OPERANDO PARA
TEL AVIV
¿Por qué, cómo y quiénes están tratando de instalar la lucha
geopolítica de Tel Aviv en Argentina?
Por
Yossi Tevi
Es siempre muy importante no perder la memoria sobre los hechos y situaciones que dieron origen a problemas que extendidos en el tiempo por no haberse resuelto en su debido momento, se pierden por efecto del maremágnum de la vida cotidiana. Esto tiene especial importancia en la política y mucho más en la geopolítica de los países.
En la
Argentina esto es un problema crónico. Aquí los ciudadanos suelen verse
impactados por un suceso y hasta llegar a sobreactuar las consecuencias del
mismo, pero con el paso del tiempo ya perdieron noción total de lo sucedido.
Podríamos decir ligeramente que es un pueblo de memoria frágil o desinteresada,
pero en realidad no es tan así ya que quienes deberían preservar esa memoria
para resolver esos asuntos (sus gobiernos), de costumbre la pierden o alteran
la dinámica de los hechos.
En
Argentina hasta antes de 1990 la situación de relaciones con los países árabes
y en particular con el mundo árabe-islámico era relativamente pobre (pese a la
gran comunidad sirio-libanesa) y solo se basaba en algún que otro intercambio
comercial pero no más. Se podía decir que era una relación cordial pero no muy
cercana. Con Irán se mantenían fluidas relaciones comerciales vinculadas al
comercio del crudo e incluso con intercambio de tecnologías en el campo nuclear,
estando fuera de discusiones los problemas políticos internos que ambos países
sufrieron dentro de sus fronteras.
Pero
curiosamente con la llegada en 1989 de un gobierno neoliberal de un peronista
llamado Carlos Menem de ascendencia siria, el país se alineo sin cortapisas a
la geopolítica de Washington. Fue un movimiento oportunista en momentos que el
Muro de Berlín era derribado y en un mundo donde supuestamente morían las
ideologías. Rápidamente y sin que nadie lo advirtiera el país descendía por la
rampa que desembocaba al campo de batalla en favor de la geopolítica de supremacía
estadounidense en la cual se involucra muy íntimamente la de Israel.
A partir de
allí comenzaron a enturbiarse las ya de por si parcas relaciones exteriores con
el mundo oriental en especial con árabe-islámico llegando a la cúspide de la
obsecuencia con la adhesión voluntaria del gobierno de Menem con la política
exterior de Washington y un paralelo acercamiento a Israel.
La
participación argentina en la guerra del Golfo Pérsico de 1991 solo fue una
anécdota ruidosa de este alineamiento y una ventana para que ciertos intereses
oscuros usaran este país desguarnecido y de muy baja seguridad para arreglar
ciertos asuntos. Es sabido que ciertas agencias de inteligencia cuando dirimen sus
asuntos o envían mensajes lo hacen en lugares muy bien determinados y entre las
formas para enviarlos se encuentran los ataques terroristas.
Así los
argentinos se desayunaron con la explosión de la embajada de Israel en la
mañana de marzo de 1992 que los sionistas locales acusaron automáticamente y sin
la menor prueba a un supuesto complot palestino de la OLP apoyado por elementos
nazis locales, una tesis tan descabellada como falto de seriedad, pero que en
el medio de la consternación y el caos, fue muy útil plantar para los sionistas
que ya asomaban por los medios. En ese momento (no se sabe si deliberadamente)
ni los órganos del estado o algún investigador independiente se molestó en
mirar con detenimiento que estaba ocurriendo en Oriente Medio y más
precisamente dentro de la estructura política de Israel (con las tensiones
entre la ultraderecha liderada por Yitzak Shamir y las conversaciones
impulsadas por Yitzak Rabin con la OLP para concretar un estado palestino). De
haberse tomado en consideración este escenario, hubiera puesto mucha luz en un
asunto tan oscuro y sucio como lo sucedido en Buenos Aires.
