VETERANOS DE AYER
“MOMENTOS DECISIVOS ”
Vivencias en primera persona de un veterano argentino en el Golfo Pérsico allá por finales de la guerra en febrero de 1991
Por
Javier B. Dal
Claramente
cuando hecho ina mirada hacia a esos veintiséis años atrás, cuando nos
hallábamos operando en medio de la llamada “Tormenta del Desierto” no puedo
dejar de recordar cada una de las experiencias que pasamos todos por igual a
bordo de la “Brown” y de la “Spiro”, buques del grupo de tareas 88 que participamos
junto a buques de otras nacionalidades bajo la nada despreciable denominación táctica
“ALFIL 1”, en una de las guerras más importantes de finales del siglo pasado, demostrando
la importancia de nuestras tareas para los objetivos de toda la campaña. Solo
como dato informativo, el “Alfil” como pieza de un juego de ajedrez representa
la movilidad que vale tres peones y una pieza táctica esencial para allanar el
camino al jaque mate.
Una
aclaración más que es necesario hacer es que las operaciones de ambos buques no
fueron secundarias o simplemente de mera presencia para llenar el estrecho
horizonte del golfo, para que impresionara a los iraquíes; nada de eso. Dentro
de la compleja y costosa estrategia montada por el Pentágono y sus aliados
británicos para que pudieran lanzarse las operaciones en la medianoche del 16
de enero de 1991, era un requerimiento ineludible que se protegiera y asegurara
la extensa línea de abastecimiento marítima que entraba desde el mar a través
del estrecho de Ormuz. Aunque los norteamericanos ya estaban en Arabia Saudita mucho
antes de que Saddam entrara en Kuwait y tenían su base de la OTAN en “Incirilik”
Turquía, ello no aseguraba el cumplimiento del plan que se había trazado y que
implicaba una parte logística fundamental y otra estratégica que asegurara un
seguro.
Tal
como lo han dejado documentado los estrategas que diseñaron esta coalición
naval, se hacía vital que la vía marítima se encontrara despejada y libre todo
peligro para que se transportara por ella, la mayor cantidad del material que
había que abastecer a las tropas en tierra. La capacidad de transporte naval
superaba en mucho a los puentes aéreos que existieron entre Europa con Arabia
Saudita y Turquía, por lo cual, la función de la parte naval de las operaciones
“Escudo del Desierto” y “Tormenta del desierto” se vio doblemente comprometida
con sus camaradas de tierra e incluso del aire ya que, a la tarea de asegurar
la llegada de las toneladas de comida, empaques de botellas de agua mineral, municiones,
equipos varios, vehículos y armas, el Comando Naval debía por una lado proteger
el tren logístico de posibles amenazas enemigas y por el otro proveer cobertura
de fuego a las tropas terrestres.
Ante
este panorama queda claro y cada año que pasa me queda más claro aún, que el gobierno de Menem y sus jerarcas no
tenían la más mínima idea de que se trataba todo esto. Y puedo decirlo con
mucha seguridad porque ninguno de ellos paso un solo día a bordo de nuestros
buques para experimentar los nervios, el stress por la tensión de que en
cualquier momento algo nos podía golpear, la comida, las corridas, las alertas
y las puteadas del cagazo que les salían a los “sangre azul” cuando se corría
la noticia de que los iraquíes no se quedaban quietos. Desde las cubiertas
había que estar al pendiente ante cualquier contingencia ya que había habido
varios incidentes que demostraron que los iraquíes no dejarían que la
llevásemos de arriba.
Había
que estar las 24hs alerta y los peligros parecían acercarse con cada día que
pasaba. Los estruendos de las bombas y los ecos de los cañones de largo alcance
se podían escuchar con mucha claridad desde donde operábamos. A los misiles que
tenían los iraquíes había otra amenaza letal flotando en todo nuestro alrededor
y ella eran las minas de todo tipo y tamaño que sembraban los buzos tácticos
iraquíes durante la noche.
Precisamente
una de las tareas que nos encomendaba el Comando de operaciones (a cargo de
EEUU en Ryad) era el patrullaje aéreo que realizaban los helicópteros “Alouette
III” de la Escuadrilla de Ataque naval que traíamos embarcados y que con los bestiales
helicópteros norteamericanos “CH-53 Super Stallion” y los “Sea Linx” británicos
trataban de mantener alerta sobre la presencia de minas en la ruta por donde
pasaban los convoyes que entraban al Teatro de Operaciones.
Muy
cierto y claro. Nadie nos puede contar lo que allí realmente ocurría y les
puedo asegurar que para estas mismas fechas (finales de febrero de 1991)
estábamos en medio del infierno y con mucha claridad podías ver las fumarolas
de humo negro provenientes de Kuwait y de Irak. En las noches calmas podías ver
los fuegos de los pozos petroleros ardiendo en Kuwait que evidenciaba la
ferocidad de la acciones y de sus horribles consecuencias (CLARIN. “¿Y los
cuerpos de la Tormenta del Desierto?”. http://old.clarin.com/suplementos/zona/2002/11/10/z-00415.htm ).
Los
aviones saliendo y llegando constantemente a los portaaviones que nosotros
escoltábamos marcaban el paso de las frenéticas actividades a las que debíamos
respaldar sin incurrir en errores en nuestras faenas, no solo por las
consecuencias que ello podría haber redundado en el cumplimiento de las
operaciones tácticas que se nos había encomendado sino también, porque
estábamos a la vista y bajo la celosa observación del “NAVCENT”; algo que pude
saber más tarde por las infidencias de un colega canadiense y que quedo
manifestado con el informe satisfactorio de la Armada estadounidense entregado
al Estado Mayor de la Armada de ese entonces.
Recuerdo
que por estas mismas fechas, la flota estadounidense pasaba por nuestra ruta
llevando buques de suministros con combustible, municiones, vehículos anfibios
y tanques de combate para preparar una supuesta operación de desembarco en las
playas kuwaitíes lo que para muchos en esos momentos, representaba la muerte
segura de miles de marines norteamericanos. Más tarde nos daríamos cuenta de
que todo eso había sido parte de un plan de engaño para que la inteligencia de
los iraquíes creyera que habría en preparación un desembarco anfibio, algo que
jamás ocurrió.
Incluso
recuerdo las tormentas que se desataban de un momento a otro y que hacía que el
buque –ARA Almirante Brown- se sacudiera como una caja de zapatos, lo
que hacía que al menos pudiéramos respirar unos momentos en medio de tanta
adrenalina.
Unos días después nos anotician del cese de las hostilidades (al 28
de febrero de 1991) y que estaríamos zarpando para Argentina en los primeros
días de marzo. Fue la mejor noticia que escuche en los más de seis meses que
estuvimos metidos en esa conflagración que no fue dirigida por Naciones Unidas
–falacia que se ha esgrimido para evadir el cumplimiento de los derechos que
como combatientes nos corresponden- ni menos aún fue una “misión de paz”
como algunos insisten en llamarla. Llevamos la celeste y blanca con el sol a
cada puerto árabe que tocamos y nunca hubo cambio de pabellón que nos
identificara como una “fuerza de paz de la ONU” o cosa similar así es que, de
una buena vez por todas, los responsables políticos deben explicarnos cuál es
nuestra situación.
Dedicado a la memoria del “Juanca” que nos dejo hace mucho pero
pareciera que aún estuviera por acá
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