúntes. Incluso, un artículo publicado en el Washington post por
el recalcitrante Carl Gershman presidente de la neocon National Endowment for
Democracy (NED) de septiembre de 2013, alentaba a provocar a Rusia con esta
agitación.
A partir de ese
entonces, las provocaciones, las operaciones negras (como el derribo del Vuelo
17 de Malasia Airlines) y los bombardeos sobre la población rusofona del este
no tuvieron pausa y las tratativas de Moscú materializadas en los acuerdos de
Minsk fueron completamente ignorados ¿Cómo pueden interpretarse estas acciones?
De haberse hecho algo
similar en Washington o en cualquier país del hemisferio o en México, los
medios habrían hablado de una “conspiración criminal”, de la “amenaza
terrorista” y otros rimbombantes titulares y por supuesto, clamado por urgentes
sanciones desde Naciones Unidas.
La misión de Nuland y
Cia fue la de supervisar el derrocamiento del gobierno pro-ruso de Viktor Yarnucovich
y reemplazarlo por uno pro anglosajón y hacerse con el control de la península
de Crimea, este último objetivo fracasado.
Pero Washington a
través de la CIA tiene una extensa y profusa historia de generar golpes de
estado, revoluciones de color y asesinatos que los insignes medios de la
democracia como The Washington Post y The New York Times siempre
han evadido contemplar. Y es curioso esto último máxime cuando son “objeto” de
culto por parte de los anglófilos lameculistas de la intelectualidad argentina
y de ciertos periodistas capitalinos que viven divagando sobre la democracia y las
libertades y quienes pese a proclamarse como “liberales republicanos” se les
escapan esas aberraciones.
Al interpelarles sobre
las crasas inconsistencias de la admirada “democracia” angloestadounidense y en
particular con el escandaloso contubernio con el nazismo y la ultraderecha
eslava en Ucrania, no hallaran en sus bocas -y si es que se animan a
contestar- más que las mismas palabras y rumiaciones que generan las
editoriales del norte; así de nulos y serviles son por aquí.
Los hechos de febrero
de 2014 en la plaza de Maidan no fue un alzamiento popular como lo relataron
artificiosamente los insignes medios angloestadounidenses y que repiten simplonamente
los medios argentinos, sino el despliegue de grupos de milicianos ultraderechistas
de “Pradvy Sektor” apoyadas por células de mercenarios (quienes no trabajan
gratis) reclutados de varias partes del mundo dirigidos por la CIA y por
supuesto todo ello, financiado por insondables fondos negros. Al poco tiempo y
tras haber derrocado al gobierno de Viktor Yarnucovich los comprometedores
contubernios no pudieron ocultarse y simplemente estaban a la vista. Aunque The
Washington Post, New York Times, la CNN y todas sus repetidoras, pasaron
por alto esas evidencias y todas las que se han venido acumulando con el paso
de los años, verdaderas causales de lo que hoy sacude a toda Europa, dejan por
demás en claro que no ha sido Rusia quien dio inicio a esta guerra.