lunes, 29 de enero de 2024

 

OPERANDO PARA

TEL AVIV

¿Por qué, cómo y quiénes están tratando de instalar la lucha geopolítica de Tel Aviv en Argentina?

 

Por Yossi Tevi

Es siempre muy importante no perder la memoria sobre los hechos y situaciones que dieron origen a problemas que extendidos en el tiempo por no haberse resuelto en su debido momento, se pierden por efecto del maremágnum de la vida cotidiana. Esto tiene especial importancia en la política y mucho más en la geopolítica de los países.

En la Argentina esto es un problema crónico. Aquí los ciudadanos suelen verse impactados por un suceso y hasta llegar a sobreactuar las consecuencias del mismo, pero con el paso del tiempo ya perdieron noción total de lo sucedido. Podríamos decir ligeramente que es un pueblo de memoria frágil o desinteresada, pero en realidad no es tan así ya que quienes deberían preservar esa memoria para resolver esos asuntos (sus gobiernos), de costumbre la pierden o alteran la dinámica de los hechos.

En Argentina hasta antes de 1990 la situación de relaciones con los países árabes y en particular con el mundo árabe-islámico era relativamente pobre (pese a la gran comunidad sirio-libanesa) y solo se basaba en algún que otro intercambio comercial pero no más. Se podía decir que era una relación cordial pero no muy cercana. Con Irán se mantenían fluidas relaciones comerciales vinculadas al comercio del crudo e incluso con intercambio de tecnologías en el campo nuclear, estando fuera de discusiones los problemas políticos internos que ambos países sufrieron dentro de sus fronteras.

Pero curiosamente con la llegada en 1989 de un gobierno neoliberal de un peronista llamado Carlos Menem de ascendencia siria, el país se alineo sin cortapisas a la geopolítica de Washington. Fue un movimiento oportunista en momentos que el Muro de Berlín era derribado y en un mundo donde supuestamente morían las ideologías. Rápidamente y sin que nadie lo advirtiera el país descendía por la rampa que desembocaba al campo de batalla en favor de la geopolítica de supremacía estadounidense en la cual se involucra muy íntimamente la de Israel.

A partir de allí comenzaron a enturbiarse las ya de por si parcas relaciones exteriores con el mundo oriental en especial con árabe-islámico llegando a la cúspide de la obsecuencia con la adhesión voluntaria del gobierno de Menem con la política exterior de Washington y un paralelo acercamiento a Israel.

La participación argentina en la guerra del Golfo Pérsico de 1991 solo fue una anécdota ruidosa de este alineamiento y una ventana para que ciertos intereses oscuros usaran este país desguarnecido y de muy baja seguridad para arreglar ciertos asuntos. Es sabido que ciertas agencias de inteligencia cuando dirimen sus asuntos o envían mensajes lo hacen en lugares muy bien determinados y entre las formas para enviarlos se encuentran los ataques terroristas.

Así los argentinos se desayunaron con la explosión de la embajada de Israel en la mañana de marzo de 1992 que los sionistas locales acusaron automáticamente y sin la menor prueba a un supuesto complot palestino de la OLP apoyado por elementos nazis locales, una tesis tan descabellada como falto de seriedad, pero que en el medio de la consternación y el caos, fue muy útil plantar para los sionistas que ya asomaban por los medios. En ese momento (no se sabe si deliberadamente) ni los órganos del estado o algún investigador independiente se molestó en mirar con detenimiento que estaba ocurriendo en Oriente Medio y más precisamente dentro de la estructura política de Israel (con las tensiones entre la ultraderecha liderada por Yitzak Shamir y las conversaciones impulsadas por Yitzak Rabin con la OLP para concretar un estado palestino). De haberse tomado en consideración este escenario, hubiera puesto mucha luz en un asunto tan oscuro y sucio como lo sucedido en Buenos Aires.

