“APRÈS MOI, LE DELUGE”
¿Cuál ha de ser el legado a la posteridad de Emanuel Macron con su
pronta y presurosa salida del Palacio del Eliseo?
Por
Javier B. Dal
Así como muchos pueblos vuelven a repetir cíclicamente sus errores, Francia no es la excepción a esta regla de hierro. Si es cierto que fue el monarca absoluto Luís XV quien en el siglo XVIII dijo “después de mí, el diluvio”, al parecer esa mezquina perspectiva política de aquel monarca pareciera haber reencarnado en el presidente Emanuel Macron quien con la disolución de la Asamblea Nacional y el apresurado pedido de anticipación de las elecciones muestra la intensión de lavarse las manos del desastre que dejara tras de sí.
Si es
cierto, Macron no es un monarca y Francia no es como en aquellos tiempos pero
hay cosas que no parecen cambiar. Su presurosa intensión de salir corriendo del
Palacio del Eliseo no solo responde al corrimiento a la derecha de la política
en su país y en la UE sino también, en una acumulación de problemas en casa que
simplemente ya no puede controlar.
Sería
injusto echar todas las culpas sobre el hasta hoy mandatario francés sin
mencionar a sus predecesores, Sarcosi y Hollande, dos verdaderas calamidades
para la Francia contemporánea y de cuyos vicios Macron continuo sin demostrar
un poco de olfato político para hacer cambios rectificadores.
Es cierto
también que tanto aquellos como Macron solo son meros administradores temporales
de los intereses que se ocultan detrás de las bambalinas del poder pero, pese a
ello todos tienen (de haberlo querido) un margen de libertad para tratar de hacer
algo bueno para sus ciudadanos.
Pero en
cuanto a lo que respecta a Macron, su administración desde 2017 ha estado
signada por los tira y aflojes en su política doméstica con la profundización
de problemas sociales devenidos de las desigualdades, una crisis productiva
progresiva, los sindicatos combativos, el desempleo y de una política exterior tratando
de cambiar las apariencias sobre la subordinación hacia los lineamientos de la
política exterior de Washington.
Sin dudas
el surgimiento un año después de iniciada su gestión (en diciembre de 2018) del
movimiento de los chalecos amarillos, fue el síntoma de una crisis económica y
social que rebalsaba por los cuatro costados y que aún sigue siendo el gran
problema que Macron no pudo resolver. El costo de vida de los franceses se disparo
de forma insoportable con impuestos más altos para servicios públicos pésimos, el
aumento del desempleo entre los nativos franceses y graves problemas de
producción que trastornan a los empresarios.
Sumado a
esto, la problemática de la inmigración indocumentada y los proyectos de ley
para tratar de regularizarla ha agregado más combustible al fuego del desempleo
entre la gran población inmigrante y porque no también del racismo y en especial
de la islamofobia que tiene campo fértil en toda la UE. Y pese a las
controversias que trae la inmigración, en Francia es una fuerza laboral de la
cual no pueden ignorar.
Cierto es y
hay que señalarlo, el problema de la inmigración masiva tuvo su punto de
quiebre con la aventura neocolonial con la cual en 2011 el entonces presidente Nicolás
Sarcosi metió a Francia (junto a Gran Bretaña e Italia) en los planes de Obama
y su secretario de estado Hillary Clinton para derrocar a los gobiernos árabes
del norte de África con aquel montaje que los medios occidentales llamaron “Primavera
Árabe” y que no fue otra cosa que una operación digitada por las agencias de
inteligencia de la OTAN (entre ellas la DGSE) valiéndose para llevarla a cabo, de
recursos extremistas y mercenarios proporcionados por las monarquías árabes del
Golfo, en particular Qatar.
Además de
participar en la destrucción de Libia y el magnicidio de su presidente Mohammar
Al Gadafi, Sarcosi secundo los esfuerzos de Washington por tratar de derrocar
al presidente sirio Bashar Al Assad con pésimas consecuencias.
Macron
lejos de alejarse de estas aventuras y a pesar de los sabotajes negociales por
parte de algunos de sus socios atlantistas, continuó con la subordinación a la
política exterior de Washington y que se profundizo con la llegada a la Casa
Blanca en 2020 de Joe Biden quien puso a funcionar a toda máquina a la OTAN para
repotenciar la agenda de los neoconservadores destinada a reimpulsar la hegemonía
estadounidense en Eurasia teniendo como punto de inicio, a Ucrania.
Tal vez Macron
al principio ignoraba todo esto o quizá no esperaba el derrotero al que
llevaría. Pero una vez puesto en autos y con la información de donde estaba
parado, no podía ignorar que la agenda norteamericana buscaba enfrentar a la
Federación de Rusia y que para ello, la Unión Europea y obviamente Francia,
serían el jamón del medio en esa disputa.
Oh si,
claro que no podía ignorar las consecuencias de esa política agresiva, mucho
menos cuando las cosas parecían salirse de madres con la intervención militar
rusa de febrero del 2022 que fue el resultado de una constante actividad de
agitación e instigación digitada desde Washington. Mucho menos cuando tratando
de emular a “Napoleón” hizo explicita sus ansias de enviar tropas a Ucrania (provocando
a Moscú) cuando estaba bien al tanto, que los dineros que había enviado
terminaban en los bolsillos de los personeros de la cúpula neonazi de Kiev.
¿Cuáles han
sido las ganancias para Francia por esta ciega lealtad? Más inestabilidad económica
y social producto del hundimiento de la productividad en parte afectada por el
encarecimiento de la energía (especialmente el gas), un estado absolutamente anquilosado
e inoperante, una inmigración cada vez más grande producto precisamente de las
guerras de la OTAN y una caída progresiva del nivel educativo y
consiguientemente de la vida de los franceses.
Sin dudas
que la salida de Macron es el preludio de un diluvio de mayores calamidades porvenir
para Francia.