LOS GIRONES DE LA
SUPERPOTENCIA
¿Por qué Estados Unidos de Norteamérica no podrá enderezar su descenso
en la influencia global?
Por Javier
B. Dal
Los imperios y sus imperialismos nacen para un día morir, esa es una regla inquebrantable en este mundo. La caída de uno es el ascenso de otro. Nada es eterno y aunque se cuenten las más imaginativas y emotivas narraciones ellas no cambiarán la realidad sobre el terreno.
Eso es lo que estamos viendo con EEUU y su auto percibida superioridad
geopolítica unipolar la cual desde dos décadas hasta hoy, viene en caída libre afectando
a su talón de Aquiles como es, su moneda de cambio comercial, el dólar.
En Washington saben su cuarto de hora ha expirado y no hay modo de
levantar la nariz de este avión del unilateralismo que han representado desde
1945 y que hoy, en medio de una recesión y el fracaso por extender su
influencia usando a Ucrania, va en picada. Durante todo ese tiempo han sabido
disfrazar mediante la construcción de relatos, manipulaciones y sesgadas
interpretaciones semánticas, situaciones que eran imposibles de explicar sin
que el público estadounidense y la opinión global terminaran de creerles. Al
contrario, aquello tras caerse los velos de esos engaños hizo que se
enardecieran de indignación.
Sobre la base de préstamos usurarios para reconstruir a la Europa de
posguerra y el negocio de la industria armamentística, EEUU se colocó en el
sitial de potencia hemisférica con ambiciones de volverse global. Para ello,
todo era viable y la demonización de la URSS era central para la empresa.
Cuando durante la guerra de Vietnam (en la década de los sesentas del
siglo XX) salieron a la luz algunas de las aberraciones humanitarias más
espantosas a manos de sus tropas, comenzó una toma de conciencia colectiva de
la población pero a su vez, la adopción de maniobras evasivas y tácticas de
engaño argumentativo a cargo de los medios corporativos de información,
serviles y dispuestos a escribir la historia que encargara el poder.
Hoy esa labor de “control de daños” y maquillaje la han tomado las
empresas tecnológicas y tropas de mercenarios hacker pagados por el gobierno
federal y al servicio de agencias como la CIA.
El intervencionismo y políticas de agresión de estos últimos treinta
años mediante guerras preventivas por la “libertad y la democracia” o la “lucha
contra el terrorismo”, elaboradas a base de artimañas como lo son las “falsas
banderas” ya es una estratagema inviable.
La preocupación de Washington por la “seguridad internacional” ya no
tiene credibilidad y ha perdido la discutida pátina de legitimidad que organismos
internacionales como Naciones Unidas le había propiciado. Asumiendo un papel
policial que nadie le había otorgado, Washington se auto nombro el impositor de
“reglas” que iban en paralelo y últimamente notablemente contra el derecho
internacional. Pero a contrario de estas presumidas preocupaciones, ese uso
desaforado y descarnado de la fuerza bélica, especialmente en los últimos
treinta años hasta el presente ha causado un caos y calamidades humanitarias que
no se condicen con aquel término y le han condenado al desprestigio.
Tan solo para tener en cuenta y no olvidar, la interminable ola de refugiados
norafricanos, libios, sirios e iraquíes a los que hay que sumar ucranianos que invaden
Europa son el producto de estas políticas.
Las abominaciones como son los vuelos secretos de la CIA y sus cárceles
secretas desperdigadas alrededor del mundo para torturas y desapariciones, a
las que sumaban las aberraciones en campos de detención Guantánamo, Abu-Graib,
Bucca, Bagram entre muchas otros, las reveladas vinculaciones de sus agencias (incluyendo
las internas como el FBI) con el terrorismo islamista como tácticas de la
política exterior (Al Qaeda e ISIS) pusieron en entredicho el relato político
reproducido por el conglomerado de medios y el entretenimiento hoy en franca
decadencia.
Y si a todo eso le sumamos las últimas revelaciones de los laboratorios
de guerra bacteriológica (dirigidos por el Pentágono y con participación de
farmacéuticas) descubiertos por Rusia en Ucrania (en donde se desarrollaba nada
menos que el SarS-CoV2), el público ha caído en cuentas de la gran farsa discursiva
que representa EEUU.
Como su economía depende en gran medida de estas políticas y los
negocios sucios que las secundan, EEUU ha generado pese a los recursos
apropiados una deuda pública impagable demostrando que su sistema financiero es
una gran ruleta en la que los bancos y los chupa sangre en Wall Street son
rescatados con el dinero de los contribuyentes.
A pesar de que EEUU sigue manteniendo su poder de despliegue bélico a cualquier
parte del globo y la industria armamentística recibe grandes incentivos (y para
ello se necesitan guerras), eso ya no basta. Sin credibilidad política, sin
credibilidad de la opinión pública en propios medios y una cada vez más crítica
situación económica (que se amplía por el apoyo financiero a Kiev) la otrora
potencia con sueños de hegemonía se hunde al paso parsimonioso, pero sin pausa
de China quien, a pesar de la guerra en Europa del este (a contrario de lo
esperado por Washington), saldrá ampliamente beneficiado.
Lo más preocupante de todo esto es, que los burócratas en Washington
podría hacer cualquier cosa para no perder lo poco que le queda de su hegemonía.