“LA GRIETA EN WASHINGTON”
Cómo algunos
exabruptos del presidente Trump han revelado una profunda grieta dentro de la
política exterior norteamericana en torno al papel del Lobby pro-israelí
Por Charles H. Slim
Desde el final de la Segunda Guerra mundial en 1945,
cada presidente estadounidense que ha ocupado la Casa Blanca ha sido un
indiscutido y entusiasta militante por la instauración y apoyo del estado de
Israel en Palestina. Cada una de las administraciones que han pasado por allí
ha prestado todo su apoyo político, diplomático, moral y por supuesto (lo más
trascendente) el apoyo financiero para que ese estado fuese viable en el
tiempo. Previo a esto, encontraron sus primeros y principales apoyos económicos
y diplomáticos en Gran Bretaña desde donde el movimiento sionista opero para que desde finales del siglo XIX y
comienzos del XX, poco a poco, pequeños grupos de judíos llegaran a las tierras
árabes para fundar las primeras aldeas que en un primer momento no demostraron
las intenciones que luego se harían evidentes con grupos armados como las
“Palmach” e “Irgun”. Fue de esa forma que el movimiento sionista pudo financiar
y armar sus células terroristas que operaban agazapados en las sombras en
contra del protectorado británico y los habitantes palestinos.
Sumado a ello, la posición de potencia nuclear
emergente que adquirió EEUU tras la segunda guerra mundial, Israel como su
protegido, pudo mantenerse en el tiempo y al mismo tiempo ir expandiendo su
extensión territorial a costa de los
territorios árabes palestinos lo que obviamente, no iba a pasar sin la legitima
reacción política y por supuesto la
resistencia armada palestina que con el pasar de los años termino siendo
funcional a los intereses de Israel.
De esta manera cruenta nació dicho estado y en esos
momentos muchos judíos estadounidenses y de otras partes del mundo no
estuvieron de acuerdo con su instauración y mucho menos con los métodos para
lograrlo.
El planteo mediático (especialmente de los EEUU y la Europa de pos
guerra) de una supuesta unidad indivisible de la comunidad judía global que
veía en Israel su representación política en la tierra, se logró sostener por
muchos años gracias al monopolio de la información y la industria del
entretenimiento que con su insigne representante en “Hollywood” mostro una sola
cara del asunto en todo occidente.
No fue por la gracia de “Jehová” (Yavé) que los
sionistas se impusieron en Jerusalén allá por 1948 y lograran expulsar a los
desorganizados y mal pertrechados ejércitos árabes de Transjordania. No nada de
eso. Fue por el milagro del dinero que todo lo paga y compra lo necesario
(incluyendo voluntades) como los sionistas lograron imponerse militarmente en
éstos territorios. Las alegorías mágicas que gustan tanto a los pastores
evangélicos discursar en sus ampulosos shows ante su feligrecía, son solo eso.
Fue así como los fuertes intereses financieros que
se crearon a la postre de fabulosos negocios impulsados por el establecimiento
de un estado nacional judío en territorios árabes, con el tiempo han ido
creciendo a tal punto que desde hace décadas son el factor preponderante e
influyente para la política exterior de la Unión. A tal punto han llegado ser un
factor de influencia que Stephen Walt y John
Mearsheimer autores del libro “The Israel Lobby” invitan a sus lectores a que se formulen la
pregunta “¿Por qué los Estados Unidos han querido dejar de lado su propia
seguridad y la de varios de sus aliados con el objetivo de promover los
intereses de otro estado?”.
La respuesta a esta pregunta ha resultado ser un
extendido e inexplicable tabú en un país que suele vanagloriarse de su
democracia que pareciera ser condicionada por un pequeño sector de Lobbys que
opera dentro de su Establishment.
Los conocidos Lobbys “israelo-estadounidenses” son
los actores más influyentes dentro del Congreso y protagonistas entre otras, de
azuzar junto a sus socios neoconservadores las campañas bélicas contra Iraq,
Libia y Siria. Tal como lo señalan los autores de éste libro que tanto molesto
al núcleo sionista estadounidense, “la presión de Israel y los Lobby fue
decisiva para la invasión a Iraq en 2003”.
Ello no ha sido casualidad. Hoy es de conocimiento
público que estos sectores agrupados en asociaciones civiles, representan los
intereses del estado de Israel dentro de los EEUU como en cada país en los que
se organizan y operan. Pero en este caso, los Lobby operan dentro del mismo
gobierno influyendo al tal grado en las decisiones de la política exterior del
país que más bien podrían tomarse en el Knesset en Tel Aviv. Con ello queda
evidente la influencia de esta minoría sionista y su intolerancia ante las
críticas. Y valga la aclaración de que no todos los judíos son sionistas ni
mucho menos, todos los sionistas controlan los sitiales de poder para alterar
las hojas de ruta de un estado ajeno a Israel.
