EN LA MIRA
“LA NUEVA GUERRA FRIA”
Cómo el colapso político interno de EEUU le ha llevado al Stablishment a reeditar como estrategia una nueva versión de lo que se conoció en épocas de la llamada bipolaridad
Por
Charles H. Slim
Para aquellos que aun siguen creyendo en el paradigma
político estadounidense y las supuestas novedades en los cambios cosméticos que
se dan con sus amañadas elecciones que han colocado a Trump en la Casa Blanca,
solo echen un vistazo a lo que está ocurriendo tanto dentro como fuerza de la
casa del “Tío Sam”, demostrando que a pesar de las promesas de campaña,
“América” no dejará de jugar como lo ha hecho desde aquellas jornadas de la pos
guerra a mitad del siglo XX, en donde Washington y Moscú se repartieron el
globo para controlar y explotar no solo al mundo sino también a aquel gran negocio que se movió detrás de la llamada
“guerra fría”.
Amigos, para los que dirigieron y hoy
continúan dirigiendo todo aquel asunto que se movilizó con el marco de una
abundante y muy diversa propaganda, solo fueron cuestiones de negocios y nada
más. La ideología militante del “Comunismo revolucionario” o del llamado “mundo
libre” solo era para las masas de crédulos y el marketing que lo acompañaba era
pasto para los empresarios de la oportunidad que aprovecharon toda esa parafarnalia,
para ampliar sus negocios plegándose a
las políticas que movilizaba –y movilizan- sus altos y únicos intereses a los cuales ellos son leales: Hacer
dinero.
La era Reagan trajo el catapultaje de la
carrera armamentística de la alta tecnología que buscaba llevar la guerra al
espacio y desde allí regir sobre todo el mundo.
Fue el mismo “Rony” quien tras haber tenido varias entrevistas con los
doctores Eduard Teller, G. A. Keyworth y
otros especialistas en misiles balísticos, habría sugerido a sus generales y
especialistas en el área de la Defensa, el impuso y desarrollo del ambicioso
programa bautizado como “Guerra de las Galaxias” que no era –como
pretendieron vender desde Hollywood- un sistema defensivo contra una
amenaza extraterrestre sino el desarrollo de un complejo sistema de armas
orbitales (de tercera generación) que costaría tan solo en etapa de
investigaciones, miles de millones de dólares a los contribuyentes.
Los ochentas fueron el sumun de esta paranoia
que fue constantemente alimentada por la maquinaria propagandística que radiaba
del complejo corporativo mediático estadounidense y de su más útil colaborador ,
la industria del cine, para tratar de fijar la historia a gusto de los
intereses que movilizaba Washington. Pero también el mismo gobierno estadounidense
tenía –y sigue teniendo- un esquema de elaboración y despliegue de la
propaganda como una herramienta
estratégica para tratar de imponer sus visiones. Tal como lo reveló alguna vez
el ex agente de la CIA Philip Agree, la agencia tenía –y sigue teniendo- tres
clases de propaganda: La Blanca, la Gris y la Negra.
La Blanca es aquella que es realizada
abiertamente y declaradamente originada en agencias gubernamentales
estadounidenses (USAID). La Gris es atribuida a organizaciones “ONGs” o personalidades individuales sin
relacionarlos con agencias gubernamentales norteamericanas. Y la Negra es
aquella que solo las agencias de inteligencia como la CIA, están autorizadas a
realizar. En esta última clase se pueden agrupar todo tipo de operaciones
agresivas que incluyen sabotajes, asesinatos, golpes de estado y provocaciones
para iniciar guerras.
Para contrarestar la influencia o las
simpatías de las masas juveniles con el “Marxismo militante” de comienzos de
los años sesentas y setentas, EEUU utilizó estas tres clases de propaganda e
incluso las alterno para tratar de potenciar su efecto sobre la opinión pública. En el mundo de aquellos años, los movimientos
nacionalistas de liberación encontraban muy buena acogida en el ejemplo del
Comunismo soviético que se presentaba como el adversario político y militar del
imperialismo norteamericano y de sus alicaídos socios neocoloniales. De ese
modo Corea, Vietnam y Cuba pasaron a ser íconos de la lucha por la liberación
nacional y revolucionaria. En esas épocas poco y nada se podía conocer de lo
que realmente pensaban los soviéticos. Todo era pasado por el filtro de la arbitraria
interpretación occidental que con claros prejuicios “macartistas”, maldecía
mucho antes de que se los tradujera.
Explotar el miedo a lo desconocido había sido
-y sigue siendo- la clave para
que las agencias como la CIA, manipularan de constante, la realidad de lo que
ocurría tras la llamada “Cortina de Hierro”. De esa manera y engañosamente
asimilaron que “todo lo comunista era ruso” y “todo lo que se viera o
proviniera del oriente, era potencialmente comunista”. La literatura fue también blanco de estas
políticas manipuladoras en las que pintar una realidad subrealista y notablemente adulterada como la que se leía
en Un yanqui en la corte del rey Arturo o el recordado Dr. Zhivago llevaron
a que su autor más tarde se arrepintiera cuando pudo leerlas.
