“EL FALSO PROCESO”
Cuando una
extorsión trata de hacerse pasar por un plan de paz
Por Charles H. Slim
Desde que un grupo de judíos europeos congregados
alrededor del sionismo decidió apoderarse de los territorios de Palestina, la
oscuridad se cernió sobre aquella región. Para ello pusieron a rodar sus silentes
y cruentas operaciones contra el Protectorado británico que allí se había
instalado en 1920 y sus habitantes árabes, iniciando así una tragedia para
quienes durante milenios vivieron sin disturbios ni conflictos entre
comunidades. La empresa de instalar un estado sobre los territorios árabes imbuido
de aquel nacionalismo judío ideado por el periodista austro-hungaro Theodor Herzl,
fue el comienzo de una injusticia histórica que aún queda por resolver.
Aquel proceso que se consolidó a la fuerza en mayo
de 1948 costo mucha sangre y lo peor de todo es que ello nunca termino. Los
sionistas creyeron que podían hacerle sufrir a los palestinos por las
impiedades que los judíos europeos habían sufrido a manos de las políticas de
limpieza étnica nazi y por la persecución que aún mantenía el “camarada” Stalin
en la URSS. A nadie le interesarían esos “negros del desierto” que los británicos
no pudieron domesticar. Esa era la lógica en el pensamiento de los grupos
sionistas compuestos en general por judíos polacos y alemanes, quienes con sus
procederes –como fue la desaparición de
miles de bebes judíos de origen yemení- demostraron ser tan racistas y
despiadados como sus otroras perseguidores.
Para ello hubo un apoyo material y financiero
inestimable de Gran Bretaña, EEUU y de algunos países de Europa del este (que
proporcionaron armas y municiones a granel) que posibilito la imposición de un
estado artificial.
Antes de 1948 las organizaciones sionistas hicieron
todo lo que estuvo a su alcance para ganar terrenos árabes. Desde comienzos del
siglo XX las compras de terrenos usando artificios financiados por la Fundación
“Schumann-Rothschild” hasta el uso del terrorismo para deshacerse de los
palestinos y de funcionarios británicos que se oponían a esas intensiones,
fueron los prolegómenos de todo esto. En
esos momentos aún no se había producido la tragedia de los Campos de
exterminio, entonces ¿Cuál era la excusa blandida para ese proceder?
Simplemente, la de cualquiera de los grupos nacionalistas que por cualquier
medio y sin el menor escrúpulo, se apoderaría de un territorio ajeno. Fue así
que la paz se hizo imposible y solo hablaron las armas.
El año para concretar este plan no fue casual. Tras
el fin de la gran guerra mundial, los vencedores occidentales, EEUU y sus
aliados europeos necesitaban tomar el control de una región estratégica que
podía caer en manos de la Unión Soviética y la instauración de un estado
occidentalizado sería sin dudas un movimiento audaz.
Hoy las cosas están muy claras y la opinión pública
cuenta –pese a los esfuerzos por borrarla-
con la información con la cual contrastar la cruda realidad sobre el
terreno y ella es, la de un estado expansionista y colonialista. Los mitos y la propaganda mediática que
sustentaron esta arbitrariedad histórica se han caído y puede verse la torva
faz de un invasor inclemente que al día de hoy sigue apoderándose de
territorios para –fabulosos negocios
inmobiliarios entre israelíes y empresas estadounidenses- construir
asentamientos para colonos judíos importados desde varios países.
Sin dudas que la existencia y supervivencia del
estado de Israel a la sombra de las atrocidades que se han cometido y que aún
se cometen en sitios como la Franja de Gaza, solo se debe a un solo factor y
ese es “el apoyo de EEUU” que ha llegado a límites impensables. Sin el, la
viabilidad de aquel estado hubiera sido imposible de prever.
Pero a pesar de esa lealtad política (que muchos
confunden con religiosidad), Tel Aviv ha mordido la mano de su benefactor en
más de una oportunidad y quienes terminaron pagando esa perfidia fueron los
mismos norteamericanos (Ataque artero al “USS Liberty”, espionaje y robo de
tecnología y las guerras afrontadas para salvaguardar a Israel entre otras
cuestiones oscuras).
Desde que Donald Trump entro en 2017 a la Casa
Blanca, ha tratado de congraciarse con Tel Aviv a cualquier costo, incluso a
costa de ladear su promesa de America
first en las que trata de enfocar las políticas y los recursos en los
asuntos propiamente estadounidenses. Reiteradamente hemos escuchado a Trump
hablar de que los hombres y mujeres de las Fuerzas armadas deben volver a casa
en una clara oposición a las aventuras intervencionistas que han sido
impulsadas por sus predecesores neoconservadores que conforman los sectores del
proyecto imperial. En éste último sentido, el tan hablado retiro de tropas en
el Medio Oriente tiene la excepción de no hacerlo de sitios estratégicos y de puntual
interés para Israel. Siria es el epicentro de este interés y por ello es que
aún tropas especiales y asesores de inteligencia (que trabajan con Jihadistas y
kurdos) siguen operando en el norte sirio y en una base de adiestramiento para
estos grupos armados en “Al Tanf” a sureste de Siria.
