viernes, 23 de agosto de 2019



LA GRIETA EN WASHINGTON”
Cómo algunos exabruptos del presidente Trump han revelado una profunda grieta dentro de la política exterior norteamericana en torno al papel del Lobby pro-israelí


Por Charles H. Slim
Desde el final de la Segunda Guerra mundial en 1945, cada presidente estadounidense que ha ocupado la Casa Blanca ha sido un indiscutido y entusiasta militante por la instauración y apoyo del estado de Israel en Palestina. Cada una de las administraciones que han pasado por allí ha prestado todo su apoyo político, diplomático, moral y por supuesto (lo más trascendente) el apoyo financiero para que ese estado fuese viable en el tiempo. Previo a esto, encontraron sus primeros y principales apoyos económicos y diplomáticos en Gran Bretaña desde donde el movimiento sionista  opero para que desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, poco a poco, pequeños grupos de judíos llegaran a las tierras árabes para fundar las primeras aldeas que en un primer momento no demostraron las intenciones que luego se harían evidentes con grupos armados como las “Palmach” e “Irgun”. Fue de esa forma que el movimiento sionista pudo financiar y armar sus células terroristas que operaban agazapados en las sombras en contra del protectorado británico y los habitantes palestinos.

Sumado a ello, la posición de potencia nuclear emergente que adquirió EEUU tras la segunda guerra mundial, Israel como su protegido, pudo mantenerse en el tiempo y al mismo tiempo ir expandiendo su extensión territorial  a costa de los territorios árabes palestinos lo que obviamente, no iba a pasar sin la legitima reacción  política y por supuesto la resistencia armada palestina que con el pasar de los años termino siendo funcional a los intereses de Israel.

De esta manera cruenta nació dicho estado y en esos momentos muchos judíos estadounidenses y de otras partes del mundo no estuvieron de acuerdo con su instauración y mucho menos con los métodos para lograrlo. 
El planteo mediático (especialmente de los EEUU y la Europa de pos guerra) de una supuesta unidad indivisible de la comunidad judía global que veía en Israel su representación política en la tierra, se logró sostener por muchos años gracias al monopolio de la información y la industria del entretenimiento que con su insigne representante en “Hollywood” mostro una sola cara del asunto en todo occidente.

No fue por la gracia de “Jehová” (Yavé) que los sionistas se impusieron en Jerusalén  allá por 1948 y lograran expulsar a los desorganizados y mal pertrechados ejércitos árabes de Transjordania. No nada de eso. Fue por el milagro del dinero que todo lo paga y compra lo necesario (incluyendo voluntades) como los sionistas lograron imponerse militarmente en éstos territorios. Las alegorías mágicas que gustan tanto a los pastores evangélicos discursar en sus ampulosos shows ante su feligrecía, son solo eso.

Fue así como los fuertes intereses financieros que se crearon a la postre de fabulosos negocios impulsados por el establecimiento de un estado nacional judío en territorios árabes, con el tiempo han ido creciendo a tal punto que desde hace décadas son el factor preponderante e influyente para la política exterior de la Unión. A tal punto han llegado ser un factor de influencia que Stephen Walt  y John Mearsheimer autores del libro “The Israel Lobby”  invitan a sus lectores a que se formulen la pregunta “¿Por qué los Estados Unidos han querido dejar de lado su propia seguridad y la de varios de sus aliados con el objetivo de promover los intereses de otro estado?”.

La respuesta a esta pregunta ha resultado ser un extendido e inexplicable tabú en un país que suele vanagloriarse de su democracia que pareciera ser condicionada por un pequeño sector de Lobbys que opera dentro de su Establishment.

Los conocidos Lobbys “israelo-estadounidenses” son los actores más influyentes dentro del Congreso y protagonistas entre otras, de azuzar junto a sus socios neoconservadores las campañas bélicas contra Iraq, Libia y Siria. Tal como lo señalan los autores de éste libro que tanto molesto al núcleo sionista estadounidense, “la presión de Israel y los Lobby fue decisiva para la invasión a Iraq en 2003”.

Ello no ha sido casualidad. Hoy es de conocimiento público que estos sectores agrupados en asociaciones civiles, representan los intereses del estado de Israel dentro de los EEUU como en cada país en los que se organizan y operan. Pero en este caso, los Lobby operan dentro del mismo gobierno influyendo al tal grado en las decisiones de la política exterior del país que más bien podrían tomarse en el Knesset en Tel Aviv. Con ello queda evidente la influencia de esta minoría sionista y su intolerancia ante las críticas. Y valga la aclaración de que no todos los judíos son sionistas ni mucho menos, todos los sionistas controlan los sitiales de poder para alterar las hojas de ruta de un estado ajeno a Israel.

