“EL DELFIN
DE OCCIDENTE”
¿Cómo Washington y sus aliados de la UE buscaran
desestabilizar a Rusia?
Por
Charles H. Slim
El
año comenzó con agitación e intrigas para el continente euroasiático revelando
una agenda movida con objetivos concretos y dirigidos a estrechar las presiones
contra China (iniciadas por Trump) y una evidente intensión de cambiar el
Status Quo en Rusia que buscara desbancar al odiado Vladimir Putin. A nadie le
es ajeno que desde el recambio en la Casa Blanca en enero pasado, Rusia ha
pasado a ser una de las prioridades centrales para la política externa de la administración
Biden-Harris, planes que comparte y acompaña Londres y para lo cual
aprovecharan cualquier situación doméstica que concite criticas a la gestión de
Putin.
Pese
a que los medios occidentales supieron sugerir una relación bajo cuerdas entre
Donald Trump y el Kremlin o más bien, una admiración de aquel a la personalidad
de su homólogo Vladimir Putin lo cierto es que las sanciones económicas contra
ciudadanos y empresas rusas siguieron imponiéndose sin ningún escrúpulo. Si
Trump hubiera sido beneficiado por el Kremlin -como los medios han difundido de forma frenética- para ganar las
elecciones de 2016 esto no sería muy coherente de entende ¿No lo cree usted?
El
problema es que Rusia no es un país pequeño cualquiera al cual Washington puede
estrangular con la imposición de bloqueos económicos y comerciales que lo
obligue a arrodillarse simulando un consenso acordado. Aquí la “magia de la
democracia” no funciona por el simple hecho de que ya conocen el truco. Aún con
la vergonzante cooperación de funcionarios de la UE como el Alto Comisionado
Josep Borrell (salido de las filas del PSOE español), EEUU no podría
desestabilizar a la Federación rusa. A
diferencia de un pequeño estado, Rusia no solo puede resistir estos embates
sino que puede replicarlos creándose una espiral sin término que al fin y al
cabo, golpearan a EEUU. Sumado a ello, la UE (especialmente el Parlamento
Europeo) que ha sido un acostumbrado obsecuente y prolongador de las políticas
norteamericanas en Eurasia, últimamente se ve entrampado entre acatar a
Washington o tratar de hacer la suya para no dañar sus ya delicadas relaciones
con su mayor proveedor de gas (GAZPROM rusa).
Los
líderes europeos lo saben bien y en especial uno de sus más pragmáticos lideres
como Angela Merkel quien entiende que entrar en controversias sucias con Moscú
puede significar el cierre del grifo y con ello, que los europeos se congelen
en el invierno algo que de por si representaría –ante todo- una catástrofe política para su partido la Unión
Demócrata Cristiana (CDU).
Como
contraparte a esto, Moscú ha venido teniendo una política de acercamiento y
cooperación con los principales miembros de la Unión Europea, principalmente
con sus potencias económicas como Alemania y Francia quienes han demostrado su pragmática
reciprocidad buscando la obtención de beneficios mutuos, algo que a Washington
le disgusta en grado sumo y por supuesto, no permitirá que fructifique.
Para
los Think Tanks americanos, la Federación rusa es un problema pero lo es mucho
más aún, si sigue bajo la conducción de Vladimir Putin para lo cual no han
dudado en hacer pronósticos –que más bien
son expresiones de deseos- de cómo sería el mundo sin su liderazgo.
Así mismo, los anuncios del Departamento de Estado de Biden dejan claro que la
política de estado de Washington no ha variado en grado alguno dejando
demostrado que los cambios en la administración de la Casa Blanca, no
condicionaran los objetivos estratégicos de su política exterior. El
injerencismo y los planes de extender la hegemonía estadounidense pospuestos –en parte- durante la administración de
Trump, se verán revitalizados con esta administración y prueba de ello es la
reforma del Consejo de Seguridad Nacional (CSN) que reestableció en su
composición a la representación de la CIA y los militares lo que evidencia, el
regreso de las tácticas y operaciones sucias para respaldar la diplomacia de
Washington.
En
conclusión, las tácticas de guerra comercial que Donald Trump continuó de su
predecesor, no han funcionado como lo
esperaban. Ello no significa que este tipo de acciones mermen o se detengan
menos aún si consideramos cual es el posicionamiento de Joe Biden. Por el
contrario, permitirá el regreso de los juegos sucios de la CIA como punta de
lanza de sus despliegues en el exterior. En síntesis, su administración complementara
esto continuando con la tarea que Barak Obama había implementado con el velado e
ilegitimo fomento (puesto en evidencia con la llamada telefónica entre Victoria
Nuland y Geoffry Pyatt) de las revueltas callejeras –encabezadas por bandas ultraderechistas apoyados por mercenarios
extranjeros dirigidos por agencias de inteligencia- en Ucrania que llevó en
febrero de 2014 al derrocamiento del gobierno pro-ruso de Viktor Yarnucovich y el fallido intento de la
OTAN por penetrar en Crimea.