Tan obstruidas estuvieron las investigaciones que los perpetradores de este ataque tuvieron la seguridad que las instituciones del país eran altamente permeables a las sugerencias externas (informes de la CIA y Mossad) y por ende, fácilmente manipulables. Si el mismo gobierno no tenía herramientas operativas propias (SIDE) para recabar y producir información de lo que realmente había pasado y prevenir futuros ataques ¿Qué clase de poder podía tener? Así, se produce en julio de 1994 otro ataque contra la mutual judía de la AMIA y una vez más, con total ligereza desde ciertos medios se trata de argumentar que los autores fueron “árabes”, en especial palestinos de la “Jihad Islámica” o del “Hesbolá” libanés.

Para el ciudadano de a pie las diferencias no eran advertibles ya que se trata de un tema muy complejo, hasta en cierto sentido un tabú y el único elemento que los interconecta es su etnia árabe. A base de esa odiosa y maliciosa generalización fue como se trató de instalar en la mentalidad colectiva de los argentinos que los árabes-islámicos eran los culpables de aquello y de todo lo que viniera.

En estos hechos la acusación genérica, infundada y odiosa surge evidente ya que los desinformadores de la época (especialmente del periodismo) daban por igual a la “Jihad Islámica” un grupo de la resistencia de origen palestino que el grupo libanés “Hesbolá” demostrando para quienes conocen el tema una ignorancia total o más bien, un despropósito deliberado en la forma de acusar.

Desde entonces y propiciado por el gran desconocimiento del público argentino de la situación en Palestina, Israel a través de su brazo político local la DAIA, ha usado estos ataques para reclutar partidarios no para hallar la verdad de lo ocurrido sino para militar en su agenda geopolítica que se centra en buscar destruir la potencialidad nuclear de Irán. Con ese propósito Israel hoy por hoy en Argentina con un gobierno abiertamente alineado a su geopolítica y un presidente con rasgos mesiánicos, estos embustes podrían escalar peligrosamente.

Eso es lo que se vio con un video adulterado en su traducción sobre el líder de Hesbolá el Sayyed Hassan Nasrallah en el cual y hablando en árabe saluda con las formas islámicas al profeta y su familia. Pero en una traducción simultánea y artificiosa con letras amarillas lo que se dice es diferente y falso. Brevemente, se alude a una amenaza que habría proferido Nasrallah contra el gobierno de Milei algo que no surge de la traducción veraz.

Este bulo ya vino preparado desde Beirut, emitido por MTV Líbano que es manejado por un viejo amigo de Tel Aviv y Washington D.C. llamado Samir Farid Geagea, un libanés de origen cristiano con un largo historial de operaciones sucias y terrorismo contra sus propios hermanos libaneses. Él es uno de los ejemplos de un sionista no judío y paradigmáticamente árabe que hace los trabajos sucios de Israel. Entre sus especialidades estuvo el fabricar atentados (Op. Falsa bandera) para tratar de culpar a los musulmanes libaneses y a los sirios. Geagea formó parte de las falanges cristianas financiadas por Israel que entre otras bestialidades, masacraron bajo la complaciente vista de Ariel Sharon y sus hombres a los palestinos en el campo de refugiados de Sabrá y Chatila. No es algo nuevo ver esta clase de árabes que la inteligencia israelí llama “agentes negros” y precisamente los usan para esta clase de operaciones, lo peligroso es que operen con sus artimañas justamente en Argentina.

El episodio de Geagea no es nuevo en Argentina y solo es la demostración de que los sionistas están cooperando activamente con la agenda política de Tel Aviv destinada a generar odio hacia los musulmanes y en especial contra los chiitas que su mayoría habitan en Irán. El momento en que se busca esto es altamente peligroso. Hemos visto como un sector de los medios capitalinos, abiertamente sionistas, quienes continuamente señalan a Irán (sin más pruebas que sus argumentos enredados) como el responsable de los atentados de 1992 y 1994, han tratado de generar este odio inflando bulos que luego se comprueban ser falsos.

Ya hace unos años atrás, el mismo Sayyed Nasrallah envió una advertencia a Buenos Aires sobre los planes de Washington con la colaboración de Arabia Saudita para instalar en la región células del “Daesh” que es un programa seudo-islamista armado por la CIA y sus socios entre los que estaban la Muthabarat saudita entre 2012 y 2014 para tratar de derrocar a Bashar Al Assad en Siria.

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