martes, 13 de diciembre de 2016

EN LA MIRA          


“LA NUEVA GUERRA FRIA”

Cómo el colapso político interno de EEUU le ha llevado al Stablishment  a reeditar como estrategia una nueva versión de lo que se conoció en épocas de la llamada bipolaridad




Por Charles H. Slim

Para aquellos que aun siguen creyendo en el paradigma político estadounidense y las supuestas novedades en los cambios cosméticos que se dan con sus amañadas elecciones que han colocado a Trump en la Casa Blanca, solo echen un vistazo a lo que está ocurriendo tanto dentro como fuerza de la casa del “Tío Sam”, demostrando que a pesar de las promesas de campaña, “América” no dejará de jugar como lo ha hecho desde aquellas jornadas de la pos guerra a mitad del siglo XX, en donde Washington y Moscú se repartieron el globo para controlar y explotar no solo al mundo sino también a aquel  gran negocio que se movió detrás de la llamada  “guerra fría”.

Amigos, para los que dirigieron y hoy continúan dirigiendo todo aquel asunto que se movilizó con el marco de una abundante y muy diversa propaganda, solo fueron cuestiones de negocios y nada más. La ideología militante del “Comunismo revolucionario” o del llamado “mundo libre” solo era para las masas de crédulos y el marketing que lo acompañaba era pasto para los empresarios de la oportunidad que aprovecharon toda esa parafarnalia,   para ampliar sus negocios plegándose a las políticas que movilizaba –y movilizan- sus altos y únicos  intereses a los cuales ellos son leales: Hacer dinero.

La era Reagan trajo el catapultaje de la carrera armamentística de la alta tecnología que buscaba llevar la guerra al espacio y desde allí regir sobre todo el mundo.  Fue el mismo “Rony” quien tras haber tenido varias entrevistas con los doctores Eduard Teller, G. A. Keyworth  y otros especialistas en misiles balísticos, habría sugerido a sus generales y especialistas en el área de la Defensa, el impuso y desarrollo del ambicioso programa bautizado como “Guerra de las Galaxias” que no era –como pretendieron vender desde Hollywood- un sistema defensivo contra una amenaza extraterrestre sino el desarrollo de un complejo sistema de armas orbitales (de tercera generación) que costaría tan solo en etapa de investigaciones, miles de millones de dólares a los contribuyentes. 

Los ochentas fueron el sumun de esta paranoia que fue constantemente alimentada por la maquinaria propagandística que radiaba del complejo corporativo mediático estadounidense y de su más útil colaborador , la industria del cine, para tratar de fijar la historia a gusto de los intereses que movilizaba Washington.  Pero también el mismo gobierno estadounidense tenía –y sigue teniendo- un esquema de elaboración y despliegue de la propaganda  como una herramienta estratégica para tratar de imponer sus visiones. Tal como lo reveló alguna vez el ex agente de la CIA Philip Agree, la agencia tenía –y sigue teniendo- tres clases de propaganda: La Blanca, la Gris y la Negra.

La Blanca es aquella que es realizada abiertamente y declaradamente originada en agencias gubernamentales estadounidenses (USAID). La Gris es atribuida a organizaciones “ONGs”  o personalidades individuales sin relacionarlos con agencias gubernamentales norteamericanas. Y la Negra es aquella que solo las agencias de inteligencia como la CIA, están autorizadas a realizar. En esta última clase se pueden agrupar todo tipo de operaciones agresivas que incluyen sabotajes, asesinatos, golpes de estado y provocaciones para iniciar guerras.

Para contrarestar la influencia o las simpatías de las masas juveniles con el “Marxismo militante” de comienzos de los años sesentas y setentas, EEUU utilizó estas tres clases de propaganda e incluso las alterno para tratar de potenciar su efecto sobre  la opinión pública.  En el mundo de aquellos años, los movimientos nacionalistas de liberación encontraban muy buena acogida en el ejemplo del Comunismo soviético que se presentaba como el adversario político y militar del imperialismo norteamericano y de sus alicaídos socios neocoloniales. De ese modo Corea, Vietnam y Cuba pasaron a ser íconos de la lucha por la liberación nacional y revolucionaria. En esas épocas poco y nada se podía conocer de lo que realmente pensaban los soviéticos. Todo era pasado por el filtro de la arbitraria interpretación occidental que con claros prejuicios “macartistas”, maldecía mucho antes de que se los tradujera.

Explotar el miedo a lo desconocido había sido -y sigue siendo-  la clave para que las agencias como la CIA, manipularan de constante, la realidad de lo que ocurría tras la llamada “Cortina de Hierro”. De esa manera y engañosamente asimilaron que “todo lo comunista era ruso” y “todo lo que se viera o proviniera del oriente, era potencialmente comunista”.  La literatura fue también blanco de estas políticas manipuladoras en las que pintar una realidad subrealista  y notablemente adulterada como la que se leía en Un yanqui en la corte del rey Arturo o el recordado Dr. Zhivago llevaron a que su autor más tarde se arrepintiera cuando pudo leerlas.  

