“UNA GUERRA QUE NO ES”
Cuando no se puede justificar el fracaso propio
y cualquier argumento sirve para justificarse. La guerra que los argentinos
tienen consigo mismo. La vieja historia de la Argentina
Por Pepe
Beru
Cuando el presidente Alberto Fernández
sermoneaba sobre los a los presentes en la Cumbre de Bali por los efectos de la
guerra haciendo puntual señalamiento a su país y ante la mirada azorada de un
Emanuel Macron quien parecía preguntarse: Qu'est-ce qu'il dit?, cualquiera
hubiera dicho que la Argentina se halla en medio de las hostilidades. Pero cuando
estuve caminando por las calles de Buenos Aires no oí las sirenas de ataque
antiaéreo, ni estruendos de cañones o explosiones en la lejanía y tampoco vi
caer un solo misil sobre esta maravillosa capital; entonces me pregunte ¿De qué
diablos estaba hablando el presidente?
Se sabe que Argentina
se halla en una severa crisis económica institucional, tal vez se la peor de
toda la región producto de la acendrada corrupción que la infecta, pero eso no
explica las palabras de Alberto Fernández ¿A dónde estaba la guerra? Tal vez el
gobierno argentino estuviera cooperando con la OTAN en la guerra de forma
secreta y las consecuencias las están sufriendo del mismo modo.
Solo un par de horas
allí pude ver de que estaría hablando. La miseria, la inestabilidad económica y
la precariedad social de sus ciudadanos no viene de lo que pasa en Ucrania, más
bien viene de la mano de una larga y extendida decrepitud ética y moral que visualizada
en el quehacer de sus gobernantes se está comiendo a los ciudadanos. Sumado a
esto, un estado ineficiente y clientelista cooptado por el partidismo y que
hace tiempo abandono sus objetivos estratégicos como estado, solo sirve para
alimentar a punteros y arribistas. He aquí el meollo de la cuestión del por qué
la guerra en Ucrania perjudica a la Argentina y ello solo se debe, a que este
estado, hoy (por la corrupción, la venalidad y el desguace) carece de los elementos
(buques, aviones, infraestructura, una educación y desarrollo de una política
exterior propia) para aprovechar las oportunidades que este episodio de la
historia brinda.
La inseguridad es un
capítulo aparte y cuando se hace ver, impacta con la violencia de una batalla
urbana, síntoma de una descomposición en la que el narcotráfico y el lavado de
dinero en altas esferas lo está pudriendo todo.
Los argentinos no están
en guerra contra otra potencia ni contra fuerzas subversivas que se han
infiltrado sigilosamente en el país, es una lucha entre ellos mismos quienes entre
entuertos, desconfianzas y traiciones van dividiéndose cada vez más. Aún
parecen estar luchando por una identidad común.
Aquí la contienda es
por y solo por el por el poder y el dinero a tal punto que a pocos les importa
de dónde provenga éste último. Como si se tratara de un cíclico Deja vú, la
Argentina vuelve como si de un sonámbulo se tratase al borde de un precipicio
donde no ha caído aparentemente por la gracia divina, pero en realidad no lo ha
hecho por la intervención de manos interesadas. Estas últimas vinculadas al
poder anglosajón saben que el país puede estar en estado de coma pero no lo
dejarán morir.
Igualmente los efectos
de esta crisis se sienten en el aire y en cierta medida se asemejan a los de
una guerra (salvando las diferencias que existen con quienes realmente la
sufren). Hay incertidumbre, temor, la economía hecha trizas, el dinero no vale
nada y la desconfianza mutua puedo percibirla ya no solo hacia sus gobernantes
sino entre los propios transeúntes que pasan caminando por la esquina donde me
hallo sentado tomando un café.
