VETERANOS DE AYER
EL PELIGRO DE PARTICIPAR DE LA GEOPOLITICA AJENA
Riesgos y consecuencias de una posible nueva intervención argentina en el Golfo Pérsico
No ha
pasado mucho tiempo desde que las alarmas de un posible ataque a Irán, sonaban
indiscretamente por varios portales alternativos de noticias. Los argumentos
oficiales para esta empresa era “el peligro que representa para el mundo”. Pero
detrás de todas esas maniobras discursivas y la tan acostumbrada propaganda
cargada de malicia e islamofobia, hay y siguen existiendo intereses
geopolíticos bien definidos.
Era allá por el año 2007 cuando
una noticia impactante pasaba desapercibida en los medios informativos occidentales
y ni que hablar de los argentinos. El 6 de septiembre de ese año una flotilla
de ataque israelí incursionó sobre territorio sirio y destruyó las
instalaciones de una planta nuclear que habría sido entregada por Corea del
Norte. A pesar de que el hecho no fue reconocido oficialmente ni por Damasco ni
por Tel Aviv, los cierto era que fue citado por la ex Secretaria de Estado
norteamericano Condolleza Rice en un cable diplomático que fue filtrado por “Wikileaks”.
En ese mismo cable, Rice
reconocía el derecho de Israel para realizar esta acción que se asemejaba a la
realizada en 1980 contra el reactor iraquí de Osirak que destruyó las
aspiraciones de un desarrollo atómico propio.
Además de dejar en claro que para
Tel Aviv la ley internacional no les comprende y que están más allá de ella,
sirvió para marcar el contexto en el que se produjo este golpe contra la
soberanía siria. Estaba claro que se trataba de un precalentamiento para llevar
adelante una operación más ambiciosa y mucho más riesgosa como era –y siguen
ambicionando en Tel Aviv- atacar a Irán.
Desde mediados del 2009 que
Israel había venido presionando por todos los medios posibles, para que EEUU se
involucre en un ataque sobre la república Islámica. Acciones criminales y
terroristas como fueron los asesinatos de científicos nucleares a manos del
Mossad, fueron solo una parte de las tácticas de las que Tel Aviv estaba
dispuesta a usar para cumplir con sus planes. Las ambiciones por desarmar a
Irán señalan un claro plan geopolítico que a su vez, abriría paso a llegar al
plan culmine: destruir la capacidad nuclear de Pakistán.
Los esfuerzos políticos por
justificar una agresión contra la República Islámica no escatimaron en recursos
y en argumentos que iban desde los más abstractos a los más infantiles como los
vistos con Benjamín Netanyahu presentando ante el foro de Naciones Unidas, unas
caricaturas de cómo entendía a Irán como un peligro no para Israel, sino para
el mundo.
Las presiones sobre la Casa
Blanca tampoco se detuvieron y la administración de Barak Obama no estuvo
exenta de improperios y hasta de amenazas por parte de los sectores más duros
del sionismo norteamericanos. Y en cierta medida estos sectores y los que se
representaban en los Lobbies judíos como AIPAC, se sentían decepcionados o
mejor dicho traicionados por las promesas incumplidas que aquel mismo Obama,
había hecho en la tribuna de aquel Lobbie por el 2008.
Pero AIPAC y sus socios parecían
haber olvidado que Barak Obama es el presidente de todo EEUU y no de la
comunidad judía o en el peor de los casos, de Israel. Pero incluso la culpa
tampoco era de los representantes de estos grupos de presión, dado que se había
vuelto una costumbre que se vieran con “derechos” –mucho más calificados- a
reclamar por estos intereses sectoriales, dado que aportan suculentas sumas de
dinero para apoyar las campañas de los presidenciales; después de todo, los
predecesores en la Casa Blanca siempre han estado presionados a ligarse a estos
compromisos no escritos.
Sobre esas bases y con la
influencia que ejercen en el Congreso estadounidense, Tel Aviv ha intentado
infructuosamente involucrar a EEUU en una agresión contra Irán sobre la base
de meras “sospechas” y no de informes
certeros con pruebas objetivas, que señalasen
de que se estuvieran desarrollando armas con capacidad nuclear, las
cuales Israel desarrolla desde fines de la década de los sesentas en el siglo
pasado.
Algunos trascendidos
contemporáneos a aquel ataque sobre territorio sirio, hablaban de que se
buscaba la cooperación de varios países para que esas acciones se extendieran
sobre Irán. Entre los solicitados estaba Argentina, quien apelando a las
continuas acusaciones que se vertían desde Tel Aviv y Washington sobre Teherán
de haber sido el autor del ataque contra la Embajada de Israel y la AMIA, el gobierno argentino tendría algo así como “un
deber moral” de cooperar con los recursos que estuvieren a su alcance.
