“EL
PROBLEMA DE LA OPACIDAD”
Cómo
la preocupación de la Representante de Naciones Unidas para Afganistán no es
una preocupación sincera. Cuando morder la mano que te da de comer es un
inconveniente
Por Charles H. Slim
La
política exterior de los EEUU en estos últimos treinta años ha sido tan
agresiva y dañina para la seguridad y la paz mundial que nadie, salvo en
Washington y sus relatores de medios discutirían semejante diagnóstico. El
doble rasero discursivo de su política externa se ha basado a lo largo de todo
este tiempo en la apelación a los valores democráticos y la defensa de las
libertades en otras latitudes. Hay un diálogo de sordos entre quienes siguen
sosteniendo estos discursos con falsos argumentos y quienes han expuesto la
realidad de los objetivos de quienes manejan la política exterior de
Washington.
Las consecuencias de estas políticas están a la vista.
Siria, Iraq, Libia y Afganistán son las más destacadas de esa injerencia con un
saldo humanitario incalculable. También lo que sucede en Yemen donde Washington
y más precisamente el Pentágono y la CIA colaboran con Arabia Saudita
proporcionando material y equipos para tratar de tomar al país y así toda la
península para controlar el estratégico paso marítimo por el Mar Rojo.
En cada uno de estos casos (directa o indirectamente)
EEUU por medio de sus organizaciones máscara (como la “National Endowment for
Democracy”) ha sido el propulsor del caos y del colapso de cada uno de estos
países. Incluso, muchos de los actuales miembros del Congreso, el mismo Joe
Biden y los cuadros de altos oficiales del Pentágono y de funcionarios de las
agencias gubernamentales de inteligencia (que han pasado por las diferentes
administraciones de la Casa Blanca) fueron parte en este proceso.
En la última semana de julio, las alegaciones de la
representante especial para Afganistán ante Naciones Unidas Deborah
Lyons exponiendo una supuesta preocupación por el avance del Talibán tras la
retirada de las tropas estadounidenses son parte de esta renovada inconsecuencia.
En un comunicado de la representante de la UNAMA del 26 de julio pasado solo se
habla de una preocupación poniendo en la escena solamente al Taliban y al
gobierno colaboracionista como únicos responsables de la situación. Tal vez sus
expresiones sean sinceras y limitadas por una estrecha visión prejuiciosa
crítica de las costumbres afganas (referentes al trato de la mujer) que no
tiene idea de lo que los estadounidenses y sus socios -incluyendo a Canadá- han
estado haciendo. Si partimos del punto de que hace 20 años atrás la
administración Bush-Cheney bajo la excusa que le dio el 11/S invadieron
Afganistán para ir a cazar un fantasma llamado “Al Qaeda” que se ocultaba en
cuevas liderado por un supuesto terrorista árabe llamado Osama Bin Ladem, ya
advertimos la dudosa génesis de aquella. Esta agrupación que se traduce del
árabe como “La Base” había sido creada a partir de un programa secreto de la
CIA allá por 1978 en el marco de la convulsa situación de la “Guerra fría” siendo
en aquel contexto, Bin Ladem un joven aventurero y millonario saudita quien,
conocido de la familia Bush por los negocios que celebraba con la familia Ladem
fue reclutado en los ochentas por aquella agencia para financiar las
operaciones secretas contra la ocupación soviética.
Ver las consecuencias y solo una parte de ellas,
vuelve a reeditar la hipocresía de funcionarios de Naciones Unidas quienes han
venido siendo demasiado pasivos con las anormalidades que algunos de sus
miembros han tratado y aún tratan de instaurar como normalidad. Cuando se ha
sido escandalosamente selectivo con el tratamiento de algunos asuntos al
momento de condenar agresiones y la comisión de actos contra la soberanía
política de otros miembros del foro, poca autoridad moral puede invocarse para
acreditar un poco de credibilidad.
Sumado a ello, Lyons no parece recordar (pese a que ya
ha dejado de ser un secreto) que el Taliban fue el producto de un sustancial
apoyo político, militar y de la inteligencia de Washington y que incluso en la
retirada del mes pasado, se han detectado muchas inconsecuencias para con este
relato. Si Lyons fuera una joven funcionaria que apenas entro en el servicio
unos años atrás sería creíble su desconocimiento, pero ese no es el caso.