Como podrá advertirse sobre este ultimo punto, Trump
en cierto grado continua con la táctica política de justificar despliegues
militares mediante el argumento de la “lucha contra el terrorismo”, apoyando de
manera más limitada a los grupos proxies que nacieron al amparo de la
administración Obama (entre ellos ISIS) fomentando –con la colaboración de Israel y de las monarquías árabes- el caos
dentro países como Siria, Iraq y Afganistán.
Pero el objetivo central y estratégico que tanto Tel
Aviv como Washington persiguen es tratar de aislar a a la república Islámica de
Irán y restar su influencia en la región (especialmente en Yemen e Iraq), punto
de vista que es compartido por las opulentas monarquías del Golfo Pérsico –salvo Qatar- que demuestran con su apoyo
a este tipo de políticas, una completa desconexión con el sentir popular de sus
pueblos.
Por otra parte, la ilegitima e ilegal concesión hecha
por Trump a Netanyahu de reconocer a Jerusalen como capital del estado judío
fue sin dudas la primera señal de un compromiso sectario que incluso ha
perjudicado a los cristianos y sus santuarios en esa ciudad milenaria. Más allá
de que Washington presionó a todos los países hemisféricos (incluido Argentina)
para reconocer esta situación de facto, ciertamente no ha logrado el
alineamiento esperado. Aunque algunos gobiernos hayan cedido a estas presiones
e incluso otros hayan mostrado ciertas dudas en asentir, sus pueblos en gran
parte no comparten la decisión y se han manifestado en referencia a ello.
Menos aún ha obtenido consenso el llamado “Acuerdo del siglo” que pretendía sin más rodeos estafar a los palestinos con un nuevo ardid (con un suculento incentivo de 500.000 millones dólares en cuotas) elaborado por los partidarios de Netanyahu y los cerebros sionistas de los Lobbies estadounidenses como AIPAC y que sería presentado como un acuerdo de paz final y sin precedentes auspiciado por la Casa Blanca e intermediado por el yerno de Donald Trump, Jared Kushner.
Si la Autoridad Nacional Palestina aceptaba esta
verdadera trampa, todas las reivindicaciones por los territorios usurpados, las
muertes y los daños ocasionados por Israel a lo largo de su instauración debían
ser abandonados. La euforia de los sionistas era tal que el mismo Benjamin
Netanyahu emocionado, exclamo en un momento “Es un gran plan para Israel.
Israel nunca ha tenido un amigo mejor en la Casa Blanca”. Para los palestinos
era francamente inaceptable. Tan inequitativo y abusivo era la propuesta que a
la vista de la comunidad internacional –y
en particular la árabe islámica- resultó imposible de concebir y mucho
menos de tolerar.
Es en este contexto que el anuncio conocido en esta
última semana de que Emiratos Árabes Unidos y Bahrein normalizaban las
relaciones con Israel –con intrincados
intereses financieros y de seguridad- solo es otro eslabón en la cadena de
infortunios y estafas para los intereses palestinos. Tampoco representa una
novedad dado que estos regímenes árabes durante la última década han estado
colaborando secretamente con Israel proveyéndoles entre otras (sucias) cuestiones,
inteligencia contra sus hermanos iraquíes, sirios y por supuesto los
“apostatas” chiitas iraníes.
Como señalan varios analistas árabes y palestinos
como el politólogo y académico de la Universidad de Cizjordania Ghasab Khatib,
los “emiraties estaban muy contentos con la política de Trump sobre Irán y
descontentos con la de Obama. Así que harán cualquier cosa para contribuir a la
reelección de Trump”. Con ello se evidencia un cálculo político -con trasfondos financieros y comerciales-
de las monarquías que pretenden apoyar a Trump en sus intensiones de permanecer
en la Casa Blanca, aún sacrificando la causa palestina.
Para coronar todo esto, la posible candidatura de
Donald Trump para recibir el premio Nobel de la Paz vuelve a poner en evidencia
la frivolidad y hasta tendencialidad que se esconden detrás de estas nominaciones.
Sin dudas, Tel Aviv pretende reforzar y ampliar sus
apropiaciones ilegales enterrando al
mismo tiempo las reivindicaciones políticas de la población palestina. Al mismo tiempo Netanyahu busca salvar su
situación personal y la de su familia signada por la corrupción financiera que
podría llevarlo a la cárcel. Pero también trata de cerrar las investigaciones
de la Corte Penal Internacional (CPI) por los crímenes de guerra y lesa
humanidad cometidos por funcionarios israelíes. Más allá de las divisiones
internas dentro de la comunidad política palestina (que es explotada por
Israel), nadie aplaude este presumido plan de paz ya que la única paz que los
israelíes persiguen es la paz de los cementerios.
Por otro lado, esto está tratando de ser mostrado como una victoria diplomática de Donald Trump y una oportunidad para la paz defintiva, aunque ello no ha detenido las brutales agresiones y los bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza, una zona que se halla sitiada desde hace años sin que Naciones Unidas halla hecho algo por condenar y castigar de forma efectiva (Cfr. el Capitulo VII de la Carta de Naciones Unidas) la brutalidad israelí.