“REPUBLICA
OCLOCRATICA ARGENTINA”
¿Acaso
la Argentina va hacia un gobierno de muchedumbres?
Por Javier B. Dal
Los
resultados de la última elección legislativa dejaron en claro que no hay nada
claro en Argentina. Si había una grieta que los oficialistas y la oposición
negaban de cara a los medios, ahora esa misma grieta se ha extendido hacia el
interior de cada uno de estos sectores llevando a crear una gran Babel en la
que nadie escucha a nadie y donde todos hablan diferentes lenguas.
Lo peor de todo es que el desvarío proviene de quienes
detentan el poder. Un presidente que dice que su fuerza ha ganado cuando los
resultados arrojaron haber sido derrotados por ocho puntos no puede ser otra
cosa que un desvarío. Incluso, el organizar una fiesta por el “Día de la
militancia” a costa del dinero público para insistir en ese afiebrado delirio,
supondría un rasgo psicopático. Pero en realidad no lo es. Alberto Fernández y
su gente solo están haciendo uso de un recurso psicológico para autoconvencerse
y a su vez convencer a sus interlocutores de algo que no fue, sucedió en
realidad. Lo peor de todo esto es que (más allá de lo que ellos presuman), en
el fondo es un signo de absoluta debilidad e incertidumbre.
Se trata de una tragedia en medio de un mundo muy
complejo e imprevisible para el que Argentina no esta preparada. Hay una total
dispersión en los representantes políticos y claramente demuestran una total lejanía
sobre esta realidad. La clase política en su conjunto (sin distinciones de
derechas, centristas e izquierdas) es percibida como cleptócrata, nepotista y
clientelar que nada tiene que ver con la tan vociferada democracia. Igualmente,
desde 1983 la Argentina practica una particular forma de democracia en la que
solo se proclama la existencia de derechos, pero sin obligaciones (salvo las
impositivas). Así es como poco a poco y de la mano de un tergiversado
victimismo “setentista” y abusando de una sesgada mirada en el alcance de los
derechos humanos (con la cual se ha lucrado de forma escandalosa) se fueron
deformando los conceptos como autoridad y orden, fundamentales para la construir
y mantener la cohesión social de un estado, a tal punto que se las asociaron a “represión
y militarismo”.
Los artífices de este reduccionismo hoy los encontramos
en el gobierno viéndose entrampados por esa dialéctica simplona y dañina. El
gobierno de Alberto Fernández además de fraccionado y condicionado por los
núcleos extremistas que responden a su vicepresidenta (CAMPORA) es
completamente insulso para intentar reorganizar un estado que sigue siendo la
panacea de sectores parasitarios quienes sin ningún objeto y utilidad pública,
consumen recursos del presupuesto sacándoselo a otros sectores que realmente lo
requieren.
Más allá de las estridencias discursivas del presidente,
su gobierno no gobierna. Prueba de ello son los tire y afloje con su propio
partido, el descontento que existe contra su gestión tanto a nivel general como
en las filas de un peronismo multiverso y diluido que ciertamente nada tiene de
esa ideología. El federalismo al que Fernández nombra (tan falso como el
patriotismo su gobierno) en todo momento solo está en su imaginación y solo lo
practica cuando demanda las coparticipaciones de provincias a las que no presta
auxilio cuando se lo demandan (como sucede con la provincia de Río Negro por el
tema de los “Mapuches”).
La inflación y la desvalorización del peso está
hundiendo a la población en la pobreza y la carestía, mientras el presidente
habla de “estar ganándole a la inflación” y que de un “crecimiento en la
economía” que nadie esta viendo.
La oposición también sufre de un agrietamiento en sus
formaciones. Los radicales que habían caído en una severa depresión desde aquel
calamitoso 1989 se han empoderado y comienzan a cuestionar a los anglófilos y
sionistas del PRO referenciados por personajes como el ex mandatario Mauricio
Macri y Patricia Bullrich. Al mismo tiempo, resurgen fuerzas liberales encarnadas
en los liderazgos de Javier Milei y José Luis Espert, a su vez distanciados entre
sí por cuestiones de forma.
Las calles están en manos de las organizaciones
sociales y los sindicatos que descaradamente ya no esconden la militancia de su
tropa por un plan social o una suma determinada de dinero. Lo mismo sucede en
el sur, donde las rutas y parques nacionales son bloqueados por encapuchados
que condicionan la libertad de circular y movimiento a cambio del pago de un
impuesto.
Las muchedumbres son las que deciden cuándo y quién
pasara por un puente o una avenida y ello se debe, a décadas de irresponsable
agitación punteril de los partidos como el “Kirchnerismo” y algunos sectores de
la izquierda que no tienen otro objetivo que perpetuar a sus dirigentes en sus
puestos burocráticos a sueldo de la nación. Para estos sectores la ignorancia y
el resentimiento son el combustible para movilizarles. Cualquiera puede generar una protesta y
movilizar una masa de personas para cortar la circulación en las calles de la
capital o de una ruta nacional sin que el gobierno “federal” haga nada. En este
marco queda claro que rige una verdadera oclocracia que solo beneficia a los
intereses del gobierno y de sus organizaciones sociales compuestas por personajes
que utilizando la desesperación de los más desposeídos subsisten al amparo del
dinero de las arcas estatales.
Incluso ya hemos visto como una manifestación en medio
de la avenida 9 de julio puede terminar en una refriega y el asalto de oficinas
públicas como sucedió con el Ministerio de Trabajo donde las fuerzas de
seguridad no pudieron hacer nada. Las autoridades no tienen autoridad por el
simple hecho de que dependen de un gobierno político que tampoco la tiene. La
justicia no puede funcionar con este marco de cosas y eso es algo que no puede
suceder en una república que se denomine democrática.
La violencia en los robos callejeros se está haciendo
más creciente y ante la desidia y la hipocresía de estos gobernantes, la impotencia
de los ciudadanos comunes se vuelve ira y con ella, nace el impulso para llevar
adelante acciones tan extremas y extravagantes como sería separarse de un
determinado municipio. Cada desgracia es elegida a conveniencia de uno u otro
bando para hacer de ella, capital de sus intereses electoralistas. Con este
panorama no esta errado declarar la instauración de una oclocracia en
Argentina.