Pese
a lo logrado, el gobierno ucraniano que lo sustituyó no logró imponer su
voluntad causado por su desconocimiento y
desobediencia en un importante sector de
la población ruso parlante, especialmente la del este en la denominada región
del “Donbass” que dio lugar a una cruenta lucha que de no haber intervenido
Rusia podría haber terminado en una masacre de los opositores al régimen
pro-atlantista. Aquí el juego sucio de infiltrar equipos especiales y mercenarios
enmascarados (como lo han hecho en Oriente Medio) tampoco pudo con la astucia y
maniobrabilidad política de Putin que dejó en un impas lo planes de Washington
por tener una puerta directa a Rusia. Es por ello que el mandatario ruso es un
obstáculo para remover.
Ahora
bien ¿Cómo llevaran adelante sus planes? La punta de flecha para esto es tener
un lema, un eslogan rimbombante que de fundamento político para injerir dentro
de la política de un país. Así como se uso a los derechos humanos en las
décadas pasadas para justificar el intervencionismo bélico y las ocupaciones,
hoy Washington apuesta a obtener algo de credibilidad respaldando de la boca
para afuera a ciertos valores éticos. En el caso de Rusia la “anticorrupción” es
la palabra clave y para ello se necesita una cara visible que le de a la lucha,
una referencia personificada que ayude a juntar adhesiones dentro de la
población. Como se podrá ver, nada ha
cambiado bajo el sol. Washington sin importar sus propias inconsecuencias y quien
ocupe transitoriamente la Casa Blanca, no pedirá permiso para inmiscuirse en
los asuntos ajenos para sacar ventajas estratégicas que crea convenientes.
Fabricar un relato con personajes pintorescos y una mística que enmarque la
situación, es uno de los trabajos que el Departamento de Estado encarga desde
hace setenta años hasta hoy a sus
agencias de inteligencia como la CIA para penetrar en una nación y
desorganizarla.
¿Acaso
se olvida usted lo que se fabricó en Bielorusia por mediados del 2020? Mientras
se llevaban a cabo las supuestas manifestaciones espontaneas y democráticas lideradas
por mujeres como Svetlana Tikhanouskaya y Veronika Tsepkalo que pedían una
renovación en la política y la salida del presidente Lukashenko del poder, del
otro lado las fronteras se movilizaban con preocupante premura tropas y
equipamiento de la OTAN, mientras células de agitadores a sueldo fogoneaban a los jóvenes en la capital ¿Casualidad o subversión planificada?
Ciertamente, la respuesta estaba a la vista.
La
misma formula se ha lanzado ahora contra Putin. Alguien de Rusia debía tomar la
posta y clamar a los cuatro vientos una imagen negra del mandatario ruso. El
elegido se llama Alexey Navalny, un abogado de nacionalidad rusa y activista opositor
al gobierno de Vladimir Putin a quien lo acusa públicamente de ser corrupto, situación que había venido
denunciando desde su Blog y su cuenta de Facebook. Sobre como lleva adelante
estas actividades, algunas fuentes extraoficiales habían señalado que Navalny
contaba con el apoyo tecnológico estratégico de alguna agencia de inteligencia
a fin de evadir los contrafuegos de seguridad cibernética existentes, que le
permitiera colgar sus artículos acusatorios en la internet dentro de la
Federación. Esto se vino a confirmar en
octubre 2020 tras las declaraciones del
portavoz del Kremlin Dimitri Pezkov acusando de forma directa de que Navalny
trabajaba para la CIA dejando en claro que, era la agencia la que se valía de
él para conseguir sus propósitos ¿Algo inesperado para Rusia?
Navalny
salto a la fama pública el año pasado tras ser presuntamente envenenado por los
servicios secretos rusos (FSB) en un viaje que realizo a Siberia. La base para
acusar a Moscú por este acto fue el tipo de veneno utilizado, el “Novichok” el
mismo que había sido usado en marzo de 2018 contra el doble agente Skripal y su
hija en un parque de Salisbury, Reino
Unido y el cual se determino que ese mismo veneno no era exclusivamente producido
por Rusia, sino que también se elaboraba y almacenaba en los laboratorios
militares de “Porton Down” en –causalmente-
Salisbury.
Pese
a que Londres y en particular el gobierno de Teresa May inflo mediáticamente el
hecho tratando de crear un incidente internacional que buscara la condena pública
contra Rusia por el presunto uso de “armas químicas” de su exclusiva
fabricación, puestas a la luz estas incoherencias –que trataron de refutar con informes de sus expertos- hicieron que
sus planes se vieran prontamente aguados y por ende, fracasado el intento de
promover la condena esperada y el incremento de tropas de la OTAN en Europa del
este.
Con
el caso Navalny pasó algo parecido. Pese a que lo habrían envenenado con el
mismo agente “Novichok”, sus perpetradores fallaron en su cometido ya que, como
es sabido tras ser hospitalizado, siguió con vida y con suficiente fuerza para
continuar desde Alemania con sus actividades políticas. Su arresto el 17 de
enero pasado se dio en el marco del intento de organizar y encabezar las
movilizaciones en Moscú, hecho que no tardo en ser magnificado por los medios
anglosajones que siguen los lineamientos políticos de Washington. Tal como lo
señaló el mismo Putin en una entrevista de haber sido real la autoría de los
servicios secretos en el hecho “no habríamos fallado” sentenció.
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