jueves, 20 de octubre de 2016

EN DEBATE


“CRIMEN (IM)PERFECTO”

Cuál ha sido el papel de Naciones Unidas ante la dantesca realidad que se vive en el Medio Oriente en la que EEUU y sus aliados son grandes responsables ?




Por Charles H. Slim
Si hay algo que la historia contemporánea no podrá explicar será sin lugar a dudas, los genocidios silenciosos que amparados por supuestos actos “legales” de dudosa imparcialidad y una estructura mediática apoyada en intereses financieros occidentales, han desatado una cadena de consecuencias que no se detendrán con artificiosos documentales de historia o incluso, amenazando con la cárcel a los que buscan la revisión minuciosa de los hechos que los poderes centrales tratan de esconder bajo el tapete de la historia.
¿Qué hay de la justicia si las medidas legales o las resoluciones que aplican órganos dependientes de un actor poderoso, están hechas a medida de y solo de los intereses de éste?  Obviamente el valor justicia no solo no estará presente sino que será despreciado por una estructura semejante, que solo expedirá como una copiadora automática, resoluciones predeterminadas y en las cuales solo hay lugar para la firma de los responsables de refrendarlas; y obviamente, ni se les ocurra que ese órgano pueda denunciar y menos aún sancionar a dicho actor. ¿A qué les hacer recordar este mecanismo corrupto? Sin más rodeos, nos referimos a Naciones Unidas que hace tiempo han dejado sus funciones o más bien abandonado los objetivos iniciales –si es que realmente los tuvo-  que propendía a la resolución de los problemas internacionales en un marco de respeto y de un trato de igualdad.

A la vista de los acontecimientos de estos últimos 25 años para acá, la funcionalidad del foro de Naciones Unidas está repleta de contrasentidos, incongruencias y lo peor de todo, de complicidades que han causado grandes tragedias humanas que siguen estando en la primera fila de la lista de vigencia. El escándalo que inauguró con un descaro casi obsceno este cuesta abajo del órgano internacional fue sin lugar a dudas la aplicación de las sanciones contra Iraq en 1990, que pese al repliegue de sus fuerzas desde Kuwait, siguieron con absoluta crudeza y comprobada saña hasta que EEUU y sus aliados decidieron que tomarían la ley por su cuenta invadiendo al país árabe en 2003.

Aquella acción representó para Tel Aviv una epopeya para el recuerdo dado que el Iraq bajo el gobierno nacionalista árabe de Saddam Hussein había sido una de las preocupaciones más causticas dentro del mundo árabe,  especialmente en lo referente a  poder desplegar con relativa impunidad –entre otras- sus políticas segregacionistas y de latrocinio continuado contra los territorios de la jurisdicción palestina. Iraq era el centro del mundo árabe y pese a la mala prensa que comenzó a recibir desde 1990, era una potencia cultural y política que (además de tener el tema palestino dentro de sus cátedras de enseñanza) se equiparaba en su potencialidad militar.  Ante esto, sabían muy bien que Iraq no sería derrotada con una guerra convencional y para ello comenzaron a instigar planes y fórmulas que debilitaran primero a la población con la intensión de crear el colapso interior; fue allí que nacen las sanciones económicas como arma.

Para llevar esos planes adelante, se comenzaron a gestionar la aplicación de las sanciones económicas no ya para castigar a un estado por las violaciones a la ley internacional sino más bien, como una forma de presión constante e insoportable contra los países que se negaban al diseño de poder geopolítico unipolar que –como en el caso de Iraq- combinado con una agresión militar discrecional, podría haber resultado en la disolución del país en apenas unos meses. Pero a pesar del sufrimiento causado y tras bambalinas haber alimentado una insurrección promovida por la CIA y sus socios desde Turquía para que los kurdos encabezaran las tareas insurgentes por tratar de desbancar a Saddam Hussein, no solo fracasaron sino que también Iraq se mantuvo integro. 

Ante este panorama los intereses que empujaban estas sanciones económicas bregaron por aumentarlas y para ello no escatimaron recursos para difundir por todos los medios, la necesidad de mantener el embargo económico si ello era conducente para derrocar a Saddam Hussein usando pretextos varios que en la realidad de los hechos nunca fueron comprobados. Desde los funcionarios estables de la administración de George H. Bush (entre ellos a la detestable Madeleine Albrigth)  pasando por los lobistas pro-israelíes del Congreso todos empujaron con tesón y sin pausa para que las sanciones que habían sido impuestas en el marco de aquella invasión de agosto de 1990 continuaran en el tiempo sin importarles las consecuencias.
niña iraquí a los pies de su padre
asesinado por tropas de EEUU

Como olvidar sino, las insidias de Netanyahu y el Partido Likud que secundado por los sionistas de la ultraderecha laica y religiosa israelí y sus nexos en Washington y la Unión Europea vaticinaban con gran entusiasmo las bondades de derrocar a Saddam Hussein (1).

En aquellas jornadas se vio como los representantes de las potencias interesadas en “castigar” al país árabe, además de comprar las voluntades de otros miembros de la sala demostraban que no tenían las mismas ínfulas para tratar y menos aún la misma voluntad para condenar con la misma severidad, las masacres que llevaba adelante el estado de Israel contra los pobladores palestinos.  Las miradas a otro lado no estaban fundadas en las simpatías de aquellos que por los mediatizados  argumentos que presentan de continuo  -y hoy ya sin tanto impacto-  como los “pobres judíos que tenían tan pesada carga histórica en sus espaldas” y a los cuales no se les podía reclamar nada; lejos de eso. El dinero compra cualquier voluntad y solo así Tel Aviv –y con el ineludible apoyo del sionismo intelectual- ha venido esquivando con soltura el tratamiento y sanción de sus más espantosos crímenes contra la humanidad que dicho sea de paso, continúan sin que tiemble ningún medio.

