VETERANOS DE AYER
“ZAFARRANCHO DE COMBATE”
Vivencias en primera persona de un veterano argentino de la guerra del Golfo Pérsico en 1991
Por Dany Smith
Fue sin lugar a
dudas una sorpresa inesperada y muy agradable, cuando hace unos meses tocan a
mi departamento en Kensington para entregarme una encomienda postal que venía
de muy lejos y con ella una carta (algo raro en estos días de internet). En un
aceptable inglés, éste camarada hacía llegar sus experiencias y también sus
inquietudes ante la dura lucha que siguen por el tan merecido reconocimiento
que su gobierno les adeudan. Eran unas doce copias de páginas de un diario de
un veterano argentino que participo en las operaciones del “Escudo del
Desierto” y de la “Tormenta del Desierto” que tras haber leído nuestros
artículos quería compartir algunas de sus experiencias en aquellas jornadas
dándolas a conocer por nuestro medio.
A continuación les dejo la traslación de aquella carta de un
miembro del destructor argentino “ARA Alte Brown” que llamaremos “J.K.A” para
que compartan sus vivencias en primera persona y que se resumen al mes de
diciembre de 1990.
“A pesar
de los veinticinco años que han pasado, quienes estuvimos involucrados en la
guerra del Golfo Pérsico allá por 1991, no
podemos olvidar todo lo que ello conllevo, abandonar nuestros hogares, nuestras
familias para zarpar sin órdenes precisas y aquellas fatídicas jornadas navegando en
forma constante durante meses en los navíos de guerra “ARA Alte. Brown” y la
“ARA Spiro” de la agrupación T.88 que llevó el pabellón argentino para que
flameara en aquellas extrañas aguas del Oriente Medio.
Ponerme
a describir las actividades que cotidianamente se realizaban en las
embarcaciones puede llegar a dormir al lector, pero no puedo dejar de recordar
que en todo momento hasta que llegamos a dicho escenario, todos y cada uno en
sus tareas teníamos que prepararnos para algo que, aunque rogábamos que no
pasara, intuíamos que podría desencadenarse de un momento a otro sin que
estuviéramos al tanto de la realidad de lo que ocurría a ciencia cierta en
aquella zona.
En
realidad nunca esperamos que las cosas llegaran a donde terminaron llegando;
creíamos que las presiones que los americanos y toda la fuerza que habían
reunido, incluyéndonos a nosotros, haría desistir a Iraq de abandonar aquel
pequeño emirato petrolero que incluso, no sabíamos donde quedaba. Igualmente no
tomaríamos conciencia en la que nos metimos hasta que no cruzamos el estrecho
de Ormuz.
Acostumbrados a navegar en las aguas australes o a lo sumo en los
cálidos mares del Brasil, no se podía dejar pasar esas grandes diferencias que
cuando uno no las conoce solo dice, es algo similar a pero que en realidad cuando
las comparas no se parece a nada conocido, y me refiero al calor. Nunca
experimentamos un calor como el que vivimos ahí, era simplemente sofocante.
El
mes de diciembre de 1990 fue realmente particular. Fue la previa para lo que se
desataría el 16 de enero y una pequeña muestra de lo que se desplegaría en
medio de una situación de alta confusión y muy poca información que entre otras
consecuencias, desataría una crisis de nervios colectiva que pondría a prueba el carácter de cada uno de
los que estábamos en esos barcos y cómo afectaría ello el desempeño en las
tareas operativas.
A
comienzos de ese mes entrabamos al golfo y nuestra primera impresión fue
asombro no solo por el paisaje de esas aguas turquesa repletas de tiburones
sino, por el tránsito marítimo incesante y las instalaciones portuarias árabes
abarrotadas de embarcaciones que parecían ciudades flotantes. Sin saberlo,
estábamos entrando a lo que más tarde sería el escenario de la guerra más
cruenta de finales del siglo XX.
Solo
como una pequeña muestra de lo que nos esperaba, se ordena que se pusieran a
calibrar los cañones “Oto Melara” de 127 mm (si mi memoria no me falla) de las
cubiertas y ejercicios de práctica de tiro para todo el mundo con las
ametralladoras de 20mm. Si bien los primeros anduvieron espectacularmente, si
hubiéramos dependido de las segundas habríamos estado en problemas.
