miércoles, 15 de noviembre de 2023

 

LA LENTA MUERTE DE LA PAZ

Sin el respeto a las leyes internacionales y en especial al derecho internacional humanitario no hay esperanzas de estabilidad geopolítica ¿Cómo resolver este dilema?


Por Charles H. Slim

La situación humanitaria en Gaza es simplemente insoportable. Las cruentas arremetidas de las FDI sobre el hospital “Al Shifa”, agravando la situación de los heridos, los neonatos y las mujeres en estado de parir, no ha sido suficiente sufrimiento para la venganza israelí. Y aunque se halla a la vista de los organismos internacionales, todos han demostrado su debilidad, su complicidad y sus cabezas inclinadas a complacer al carnicero que está haciendo un horroroso festín.

Es seguro que “Bibi” Netanyahu, Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich y toda esta piara de criminales que niegan la humanidad a los palestinos estén muy seguros de salirse con la suya en la creencia que nadie les pedirá cuentas por todos estos crímenes no ya de guerra sino de genocidio y lesa humanidad.

Las últimas revelaciones que refieren a un conocimiento que tenían  varios periodistas de agencias internacionales sobre el ataque que la resistencia estaba por lanzar el 7 de octubre ha puesto en muy mala posición a Washington y claro, también a Tel Aviv que no cabe dudas con esta revelación, no puede argumentar que ellos no lo sabían.

Más allá del cuestionamiento parcial y decididamente dirigido a castigarlos por haber mostrado situaciones que Israel nunca habría mostrado y a las cuales somete a su bien conocida “censura militar” , esto plantea una pregunta mucho más importante y trascedente que a ciertos sectores de la misma sociedad israelí como “Honest Reporting” poco le interesa hacer y es ¿Y qué sabía de esto el Shin Bet, el Mossad o el AMAN?

“Honest Reporting” imposta una aparente exaltación por la violación de la ética y la moral de estos periodistas extranjeros, pero no ha dicho una sola palabra o una muestra de consternación por la treintena de periodistas palestinos y libaneses asesinados por Israel y, ni hablemos de los ya más de 10.000 civiles palestinos (un bebe palestino muerto cada 10 minutos) que hasta ahora se han contabilizado ¿Qué sucede con esa “honestidad” de su cartel?

Como dicen esas sabias palabras “por los frutos los conocereís”.

Pero las consecuencias de lo que ocurre y de cómo termine la población en Gaza después de esta campaña de exterminio sin dudas tendrán alcance internacional. Ahí veremos cómo quedan las relaciones de todos los estados y especialmente los árabes-islámicos con Tel Aviv.

La cifra de muertos y heridos ya es un escándalo humanitario que Israel pretenderá relativizar con los manejos aviesos del relato de los hechos. Pero a pesar de contar con el apoyo de EEUU y la UE para esa tarea psicológica, el tamaño y dimensión de sus crímenes es muy difícil de esconder.

Lo único que a Israel le da impunidad para haberse mantenido al margen de la ley internacional es la protección del decadente imperio occidental ya que ha quedado claro que de haber tenido que hacer frente solo a una fuerza irregular como son las organizaciones de la resistencia palestina hoy estaríamos viendo un gobierno de Netanyahu en problemas muy serios y hasta sucesos bizarros como sería la masiva fuga en pánico de miles de ciudadanos israelíes a sus países de origen.

La intervención estadounidense ha servido para sostener al régimen que además del genocidio de Gaza, está llevando adelante una furiosa campaña de represión y arrestos sobre toda la población palestina en Cizjordania y Jerusalen como una medida de castigo colectivo y terror por el apoyo que ha manifestado a la resistencia de sus hermanos en Gaza.

Probablemente Israel se apropie de toda la Franja, radique asentamientos para otra oleada de colonos importados y establezca las plataformas para la explotación de las reservas gasíferas que se hallan frente a sus costas. Para eso hacía falta el evento suficientemente grave que justificara lo que hoy estamos viendo. No era necesario esperar que ocurriera lo del 7 de octubre para saber que Israel necesitaba su “Pearl Harbor” o “11/S” para victimizarse y justificar una arremetida como vemos con estupor sobre la población de Gaza.

Los intentos de causar ese “shock” colectivo sobre la psicología de su población y ante los ojos del mundo tienen una larga historia. Desde 2006 los israelíes han venido causando horribles situaciones humanitarias con ataques indiscriminados y un sitio que sumió a los palestinos a una vida de miseria indecible. Pero si bien hay lamentables exponentes de estas políticas criminales como fue Ariel Sharon, el artífice por 2001 de la llamada doctrina de la “venganza justificada”, toda esta maquinación sanguinaria es más antigua. Hay que remontarse hasta las tratativas secretas en Oslo por mediados de 1992 para comenzar a rastrear los primeros sabotajes a una solución consensuada de dos estados.

Tal como sucede en todos los estados, las cloacas del sistema identificadas con sus agencias de inteligencia no están sometidas a un control real sobre sus actividades y no es ninguna novedad que muchos de sus componentes organizan y ponen a rodar sus propias agendas conforme a sus intereses. Como toda organización de personas, estas “agencias” se hallan permeadas por sujetos con simpatías ideológicas, odios y revanchismos que están más allá de los objetivos políticos del gobernante de turno.

El Shin Bet, el Mossad ni sus colegas militares de AMAN escapan a esta siniestra dinámica inhumana.

A pesar de la histórica posibilidad de terminar con el conflicto, la extrema derecha israelí no estaba -y aún persisten en no estarlo- dispuestos a aceptarlo. Los asesinatos, los atentados e incluso el magnicidio de Yitzak Rabin en noviembre 1995 son prueba de ello. Para imponer esa voluntad contaron con el apoyo de sectores de la inteligencia, sea de manera oficial, o tercerizando sus tareas o valiéndose de facciones ligadas a la extrema derecha para poner en práctica la llamada doctrina de la “venganza justificada” mediante el impulso, financiamiento y respaldo de acciones terroristas que asesinaran ciudadanos israelíes y con ello, tras culpar a los palestinos trabar cualquier negociación.

Pese a las posturas públicas de los exponentes de Tel Aviv, el dinero que llegaba como ayuda para los palestinos debía ir a manos de “Hamas” ya que es el actor necesario y el argumento central para justificar en su retórica las cruentas políticas de esa “venganza justificada” que busca exterminar a todo un pueblo.

El diseño y desarrollo de las “banderas falsas” ha sido la punta de lanza de esta planificación, tal como lo expuso en una de sus obras la hoy fallecida linguísta profesora Tanya Reinhart. Orquestar ataques suicidas contra civiles serviría para ir modelando un relato victimista ante la opinión pública. Todos los recursos del Shin Bet y de sus colegas militares eran de fácil reclutamiento en los territorios ocupados donde los aspirantes para este juego sucio sobraban por la pobreza, el uso de la tortura (que incluye técnicas médicas y psiquiátricas muy siniestras)  y el chantaje. Todo eso sirvió y mucho para crear a esos atacantes con cinturones explosivos que tras Oslo pondrían en marcha esa dinámica diseñada de ante mano por la inteligencia israelí.

Si tomamos en consideración estos antecedentes de la resistencia palestina y su hoy expuesta relación simbiótica con la inteligencia israelí, queda muy claro que la paz está muy lejos salvo que haya nuevos lineamientos de justicia y nuevos actores que busquen implementarla dentro de la llamada Comunidad internacional.

 

 

 

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