Ella no puede desconocer las denuncias de aberrantes violaciones a los derechos humanos de los civiles afganos (incluyendo a mujeres y niños) a manos de las tropas de la ISAF o de sus “grupos de mercenarios” (OGA acrónimo en inglés que refiere a “Otras Agencias Gubernamentales) y mucho menos, las que hablan de las masacres causadas en la población civil de muchas aldeas del interior por efecto de los indiscriminados bombardeos con sus famosos Drones. Las redadas nocturnas de grupos de enmascarados -como lo hacía el ISIS en Iraq- en hogares de aldeas del interior para secuestrar a hombres acusados de ser simpatizantes del Taliban o incluso asesinarlos en el acto, es otro de los crímenes que las ISAF han fomentado y encubierto durante mucho tiempo bajo el rótulo de la “lucha contra el terror”. Naciones Unidas no ha clamado con la debida convicción y energía por estas aberraciones que deberían ser un escándalo ante la “Comunidad internacional” (un término que no termina de aclarar cuál es su real alcance). Con ello queda a la vista la mirada sesgada y en cierto sentido cándida de Lyons, pero por el puesto que ocupa desconocer estos graves hechos no la excusan.
Durante los años que los norteamericanos y sus aliados
de la OTAN informaban que estaban “combatiendo al terrorismo” la CIA -a la
par que llevaba adelante sus operaciones de asesinatos selectivos- venía gestionado
conversaciones secretas con el Taliban que se llevaron a cabo en una locación
en Doha, Qatar para que aceptaran participar en el juego de las apariencias, en
el cual la resistencia afgana no hostigara a sus tropas y a cambio, las ISAF no
les hostigarían permitiendo el control de ciertos sectores del país. Los
resultados de este intento de arreglo no llegaron a ninguna parte y los Taliban
además de despreciar esta oferta, se lo dejaron bien en claro en el terreno.
Sin dudas la representante de UNAMA actúa de buena fe
pero, suena muy inconsecuente que mientras hace reportes parciales sobre la
violencia en el país, generada por una invasión, no ve que hay conciudadanos
(canadienses) operando para la CIA entrenando grupos oscuros que comprobadamente
realizan acciones que violan los derechos humanos y aportan más inseguridad de
la que ya existe.
Washington quería lavarle la cara a esta guerra
impopular y de algún modo se la quería quitar de encima sin claro, abandonar
sus ambiciones geopolítica sobre el terreno. La vieja maña de sus socios
británicos de “compra a tu enemigo” no funcionaba con los afganos, tal vez con
los milicianos regulares o los “grupos de autodefensas” que no son competidores
para expertos en la guerra como los Taliban. Cuando se dieron cuenta de ello, la
CIA quiso emplazarlos como lo hace la mafia creyendo que aquellos se
horrorizarían por los asesinatos de varios de sus jefes, pero no fue así.
Quienes terminaron perdiendo en esta pulseada violenta fueron los mismos
norteamericanos quienes con el avance de las hostilidades ya no podían proteger
ni a sus propios jefes de campo de la CIA.
Hoy la situación parece haber cambiado de forma
radical y a pesar de que EEUU ha retirado a sus tropas regulares eso no
significa que haya abandonado sus planes. Solo ha transformado su estrategia y
ha puesto su empresa táctica en manos de una constelación de milicias “proxies”
y equipos especiales de la CIA (como las fuerza Khost, KSF de Kandahar, las
NDS-04 en Kunar, la CTPT compuesta por unos 5000 asesinos encubiertos y la
farsa del “ISIS-Afganistán” compuesto por mercenarios trasladados desde Iraq y
Siria con la coordinación de agentes israelíes), y agencias aliadas con la
intención de convertir el escenario convencional de ocupación por uno
eminentemente de guerra sucia lo que de por sí, está preanunciando la
profundización y extensión de la violencia terrorista sobre toda la población
civil afgana y de la pakistaní próxima a la frontera.