Es solo una postal de muestra
de lo que se ve en su capital. La Argentina es mucho más que Buenos Aires e
incluso, mucho más que su populoso cono urbano, donde miles de personas migran
desde el interior y de los países vecinos buscando mejores alternativas de
vida. Haciendo una comparación se podría decir que la llamada CABA es como el
castillo del rey y ese cono urbano que lo rodea, son las villas de los
andrajosos súbditos allende los murallones y el foso que en este caso serían la
avenida General Paz. Si así se ven las cosas por aquí, no es de esperar que
cambien en el interior, o incluso estoy seguro de que estén mucho peor. Ello lleva
a una pregunta obligada y que es muy razonable que me haga ¿Cuánto faltaría
para alzamientos y revueltas contra esta situación?
Mientras por aquí se
habla de macro economía, qué hacer con los dólares y los problemas de algunos privilegiados
preocupados de cómo pagaran sus gastos en dólares en sus viajes al extranjero, el
ciudadano común, el indigente, el desahuciado y el criminal caminan por la
misma calle sin ser percibidos por aquellos que distraen sus cuitas con las
banalidades del circo mediático , un voluntario servil del Status Quo de los
plutócratas que se esconden tras el cartel de la “democracia” ¿Qué harían los
poderosos y sus políticos sino existiera este verdadero partido que son los
medios?
Mientras los simples
ciudadanos de a pie ven como los precios de la comida y de los servicios se
inflan día con día, los políticos y sus espónsores se actualizan los sueldos a
grados obscenos demostrando que solo están allí para mejorar sus propias
existencias. La arrogancia y la ineptitud de esta clase política se ve
potenciada por esta sofocante corrupción elitista, tabicada por charlatanes y
filósofos a sueldo de los medios sistémicos de esta capital ¿Cómo ubican a la
justicia platónica en esta actualidad los filósofos de feria que se venden como
eminencias? Humanistas de salón y con lenguas prudentes ante el poder y más
interesados en el divague con doble intensión, no cuestionan la insoportable cotideanidad
del hombre común ni las injusticias más aberrantes ¿Acaso un kilo de pan puede
llegar a ser un bien de lujo como lo demuestran los precios? ¿A dónde está ese
pensamiento tendiente al conocimiento de la verdad que Sócrates alguna vez
enseño?
Como los medios a los
que sirven, son buenos en crear antagonismos y manipulaciones que aparentan el
ejercicio de un sentido crítico y aséptico de la realidad pero que en realidad solo
buscan alimentar al “sistema” plutocrático. Así nacieron el “Kirchnerismo” y
luego el “Macrismo”, dos monigotes para distraer la atención del ciudadano haciéndole
creer que ellos son la única alternativa para soluciones que nunca llegaran.
Solo son grandes
difuminadores de la realidad que esconden tras sus máscaras de intelectuales,
intereses que están muy lejos de una argentinidad que desprecian. Son los sacerdotes
del Globalismo aunque traten de disimularlo. Tienen un pie aquí y otro allá y
como los políticos, sirven al “sistema” el cual es lo que les sustenta.
Podríamos decir que los
argentinos de a pie se dividen entre quienes aún creen a estos predicadores
(tanto de un lado como del otro) y aquellos que hace tiempo han dado la espalda
a ese sistema y que hoy, de forma no tan representativa tratan de ser captados
por personajes autodenominados como “libertarios” quienes (mirando detrás del
telón de quienes les apoyan) poco o nada tienen de ese término.
Hay entre ellos una
grieta que ya se ha convertido en sectarismo que hace imposible cuajar un
acuerdo común para reiniciar el sistema. Alberto Fernández es una víctima de
ello y hoy vemos como su salud le pasa factura. En este enfrentamiento
eminentemente socio-económico van quedando bien claros los bandos. En un lado
están los que aún pueden gozar de algo de estabilidad temporal, en otro los, la
elite política y gobernante (plutócratas) que se hallan asegurados por sus
continuos reajustes económicos que favorecen sus vidas y en otro los olvidados,
los que están sufriendo los efectos de esta guerra intestina y quienes en tal
posición no tienen más expectativas que sobrevivir como puedan.
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