Pero llegado a 1989 la URSS se tambaleaba
como un moribundo y toda aquella estructura de propaganda y contra propaganda –centralizada
en el Muro de Berlín- dejaría de facturar con su definitiva caída en 1991.
Había cambiado el enemigo para los planes estratégicos de Washington y ese
mismo año tras haber destrozado Kuwait y parte de Iraq, George H. Bush
anunciaba el 11 de septiembre de ese año que había nacido “un nuevo orden
mundial” y con él un nuevo enemigo, “los nacionalismos” y “el terrorismo
islámico” .
De este modo, sin la URSS y
con una guerra separatista en todo su anterior territorio, Rusia bregaba por
salir de la más absoluta miseria económica, política y social en la que había
caído tras escuchar los cantos de sirena
del borrachín Boris Yeltsin quien a su vez, le había abierto la puerta a los
intereses financieros externos que, con las vanas promesas de rescate,
prácticamente se adueñaron de Rusia.
Toda la década de los noventas fue invertida
para ensayar y mejorar las armas que Washington y sus aliados de la OTAN
pondrían en marcha en los nuevos
escenarios bélicos que se desatarían a comienzos del nuevo siglo. Actualmente y
tras una lenta y progresiva recuperación, Rusia ha ido retomando su lugar en el
concierto de la geopolítica internacional que sin estridencias y con modestia
fue reconstruyendo un poder similar al que alguna vez tuvo aquella URSS, algo
que apenas diez años atrás Washington no consideraba posible.
Aparentemente la propaganda anti soviética
había desaparecido por un simple motivo, no existe la URSS como tal. En el
mismo sentido la misma propaganda anti comunista no tenía razón de ser ya que
esa ideología como estructura organizada
y agresiva solo tiene un solitario exponente en Corea del Norte y no en
Rusia. Entonces si la era soviética no existe y el comunismo es un modelo que
ha quedado olvidado en los polvorientos anaqueles de las bibliotecas, los
cerebros en Washington y Londres se han
preguntado ¿De qué podemos acusar a
Vladimir Putin y a la Federación Rusa para frenar su influencia?
Y es que la mala influencia a la que se
refieren estos, se ve materializada en el llamado multipolarismo de la política
internacional, concepción que se opone al unilateralismo norteamericano y que hay que recordar, fue inicialmente
promovida por el mandatario venezolano Hugo César Chávez Frías una bandera que Vladimir Putin (amigo de
Chávez) más tarde izó sobre el Kremlin y que hoy forma parte de su geopolítica
regional e internacional.
Las preocupaciones de estos rancios sectores,
especialmente compuestos por los denominados neocon, el “Tea Party” y los
sionistas que se agrupan en los Lobbies del Congreso (quienes tienen muy
aceitadas relaciones con la CIA) les ha llevado a resucitar los viejos miedos y
a agitar los viejos fantasmas para de alguna manera detener la influencia geopolítica
que Rusia y su mandatario han venido teniendo desde al menos cinco años hasta
la fecha. Sin rodeos lo que han venido instigando son sentimientos “rusofobos”
con clara intensión de establecer aquellas viejas paranoias macartistas del
siglo pasado. Los motivos centrales para esta aversión se hallan en los asuntos
de Crimea, Ucrania y por supuesto, Siria, pero también por el increíble –e
intolerable- avance de la influencia mediática de medios rusos como RT y
SPUTNIK que además de ser considerados por el Departamento de Estado
norteamericano como parte de la “propaganda rusa”, han desplazado a los
dinosaurios conservadores como The Washington post y The New York
Times conocidos por operar a favor de las políticas de estado mediante la
difusión de noticias falsas. Incluso ante la desesperación por tratar de frenar
las filtraciones de tantas noticias inconvenientes, EEUU y las OTAN han puesto
en marcha nuevos mecanismos para tratar de cercar la libertad de expresión (v.
RED VOLTAIRE.org. http://www.voltairenet.org/article194331.html
)
No hay que olvidar que durante la campaña
electoral, Trump no dudó en acusar a la CIA de ser una agencia que se había
“equivocado muchas veces”, como parte de las causas que habían hundido al país
en lejanas guerras interminables, con lo cual no hay que dudarlo, se ganó una
mala relación con estos peligroso sectores de estado profundo norteamericano.
Tras la victoria de Donald Trump al que la
elite considera como un Outsider de la política partidocrática norteamericana y peligroso exponente del
populismo llano, se ha ido viendo como estos mismos sectores que apostaban para
que Hillary Clinton se hiciera con la Casa Blanca, comenzaran a blandir todo
tipo de argumentos –muchos de ellos descabellados- dirigidos a
comprometer a varios funcionarios del
electo presidente y a su propia persona, con supuestas influencias financieras
y políticas supuestamente apoyadas desde Moscú
por medio de las cuales Trump logró ganar las elecciones. ¿Y de dónde salieron esos argumentos? Pues de
un informe de la CIA en el que acusaba a Rusia de haber manipulado las
elecciones mediante el uso de hackers, una versión que además de inverosímil
fue rechazada por el mismo director de la Dirección de la Inteligencia Nacional
de EEUU diciendo que estos informes “no representaban pruebas evidentes”,
conclusión a la que se plegó el FBI.
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