Y allí no terminaron las señales de ese desprecio por lo árabe y lo islámico; por el contrario, era el comienzo de lo que vendría. Tras la comprobación de la muerte de más de 500.000 niños iraquíes (2) por efecto de aquel insufrible embargo apoyado por miembros obsecuentes al poder unilateral de Washington y que vieron refrendado por una batería de resoluciones diseñadas para los intereses de Washington, vino una etapa tan o más infame que aquella larga jornada de trece años seguidos de angustias, hambrunas y carestía de medicamentos por el cerco de occidente; era necesario rematar al pueblo iraquí y para ello había que meter los pies en las arenas de su territorio sin pedir ningún tipo de permiso y pasando por alto todas las normas del derecho internacional, implementar una verdadera guerra sucia, demostrando que eran nada más ni nada menos que los dueños del circo llamado ONU.

Durante trece años de embargo (1990 a 2003) y una alternada campaña de bombardeos aéreos sin que las defensas antiaéreas iraquíes pudieran hacer algo, los “aliados” causaron estragos en amplias zonas urbanas  que fue propiciado por el establecimiento de aquella artificiosa herramienta llamada “zona de exclusión aérea”, una maquinación administrativa diseñada por EEUU e implementada por el Consejo de Seguridad para poder hostigar impunemente tanto a Iraq como a Bosnia Herzegovina en 1993 y que veríamos con escandalosa impunidad repetir en Libia en 2010 (Cf. Res. UN 1973)

Aquella invasión en 2003 fue uno de los crímenes internacionales que encerró a una mixtura de otros crímenes que fueron cometidos por los invasores estadounidenses y británicos (3) puertas adentro de aquel pueblo y que fue vergonzosamente raleado por Naciones Unidas.

Tomando todo ese contexto y la clara visión sesgada con la que aquel organismo internacional demostró reglar situaciones con una detestable discriminación, a la distancia y con tantas arbitrariedades constatadas en los últimos 25 años podemos asegurar que dicho foro transformo a las resoluciones del Consejo de Seguridad y a las sanciones que de ellas se desprenden, en verdaderas armas de destrucción masiva que a diferencia de las que matan en forma instantánea, los embargos, el bloqueo y las restricciones económicas lo hacen lenta y dolorosamente.


Si nos ponemos a estudiar la etimología de la palabra sanción veremos que ella es ni más ni menos que una “pena” establecida y aplicada por alguien que ha infringido la ley. Ahora bien,  si vemos lo que en su significado es la pena, veremos que se trata de una medida represiva que impone un “estado” como reacción frente a la comisión de un delito. Desde el ángulo estrictamente jurídico-político  estas definiciones nos revelan una gran incongruencia y ella es que, Naciones Unidas o la ONU no es un “estado” por el cual pueda arrogarse la facultad de sancionar y aplicar medidas represivas y menos aún cuando ellas han demostrado ser arbitrariamente desmedidas, sesgadas e ilógicas.

Siguiendo con estas disquisiciones veremos que una misma entidad (ONU) legisla, sanciona y en cierta medida aplica las llamadas sanciones económicas  que curiosamente nunca tocan a los miembros que ocupan los sillones de ese “juez ejecutor” como es el Consejo de Seguridad.  En esto denotamos un gran falencia y es que, claramente no existe lo que en los órganos de la justicia de cualquier país se conoce como el principio de impartialidad o de neutralidad. A la vista de la realidad ello no denota ninguna novedad –y menos aún para quienes sufren por estas iniquidades- pero es necesario que se lo remarque para que esta funcionalidad disfuncional (para la justicia real)  no sea normalizada por las nuevas generaciones que comienzan a tomar interés y protagonismo en el campo de la política.

Se supone que la aplicación de la Carta de Naciones Unidas es para todos los estados adherentes por igual y no con matices o diferentes criterios según convenga a los actores o intereses en danza.  Sin dudas la organización hace tiempo que se ha corrompido y solo es una gran estructura elefantoide que sirve para cubrir puestos con muy buenos sueldos, pagar favores políticos (no pregunten cómo), actuar como que sirve para algo, en fin, solo sirve para “legalizar” las troperías de los miembros influyentes del “concierto internacional”, tapando sus suciedades con otros crímenes (que por supuesto ocurren) cometidos por pequeños e insignificantes países que si se escarba un poco, encontraremos los rastros del involucramiento de algún que otro de éstos “amigos influyentes”. El uso y abuso de las sanciones económicas  como un arma silenciosa para eliminar la disidencia internacional ha dejado demasiadas consecuencias como para que puedan considerarse como el crimen perfecto.  A la pregunta de “por qué”  existen crímenes como los que se cometen en Palestina, Iraq, Siria, Libia, Afganistán –y la lista sigue- sin que se haga nada por detenerlos solo hay que entender el dicho que dice: Dime quién te paga y te diré a quién sirves.

Fuentes:

1-      “Cuando Netanyahu elogiaba las ventajas de la invasión a Irak”. http://www.guerraeterna.com/cuando-netanyahu-elogiaba-las-ventajas-de-la-invasion-de-irak/   

2-      “Las víctimas del embargo”. http://elpais.com/diario/1996/01/26/internacional/822610823_850215.html





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