Pero llegado a 1989 la URSS se tambaleaba como un moribundo y toda aquella estructura de propaganda y contra propaganda –centralizada en el Muro de Berlín- dejaría de facturar con su definitiva caída en 1991. 

Había cambiado el enemigo para los planes estratégicos de Washington y ese mismo año tras haber destrozado Kuwait y parte de Iraq, George H. Bush anunciaba el 11 de septiembre de ese año que había nacido “un nuevo orden mundial” y con él un nuevo enemigo, “los nacionalismos” y “el terrorismo islámico” . 
 De este modo, sin la URSS y con una guerra separatista en todo su anterior territorio, Rusia bregaba por salir de la más absoluta miseria económica, política y social en la que había caído tras escuchar  los cantos de sirena del borrachín Boris Yeltsin quien a su vez, le había abierto la puerta a los intereses financieros externos que, con las vanas promesas de rescate, prácticamente se adueñaron de Rusia.

Toda la década de los noventas fue invertida para ensayar y mejorar las armas que Washington y sus aliados de la OTAN pondrían en  marcha en los nuevos escenarios bélicos que se desatarían a comienzos del nuevo siglo. Actualmente y tras una lenta y progresiva recuperación, Rusia ha ido retomando su lugar en el concierto de la geopolítica internacional que sin estridencias y con modestia fue reconstruyendo un poder similar al que alguna vez tuvo aquella URSS, algo que apenas diez años atrás Washington no consideraba posible.

Aparentemente la propaganda anti soviética había desaparecido por un simple motivo, no existe la URSS como tal. En el mismo sentido la misma propaganda anti comunista no tenía razón de ser ya que esa ideología como estructura organizada  y agresiva solo tiene un solitario exponente en Corea del Norte y no en Rusia. Entonces si la era soviética no existe y el comunismo es un modelo que ha quedado olvidado en los polvorientos anaqueles de las bibliotecas, los cerebros en Washington  y Londres se han preguntado  ¿De qué podemos acusar a Vladimir Putin y a la Federación Rusa para frenar su influencia?

Y es que la mala influencia a la que se refieren estos, se ve materializada en el llamado multipolarismo de la política internacional, concepción que se opone al unilateralismo norteamericano y  que hay que recordar, fue inicialmente promovida por el mandatario venezolano Hugo César Chávez Frías  una bandera que Vladimir Putin (amigo de Chávez) más tarde izó sobre el Kremlin y que hoy forma parte de su geopolítica regional e internacional.

Las preocupaciones de estos rancios sectores, especialmente compuestos por los denominados neocon, el “Tea Party” y los sionistas que se agrupan en los Lobbies del Congreso (quienes tienen muy aceitadas relaciones con la CIA) les ha llevado a resucitar los viejos miedos y a agitar los viejos fantasmas para de alguna manera detener la influencia geopolítica que Rusia y su mandatario han venido teniendo desde al menos cinco años hasta la fecha. Sin rodeos lo que han venido instigando son sentimientos “rusofobos” con clara intensión de establecer aquellas viejas paranoias macartistas del siglo pasado. Los motivos centrales para esta aversión se hallan en los asuntos de Crimea, Ucrania y por supuesto, Siria, pero también por el increíble –e intolerable- avance de la influencia mediática de medios rusos como RT y SPUTNIK que además de ser considerados por el Departamento de Estado norteamericano como parte de la “propaganda rusa”, han desplazado a los dinosaurios conservadores como The Washington post y The New York Times conocidos por operar a favor de las políticas de estado mediante la difusión de noticias falsas. Incluso ante la desesperación por tratar de frenar las filtraciones de tantas noticias inconvenientes, EEUU y las OTAN han puesto en marcha nuevos mecanismos para tratar de cercar la libertad de expresión (v. RED VOLTAIRE.org. http://www.voltairenet.org/article194331.html )

No hay que olvidar que durante la campaña electoral, Trump no dudó en acusar a la CIA de ser una agencia que se había “equivocado muchas veces”, como parte de las causas que habían hundido al país en lejanas guerras interminables, con lo cual no hay que dudarlo, se ganó una mala relación con estos peligroso sectores de estado profundo norteamericano.

Tras la victoria de Donald Trump al que la elite considera como un Outsider de la  política partidocrática  norteamericana y peligroso exponente del populismo llano, se ha ido viendo como estos mismos sectores que apostaban para que Hillary Clinton se hiciera con la Casa Blanca, comenzaran a blandir todo tipo de argumentos –muchos de ellos descabellados- dirigidos a comprometer a varios funcionarios  del electo presidente y a su propia persona, con supuestas influencias financieras y políticas supuestamente apoyadas desde Moscú  por medio de las cuales Trump logró ganar las elecciones.  ¿Y de dónde salieron esos argumentos? Pues de un informe de la CIA en el que acusaba a Rusia de haber manipulado las elecciones mediante el uso de hackers, una versión que además de inverosímil fue rechazada por el mismo director de la Dirección de la Inteligencia Nacional de EEUU diciendo que estos informes “no representaban pruebas evidentes”, conclusión a la que se plegó el FBI.  




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