En EEUU congresistas y políticos de tendencias tan disimiles como Lee Zeldin, Chuck Schumer; Joe Lieberman, Bernie Sanders y Debbie Wasserman Schultz pese a que todos son judíos no todos ellos podrían ser considerados sionistas ni mucho menos. Por el contrario muchos congresistas que se autodenominan como cristianos que nada tienen que ver con el estado de Israel, apoyan fervorosamente la causa sionista y militan en pos de sumar apoyo político a la segunda minoría religiosa que ocupa el Congreso estadounidense.

El mismo Donald Trump es un notable militante sionista y también su supuesta oponente Hillary Clinton. Ambos podrán ser rivales en los asuntos meramente domésticos pero en lo exterior los dos harán todo lo que este a su alcance para que al estado de Israel le falte dinero y armas para su subsistencia.

Otro de los sectores no judíos que militan en las filas del sionismo norteamericano son los llamados “neosionistas cristianos” que se ven especialmente representados por pastores evangélicos televisivos y sus fastuosas congregaciones con mucho lujo y poca espiritualidad.

Hay otros que desde la “izquierda” apoyan este ideario mesiánico con formas más solapadas y bien disfrazadas, tratando de despegar la responsabilidad del Lobby en las continuas y desastrosas políticas de Washington en el Medio Oriente. Particularmente nos referimos a Noam Chomsky y Stephen Zunes quienes mediante sus elaboraciones intelectuales relegan el papel de estos sectores a un segundo plano alegando que las intervenciones de EEUU en los países árabes solo respondieron a un interés estratégico signado por el control del petróleo. Un mínimo análisis de cuáles serían las consecuencias si esta hipótesis fuera real, echan por tierra los argumentos de ambos autores.

Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el mandatario estadounidense ha prescindido de la intermediación de estos grupos con Tel Aviv llegando a conceder a las aspiraciones sionistas mucho de lo habían logrado sus Lobby durante décadas. En este sentido, al mismo tiempo y tal vez sin haberse dado cuenta, Trump partidizó el apoyo a Israel señalando  a quienes no lo hacen  tal como lo hacen sionistas-   como “malos judíos” o que por criticar los crímenes que todos los días se cometen contra los árabes palestinos “odian a los judíos y a Israel”.

Este argumento tan largamente usado por el sionismo y sus militantes para desacreditar y amedrentar a los sectores que les critiquen, hoy le ha hecho meter la pata al mismo presidente estadounidense quién por haber establecido tan estrecho lazo con Benjamín Netanyahu y la derecha israelí, muchos murmuran por los pasillos de la Casa Blanca que se ha creído que “es el Mesías encarnado” o algo por el estilo. Fue por ello que en algún momento dijo que “aquellos que no aman a Israel, que voten al partido demócrata” como diciendo que los representantes demócratas que últimamente han estado poniendo en discusión las aberraciones de Israel ante el Congreso y los medios, odian a los judíos ¿Pero qué demonios le pasa al presidente?

Pero la demostración ultramontana de Trump lejos está de ayudar a sus aliados sionistas. Tanto los que se posicionan en el ala republicana como algunos de los que militan en el partido demócrata  salieron inmediatamente a señalar que Trump había caído en el viejo insulto antisemita poniendo en evidencia el supremo interés que existe por encima de sus impostadas ideologías.

Para colmo del bochorno, no hace mucho Trump se fue de punta contra las congresistas demócratas musulmanas Ilhan Omar y Rashida Tlaib quienes han venido exponiendo ante el Congreso y los medios internacionales, las atrocidades del estado de Israel contra la población palestina. Como venganza por estas posturas críticas las congresistas han llegado a ser denostadas e insultadas por el mismo presidente e incluso, con la anuencia de Benjamín Netanyahu no permitirles ingresar a Israel para visitar a los pobladores palestinos que se hayan virtualmente cercados por un sistema represivo atroz.

Tal vez no sea igual que lo sucedido en Argentina donde la comunidad judía no se alinea por la derecha con su dirigencia política que ha tratado de recrear la función de Lobby en la Casa Rosada y es muy crítica de muchos de sus exponentes, pero algo está sucediendo en el epicentro de poder en Washington que parece evidenciar una profunda grieta en torno a las extendidas influencias pro-israelíes en la política exterior norteamericana.

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