Tan
obstruidas estuvieron las investigaciones que los perpetradores de este ataque
tuvieron la seguridad que las instituciones del país eran altamente permeables
a las sugerencias externas (informes de la CIA y Mossad) y por ende, fácilmente
manipulables. Si el mismo gobierno no tenía herramientas operativas propias (SIDE)
para recabar y producir información de lo que realmente había pasado y prevenir
futuros ataques ¿Qué clase de poder podía tener? Así, se produce en julio de
1994 otro ataque contra la mutual judía de la AMIA y una vez más, con total
ligereza desde ciertos medios se trata de argumentar que los autores fueron
“árabes”, en especial palestinos de la “Jihad Islámica” o del “Hesbolá”
libanés.
Para el
ciudadano de a pie las diferencias no eran advertibles ya que se trata de un
tema muy complejo, hasta en cierto sentido un tabú y el único elemento que los
interconecta es su etnia árabe. A base de esa odiosa y maliciosa generalización
fue como se trató de instalar en la mentalidad colectiva de los argentinos que
los árabes-islámicos eran los culpables de aquello y de todo lo que viniera.
En estos
hechos la acusación genérica, infundada y odiosa surge evidente ya que los
desinformadores de la época (especialmente del periodismo) daban por igual a la
“Jihad Islámica” un grupo de la resistencia de origen palestino que el grupo
libanés “Hesbolá” demostrando para quienes conocen el tema una ignorancia total
o más bien, un despropósito deliberado en la forma de acusar.
Desde
entonces y propiciado por el gran desconocimiento del público argentino de la
situación en Palestina, Israel a través de su brazo político local la DAIA, ha
usado estos ataques para reclutar partidarios no para hallar la verdad de lo
ocurrido sino para militar en su agenda geopolítica que se centra en buscar
destruir la potencialidad nuclear de Irán. Con ese propósito Israel hoy por hoy
en Argentina con un gobierno abiertamente alineado a su geopolítica y un
presidente con rasgos mesiánicos, estos embustes podrían escalar peligrosamente.
Eso es lo que se vio con un video adulterado en su traducción sobre el líder de Hesbolá el Sayyed Hassan Nasrallah en el cual y hablando en árabe saluda con las formas islámicas al profeta y su familia. Pero en una traducción simultánea y artificiosa con letras amarillas lo que se dice es diferente y falso. Brevemente, se alude a una amenaza que habría proferido Nasrallah contra el gobierno de Milei algo que no surge de la traducción veraz.
Este bulo
ya vino preparado desde Beirut, emitido por MTV Líbano que es manejado por un
viejo amigo de Tel Aviv y Washington D.C. llamado Samir Farid Geagea, un
libanés de origen cristiano con un largo historial de operaciones sucias y
terrorismo contra sus propios hermanos libaneses. Él es uno de los ejemplos de
un sionista no judío y paradigmáticamente árabe que hace los trabajos sucios de
Israel. Entre sus especialidades estuvo el fabricar atentados (Op. Falsa
bandera) para tratar de culpar a los musulmanes libaneses y a los sirios. Geagea
formó parte de las falanges cristianas financiadas por Israel que entre otras
bestialidades, masacraron bajo la complaciente vista de Ariel Sharon y sus
hombres a los palestinos en el campo de refugiados de Sabrá y Chatila. No es
algo nuevo ver esta clase de árabes que la inteligencia israelí llama “agentes
negros” y precisamente los usan para esta clase de operaciones, lo peligroso es
que operen con sus artimañas justamente en Argentina.
El episodio
de Geagea no es nuevo en Argentina y solo es la demostración de que los
sionistas están cooperando activamente con la agenda política de Tel Aviv
destinada a generar odio hacia los musulmanes y en especial contra los chiitas
que su mayoría habitan en Irán. El momento en que se busca esto es altamente
peligroso. Hemos visto como un sector de los medios capitalinos, abiertamente
sionistas, quienes continuamente señalan a Irán (sin más pruebas que sus
argumentos enredados) como el responsable de los atentados de 1992 y 1994, han
tratado de generar este odio inflando bulos que luego se comprueban ser falsos.
Ya hace
unos años atrás, el mismo Sayyed Nasrallah envió una advertencia a Buenos Aires
sobre los planes de Washington con la colaboración de Arabia Saudita para
instalar en la región células del “Daesh” que es un programa seudo-islamista
armado por la CIA y sus socios entre los que estaban la Muthabarat
saudita entre 2012 y 2014 para tratar de derrocar a Bashar Al Assad en Siria.