En EEUU congresistas y políticos de tendencias tan
disimiles como Lee Zeldin, Chuck Schumer; Joe Lieberman, Bernie Sanders y
Debbie Wasserman Schultz pese a que todos son judíos no todos ellos podrían ser
considerados sionistas ni mucho menos. Por el contrario muchos congresistas que
se autodenominan como cristianos que nada tienen que ver con el estado de
Israel, apoyan fervorosamente la causa sionista y militan en pos de sumar apoyo
político a la segunda minoría religiosa que ocupa el Congreso estadounidense.
El mismo Donald Trump es un notable militante
sionista y también su supuesta oponente Hillary Clinton. Ambos podrán ser
rivales en los asuntos meramente domésticos pero en lo exterior los dos harán
todo lo que este a su alcance para que al estado de Israel le falte dinero y
armas para su subsistencia.
Otro de los sectores no judíos que militan en las
filas del sionismo norteamericano son los llamados “neosionistas cristianos”
que se ven especialmente representados por pastores evangélicos televisivos y
sus fastuosas congregaciones con mucho lujo y poca espiritualidad.
Hay otros que desde la “izquierda” apoyan este
ideario mesiánico con formas más solapadas y bien disfrazadas, tratando de
despegar la responsabilidad del Lobby en las continuas y desastrosas políticas
de Washington en el Medio Oriente. Particularmente nos referimos a Noam Chomsky
y Stephen Zunes quienes mediante sus elaboraciones intelectuales relegan el
papel de estos sectores a un segundo plano alegando que las intervenciones de
EEUU en los países árabes solo respondieron a un interés estratégico signado
por el control del petróleo. Un mínimo análisis de cuáles serían las
consecuencias si esta hipótesis fuera real, echan por tierra los argumentos de
ambos autores.
Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca,
el mandatario estadounidense ha prescindido de la intermediación de estos
grupos con Tel Aviv llegando a conceder a las aspiraciones sionistas mucho de
lo habían logrado sus Lobby durante décadas. En este sentido, al mismo tiempo y
tal vez sin haberse dado cuenta, Trump partidizó el apoyo a Israel
señalando a quienes no lo hacen –tal
como lo hacen sionistas- como
“malos judíos” o que por criticar los crímenes que todos los días se cometen
contra los árabes palestinos “odian a los judíos y a Israel”.
Este argumento tan largamente usado por el sionismo y
sus militantes para desacreditar y amedrentar a los sectores que les critiquen,
hoy le ha hecho meter la pata al mismo presidente estadounidense quién por
haber establecido tan estrecho lazo con Benjamín Netanyahu y la derecha israelí,
muchos murmuran por los pasillos de la Casa Blanca que se ha creído que “es el
Mesías encarnado” o algo por el estilo. Fue por ello que en algún momento dijo
que “aquellos que no aman a Israel, que voten al partido demócrata” como
diciendo que los representantes demócratas que últimamente han estado poniendo
en discusión las aberraciones de Israel ante el Congreso y los medios, odian a
los judíos ¿Pero qué demonios le pasa al presidente?
Pero la demostración ultramontana de Trump lejos
está de ayudar a sus aliados sionistas. Tanto los que se posicionan en el ala
republicana como algunos de los que militan en el partido demócrata salieron inmediatamente a señalar que Trump
había caído en el viejo insulto antisemita poniendo en evidencia el supremo
interés que existe por encima de sus impostadas ideologías.
Para colmo del bochorno, no hace mucho Trump se fue
de punta contra las congresistas demócratas musulmanas Ilhan Omar y Rashida Tlaib
quienes han venido exponiendo ante el Congreso y los medios internacionales,
las atrocidades del estado de Israel contra la población palestina. Como
venganza por estas posturas críticas las congresistas han llegado a ser
denostadas e insultadas por el mismo presidente e incluso, con la anuencia de
Benjamín Netanyahu no permitirles ingresar a Israel para visitar a los
pobladores palestinos que se hayan virtualmente cercados por un sistema
represivo atroz.
Tal vez no sea igual que lo sucedido en Argentina
donde la comunidad judía no se alinea por la derecha con su dirigencia política
que ha tratado de recrear la función de Lobby en la Casa Rosada y es muy
crítica de muchos de sus exponentes, pero algo está sucediendo en el epicentro
de poder en Washington que parece evidenciar una profunda grieta en torno a las
extendidas influencias pro-israelíes en la política exterior norteamericana.