Pero pese a que en la Casa Blanca
estaba el entusiasta George W. Bush y su gabinete decididamente
pro-israelí, la viabilidad de acompañar
a la aspiración de Tel Aviv por atacar a Irán era algo para nada conveniente
para Washington. La difícil situación de
EEUU en Iraq y Afganistán, la creciente
animosidad del público estadounidense por una guerra que había quedado
estancada, hacía inaceptable que se
provocara una escalada que muy seguramente repercutiría en contra de lo que,
especialmente estaba sucediendo en Iraq.
La seguridad de sus tropas ya estaba severamente comprometida y con un
plan como el propuesto por Israel, simplemente se agravaría.
Pero esas no eran las verdaderas
consideraciones que frenaron a Washington;
la situación de Irán y el control estratégico que ejerce sobre el
estrecho de Ormuz, lo convierte en un enemigo que no conviene despertar. Estas
consideraciones estrictamente estratégicas se veían agravadas por los riesgos
que una operación como la gestada por los israelíes, podía acarrear a su flota
y a los intereses de las compañías petroleras que cotizan en Wall Street.
Desde el punto de vista militar, EEUU tenía
mucho que perder, mientras que Israel una vez concretada la misión, sus aviones
volverían a su base a varios cientos de millas del lugar.
A las posibles represalias sobre
la base naval en Bahrein, los estadounidenses y sus socios árabes del golfo no
estaban dispuestos a volver a vivir aquellas jornadas de inseguridad para sus
buques tanque, que durante la guerra entre Irán-Iraq, se vieron repetidamente
agredidos causando pérdidas multimillonarias en crudo vertido al mar o quemado por los ataques de aviones o lanchas suicidas.
Otra consideración muy puntual,
era el renovado y más potente sistema de misiles costeros desarrollados por
Irán y que, con un estrecho tan peligroso como el de Ormuz además de dificultar
la salida, podrían cerrarlo muy fácilmente.
Con esta decepción de último
momento para un Israel que no estaba acostumbrado a un no de Washington, además de la furia en Tel Aviv causó como el
efecto dominó, una seguidilla de negativas para involucrarse en una aventura
como la propuesta. En el caso del gobierno de Néstor Kirchner, pese a su aparente
posición de independencia política,
estaba presionado para que Irán fuera señalado judicialmente como el
responsable de los ataques en Buenos Aires y en esa línea se le habría pedido
que colaborase con una participación militar que se desarrollaría a la sombra
de la legalidad internacional.
Esta circunstancialidad adversa a
los planes de Tel Aviv, ayudo a que cancelaran momentáneamente sus aspiraciones
de atacar a la república islámica.
En ese sentido, el gobierno
argentino advirtiendo los grandes peligros que rodeaban acompañar o al menos
cooperar con los planes que proponía Tel Aviv y considerando que EEUU se había
abierto de estos planes, La Casa Rosada decidió mantenerse al margen y no
involucrarse en una situación para la cual no estaba –y no sigue estando- preparada.
Por un solo momento, pensemos lo
que hubiera involucrado cooperar con semejantes planes. Primero, al no existir
una autorización legal que se materializan por medio de resoluciones –bastante
discutidas- del Consejo de seguridad, encontraba el escollo de aunque más no fue, de una muy discutida legalidad.
Una actitud como esa, impulsada desde sectores extranjeros, hubiera roto el
histórico respeto que nuestra nación ha reconocido a las soberanías de todas las
naciones del mundo.
Segundo, si Argentina se prestaba
a estos planes, ¿con qué recursos participaría? Su situación en el área de la
defensa simplemente se podía catalogar como desesperante. A diferencia de la
participación de las unidades navales en la campaña bélica conocida como
“Tormenta del Desierto” entre 1990 y 1991,
las circunstancias geopolíticas eran bastante cambiantes y la situación
en la región se mostraba en una creciente inestabilidad. Enviar personal
militar –de haberse concretado esta agresión- hubiera representado un
sacrificio muy difícil de justificar y ajeno
a los intereses nacionales; y una
inexplicable carga política para el
futuro del país.
Y por último, si hubieran condiciones tecnológicas y materiales –hoy inexistentes-
para que la Armada se hiciera presente en una nueva operación en aquel
mismo teatro, los potenciales peligros que rodearon a las operaciones “ALFIL 1” y que fueron muy reales, en la actualidad y por las características
geográficas de las extensas costas iraníes, los nuevos y letales sistemas de
misiles anti buque que Irán despliega generosamente, especialmente en la boca
del estrecho, aquellos peligros dejarían de ser tales para convertirse en un
hecho concreto. Hoy por hoy, un solo
misil, puede aniquilar a una fragata evadiendo todos los sistemas de
contramedidas que en el pasado podían –y con la ayuda de la suerte- desviar
al misil de su trayectoria.
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