Apenas
entramos la radio informa nuestro primer destino, Emiratos Árabes Unidos. Era
una visión espectacular pero por sobre todo era un alivio ya que muchos
estábamos ansiosos de tocar tierra aunque más no fuera, para sentir suelo
firme. Si no mal no recuerdo, llegamos en los primeros días de diciembre en
momentos que se ventilaban noticias sobre una sublevación militar en pleno
Buenos Aires, algo que se conoció masivamente por estos lugares como un reguero
de pólvora.
Asimismo
seguimos con nuestra rutina y a quien no le tocara guardia en esos momentos podía
bajar para aunque más no fuese, a fumarse unos puchos y dar una vuelta por las
dársenas del puerto de Sarjah. Una de las cosas que me acuerdo y que disipo los
nervios que crecían a cada hora era la llegada del correo que traía el Sea
Spray era sin dudas el momento que más esperábamos muchos. El resto del
tiempo y quien podía aprovechaba la estancia y hacia “pacotilla”.
Otra
cosa que me llamó la atención fue saber que había familias argentinas viviendo
en Dubai y en el resto de la región de
las cuales recibimos su atención y un inestimable apoyo moral. Solo se conoce
esa extraña sensación cuando uno está muy lejos de su terruño y se potencia aun
más cuando la incertidumbre flotaba en el aire. Pronto sabríamos o al menos
tendríamos una idea de cuál sería nuestro rol en todo el espectáculo que se
estaba montando.
El
día 11 de ese diciembre las actividades comenzaron temprano. Los yanquis y australianos habían llegado con una fuerza de ataque
liderada por el portaaviones “USS-Midway” y de solo verlo te daba cosa. Todo el
mundo a sus puestos y a partir de ese momento, los nervios de los oficiales que
ya estaban crispados, rompieron el techo de lo tolerable y volcaban su “cagazo”
en una reunión con el jefe del “D-10” con los subalternos. Igualmente nosotros
sabiendo muy bien cómo hacer nuestro trabajo, no tuvimos ningún problema al
interactuar con los norteamericanos que además de buques enormes, portaban esos
helicópteros que daba la impresión que pesaban diez toneladas.
Desde
ese día todo fue ajuste y preparativos. El 13 se rompe la rutina y la actividad
comenzó con todo. Nosotros con nuestros modestos recursos veíamos como desde el
portaaviones “Midway” salían los F-4 Phantom y sobrevolaban sobre nosotros como
parte de esos ejercicios para aceitar la coordinación entre todos los que participábamos.
Impresionante era ver a esos gigantescos helicópteros “CH-53” y otros del tipo
“Bell” como se suspendían sobre nuestras cubiertas para traslado de personal o
dejarnos material informativo. Comunicaciones, maniobras navales y aéreas con
nuestro helicóptero y acciones combinadas tuvo a mal traer a nuestros jefes; la
tensión fue tal que podías verles llevar el culo entre las manos para no
cagarse encima.
Fue si dudas una prueba de los yanquis para ver que tan capaces
éramos.
Con
el final del día, vino la calma y el ajetreo por fin termino. Quien pudo irse
al catre lo hizo y quienes tuvimos que seguir arreglando algunas cosas no
pudimos hacerlo hasta más tarde. A la altura del puerto de Fuyeirah nos
cruzamos con el buque de servicio “USS-Walter S. Diehl” para reabastecimiento
de combustible.
La
rutina siguió y el 21 llegamos a Abu Dabi, donde seguimos trabando en los
ajustes operativos y un día después llegan los yanquis y se estacionan junto a
nosotros con el “USS-Midway”; simplemente impresionante. Las fiestas ya estaban
ahí nomás y para cuando llego el 24, cayó piedra y nos honraron con su visita “Cohan,
Romero y Oses” quienes se vinieron a sacar unas fotos con nosotros y a
franelear con nuestros jefes mientras nos tuvimos que bancar a los “gallegos”
que habían atracado con un destructor atracado cerca de nosotros, donde desde
temprano sonó música, luces y mucho alcohol.
Para
el 27 llegan los técnicos con los repuestos de la base Espora para los helicópteros “Alouette” que llevábamos en los hangares y a verificar
al que se había accidentado. Con los repuestos llegaron cartas y encomiendas
con algunos videos para ver a nuestras familias. Para todo esto, el ánimo era
excelente. Los quince días interminables que vendrían de aquel enero de 1991,
marcaría el ascenso de las tensiones y el nerviosismo que no discriminaba entre
norteamericanos, australianos, canadienses o italianos”.